Tahar Jelloun - Mi madre
Здесь есть возможность читать онлайн «Tahar Jelloun - Mi madre» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Mi madre
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Mi madre: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Mi madre»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Mi madre — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Mi madre», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Roland cree que con los padres se producen obligatoriamente conflictos. Me habla de su madre con cariño pero escribe sobre ella con una lucidez rayana en la crueldad. Al comentar una visita que hizo a su madre que vive en Lausanne, escribe: «Esta anciana, quejica y caprichosa, me trata como si yo debiera estar eternamente a su servicio. Me ordena que telefonee a sus amigas. Tienen que enterarse de que su hijo adorado por fin ha ido a verla». Se ve a sí mismo como un «hijo hipócrita», «monstruoso en la escritura», «benevolente en la cotidianidad de la existencia».
También es verdad que «los vínculos de sangre pervierten todo». Pero aceptamos jugar el juego hasta integrar esa parte maldita de nuestro ser. Yo no he sentido la necesidad de ser hipócrita ni cínico ni cruel. Mi madre me desarma. Su mirada, su chantaje soterrado, sus exigencias no me provocan compasión ni tristeza sino un amor irracional y desinteresado.
Como lector de Nietzsche, he llegado a sentirme escandalizado por las turbulentas relaciones que tenía con su hermana y su madre. Decía que lamentaba haber desarrollado el concepto de «eterno retorno» porque permitiría volver a poner en marcha aquellas «máquinas infernales». Uno se imagina a Nietzsche nacido de una madre desconocida y viviendo sin familia, solo, en lo alto de una montaña a semejanza de Zaratrusta. ¡Pero cuando la echaba de menos, le escribía cartas en las que le pedía que le mandase los embutidos que ella le daba cuando era pequeño!
Yo no escribo a mi madre, hablo con ella. Ya no puedo pedirle que me prepare un plato de lentejas o de habas con aceite de oliva, como solía hace años.
Mi madre también se ha convertido en «quejica y caprichosa». La enfermedad, el aburrimiento, la soledad han fomentado sus inclinaciones más negativas. No es una tirana pero juega a ejercer su autoridad sobre Keltum. Insiste, se repite y agota la paciencia de los que están junto a ella. A veces se da cuenta, y pide que no hagamos caso a esas «pequeñas cosas».
16
«Las pequeñas cosas» de la vida son cada vez más problemáticas para mi madre. Quiere que alguien venga a casa a hacerle la pedicura. Keltum fue a comprar un cortaúñas que ha resultado inservible. Quiere que Keltum le rasque la espalda con delicadeza y sin protestar, ir al cuarto de baño sin necesidad de apoyarse en su brazo, tener dinero a mano para tirarlo al váter, ponerse sus alhajas como si fuera un día de fiesta, salir a la calle, caminar e incluso correr.
Hace más de veinte años que mi madre no ayuna durante el mes de ramadán; a los médicos les costó convencerla. Le entra culpabilidad y dice que «devolverá» su deuda a Dios cuando esté curada. Me pregunta cómo me las arreglo en Francia para hacer el ramadán. Le digo que en ese país no hay el ambiente religioso y espiritual necesario para ayunar. No se extraña. A veces, yo no cumplía las reglas estrictas del ayuno. Ella no me hacía reproches, me decía: «Es algo entre tú y Dios». Me gustaba su tolerancia. Mis padres nunca nos obligaron a practicar la religión. Recuerdo los inviernos rudos de Fez. Teníamos que levantarnos temprano y sacar agua del pozo. Hacer las abluciones con agua fría era un auténtico calvario. Recuerdo esas mañanas frías como si fuera una pesadilla. Un día mi padre nos convocó a mi hermano y a mí y nos dijo: «La oración es uno de los pilares del islam. Hay que hacer las cinco oraciones diarias. Podéis incluso acumular todas al final del día. No es un castigo. Si no sentís la necesidad de rezar, no recéis, pero no finjáis, no sirve de nada, el día del Juicio Final estaréis solos ante vuestra conciencia y ante Dios. Responderéis de vuestros actos ante el Supremo. Es una decisión vuestra. Nunca os obligaré a ser creyentes. He cumplido con mi deber al mostraros el camino. El islam es sencillo, para ser un buen musulmán, basta con creer en un Dios único y en su enviado, Mohamed, el último de los profetas revelados; basta con no mentir, no robar, no matar, no hacer daño intencionadamente, comportarse correctamente con los padres y con las personas mayores. El resto, vosotros sabréis: rezar, ayunar, hacer la peregrinación a La Meca son manifestaciones externas. Yo, por ejemplo, no tengo intención de ir a La Meca y que unos saudíes sin escrúpulos se aprovechen de mí o unos gigantes africanos me pisoteen en mitad de la muchedumbre. ¡Y, sin embargo, soy musulmán y no tengo nada que reprocharme! Vosotros veréis, no cabe coacción en religión, el Profeta lo dijo, haced lo que vuestra conciencia os dicte».
Con aquellas palabras, pronunciadas en tono sereno, me sentí liberado. Nunca agradeceré bastante a mi padre que me hubiese hablado como a un adulto. Debía de tener entonces siete u ocho años, todavía vivíamos en Fez. Mi madre no se enteró de lo que mi padre nos había dicho. Pero ella era igual de tolerante que él.
No sé de dónde viene, pero el preocuparse por todo es una constante en nuestra familia. Se transmite de padres a hijos desde hace varias generaciones. El miedo, la pérdida, la obsesión por los accidentes. Nuestra vida está carcomida por la angustia. No sé quién de los dos se preocupaba más, si mi padre o mi madre. Creo que fue mi padre quien transmitió esa forma de ser a mi madre. Le daban palpitaciones y se ponía pálida si yo llegaba a comer con una hora de retraso. Enseguida se imaginaba lo peor. Acechaba desde la ventana mi llegada y, a veces, se ponía la chilaba y salía a la puerta de la calle, esperando que así yo apareciera antes. Todas las madres mediterráneas son obsesivas. La mía debía de serlo algo más que el resto. Yo no toleraba esas manifestaciones de afecto atosigante. Me ponía nervioso, protestaba, luego me arrepentía por haber hecho daño a mi madre. Ella me contestaba, aliviada: «Ya verás, cuando tengas tus hijos, tus entrañas no soportarán lo que las mías han soportado». Luego, cuando recuperaba su estado normal, es decir, tranquilizada y serena, añadía: «Ya lo sé, te irrita, pero Dios me ha hecho así, él es el que me ha dado un corazón tan frágil, no puedo evitarlo, y no creo que cambie algún día, no puedo dormir si alguno de mis hijos aún no ha llegado y no sé dónde se encuentra ni qué hace, así es, tengo el corazón loco, enfermo de locura, no es lógico, late más fuerte cuando pienso en vosotros, la vida está llena de imprevistos y de accidentes, así que tenéis que hacer el esfuerzo de comprenderme, con el tiempo lo entenderás».
Con el tiempo, ni entendí ni admití ese vínculo asfixiante. Intento no reproducir ese comportamiento con mis propios hijos. Pero confieso que mis padres me inocularon el virus de la intranquilidad y la impaciencia.
Tenía dieciséis años cuando asistí a mi primera reunión política. Estábamos reunidos en casa de un amigo para formar un sindicato de alumnos de secundaria e intentar luchar contra la represión en Marruecos. Había regresado a casa hacia las dos de la madrugada. Mis padres estaban en la puerta de la calle, mi padre amenazante, mi madre llorando. Antes de oír los reproches de mi padre, besé las manos de mi madre pidiéndole perdón: «¡Estaba en una reunión, vamos a hacer huelga para que la policía deje de maltratarnos!». Mis padres estaban estupefactos. «¡Se acabaron las reuniones! ¡Se acabó la política!», gritaba mi padre. Él sabía de qué era capaz la policía marroquí. Un verano, cuando estábamos pasando unas vacaciones en casa de mis primos de Casablanca, habían entrado ladrones. Mi padre, tranquilo y decidido, nos pidió que no tocásemos nada. La policía vendrá a recoger las huellas dactilares y levantar acta del robo. ¡Pobre infeliz, se creía que estaba en una película de polis americanos! La policía había venido y se había llevado a mi padre en un furgón. Estaba avergonzado. Todos los vecinos habían asistido a la escena. La policía lo trató como si él fuera el ladrón. En la comisaría lo habían dejado esperar en un pasillo. Después de varias horas, lo interrogaron como si fuera un bandido, pidiéndole tanta información sobre sus hijos, su negocio, sus costumbres, que se levantó y, con ese humor que la policía ni remotamente podía apreciar, dijo: «Lo siento mucho, señores, les juro que esto no se volverá a repetir, es la primera y la última vez. Y ahora, déjenme marchar».
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Mi madre»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Mi madre» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Mi madre» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.