– Di hola y cómo estás -le dijo Margaret Kochamma a Sophie Mol.
– Hola y cómo estás -les dijo Sophie Mol a todos en particular, desde el otro lado de la barandilla de hierro.
– Una para ti y otra para ti -dijo Chacko al ofrecer sus rosas.
– ¿Y las gracias? -le dijo Margaret Kochamma a Sophie Mol.
– ¿Y las gracias? -le dijo Sophie Mol a Chacko imitando la entonación de su madre.
Margaret Kochamma la zarandeó un poquito, por impertinente.
– ¡Bienvenidas! -dijo Chacko-. Y ahora permitidme que os presente a todos. -Y, después, sobre todo para que lo oyeran los que contemplaban la escena a su alrededor, porque, en realidad, Margaret Kochamma no necesitaba presentación, dijo-: Margaret, mi mujer.
Margaret Kochamma sonrió y señaló con su rosa hacia Chacko. ¡Ex mujer, Chacko! Sus labios formaron esas palabras, aunque su voz no las dijera.
Cualquier persona podía darse cuenta de que Chacko estaba orgulloso y feliz de haber tenido una mujer como Margaret. Blanca, con un vestido de flores que le dejaba las piernas al descubierto. Y pecas en la espalda y los brazos.
Pero el aire que la envolvía era triste y, tras sus ojos sonrientes, el dolor era reciente e intenso. Por un calamitoso accidente de coche. Por un agujero con forma de Joe en el universo.
– ¡Hola a todos! -dijo-. Me siento como si os conociera desde hace años.
¡Olatodos!
– Sophie, mi hija -dijo Chacko con una risilla nerviosa de preocupación por si Margaret Kochamma decía «ex hija». Pero no lo dijo. Era una risa fácil de entender, no como la risa del Hombre de la Naranjada y la Limonada que Estha no había podido entender.
– ¡Hola! -dijo Sophie Mol.
Era más alta que Estha. Y más corpulenta. Tenía los ojos azules, de un azul grisáceo. Y su piel pálida era del color de la arena de la playa. Pero su pelo ensombrerado era precioso, de un castaño oscuro rojizo. Y sí (¡oh, sí!), tenía la nariz de Pappachi esperando dentro de la suya. Una nariz de Entomólogo Imperial dentro de la nariz. Una nariz de amante de las mariposas. Llevaba un bolsito a la última moda Made-in-England que adoraba.
– Mi hermana Ammu -dijo Chacko.
Ammu dijo un Hola de adulto a Margaret Kochamma y un Ho-la infantil a Sophie Mol. Rahel miró con ojos de lince intentando calibrar cuánto quería Ammu a Sophie Mol, pero no consiguió averiguarlo.
Una carcajada como una brisa repentina recorrió la sala de espera de llegadas. Adoor Basi, el actor más conocido y querido del cine malayalam, acababa de llegar (Bombay-Cochín). Agobiado por los innumerables paquetitos, imposibles de manejar, que llevaba, y por la abrumadora adulación popular, se había creído en la obligación de hacer una representación. Dejaba caer los paquetes y decía una y otra vez: «Ende Deivomay! Eee sadhanangalf».
Estha, encantado, soltó una sonora carcajada.
– ¡Mira, Ammu, a Adoor Basi se le caen las cosas! ¡No puede ni llevarlas!
– Lo hace a propósito -dijo Bebé Kochamma en inglés con un extraño acento británico, nuevo en ella-. No le hagas caso. Es actor de cine -les explicó a Margaret Kochamma y Sophie Mol. Lo dijo de tal modo que parecía que aquel hombre se llamaba Actorde y se apellidaba Cine-. Intenta llamar la atención -añadió, resuelta a no hacer caso de él.
Pero Bebé Kochamma estaba equivocada. Adoor Basi no intentaba llamar la atención. Sólo intentaba ser digno de la atención que le prestaban.
– Mi tía Bebé -dijo Chacko.
Sophie Mol se quedó perpleja. Miró a Bebé Kochamma con enorme interés. Había oído hablar de vaquitas bebé y de perritos bebé. Y de ositos bebé, claro. (Pronto le enseñaría a Rahel un murciélago bebé.) Pero lo de una tía bebé le causaba confusión.
– Hola, Margaret, y hola, Sophie Mol -dijo Bebé Kochamma.
Y luego dijo que Sophie Mol era tan guapa que le recordaba a un duendecillo del bosque. A Ariel.
– ¿Sabes quién es Ariel? -le preguntó Bebé Kochamma a Sophie Mol-. ¿El de La tempestad!
Sophie Mol dijo que no.
– ¿El de «De donde liba la abeja, libo yo»? -preguntó Bebé Kochamma.
Sophie Mol dijo que no.
– ¿El de «Y en el cáliz de una prímula me tumbo»?
Sophie Mol dijo que no.
– ¿El de La tempestad de Shakespeare? -insistió Bebé Kochamma.
Naturalmente, lo decía, sobre todo, para presentar sus credenciales a Margaret Kochamma. Para demostrarle que no pertenecía a la casta de los barrenderos.
– Está tratando de impresionarlas -susurró el Embajador E. Pelvis al oído de la Embajadora I. Palo.
A la Embajadora Rahel se le escapó una risilla en forma de burbuja verde azulada (del color de las moscas de la fruta) que reventó en el aire cálido del aeropuerto haciendo «paf».
Bebé Kochamma la vio y se dio cuenta de que era Estha quien había empezado.
– Y ahora, los VIPs -dijo Chacko (todavía en tono de Leer en Voz Alta)-. Mi sobrino Esthappen.
– Elvis Presley -dijo Bebé Kochamma como venganza-. Me temo que aquí la moda llega con un poco de retraso.
Todos miraron a Estha y se rieron.
Desde las suelas de los zapatos beige puntiagudos al Embajador Estha le fue subiendo una sensación de rabia que se le detuvo alrededor del corazón.
– ¿Cómo estás, Esthappen? -dijo Margaret Kochamma.
– Bien, gracias -dijo Estha con voz malhumorada.
– Estha -dijo Ammu en tono cariñoso-, cuando alguien te pregunta cómo estás debes responder «Bien, gracias, ¿y tú?» y no sólo «Bien, gracias». Así que di «Bien, gracias, ¿y tú?».
El Embajador Estha miró a Ammu.
– Vamos -dijo Ammu-, di «Bien, gracias, ¿y tú?».
Los ojos somnolientos de Estha eran testarudos.
– ¿No has oído lo que te he dicho? -le dijo Ammu en malayalam.
El Embajador Estha sintió los ojos azules, de un azul grisáceo, fijos en él, y también la nariz de Entomólogo Imperial. Pero no estaba de humor para decir: «Bien, gracias, ¿y tú?».
– ¡Esthappen! -dijo Ammu. Y le fue subiendo una sensación de rabia que se le detuvo alrededor del corazón. Una sensación de Rabia Mucho Mayor Que La Necesaria. En cierto modo, se sentía humillada por aquella sublevación pública dentro de su jurisdicción. Había deseado una representación sin tropiezos. Un premio para sus niños en el Concurso de Comportamiento Indobritánico.
– Por favor, ahora no. Luego -le dijo Chacko a Ammu en malayalam.
Y los ojos furiosos de Ammu, clavados en Estha, dijeron Está bien. Luego.
Y «luego» se convirtió en una palabra terrible, amenazadora, escalofriante.
Luego.
Como una campana de sonido grave en un pozo cubierto de musgo. Fría y peluda. Como las patitas de una mariposa nocturna.
La Representación se había malogrado. Como los encurtidos con el monzón.
– Y mi sobrina… -dijo Chacko-. ¿Dónde está Rahel?
Miró a su alrededor, pero no la vio. La Embajadora Rahel, incapaz de enfrentarse a tantos cambios en su vida, se había envuelto como una salchicha en una sucia cortina del aeropuerto y no quería salir de allí. Era una salchicha con sandalias Bata.
– No le hagáis caso -dijo Ammu-. Sólo quiere llamar la atención.
Ammu también estaba equivocada. Lo que Rahel intentaba era que no le prestasen la atención que se merecía.
– Hola, Rahel -le dijo Margaret Kochamma a la sucia cortina del aeropuerto.
– Bien, gracias, ¿y tú? -refunfuñó la sucia cortina.
– ¿No vas a salir a decir hola? -dijo Margaret. Kochamma con la voz amable de una maestra de escuela. (Como la de la señorita Mitten antes de que viera a Satanás en sus ojos.)
La Embajadora Rahel no salía de la cortina porque no podía. Y no podía porque no podía. Porque Todo iba mal y pronto llegaría el Luego para Estha y para ella.
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