Arundhati Roy - El Dios De Las Pequeñas Cosas

Здесь есть возможность читать онлайн «Arundhati Roy - El Dios De Las Pequeñas Cosas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Dios De Las Pequeñas Cosas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Dios De Las Pequeñas Cosas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Ésta es la historia de tres generaciones de una familia de la región de Kerala, en el sur de la India, que se desperdiga por el mundo y se reencuentra en su tierra natal. Una historia que es muchas historias. La de la niña inglesa Sophie Moll que se ahogó en un río y cuya muerte accidental marcó para siempre las vidas de quienes se vieron implicados. La de dos gemelos Estha y Rahel que vivieron veintitrés años separados. La de Ammu, la madre de los gemelos, y sus furtivos amores adúlteros. La del hermano de Ammu, marxista educado en Oxford y divorciado de una mujer inglesa. La de los abuelos, que en su juventud cultivaron la entomología y las pasiones prohibidas. Ésta es la historia de una familia que vive en unos tiempos convulsos en los que todo puede cambiar en un día y en un país cuyas esencias parecen eternas. Esta apasionante saga familiar es un gozoso festín literario en el que se entremezclan el amor y la muerte, las pasiones que rompen tabúes y los deseos inalcanzables, la lucha por la justicia y el dolor causado por la pérdida de la inocencia, el peso del pasado y las aristas del presente.

El Dios De Las Pequeñas Cosas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Dios De Las Pequeñas Cosas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

En aquella última visita, Ammu se pasó la mañana con Rahel en su cuarto. Con las últimas monedas de su exiguo sueldo había comprado a su hija unos regalitos que había envuelto en papel marrón con corazones de papel pegados: un paquete de cigarrillos de chocolate, una cajita pequeña de lápices Phantom y un cómic. Eran regalos para una niña de siete años. Rahel tenía casi once. Era como si Ammu creyera que, si se negaba a aceptar el paso del tiempo, si deseaba que el tiempo se detuviese en las vidas de sus gemelos, el tiempo se detendría. Como si la mera fuerza de voluntad fuese suficiente para mantener en suspenso la niñez de sus hijos hasta que tuviera dinero para llevárselos a vivir con ella. Entonces podrían retomar todo donde lo dejaron. Comenzar de nuevo desde los siete años. Ammu le contó a Rahel que también le había comprado un cómic a Estha y que lo guardaría hasta que consiguiera otro trabajo y ganase lo suficiente para alquilar una habitación en la que estar los tres juntos. Entonces iría a Calcuta a buscar a Estha y se lo daría. Le dijo que ese día no estaba lejano, podía ser en cualquier momento, que pronto el asunto del alquiler no sería un problema porque había presentado una solicitud para trabajar en las Naciones Unidas y se irían todos a vivir a La Haya con una niñera holandesa que los cuidaría. O si no, decía Ammu, podía quedarse en la India y hacer lo que siempre había pensado, abrir una escuela. Decía que elegir entre dedicarse a la educación o hacer un trabajo para las Naciones Unidas no era fácil, pero lo importante era recordar que tener la posibilidad de elegir ya constituía un gran privilegio.

Por el momento, hasta que tomara una decisión, seguiría guardando el regalo de Estha.

Aquella mañana Ammu habló incesantemente. Le preguntaba muchas cosas a Rahel, pero no le dejaba contestar. Si Rahel intentaba decir algo, Ammu la interrumpía con una idea diferente o con otra pregunta. Parecía aterrorizada ante cualquier respuesta de persona adulta que pudiera darle su hija y descongelara el tiempo congelado. El miedo la había vuelto locuaz, y pretendía mantenerlo a raya con su parloteo.

Estaba hinchada por la cortisona, tenía la cara redonda, no era la madre esbelta que Rahel había conocido. La piel se le había puesto tirante sobre las mejillas mofletudas, con el brillo y la textura de las cicatrices típicas de las vacunaciones ya antiguas, y, cuando sonreía, parecía que los hoyuelos le doliesen. Su pelo rizado había perdido el brillo y colgaba a los lados de su rostro hinchado como una cortina raída. Para ayudarse a respirar llevaba un inhalador de cristal en su bolso gastado por el uso. Un inhalador Brown Brovon. Cada vez que inspiraba era como si le ganase una batalla al puño de acero que intentaba exprimirle el aire de los pulmones. Rahel miraba cómo respiraba su madre. Cada vez que inhalaba, los huecos que tenía junto a las clavículas se hacían más profundos y se llenaban de sombras.

Ammu escupió una flema en el pañuelo y se lo enseñó a Rahel.

– Siempre hay que comprobar cómo son -susurró con voz ronca, como si las flemas fueran la respuesta a un problema aritmético en una hoja de papel que hubiera que revisar antes de entregar-. Si son blancas, quiere decir que no están maduras. Si son amarillas y huelen a podrido, están maduras y listas para expectorar. Las flemas son como la fruta: o están maduras, o verdes. Hay que saber diferenciarlas.

Durante el almuerzo eructó como un camionero y pidió perdón en un tono de voz grave y poco natural. Rahel notó que en las cejas tenía unos pelos gruesos, nuevos, largos, como las antenas de un artrópodo. Ammu sonrió al silencio que la rodeaba en la mesa mientras separaba un trozo de emperador frito de la espina, y dijo que se sentía como una señal de carretera con cagadas de pájaro. Tenía un brillo extraño, febril, en la mirada.

Mammachi le preguntó que si bebía y le sugirió que fuese a visitar a Rahel lo menos posible.

Ammu se levantó de la mesa y, sin decir una sola palabra, se fue. Ni tan siquiera dijo adiós.

– Ve a despedirte -le dijo Chacko a Rahel.

Hizo oídos sordos. Siguió comiendo el pescado. Se acordó de lo de las flemas y casi la hizo vomitar. Entonces odió a su madre. La odió.

No volvió a verla.

Ammu murió en un lúgubre cuartucho de la Pensión Bharat de Alleppey, adonde había ido para una entrevista para un empleo de secretaria. Murió sola. Con un ruidoso ventilador de techo por compañía y sin Estha que hablara con ella, acurrucado a su espalda. Tenía treinta y un años. No era joven ni vieja, pero tenía una edad en que la muerte ya era un hecho posible.

Por la noche se despertó para escapar de un sueño que se había vuelto habitual, recurrente, en el que unos policías se le acercaban con unas tijeras para cortarle el pelo. Eso les hacían en Kottayam a las prostitutas cuando las cogían en el bazar. Las marcaban para que todo el mundo supiera lo que eran. Veshyas. Para que los policías nuevos no tuvieran problemas a la hora de identificar a quiénes había que perseguir. Ammu siempre se fijaba en ellas en el mercado, en aquellas mujeres con la mirada perdida y la cabeza afeitada, en un país en el que la melena larga y aceitada era privilegio de las mujeres decentes.

Aquella noche, en la pensión, Ammu se sentó en aquella cama extraña de aquella habitación extraña de aquella ciudad extraña. No sabía dónde estaba, no reconocía nada de lo que tenía alrededor. Solamente el miedo le resultaba familiar. El hombre que tenía dentro empezó a gritar desde lejos. Y en aquella ocasión el puño de acero no soltó su presa. Las sombras se amontonaron como murciélagos en los hoyuelos que tenía junto a las clavículas.

El encargado de la limpieza la encontró por la mañana. Apagó el ventilador.

Tenía una bolsa azul oscuro bajo un ojo, hinchada igual que una burbuja. Como si el ojo hubiera intentado llevar a cabo el trabajo que los pulmones no podían hacer. En algún momento, cerca de la medianoche, el hombre que vivía en su pecho había dejado de gritar desde lejos. Un pelotón de hormigas transportaba una cucaracha muerta tranquilamente por debajo de la puerta, como para demostrar qué es lo que hay que hacer con los cadáveres.

En la iglesia se negaron a enterrar a Ammu. Por varias razones. Así que Chacko alquiló una furgoneta para transportar el cuerpo al crematorio eléctrico, el de los pobres. A los ricos los incineraban en una pira de madera. La envolvieron en una sábana sucia y la colocaron sobre una camilla. Rahel pensó que parecía un senador romano. Et tu, Ammu!, se dijo mentalmente, y sonrió al recordar a Estha.

Era una cosa muy extraña ir conduciendo por calles luminosas y llenas de ajetreo con un senador romano muerto en el suelo de la furgoneta. Hacía que el azul del cielo fuera más azul. Más allá de las ventanillas la gente, que parecía muñecos de papel recortados, seguía con sus vidas de muñecos de papel recortados. La vida real estaba en la furgoneta. Donde estaba la muerte real. Con los baches de la carretera el cuerpo de Ammu saltaba y se iba deslizando fuera de la camilla. Su cabeza chocó con uno de los pernos del suelo, pero no hizo un gesto de dolor ni se despertó. En la cabeza de Rahel sonaba un zumbido, y durante el resto de aquel día Chacko tuvo que gritar para que le prestara atención.

El crematorio tenía el mismo aspecto sucio y desvencijado de las estaciones de tren, sólo que estaba desierto. No había trenes, no había multitudes. Allí sólo se incineraba a los mendigos, a los que no tenían familia y a los presos. La gente que moría sin nadie que se acurrucase a su espalda y le hablase. Cuando le llegó el turno a Ammu, Chacko cogió fuerte la mano de Rahel. Ella no quería que la cogieran de la mano, así que aprovechó que la tenía sudorosa por el calor del crematorio para soltarse. Nadie más de la familia estuvo presente.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Dios De Las Pequeñas Cosas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Dios De Las Pequeñas Cosas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Dios De Las Pequeñas Cosas»

Обсуждение, отзывы о книге «El Dios De Las Pequeñas Cosas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x