Colocó seis ceniceros en la bandeja japonesa de cristal, que utilizaba generalmente para transportes de esa clase. Después, ateniéndose a la relación clavada con chinchetas detrás de la puerta del armario, eligió, una por una, cuatro postales para cada Consejero. Recordó, sin necesidad de comprobarlo, que el presidente prefería los grupos cíclicos con conexiones dobles, como consecuencia de sus estudios de química, y examinó admirativamente la primera postal, que reproducía un auténtico número acrobático. Sin entretenerse más, movió la cabeza con gesto cómplice y terminó rápidamente la selección.
2)
El barón Ursus de Janpolent rodaba en coche hacia el lugar donde había de celebrarse el Consejo.
3)
Alrededor de las diez menos cuarto, llegaron simultáneamente tres personajes, a los que el ujier saludó con respeto. Llevaban ligeras carteras de piel de cerdo apenas sobada, trajes de chaqueta cruzada, chalecos fantasía, aunque lisos y haciendo juego con la tela de los trajes, y sombreros del tipo bolero. Hablaban con mucha seriedad un lenguaje salpicado de inflexiones diáfanas y rotundas, levantando bastante la barbilla y manoteando con la derecha, que era la mano con la que no sostenían la cartera. Repárese, sin prejuzgar por ello el curso de los acontecimientos, en que dos de aquellas carteras se abrían mediante una cremallera que corría a lo largo de tres de sus cuatro lados, haciendo el cuarto de bisagra. La tercera cartera, de las de asa, constituía la vergüenza de su propietario, quien, cada tres minutos, aludía a la proyectada adquisición, aquella misma tarde, de una idéntica a las otras dos, bajo cuya condición los detentadores de las carteras de cremallera continuaban intercambiando con él definitorias inflexiones.
4)
Todavía quedaban por llegar dos Consejeros, sin contar al barón Ursus de Janpolent, que rodaba en coche hacia el lugar donde había de celebrarse el Consejo.
Uno de ellos, Agata Marion, penetró en el edificio a las diez y veintisiete. Se detuvo, se volvió y observó insistentemente, a la luz que entraba por la puerta, la puntera de su zapato derecho, que un importuno acababa de rasguñar; en el cuero lustrado se había levantado un triangulito de piel, que proyectaba una sombra de forma no triangular ya que tenía en cuenta el aparente reborde de la cosa, todo lo cual resultaba horrible de ver. Agata Marion se estremeció y, quitándose de encima con un movimiento de hombros las vibraciones de carne de oca que se agitaban entre sus omoplatos, volvió a girar sobre sí mismo. Reanudó la marcha, de pasada dijo buenos días al ujier y su primer pie encentó el plano ligeramente material de la puerta del Consejo, un minuto antes de la hora reglamentaria.
5)
El barón Ursus de Janpolent le seguía a tres metros de distancia.
6)
El último Consejero se retrasaba y la sesión empezó sin él. Lo que arrojaba un resultado de cinco personas y un ujier, más una persona retrasada, que también cuenta, o sea, siete en total, pero no en cifras redondas, ya que desgraciadamente para un número inferior a diez sólo existe una cifra redonda, que es el cero, y cero no es igual a siete.
– Señores, se abre la sesión. Tiene la palabra el ponente, quien nos expondrá, mucho mejor de lo que yo mismo podría hacerlo, cómo ha avanzado nuestro asunto desde la última reunión.
– Señores, les recuerdo que nuestra Sociedad, fundada por instigación del Director técnico Amadís Dudu, tiene por finalidad la construcción y explotación de un ferrocarril en Exopotamia.
– No estoy de acuerdo.
– Pero claro que sí, acuérdese.
– Sí, es cierto. Estaba equivocado.
– Señores, después de nuestra última sesión, el Director Dudu nos ha enviado una serie de importantes estudios, que los servicios técnicos, con la asistencia de uno de los más notables técnicos de esta Empresa, han examinado hasta sus últimos detalles. De todo ello se deduce la necesidad de enviar urgentemente a Amadís Dudu personal experto y algunos agentes ejecutivos.
– El secretario, de conformidad con lo acordado en la última sesión, quedó encargado del reclutamiento del personal y, ahora, nos va a informar del resultado de sus gestiones.
– Señores, he conseguido la colaboración en nuestro proyecto de uno de los más notables técnicos que actualmente existen en materia de ferrocarril.
– No estoy de acuerdo.
– Pero, vamos a ver, fíjese que el ponente no está hablando de eso.
– Ah, entonces, ¡perfectamente!
– Acabo de hacer referencia a Cornelius Onte.
– ¿Eso es todo?
– Desgraciadamente Cornelius Onte ha sido víctima de un accidente de automóvil. Sin embargo, gracias a las incesantes gestiones realizadas desde la fecha del accidente, he conseguido sustituir al notable técnico, que es el señor Onte, por un ingeniero de gran valía. Lo que es más, matando de un tiro dos pájaros y medio, he hecho firmar un contrato a otro ingeniero de talento y a una secretaria arrebatadora. Vean ustedes la postal número cuatro de las del señor Agata Marion; el rostro del ángulo superior izquierdo tiene un perfil, aunque deformado por la acción que ejerce, sensiblemente idéntico al de la mencionada secretaria.
– Señores, que circule esa postal.
– No estoy de acuerdo.
– Con sus constantes interrupciones, nos está usted haciendo perder el tiempo.
– Perdóneme, estaba pensando en otra cosa.
– Y ¿los agentes ejecutivos?
– El proyecto promete.
– Señores, el mismo día contraté también a un médico y a un interno, que nos resultarán muy valiosos cuando los accidentes de trabajo alcancen su máximo rendimiento.
– No estoy de acuerdo.
– Y ¿los agentes ejecutivos?
– De acuerdo con un convenio firmado sobre el terreno por el Director Dudu, la manutención y el alojamiento del personal técnico directivo estarán asegurados por el restaurante Barrizone.
– Señores, desde ahora mismo el trabajo efectuado por el secretario puede calificarse ya como fructífero. Por otra parte, les indico a ustedes que uno de mis sobrinos, Robert Gougnan du Peslot, me parece la persona ideal para asumir las funciones de Director comercial del asunto. Les propongo que él mismo se encargue de fijar sus emolumentos y de contratar a su secretaria.
– Perfectamente.
– En cuanto al personal técnico, se les podría asignar el sueldo que rige aquí, aumentado con una dieta por desplazamiento.
– No estoy de acuerdo.
– Por una vez, tiene razón.
– Pero, vamos, ¿qué es un técnico? No es alguien que requiera cualidades especiales. Basta con aplicar mecánicamente cosas sabidas que cualquiera enseña.
– Fuera la dieta por desplazamiento.
– Una pequeña dieta por desplazamiento.
– Hay que meditar el problema.
– Señores, se levanta la sesión.
– Devuélvame mi postal.
– No se ha hablado de los agentes ejecutivos.
– Se hablará de ellos en la próxima reunión.
– No estoy de acuerdo.
Todos se pusieron en pie, pero no al mismo tiempo, y, con un bullicio poco armonioso, abandonaron la sala. Conforme pasaban, el ujier les saludó y, arrastrando su pata chula, se aproximó con lentitud al lugar de la difunta reunión, que, sumido en una escandalosa humareda, apestaba.
"Parece estar suficientemente demostrado que los niños pequeños y los animalitos maman todo lo que se encuentra al alcance de su boca, por lo que es preciso enseñarles a mamar donde se debe."
(Lord Raglan. El tabú del incesto. Payot. 1935. página 29.)
Ana descubrió que su maleta pesaba mucho y se preguntó si no la habría atestado con demasiados artículos de segunda necesidad. No se respondió por pura mala fe, lo cual le hizo resbalar en el último escalón de la encerada escalera. Al lanzarse su pie hacia adelante, con movimiento concomitante su brazo derecho lanzó la maleta a través del vidrio del arco que coronaba el portal. Ana se levantó rápidamente franqueó el umbral de un salto y llegó a tiempo de recoger la maleta, cuando caía ya al otro lado de la puerta. El peso le dobló y, a consecuencia del esfuerzo efectuado, se le hinchó el cuello y se le saltó el botón de metal radioso de la camisa, que cinco años antes había adquirido en una verbena de caridad. De inmediato, el nudo de la corbata se aflojó y se deslizó varios centímetros. Había que empezar todo de nuevo. Recogió la maleta, a costa de un feroz esfuerzo la lanzó al otro lado del arco, corrió de espaldas para recogerla al pie de la escalera y con toda celeridad trepó marcha atrás los diez primeros escalones. Exhaló un suspiro de alivio, al sentir que el nudo de la corbata se apretaba de nuevo y que el botón de la camisa volvía a cosquillearle la nuez. Ana salió sin más tropiezos de su casa y comenzó a caminar por la acera.
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