Arundhati Roy - El Dios De Las Pequeñas Cosas

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Ésta es la historia de tres generaciones de una familia de la región de Kerala, en el sur de la India, que se desperdiga por el mundo y se reencuentra en su tierra natal. Una historia que es muchas historias. La de la niña inglesa Sophie Moll que se ahogó en un río y cuya muerte accidental marcó para siempre las vidas de quienes se vieron implicados. La de dos gemelos Estha y Rahel que vivieron veintitrés años separados. La de Ammu, la madre de los gemelos, y sus furtivos amores adúlteros. La del hermano de Ammu, marxista educado en Oxford y divorciado de una mujer inglesa. La de los abuelos, que en su juventud cultivaron la entomología y las pasiones prohibidas. Ésta es la historia de una familia que vive en unos tiempos convulsos en los que todo puede cambiar en un día y en un país cuyas esencias parecen eternas. Esta apasionante saga familiar es un gozoso festín literario en el que se entremezclan el amor y la muerte, las pasiones que rompen tabúes y los deseos inalcanzables, la lucha por la justicia y el dolor causado por la pérdida de la inocencia, el peso del pasado y las aristas del presente.

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Olía a leche y a pipí. A Chacko le asombró comprobar que alguien tan pequeño, tan indefinido, que no se parecía a nadie, pudiera acaparar toda la atención, el amor y la cordura de un hombre adulto.

Al abandonar su casa sintió que le habían arrancado algo. Algo importante.

Y ahora Joe había muerto. En un accidente de carretera. Estaba tan muerto como el pomo de una puerta. En el universo había un agujero con forma de Joe.

En la fotografía que Chacko había estado mirando, Sophie Mol tenía siete años. Era blanca y azul. De labios rosados. Ninguno de sus rasgos manifestaba que fuera cristiana ortodoxa siria. Aunque Mammachi, tras mirar con atención la fotografía, insistió en que tenía la nariz de Pappachi.

– Chacko… -dijo Rahel desde su cama, que estaba en la sombra-. ¿Puedo preguntarte una cosa?

– Pregúntame dos -contestó Chacko.

– Chacko, ¿quieres a Sophie Mol más que a nada en el mundo?

– Es mi hija -dijo Chacko.

Rahel se quedó pensando en ello.

– Chacko, ¿la gente tiene que querer necesariamente a sus hijos más que a nada en el mundo?

– No hay reglas fijas -dijo Chacko-, pero es lo habitual.

– Chacko, y por ejemplo, sólo por ejemplo ¿es posible que Ammu quiera a Sophie Mol más que a Estha y a mí, o que tú me quieras a mí más que a Sophie Mol, por ejemplo!

– En la naturaleza humana todo es posible -dijo Chacko en tono de leer en voz alta. Y después, dirigiéndose a la oscuridad, súbitamente ajeno a su pequeña sobrina de pelo en forma de fuente, continuó diciendo-: Amor. Locura. Esperanza. Júbilo infinito.

De las cuatro cosas que eran posibles en la naturaleza humana, Rahel pensó que la que sonaba más triste era el júbilo Infiniiito. Quizá por el tono con que lo había dicho Chacko.

Júbilo Infiniiito. Sonaba a iglesia. Como un pez triste lleno de aletas.

Una fría mariposa levantó una fría patita.

El humo del cigarrillo serpenteaba adentrándose en la noche. Y el hombre gordo y la niña pequeña permanecían tumbados y despiertos en silencio.

Unas habitaciones más allá, mientras su tía abuela roncaba, Estha se despertó.

Ammu estaba dormida y parecía preciosa iluminada por las franjas de luz azul que llegaban desde la calle a través de la ventana, cruzada por franjas azules. Sonreía con la sonrisa de quien sueña con delfines y un azul intenso a franjas. Era una sonrisa que no indicaba que la persona a la que pertenecía era una bomba que esperaba el momento de estallar.

Estha el Solitario se dirigió tambaleándose hacia el cuarto de baño. Vomitó un líquido claro, amargo, alimonado, espumoso. El regusto acre del primer encuentro de un Pequeño Hombrecito con el Miedo. (Pim-pim.)

Se sintió un poco mejor. Se puso los zapatos, salió de la habitación arrastrando los cordones por el pasillo y se quedó plantado ante la puerta de Rahel.

Rahel se subió a una silla y la abrió.

Chacko no se molestó en preguntarse cómo era posible que supiera que Estha estaba al otro lado de la puerta. Ya se había acostumbrado a las cosas extrañas que a veces pasaban entre ellos.

Estaba tumbado como una ballena varada sobre la estrecha cama del hotel y se preguntaba, simplemente para pasar el rato, si habría sido Velutha a quien vio Rahel. No lo creía probable. Velutha tenía muchas posibilidades. Era un paraván con futuro. Se preguntó si Velutha estaría afiliado al Partido Comunista. Y si habría estado en contacto con el camarada K. N. M. Pillai en los últimos tiempos.

A comienzos de año las ambiciones políticas del camarada Pillai habían recibido un impulso inesperado. Dos miembros locales del partido, el camarada J. Kattukaran y el camarada Guhan Menon, habían sido expulsados, sospechosos de ser naxalitas. Los pronósticos apuntaban a que uno de ellos, el camarada Guhan Menon, sería el candidato del partido por el distrito de Kattayam en las elecciones para la asamblea legislativa que se celebrarían el siguiente mes de marzo. Su expulsión del partido creaba un vacío que gran número de esperanzados competían por llenar. Entre ellos, el camarada K. N. M. Pillai.

El camarada Pillai había comenzado a observar todo lo que sucedía en Conservas y Encurtidos Paraíso con el mismo entusiasmo que pone un suplente en un partido de fútbol. Lograr que se sindicaran unos cuantos trabajadores más, aunque fueran pocos, en el distrito electoral del que pronto esperaba ser elegido diputado sería un comienzo excelente para su viaje hacia la asamblea legislativa.

Hasta entonces, en Conservas y Encurtidos Paraíso lo de gritarse unos a otros ¡Cantarada! ¡Cantarada! (como decía Ammu) sólo había sido un juego inocente y fuera de las horas de trabajo. Pero si se forzaban las cosas y Chacko dejaba de llevar la batuta, todo el mundo (excepto él) sabía que la fábrica, que tenía muchas deudas, se enfrentaría a grandes dificultades para sobrevivir.

Como la situación financiera era mala, se pagaba a los trabajadores por debajo de los mínimos establecidos por el sindicato. Por supuesto, había sido el propio Chacko quien les explicó la situación, y les prometió que, en cuanto las cosas mejorasen, se revisarían los sueldos. Creía que confiaban en él y que sabían que se tomaba a pecho sus intereses.

Pero había alguien que pensaba de otro modo. Por la noche, después de que acabaran su turno en la fábrica, el camarada K. N. M. Pillai abordaba a los trabajadores de Conservas y Encurtidos Paraíso y los llevaba a su imprenta. Con su voz aflautada y atiplada los apremiaba a que pasaran a la acción. En sus discursos mezclaba inteligentemente los asuntos de interés local con la grandilocuente retórica maoísta, que en malayalam sonaba más profusa y rebuscada si cabe.

– Pueblos del mundo -gorjeaba-, tenéis que ser valientes y atreveros a luchar. Avanzad oleada tras oleada, desafiad las dificultades, y entonces el mundo entero pertenecerá al pueblo y caerán los monstruos de todo tipo. Exigid lo que os pertenece por derecho: una paga de beneficios anual, un fondo de pensiones, un seguro de accidentes.

Como estos discursos eran, en buena medida, un ensayo para cuando el camarada Pillai se dirigiera, ya como miembro de la asamblea legislativa, a masas formadas por millones de personas, había en ellos algo fuera de lugar en el tono y la cadencia. Su voz estaba repleta de verdes arrozales y de banderas rojas que se agitaban formando arcos en medio de cielos azules, en vez de estar impregnada del calor de un cuartucho pequeño y el olor a tinta de imprenta.

El camarada K. N. M. Pillai nunca se puso abiertamente en contra de Chacko. Siempre que se refería a él en sus arengas, ponía cuidado en despojarlo de cualquier atributo humano y presentarlo como un funcionario abstracto que formaba parte de un esquema más amplio. Una construcción teórica. Un peón del monstruoso complot burgués para acabar con la revolución. Nunca se refirió a él por su nombre, sino llamándolo «la dirección de la empresa». Como si Chacko fuera varias personas. Aparte de que, tácticamente, era lo acertado, esa disyunción de la persona del cargo que ocupaba ayudaba al camarada Pillai a no tener remordimientos de conciencia a causa de sus propios negocios con Chacko. El contrato para imprimir las etiquetas de Conservas y Encurtidos Paraíso le producía unos beneficios a los que no podía renunciar. Se decía a sí mismo que Chacko, su cliente, y Chacko, la dirección de la empresa, eran dos cosas diferentes. Completamente separadas, por supuesto, del camarada Chacko.

El único obstáculo en los planes del camarada K. N. M. Pillai era Velutha. De todos los trabajadores de Conservas y Encurtidos Paraíso, era el único miembro del partido con carné, y eso le daba al camarada Pillai un aliado con el que habría preferido no tener que contar. Sabía que los trabajadores Tocables de la fábrica sentían resentimiento contra Velutha por viejas razones. El camarada Pillai daba rodeos para evitar aquel escollo, a la espera de la oportunidad de poder salvarlo.

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