Array Array - La guerra del fin del mundo
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - La guerra del fin del mundo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La guerra del fin del mundo
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La guerra del fin del mundo: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra del fin del mundo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La guerra del fin del mundo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra del fin del mundo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—¿Cuántos? —murmuró el Barón. Sabía que nunca se conocería, que, como lo demás de la historia, la cifra sería algo que historiadores y políticos reducirían y aumentarían al compás de sus doctrinas y del provecho que podían sacarle. Pero no pudo dejar de preguntárselo.
—He tratado de saberlo —dijo el periodista, acercándose con su andar dubitativo y desmoronándose en el sillón—. No hay cálculo exacto. —¿Tres mil? ¿Cinco mil muertos? —susurró el Barón, buscándole los ojos. —Entre veinticinco y treinta mil.
—¿Está usted considerando los heridos, los enfermos? —respingó el Barón. —No hablo de los muertos del Ejército —dijo el periodista—. Sobre ellos sí hay estadísticas precisas. Ochocientos veintitrés, incluidas las víctimas de epidemias y accidentes.
Hubo un silencio. El Barón bajó la vista. Se sirvió un poco de refresco, pero apenas lo probó pues se había calentado y parecía un caldo.
—En Canudos no podía haber treinta mil almas —dijo—. Ningún pueblo del sertón puede albergar a esa cantidad de gente.
—El cálculo es relativamente simple —dijo el periodista—. El General Osear hizo contar las viviendas. ¿No lo sabía? Está en los diarios: 5.783. ¿Cuánta gente vivía en cada casa? Mínimo, cinco o seis. O sea, entre veinticinco y treinta mil muertos. Hubo otro silencio, largo, interrumpido por un zumbar de moscardones. —En Canudos no hubo heridos —dijo el periodista—. Los llamados sobrevivientes, esas mujeres y niños que el Comité Patriótico de su amigo Lelis Piedades ha repartido por el Brasil, no estaban en Canudos, sino en localidades de la vecindad. Del cerco sólo escaparon siete personas.
—¿También sabe eso? —levantó la vista el Barón.
—Yo era uno de los siete —dijo el periodista miope. Y, como queriendo evitar una pregunta, añadió de prisa —: Ea estadística que les preocupaba a los yagunzos era otra. Cuántos morirían de bala y cuántos de cuchillo. Se quedó callado un buen rato; con la cabeza espantó a un insecto. —Es un cálculo que no hay manera de hacer, por supuesto —continuó, estrujándose las manos—. Pero alguien podría darnos pistas. Un sujeto interesante, Barón. Estuvo con el Regimiento de Moreira César y volvió con la cuarta expedición al mando de una Compañía de Río Grande do Sul. El Alférez Maranháo. El Barón lo miraba, adivinando casi lo que iba a decir.
—¿Sabía que degollar es una especialidad gaucha? El Alférez Maranháo y sus hombres eran especialistas. En él, a la destreza se unía la afición. Con la mano izquierda cogía al yagunzo de la nariz, le levantaba la cabeza y pegaba el tajo. Uno de veinticinco centímetros, que abría la carótida: la cabeza caía como la de un monigote. —¿Está tratando de conmoverme? —dijo el Barón.
—Si el Alférez Maranháo nos dijera cuántos degollaron él y sus hombres se podría saber cuántos yagunzos se fueron al cielo y cuántos al infierno —estornudó el miope—. El degüello tenía ese otro inconveniente. Despachaba el alma al infierno, al parecer.
La noche que sale de Canudos, al frente de trescientos hombres armados —muchos más de los que ha mandado nunca — Pajeú se ordena a sí mismo no pensar en la mujer. Sabe la importancia que tiene su misión, y también lo saben sus compañeros, escogidos entre los mejores caminantes de Canudos (porque habrá que andar mucho). Al pasar al pie de la Favela hacen un alto. Señalando los contrafuertes del cerro, apenas visible en la oscuridad conmovida por los grillos y las ranas, Pajeú les recuerda que es allí donde hay que traerlos, subirlos, encerrarlos, para que Joáo Abade y Joáo Grande y todos los que no han partido con Pedráo y los Vilanova hacia Geremoabo al encuentro de los soldados que vienen por ese rumbo, los acribillen desde los cerros y llanos vecinos, donde los yagunzos ya han tomado sus emplazamientos en trincheras cargadas de municiones. Joáo Abade tiene razón, es la manera de dar un golpe mortal a las carnadas malditas: empujarlas a ese cerro pelado. No tendrán donde guarecerse y los tiradores harán puntería sobre ellas sin ser siquiera vistos. «O los soldados caen en la trampa y los deshacemos —ha dicho el Comandante de la Calle—. O caemos nosotros, pues, si rodean Belo Monte, no tenemos hombres ni armas para impedir que entren. De ustedes depende, cabras.» Pajeú aconseja a los hombres que sean avaros con las municiones, que apunten siempre a los perros que llevan insignias en los brazos o tienen sable y van montados y que no se dejen ver. Los divide en cuatro cuerpos y los cita a la tarde siguiente, en la Laguna del Lage, no lejos de la Sierra de Aracaty, donde, calcula, estará llegando para entonces la avanzada de la tropa que partió ayer de Monte Santo. Ninguno de los grupos debe dar pelea si encuentran patrullas; deben ocultarse, dejarlas pasar y, a lo más, hacerlas seguir por un pistero. Nada ni nadie debe hacerles olvidar su obligación: traer a los perros a la Favela.
El grupo de ochenta hombres que se queda con él, es el último en continuar la marcha. Una vez más rumbo a la guerra… Ha salido así tantas veces, desde que tiene uso de razón, en las noches, escondiéndose, para dar un zarpazo o para evitar que se lo dieran, que no está más inquieto esta vez que las otras. Para Pajeú la vida es eso: huir o ir al encuentro de algún enemigo, sabiendo que atrás y adelante hay y habrá siempre, en el espacio y en el tiempo, balas, heridos y muertos.
La cara de la mujer se desliza una vez más —porfiada, intrusa — en su cabeza. El caboclo hace un esfuerzo para expulsar la tez pálida, los ojos resignados, los cabellos lacios que caen sueltos sobre la espalda, y ansiosamente busca algo distinto en qué pensar. A su lado va Táramela, pequeñito, enérgico, masticando, feliz porque lo acompaña, como en los tiempos del cangaco. Precipitadamente le pregunta si trae consigo ese emplasto de yema de huevo que es el mejor remedio contra la picadura de la cobra. Táramela le recuerda que, al separarse de los otros grupos, él mismo ha repartido a Joaquim Macambira, Mané Quadrado y Felicio un poco de emplasto. «Cierto», dice Pajeú. Y como Táramela calla y lo mira, Pajeú se interesa por saber si los otros grupos tendrán suficientes tigelinhas, esos lamparines de barro que les permitirán comunicarse a la distancia, en las noches, si hace falta. Táramela, riéndose, le recuerda que él mismo ha verificado la distribución de lamparines en el almacén de los Vilanova. Pajeú gruñe que tantos olvidos, indican que se está volviendo viejo. «O que se está enamorando», bromea Táramela. Pajeú siente calor en las mejillas y la cara de la mujer, que ha conseguido expulsar, regresa. Con extraña vergüenza de sí mismo, piensa: «No sé su nombre, no sé de dónde es». Cuando vuelva a Belo Monte, se lo preguntará. Los ochenta yagunzos caminan detrás de él y de Táramela en silencio, o hablando tan bajo que sus voces quedan apagadas por el rodar de piedrecillas y el acompasado sonido de sandalias y alpargatas. Hay entre ellos quienes estuvieron con él en el cangaco, mezclados con otros que fueron compañeros de correrías de Joáo Abade o de Pedráo, cabras que sirvieron en las volantes de la policía e incluso ex–guardias rurales e infantes que desertaron. Que estén marchando juntos hombres que eran enemigos irreconciliables es obra del Padre, allá arriba, y aquí abajo del Consejero. Ellos han hecho este milagro, hermanar a los caínes, convertir en fraternidad el odio que reinaba en el sertón.
Pajeú apura la marcha y mantiene un paso vivo toda la noche. Cuando, al amanecer, llegan a la Sierra de Caxamango y protegidos por una empalizada de xique–xiques y mandacarús hacen alto para comer, todos están acalambrados.
Táramela despierta a Pajeú unas cuatro horas después. Han llegado dos pisteros, ambos muy jóvenes. Hablan ahogándose y uno de ellos se soba los pies hinchados, mientras explican a Pajeú que han seguido a las tropas desde Monte Santo. En efecto, son miles de soldados. Divididos en nueve cuerpos, avanzan muy despacio por la dificultad para arrastrar sus armas, carros y barracas, y el freno que les significa un cañón larguísimo, que se entierra a cada paso y los obliga a ensanchar la trocha. Lo halan nada menos que cuarenta bueyes. Hacen, a lo más, cinco leguas por día. Pajeú los interrumpe: no le interesa cuántos son sino su rumbo. El muchacho que se soba los pies cuenta que han hecho un alto en Río Pequenho y pernoctado en Caldeiráo Grande. Luego han tomado la dirección de Gitirana, donde se detuvieron, y, por fin, después de muchos tropiezos, arribaron a Jua, donde han pasado la noche.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La guerra del fin del mundo»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra del fin del mundo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La guerra del fin del mundo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.