Marta Rivera de laCruz - En tiempo de prodigios

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En tiempo de prodigios: краткое содержание, описание и аннотация

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La novela finalista del Premio Planeta 2006 Cecilia es la única persona que visita a Silvio, el abuelo de su amiga del alma, un hombre que guarda celosamente el misterio de una vida de leyenda que nunca ha querido compartir con nadie. A través de una caja con fotografías, Silvio va dando a conocer a Cecilia su fascinante historia junto a Zachary West, un extravagante norteamericano cuya llegada a Ribanova cambió el destino de quienes le trataron. Con West descubrirá todo el horror desencadenado por el ascenso del nazismo en Alemania y aprenderá el valor de sacrificar la propia vida por unos ideales. Cecilia, sumida en una profunda crisis personal tras perder a su madre y romper con su pareja, encontrará en Silvio un amigo y un aliado para reconstruir su vida.

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Como cada noche, a las diez me puse el pijama, y merodeé por el salón hasta que alguien (creo que fue mi abuela) dijo que no eran horas para andar de paseo, y sin muchas contemplaciones me enviaron a mi cuarto. Desde allí, con la luz apagada y la puerta entreabierta, tratando de no hacer ruido y acompasando mi respiración para que a cualquier curioso pudiera parecerle la de un durmiente, luché por permanecer despierto y con todos los sentidos en guardia para no perderme nada de lo que iba a pasar a continuación.

El llamador sonó una sola vez en mitad de la noche. Acababan de dar las once en el reloj de pared del pasillo. Me levanté como si tuviese un resorte en la espalda: si quería escuchar algo, lo haría mejor junto a la puerta, así que me situé en la entrada de la habitación y afiné el oído. Tras unos segundos percibí el sonido del pestillo al descorrerse, y la voz de mi padre dando la bienvenida a Zachary West… Casi inmediatamente oí avanzar a ambos por el pasillo en dirección a los dormitorios, y tuve el tiempo justo de meterme en la cama y taparme hasta la nariz, porque el señor West entró en la habitación llevando en brazos a Elijah. Parecía sumido en un sueño imperturbable. Mi padre y él le quitaron los zapatos, y le tumbaron vestido en una cama gemela a la mía. Luego, tras arroparlo, Zachary West besó en la frente a su hijo adoptivo antes de salir de la habitación. Creo que no tuvo tiempo de escuchar a Elijah murmurando algo en sueños. Pensé que mi amigo iba a despertarse, pero no fue así, y unos segundos después, a pesar de mi esfuerzo por permanecer en vela, yo también me quedé dormido.

Cuando abrí los ojos a la mañana siguiente, Elijah seguía durmiendo. Al mirar mi reloj de pulsera (un generoso regalo del abuelo con motivo de mi primera comunión), me di cuenta de que eran las nueve y media: no me habían levantado a tiempo para ir al colegio. Hacía frío aquella mañana, y una fina capa de nieve recién caída velaba la claraboya de mi habitación. Hubiese querido despertar a Elijah, alegrarme con él por su sorprendente llegada y preguntarle si iba a quedarse mucho tiempo en Ribanova y en mi casa, pero una misteriosa ráfaga de prudencia me dijo que era preferible dejar dormir a aquel niño que, tapado con el cobertor y vestido con ropa de calle, se me antojó más pequeño y más débil de lo que yo lo recordaba.

Salí de mi habitación con los pies descalzos y la bata de paño mal anudada sobre el pijama. Toda la casa estaba en silencio, lo cual resultaba sorprendente, porque las dos sirvientas de la familia eran vocingleras y escandalosas, y hacían las labores de limpieza cantando cuplés y aires de zarzuela. Al entrar en la cocina sólo vi a mi abuela y a mi madre, hablando en voz baja y con un aire de tan inequívoca gravedad, que ya no tuve ninguna duda de que algo extraño estaba pasando.

– ¿Donde están Toñita y Asela? ¿Por qué no me habéis despertado para ir a clase?

Mi madre dibujó una sonrisa.

– Toñita y Asela me pidieron el día libre. En cuanto a ti… pensé que preferirías quedarte en casa para poder estar con Elijah. Porque ya has visto que está en tu cuarto, ¿verdad?

Yo tenía ocho años, pero en modo alguno era un idiota, y habría que serlo para creerse el cuento de que mis padres habían consentido que hiciera novillos para que pudiera dar la bienvenida a un amigo. De todas formas, no era el momento de hacer muchas preguntas. Mi abuela me puso delante un tazón de leche y una rebanada de pan untada con manteca.

– Desayuna.

– No tengo hambre.

– Pues da igual. -Se dio la vuelta y quedó mirando los fogones. Mi madre se sentó junto a mí, que revolvía, desganado, el azúcar en la leche.

– Bueno, Silvio… tengo buenas noticias para ti. Elijah va a quedarse con nosotros una temporada.

– ¿Eso cuánto tiempo es?

– Pues… no sé, unas cuantas semanas, quizá un par de meses. ¿Qué pasa, no te alegras?

– Sí, claro… ¿Y el señor West? ¿También va a quedarse son nosotros?

A pesar de su fugacidad, no me pasó desapercibida la mirada que intercambiaron mi madre y mi abuela.

– Oh, no. -Mi madre intentaba parecer despreocupada-. Ya sabes, él tiene muchos negocios en el extranjero, y va a estar fuera del país durante un tiempo bastante largo. Cuando nos lo contó, papá y yo le propusimos que dejara a Elijah en nuestra casa.

Incluso de no haber leído aquel telegrama, hubiera estado seguro de que mi madre me mentía. Había algo raro en su fingido tono festivo, en su esfuerzo por normalizar la llegada de Elijah y su permanencia con nosotros. Creo que uno de los más raros momentos de la infancia es aquel en el que descubres que tus padres te mienten. Hay algo que se quiebra, una especie de decepción sorda, de mudo reproche hacia aquellos en los que habías depositado tu confianza absoluta en la seguridad de que nunca iban a engañarte. A otros niños les sucede al enterarse de la verdadera identidad de los magos de Oriente, pero a mí me pasó aquella mañana, ante un vaso de leche caliente, mientras mi madre se enredaba en explicaciones atolondradas para justificar la estancia en nuestra casa de mi mejor amigo.

Elijah se despertó poco después. Apareció en la cocina con la ropa arrugada y el pelo revuelto, dio los buenos días y aceptó la taza de leche y las tostadas que le ofreció mi madre. No había acabado el desayuno cuando ya él y yo habíamos recuperado nuestra antigua amistad, interrumpida durante más de tres meses. No parecía extrañado de encontrarse en mi casa, ni tampoco echar de menos a su padre ni a su vida habitual. Cuando, después de asearnos y vestirnos, mi madre nos dejó jugando juntos en la habitación en espera de la hora del almuerzo, mi amigo y yo pudimos tratar lo que estaba ocurriendo. Yo le hablé del famoso telegrama, cuyo texto recordaba sin dificultad alguna, y él reconoció que, en efecto, su padre adoptivo viajaba con cierta frecuencia.

– Pero esta vez debe de ser distinto -dijo.

– ¿Porque te han traído aquí?

Elijah frunció el ceño.

– Por eso y por otras cosas. En los últimos días, Zachary estaba preocupado. Le llamaban por teléfono muchas veces…

– ¿Tenéis un teléfono en casa?

– Sí. -Aunque yo hubiera querido que ahondara en detalles, Elijah no pareció dar mucha importancia a semejante prodigio-. Y hace tres noches alguien vino de visita más tarde de las doce. Zachary pensó que yo estaba durmiendo, pero escuché el timbre y me levanté. Era un hombre mayor, muy alto, con uniforme. Se metieron en el despacho y estuvieron allí hasta el amanecer. Al día siguiente mi padre me dijo que iba a traerme a Ribanova por unas semanas. Yo me puse contento, porque así podría verte y estar contigo. Otras veces me quedo solo en casa con los criados. Es muy aburrido.

A pesar de que aquella situación contaba con muchos elementos enigmáticos, Elijah no parecía preocupado, ni siquiera excitado. Supongo que sus ocho años de vida habían estado jalonados de acontecimientos excepcionales, de forma que su traslado a mi casa por un período de tiempo sin definir debió de parecerle un asunto menor. Aquel mismo día, durante la hora del almuerzo, mi padre le dijo a Elijah que estaba muy satisfecho de tenerle con nosotros, y que su padre volvería a buscarlo en cuanto resolviese unos asuntos que tenía pendientes en el extranjero.

– Mañana empezarás a ir a clase en el colegio de la Compañía de María. Ya he hablado con el director y está todo arreglado. No sabemos cuánto tiempo va a pasar antes de que tu padre regrese, y él no cree conveniente que pierdas el ritmo de estudio. Tu preceptor no puede trasladarse a Ribanova, de modo que es mejor que vayas al colegio. Así harás nuevos amigos, ¿eh?

Elijah asintió con docilidad, pero me di cuenta de que la perspectiva de ir a clase no parecía hacerle demasiado feliz. Su español era todavía bastante pobre, se sabía diferente y no estaba muy acostumbrado al trato con contemporáneos. Al día siguiente, cuando salimos hacia el colegio, me confesó que estaba asustado. Llevaba puesto un grueso abrigo de lana oscura y unas botas especiales para caminar por la nieve que Zachary West le había comprado en Suiza durante las últimas vacaciones. Su cartera escolar era nueva, y también sus cuadernos y sus lapiceros: estaba claro que su padre había intentado equiparlo perfectamente para la etapa escolar.

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