Eric Frattini - El Laberinto de Agua
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- Название:El Laberinto de Agua
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El Laberinto de Agua: краткое содержание, описание и аннотация
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Una vez más la piedra volvió a moverse, dejando a la vista un oscuro hueco bajo ella. Afdera acercó la linterna para intentar ver algo, sin demasiado éxito.
– Intentémoslo de nuevo -propuso esta vez Max.
La piedra volvió a moverse desplazándose hacia un lado y dejando el suficiente hueco para que un cuerpo pequeño pudiera pasar a través de él.
– Voy a bajar. Átame la cuerda a la cintura. Si doy un tirón, es que todo va bien. Si doy dos tirones, es que una rata gigante intenta devorarme y puedes dejarme y salir corriendo.
– Eso me gustaría.
– Sí, lo sé -respondió Afdera mientras saltaba a la cripta.
La joven alcanzó el suelo, situado a unos tres metros bajo la torre, mientras Max permanecía en la superficie atento al menor movimiento de la cuerda que Afdera llevaba atada a la cintura.
El estrecho pasillo, con inscripciones cruzadas a ambos lados del muro, desembocaba en una antecámara vacía. Iluminó hacia el techo, intentando descubrir una segunda cámara secreta. Mientras golpeaba levemente los muros con la palanca de hierro, un sonido seco le indicó que había encontrado lo que buscaba.
Comenzó a golpear la pared con fuerza hasta que varios pedazos se desprendieron, dejando al aire una segunda cámara. Arrimó la linterna al pequeño hueco y se acercó para intentar ver algo en aquella oscuridad. Aparecieron ante sus ojos tres sarcófagos de piedra.
Siguió golpeando el muro con la palanca hasta que éste cedió, dejando un hueco más grande por el que poder entrar.
Afdera estudió atentamente los tres sarcófagos. Tan sólo el colocado en la pared norte mostraba una cruz en uno de los lados. Si Hugo de Fratens había sido el elegido por Luis de Francia para salvaguardar un valioso documento de la cristiandad, estaba claro que aquélla debía ser su tumba.
Antes de abrirla, la joven decidió regresar a la entrada de la cripta, en donde aún la esperaba Max.
– Max, ¿estás ahí?
– Sí, aquí estoy. ¿Has encontrado algo?
– He encontrado tres sarcófagos que, por la forma, deben pertenecer a caballeros cruzados. Hay uno situado en una posición principal con respecto a los otros dos y que podría ser el de Hugo de Fratens. Necesito que vayas al hotel y que me traigas la cámara de fotos. Si Ylan se va a enfadar con nosotros, al menos documentemos el hallazgo.
– No quiero dejarte aquí sola.
– No seas tonto. No me va a pasar nada. No hay nadie aquí abajo. Ve al hotel y tráeme la cámara. Yo iré documentando en el diario de mi abuela lo que he encontrado en la cripta.
– De acuerdo, iré, pero no te muevas ni hagas nada hasta que no regrese -le advirtió Max.
– ¿Y adónde crees que podría ir? Date prisa.
Max soltó la cuerda que tenía aún sujeta entre las manos y salió de la torre. Mientras atravesaba la plaza vacía, podía oír el sonido de sus pasos y de su propia respiración. Afdera no estaba dispuesta a esperar a Max, así que volvió a introducirse en la cámara secreta y se dispuso a abrir el sarcófago utilizando la palanca de hierro y las cuñas metálicas.
Poco a poco, la tapa fue cediendo hasta que consiguió desplazarla hacia un lado. Allí, ante sus ojos, estaban los restos del que había sido el caballero del rey Luis de Francia, Hugo de Fratens. Un gran escudo con el símbolo de los hospitalarios cubría casi por completo sus restos. Afdera tiró de él y lo colocó cuidadosamente sobre otro de los sarcófagos. Aún podían distinguirse sus vestidos blasonados, ya descoloridos por el paso de los siglos. La joven observó atentamente el cadáver, recorriéndolo con la luz de la linterna.
En uno de los dedos lucía un anillo. Sopló para limpiar de polvo el sello. Ante ella apareció un escudo con una garra de león, el símbolo de la familia Fratens.
Entre los huesos de sus manos, el caballero sujetaba también una especie de mandoble, con un peso aproximado de cuatro kilos y dos metros y medio de largo. Este tipo de armas se manejaba con dos manos en combate a pie. Su objetivo principal consistía en romper las filas de piqueros para abrir brecha en las filas enemigas para las cargas de caballería.
De repente, Afdera recordó la frase en árabe que aparecía en el trono de San Pedro en Venecia: Donde yace el caballero del le ó n, el sagrado, all í donde se alza la estrella, all í en la ciudad a ú n santa, encontrar á s la palabra del verdadero, del elegido, el de la gran estirpe que no tiene rey y que deber á guiar a las tribus de Israel.
La joven fijó entonces su mirada en la parte alta de la empuñadura. En el pomo aparecía una estrella de seis puntas. Retiró el mandoble del sarcófago y lo depositó en el suelo. Con cuidado intentó manipular la empuñadura, tirando fuertemente del pomo hacia arriba. Al cuarto intento, el pomo cedió, dejando al descubierto un compartimento secreto. Al enfocar la luz dentro pudo ver una especie de papel enrollado.
Con la punta de los dedos consiguió extraerlo, muy lentamente. A primera vista parecía un sencillo trozo de papiro. Afdera temía dañarlo, pero necesitaba saber qué era aquel papel. Con una mano comenzó a desenrollarlo, intentando que no se agrietase y se partiese el pliego.
A medida que iba desenrollándolo, iban apareciendo ante sus ojos extraños símbolos que identificó enseguida como caracteres arameos. Sin duda, aquel papiro que acababa de encontrar era la carta de Eliezer.
Mientras observaba la limpieza del texto, aunque sin entenderlo, oyó un ruido de pasos en el pasillo de la cámara anterior de la cripta.
– ¿Max? ¿Eres tú?
En ese momento, el padre Cornelius se abalanzó sobre Afdera blandiendo una fina daga de misericordia en su mano derecha. La joven intentó retroceder para protegerse de su atacante tras el sarcófago abierto, pero el intruso era mucho más hábil. De un salto consiguió situarse justo detrás de ella.
La joven agarró fuertemente la linterna e intentó alcanzar la cabeza del hombre, sin demasiado éxito. De repente, y por efecto del golpe, la linterna se apagó y la cámara quedó completamente a oscuras y en silencio. El asesino del Círculo Octogonus había conseguido alcanzar su objetivo, apuñalándola en el estómago y dejándola gravemente herida. Mientras Afdera se desangraba, descubrió que durante la lucha que se había desarrollado en la oscuridad, el asesino del octógono se había apoderado del documento. Tan sólo le había pertenecido durante unos escasos segundos.
Recostada contra uno de los muros, Afdera iba perdiendo la cons-ciencia de lo que había ocurrido y cómo había llegado hasta aquella oscura cripta de San Juan de Acre. Necesitaba recordar, necesitaba no olvidar cómo había llegado hasta allí, hasta aquella situación.
Cuando Max regresaba a la torre, vio cómo el asesino había conseguido alcanzar la superficie y estaba ya en pie desatándose la cuerda que se había atado a la cintura.
– ¿Quién es usted? -preguntó Max en el momento en que el asesino del Octogonus se lanzaba al ataque con la daga ensangrentada aún en la mano.
Con agilidad, Kronauer dio un salto y esquivó por pocos centímetros la hoja del arma, pero Cornelius tardó poco tiempo en reponerse y volver al ataque mientras entre dientes pronunciaba una frase en latín: Nulla potestas nisi a Deo, todo poder constituido proviene de Dios.
Esta vez Max se vio obligado a apoyarse en una de las paredes para rechazar la siguiente embestida. Los dos hombres forcejearon hasta caer al suelo rodando. El asesino del Octogonus, aunque mucho más débil que su oponente pero bastante más ágil, consiguió librarse y salir corriendo hacia la salida, perdiéndose en la oscuridad de la noche. El enviado de Lienart no se había dado cuenta aún de que durante la pelea Max le había arrancado la bolsa que llevaba en bandolera y en cuyo interior guardaba la carta de Eliezer.
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