Álvaro Pombo - Donde las mujeres
Здесь есть возможность читать онлайн «Álvaro Pombo - Donde las mujeres» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Donde las mujeres
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Donde las mujeres: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Donde las mujeres»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
En esta magnífica novela, Álvaro Pombo describe el esplendor y la decadencia de lo que parecía una unidad familiar que se imagina perfecta. La narradora, la hija mayor de la familia, había pensado que todos -su excéntrica madre, sus hermanos, su aún más excéntrica tía Lucía y su enamorado alemán- eran seres superiores que brillaban con luz propia en medio del paisaje romántico de la península, una isla casi, en la que vivían, aislados y orgullosamente desdeñosos de la chata realidad de su época. Pero una serie de sucesos y el desvelamiento de un secreto familiar que la afecta decisivamente, descubre a la narradora el verdadero rostro de los mitificados habitantes de aquel reducto. Una revelación que cambiará irremisiblemente el sentido de la vida…
Donde las mujeres — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Donde las mujeres», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Lo que quieres decir -dijo por fin mi madre-, Teresita, es que ahora vas a venir de vez en cuando a vernos, intercalándonos, por así decir, con el ganado.
– ¡Justo!
– Pues nos encanta, es una cosa que realmente nos encanta, verte.
– Lo que no veo es por qué te encanta tanto, es un trajín venir, si vengo es un trajín, si venís es un trajín, es un trajín de todos modos. Y que conste que a las seis estoy lavada ya y vestida, y desayunando en la cocina los trescientos sesenta y cinco días del año.
Y Fernandito intercaló -aunque no dirigiéndose exactamente a tía Teresa, sino de alguna manera a nadie en particular, como si hablara a la invisible audiencia de un teatro:
– Lo que yo digo es que a las seis la mitad del año es noche ciega. A esas horas no se tiene que hacer nada. ¡Como no se ve, no se puede aunque se quiera!
Yo no pude menos que decir:
– Para eso está la luz, niño idiota, para que cuando te levantes a las seis la enciendas y termines los deberes que te quedan por hacer.
– Ella, a su edad, no creo que deberes tenga que hacer muchos -respondió Fernandito.
Creí, no conociéndola, que tía Teresa intervendría en este aparte, enumerando quizá -o negándose a enumerar- los deberes que hacía en Pedraja desde las seis de la mañana. Pero tía Teresa no sólo no oía de aquel lado, el del oído izquierdo, sino que ni siquiera, de habernos oído, hubiese prestado la más mínima atención: ella era toda la atención, el objeto, el sujeto, y hasta la propia intensidad de la atención con que todos la atendíamos. Más tarde aprendí a reconocer los preludios aquellos: como si se asegurara firmemente con ambos pies en tierra antes de arrancarse y dar el salto:
– Como los años se pasan y se pasan, cuando quieres recordar, ¡Pateta, que te lleva! y te están rezando los rosarios, ya ves tú, como no hagas por verte, es que no te ves. Con el lechero, con el huevero y con el panadero es con quienes te ves, con ésos, y cuando anochece estoy rendida. Y así se nos han pasado a dos familias a la vez dieciséis años. Como se te pasa media tarde y ya es de noche.
– Que es que veinte años no es nada, Teresita -dijo tía Lucía-, ya lo dice el tango.
Pero el tango no era un tema que interesara a tía Teresa. Lo que quería hacernos ver era que -no obstante ser un trajín incomodísimo tener que, a partir de ahora, venir a vernos, o que nosotros fuéramos a verla- era una obligación y era una lata, pero una cosa que pensaba hacer aunque sólo fuese además por cambiar de aires y no pasarse el día entero en la marranera de hoz y coz, con que si me come o no me come el cerdo bien el pienso compuesto nuevo que se les echa ahora, «por lo menos yo», para completar bien el engorde. Tía Lucía y mi madre se reían. Ninguno de nosotros tres, en cambio, se reía, porque el mejunje aquel de la marranera y la persona, combinado con no saber quién era Pateta, era demasiado. Ni siquiera Violeta, que había tenido en realidad más trato con tía Teresa en aquel viaje en el Citroën, supo decirnos, cuando se fue, de qué habló durante todo el tiempo sin parar ni de qué se reían, ni qué gracia le reían tía Lucía y mi madre. La última frase que dijo antes de irse en el Citroën fue a mi madre, a quien todos rodeábamos: «No se puede, mira, hacer lo que se ha estado haciendo aquí entre vosotras y nosotros. Todo porque Fernando y tú no os lleváis. ¿Qué más da que no os llevéis? Da igual. Ahora nos vamos a llevar, porque lo digo yo y además porque es así.» Dicho lo cual, arrancó de un estrincón, y creímos que al llegar al puente iban a irse de cabeza a la barranca tía Teresa y el Citroën, porque, desde donde estábamos al menos, no daba señales de enfilar el puente.
La cosa quedó ahí, lo mismo que quedó el viaje de Violeta con mi padre sin relatos y aparentemente también sin consecuencias, suspendido y sin calificar entre nosotros. Porque eso fue lo que faltó a partir de entonces en ciertos asuntos referentes a Violeta o donde interveníamos Violeta y yo. Ninguna de las dos -al comentarlo más tarde- decíamos nunca: bien, o mal. Pero no era porque evitáramos juzgar para no ser juzgadas. Lo omitido no era el juicio que, sin duda, cada una de las dos hacía para su capote. Lo omitido ahora era el enunciado del juicio que hasta entonces siempre nos habíamos recreado intercambiando.
Mi madre, en cambio, sé que habló de todo ello con la naturalidad con que ahora se hablaba en la mesa, con cualquier motivo, de mi padre y de su visita. Yo pregunté por qué, en el pasado, dejaron de verse tía Teresa y ella.
– Sencillamente, al irse tu padre, se interrumpió la relación y pasamos a otra cosa. Era otra cosa. Ya no había relación. No es que no nos quisiéramos ver. No se trataba de querer o no querer. Se trataba de dejarlo ir. Fue lo mismo con tu padre. Los dos lo dejamos. Nos dejamos ir. Sin consecuencias. Desinteresados. Civilizadamente. Quedamos como amigos…
– Será así -dije yo- si tú lo dices. Quizá mi padre lo pensaba entonces, cuando yo era pequeña. Pero ahora no es igual, ni parecido. Ahora se ha puesto en contra nuestra, viene con exigencias, reclamando es como viene…
Mi madre no me miraba. Fruncía el ceño. Y lo dejé, por miedo a descubrir que lo que había en el fondo de toda aquella aparente facilidad y flexibilidad de la separación de mis padres era, para mi madre, la angustia ante la culpa. Yo sentía amargura por haber dejado ya Violeta y yo de ser niñas y de querernos como niñas. La cuestión ahora estaba situada a una gran distancia, en el futuro. Al final quizá de nuestras vidas. Consistía en saber hasta qué punto creía Violeta, y creía yo, que valía la pena transformar nuestro espontáneo cariño infantil en un afecto duradero.
Ahora era mi madre quien ocupaba el papel sobresaltante, con frecuencia imprevisible, que había desempeñado durante tantos años tía Lucía mientras mi madre ocupaba el fondo. Tía Lucía era una mujer extraordinariamente distinguida a sus cincuenta y ocho, un rostro delicadísimo pero quizá en exceso demacrado y tirante para resultar hermoso. Mi madre, en cambio, sin cambiar apenas sus costumbres salvo en eso del paseo diario, tenía ahora, a sus cincuenta y dos, una renovada plenitud, una belleza radiante que recordaba la de sus fotografías juveniles. Estaba liberada gracias a Fräulein Hannah del peso de las responsabilidades domésticas. El dibujo y la pintura era como si revirtieran iluminando al sujeto, a la pintora misma. Ahora hablábamos de Gabriel y de sus años con Gabriel con la viveza con que se habla de alguien que realmente acabamos de conocer y que pudiera presentarse en cualquier momento de nuevo ante nosotros. Así, ahora podía mi madre detenerse súbitamente para hacer notar que la visión, el acto de ver las cosas, es una de las acciones más rápidas que existen. Decía: «Fíjate, vamos a hacer este experimento: cierra los ojos, y cuando yo te diga "Ahora", vuelve a abrirlos.» Así lo hacía yo, y mi madre, al cabo de unos segundos, decía «¡Ahora!», dando una pequeña palmada. Y luego preguntaba: «Di lo que has visto al abrir los ojos.» «Todo, mamá, lo he visto a la vez todo», porque sabía que ésa era la respuesta, la que da Leonardo por lo menos, a quien Gabriel debió de parafrasear con frecuencia. Y mi madre decía: «¿Ah, sí, estás segura? ¿No es todo un poco demasiado? ¿Cuántas cosas hay en ese todo? ¿Podrías contarlas? Un todo que no tuviera partes no sería un todo, sería un bolo, un uno, un pelotón. ¿O no?»
«Al abrir los ojos digo que veo todo, y quiero decir que veo», contestaba yo dócilmente, «infinitas formas en un solo instante, pero captar con propiedad, con exactitud, capturar en el sentido de que puedes dar detalles, sólo captamos en cada momento una cosa: la infinitud es sucesiva, tan pronto como se trata de dar cuenta eficaz de su captura.» Y mi madre respondía alegremente: «Y que lo digas. Y lo pesadísimo que Gabriel solía ponerse. De los tres hermanos tú eres la que más me recuerdas a Gabriel, como si al pensar en Gabriel mientras te estaba esperando algo de lo que pensaba se te hubiera colado a ti misma por el cordón umbilical. Tú te pareces a Gabriel en la pasión por los detalles, y en el orden riguroso con que inmediatamente los organizas al dibujar cualquier cosa.» «¡Pero mamá, si no sé dibujar!» «Eso es lo malo, que no sabes dibujar y en cambio sí que sabes hablar. Hablar es la manera más segura de desfigurar todas las cosas.» «Exageración, mamá. Cuéntame, ¿Gabriel cómo era? Las caras que ponía, cuéntame.» «Es imposible decir Gabriel cómo era. No creas que era simpático, era bastante antipático. Yo le decía a lo mejor: "Todo el tiempo me gustaría estar aquí sentada, viendo cómo dibujas", y Gabriel respondía: "Pesadez. Acabaría medio lelo a fuerza de tanto ser mirado. Nosotros somos los que miran, no los mirados, mirado es todo lo demás, no nosotros", eso decía.» Y yo, para tirarla de la lengua, decía: «Mamá, sí que era raro Gabriel.» Y mi madre: «¿Qué iba a ser? Decía, para que veas: "Mientras se está solo, pintando o dibujando las cosas, se es sinceramente uno mismo, pero ¡ay de ti como dejes que se siente contigo otra persona, una persona que no dibuje y que no pinte como tú estás dibujando y pintando! Por mucho que la quieras, ay de ti. Acabáis hablando de lo primero que se tercie, tonterías, dejarás de escribir o de pintar. Os volveréis un matrimonio." Era una persona autoritaria, desde luego, no era fácil de llevar, era mandón.» Este tipo de cosas solía decirlas mi madre en una de sus súbitas paradas, equivalentes a las que años atrás hacía tía Lucía, entre zancada y zancada, para ponerse a hablar de los fantasmas. Entonces arrancaba como si fuese a encontrarse con Gabriel o quisiese huir de él tras evocarle con tantísima vehemencia. En una de esas ocasiones -a raíz del relato de una de las desdeñosas referencias que por lo visto hacía Gabriel al matrimonio- yo intercalé que Gabriel quería estar enteramente solo, sin mujeres, para ser enteramente él mismo. Debí de poner un acento cínico, debió de sonar a oídos de mi madre horriblemente vulgar y mordaz, porque se paró en seco y dijo: «Perdona, pero estás equivocada, soy yo quien exagero y desfiguro todo. Gabriel no era un creído ni un egoísta, ni un diletante, nada de eso. Era una persona paciente, un hombre muy humilde, aunque no de humilde extracción. Se enamoró de mí e hizo que yo me enamorara de él por ser humilde. Su humildad me volvió maravillosa a mí y volvía continuamente maravilloso y brillante, nítidamente dibujado, ponderado y calculado, el mundo. Él se hubiera quedado conmigo, como, de hecho, se quedó después con su mujer, a quien no amaba. Sentía compasión por ella, eso fue todo, que ella le necesitara sirvió de cebo para que volviera, aunque realmente no la amaba a ella sino a mí. Pero fui yo quien le echó.» «Perdona, mamá, pero eso no fue así. Esto lo has contado otras veces y no fue así.» «Porque lo contaba mal adrede, siempre conté que lo dejamos porque él estaba casado y los dos lo decidimos: respetar el matrimonio. Pero es falso. Él no quiso. No quería. Nunca quiso dejarme. Y yo le amaba. ¡Porque le amaba, por eso le eché!» «Entonces lo mismo que a papá.» «¡Qué va! Tu padre y yo ni nos echamos ni nos reunimos, fue una coincidencia que duró lo que duró, los dos lo dejamos por pura y simple indiferencia.» «Francamente, no lo entiendo», dije yo, pero no quise seguir, todo era demasiado serio en realidad. ¿Qué quería decir mi madre al decirme a mí que perdió a Gabriel precisamente porque le amaba, y no -como siempre había creído yo- aceptar la mala suerte y el convencional matrimonio de Gabriel? No me atrevía a añadir nada, y fue mi madre quien añadió: «Me consta que Gabriel vive aún, y que por desgracia todavía me querrá. Yo soy la que no le quiere ya, afortunadamente. Y de eso se trataba: de dejar de amarle, a cualquier precio. Eso fue lo que quise y eso fue lo que logré: después de tantos años, acordarme de él sin sentir por él ni siquiera curiosidad. Sólo la admiración que se siente por un gran artista cuyos cuadros una admira. No hay ya nada personal, ya no le amo.» Y esta brusca e insistente repetición y variación de todo aquel asunto de Gabriel que siempre estuvo presente en casa, me pareció que no podía ser casual o simple consecuencia de un sentirse más entonada y más guapa en su rejuvenecimiento de la cincuentena. Tenía que haber ahí un fondo indecible que sólo mediante la negación podía ser indicado.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Donde las mujeres»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Donde las mujeres» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Donde las mujeres» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.