Las casas del pueblo son limpias. Las amas de casa limpian, friegan, barren y cepillan el día entero, lo que en el pueblo se llama ser casero y económico. Los sábados cuelgan en las vallas sus alfombras persas, que en el pueblo se llaman las persas y son del tamaño de medio patio. Allí son batidas, cepilladas y peinadas antes de volver al cuarto de estar, que en el pueblo se llama recibimiento. En el recibimiento hay muebles barnizados y oscuros de madera de cerezo o tilo, chapados de nogal o palo de rosa.
Sobre los muebles hay chucherías que en el pueblo se llaman bibelots y representan animales muy diversos, desde escarabajos y mariposas hasta caballos. Muy apreciados son los leones, las jirafas, los elefantes y los osos polares, animales que no existen en la región del Banato -que en los periódicos se llama provincia del Banato, y en el pueblo, el interior del país-, pero que viven en otros países, o, como dicen los lugareños: en el extranjero.
El hombre más viejo del pueblo sueña hace años con ir al extranjero, que en el pueblo se llama occidente, a visitar a un viejo amigo de su época de prisionero de guerra, y poder ver allí un león de verdad.
En las ventanas cuelgan cortinas de nilón blancas que en el pueblo se llaman cortinas de encaje. Muchas amas de casa se hacen traer esas cortinas de encaje por parientes que viven en el extranjero, y compensan el hermoso regalo con algunos kilos de salchicha hecha en casa, o con una pierna de jamón ahumado. Las cortinas ya lo valen, dicen, pues como los cuartos no están habitados, o, según dicen en el pueblo, están bien cuidados, les quedan para sus hijos y sus nietos, que en el pueblo se llaman los hijos de los hijos.
Las casas tienen un patio dividido en dos partes, que en el pueblo se llaman patio de entrada y patio interior. En el patio de entrada, bajo los altísimos emparrados de uvas y entre los rosales podados, acechan los llamativos enanos de jardín y las grandes ranas verdes, que en el pueblo se llaman ranas de jardín. En el patio interior están las aves de corral y los oscuros y humeantes chamizos en los que se cocina, se come, se lava, se plancha y se duerme, y que en el pueblo reciben el nombre de cocina de verano. Según los menús que hayan previsto para su semana, la gente del pueblo la divide en días de carne y días de harina. Todos comen con grasa, sal y pimienta. Pero cuando el médico rural les prohíbe la grasa, la sal y la pimienta, comen sin grasa, sal ni pimienta, y dicen, mientras comen, que la salud está por encima de todo y que la vida pierde su encanto cuando no se puede comer de todo, y añaden: «El buen yantar, las penas hace olvidar».
Tras las callejas laterales quedan los campos de la cpa y de la Granja estatal. Son campos grandes y llanos. Las plantas soportan la helada en invierno, lo que en el pueblo se llama congelarse, la humedad en primavera, lo que se denomina podrirse, y el calor extremo en verano, lo que se conoce como agostarse. Y el otoño, la época de la cosecha, que en los periódicos se llama campaña de la cosecha, es una temporada de lluvias que los periódicos dan por concluida en octubre, pero que en el pueblo se prolonga hasta diciembre. Los profundos agujeros que en invierno se ven por los campos no son los surco del arado, sino las pisadas de los campesinos, que al cosechar se hunden en la tierra hasta por encima de sus botas. Algunos campesinos dicen que después de la estatización, que en el pueblo se llama expropiación, no ha vuelto a haber una cosecha de verdad. Después de la expropiación, dicen los campesinos, hasta el mejor terreno no vale ya nada, y el hombre más viejo del pueblo afirma que existe una gran diferencia entre el suelo del huerto y el del campo, tan grande como si, al parecer, no hubiera sido nunca el mismo suelo.
El terreno que rodea al pueblo es de la cpa y de la Granja estatal. El de la cpa está detrás de la primera calleja de atrás, y el de la Granja estatal, detrás de la segunda calleja de atrás.
Integran la cpa un presidente, que es hermano del alcalde, cuatro ingenieros -uno de los cuales es responsable de la mala hierba, otro, de las siete vacas y los once cerdos, otro, de las tres hectáreas de pepinillos y las dos hectáreas de tomates, y el cuarto, de los tres tractores-, y siete campesinos de la cpa, todos por encima de los cincuenta, que en el pueblo son llamados socios y tratados de «chicos» y «chicas» por los ingenieros. En las sesiones, los ingenieros achacan las malas cosechas y las deudas de la cpa al suelo, que es demasiado arenoso para los cereales y no es lo suficientemente arenoso para la verdura. El suelo es bueno para los cardos y las correhuelas, que asfixian los cereales y la verdura, llamados cultivos por los ingenieros. El ingeniero responsable de la mala hierba dice que el suelo de la cpa es demasiado ácido y pegajoso.
La Granja estatal está integrada por un presidente, llamado director en el pueblo, que es cuñado del alcalde y hermano del presidente de la cpa, por cinco ingenieros -uno de los cuales es responsable de las nueve vacas y los quince cerdos, otro, de las seis hectáreas de zanahorias, otro, de las diez hectáreas de patatas, otro de los cereales, y otro, del huerto de árboles frutales, que en el pueblo se llama vivero-, y por cien operarios que viven en los gallineros abandonados de la Granja estatal. Los ingenieros achacan las malas cosechas de la Granja estatal al suelo, que es demasiado salado para los cereales y no es lo suficientemente salado para la verdura y los árboles frutales. Bueno es el suelo para la amapola común y los acianos, que brillan multicolores en el campo y, como dicen los ingenieros, brillan también muchísimo en las fotos. Gracias al brillante colorido de las amapolas y los acianos, el ingeniero que estaba antes a cargo de la mala hierba obtuvo -o ganó, como dicen en el pueblo- el año pasado el primer premio con una foto a color en una exposición de la amistad organizada en Craiova por fotógrafos rumanos y búlgaros. El premio consistía en un viaje a Italia. A raíz de ese viaje, el brigadier pasó a ser el nuevo responsable de la mala hierba: es primo del alcalde, del presidente de la cpa y del director de la Granja estatal.
Detrás de la tercera calleja de atrás queda el cementerio. Tiene un cerco de ciruelos silvestres y una maciza puerta de hierro negra. Al final del camino principal se alza la capilla, que es una copia en miniatura de la iglesia del pueblo y parece una cocina de verano algo más alta.
La capilla fue construida -o, como se dice en el pueblo, donada- antes de la Primera Guerra Mundial por el entonces carnicero del pueblo, quien tras sobrevivir a la guerra, viajó a Roma y vio al Papa, que en el pueblo es llamado el Santo Padre. Su mujer, que pese a ser costurera era conocida en el pueblo como la «carnicera», murió pocos días después de que acabaran la capilla y fue enterrada -o, como se dice en el pueblo, sepultada- en la cripta familiar, debajo de la capilla.
Aparte de gusanos y de topos, que los hay en todo el cementerio, debajo de la capilla hay también serpientes. El asco que le producen esas serpientes ha mantenido vivo al carnicero hasta ahora, convirtiéndolo en el hombre más viejo del pueblo.
Excepto la carnicera, todos los muertos yacen -o, como se dice en el pueblo, reposan- en tumbas. Los muertos del pueblo comieron y bebieron todos hasta morir, o, como dicen los lugareños, se mataron trabajando. La excepción la constituyen los héroes, que se supone murieron combatiendo. Suicidas no hay en el pueblo, pues todos los habitantes tienen un sólido sentido común que no pierden ni al llegar a viejos.
Para demostrar que no murieron en vano -o, como se dice en el pueblo, que encontraron una muerte heroica, pues sin duda se supone que la buscaron-, los héroes, que en el pueblo se llaman caídos, son enterrados dos veces en el mismo cementerio: una vez en la tumba de sus respectivas familias, y otra bajo la cruz de los héroes. En realidad yacen en una fosa común de algún lugar desconocido, o, como se dice en el pueblo, se quedaron en el campo del honor. Los caídos suelen tener obeliscos blancos o grises sobre sus túmulos. Los muertos que hace unos años tenían campo sobre sus cabezas, tienen ahora unas cruces de mármol blanco. Sus jornaleros, que en el pueblo se llamaban peones, tienen sobre sus calaveras unas cruces de hojalata, y las criadas solteras que morían jóvenes y que en el pueblo se llamaban sirvientas, unas cruces de madera barnizadas de negro. Y así, cuando un muerto recibe sepultura, se puede ver en el cementerio si sus antepasados, que en el pueblo se llaman bisabuelos, fueron amos o siervos.
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