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Xinran Xue: Nacer mujer en China

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Xinran Xue Nacer mujer en China

Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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Me despertó la luz que se filtraba en el interior de la cueva. Me vestí y salí al exterior, donde me encontré con que la muchacha ya estaba preparando el desayuno.

El cielo y la tierra parecían haberse unido. El sol todavía no había salido, pero su luz ya se derramaba desde una gran distancia a través de aquella lona inmensa, acariciando las piedras de las colinas y tiñendo la tierra grisácea y ocre de oro. Jamás había visto un amanecer tan bello. Sopesé la posibilidad de que tal vez el turismo podría ayudar a la zona a salir de la pobreza. La magnífica salida del sol en aquella meseta era una buena sustituta de aquellas otras por las que la gente escala el monte Tai o asalta el mar. Cuando más tarde mencioné que la gente debería visitar la Colina de los Gritos en vez de otros parajes menos espectaculares, un adolescente rechazó mi idea como pura ignorancia: Si la Colina de los Gritos ni siquiera tenía suficiente agua para cubrir las necesidades más básicas de sus habitantes, ¿cómo iba a poder suministrársela a una avalancha de turistas?

Los asfixiantes humos del fuego de la muchacha me sacaron de mi ensueño. Los excrementos secos de vaca que utilizaba como combustible despedían un hedor acre. La muchacha había encendido el fuego entre unas cuantas piedras grandes sobre las que había dispuesto una cazuela y una piedra plana. En la cazuela preparó unas gachas de harina y sobre la piedra tostó un basto pan ácimo. La muchacha se llamaba Niu’er («niña»). Me contó que los excrementos de vaca eran el único combustible para calefacción de que disponían en invierno. Ocasionalmente, con motivo de una muerte o una boda, o cuando recibían la visita de algún familiar o amigo, cocinaban con excrementos como muestra de amistad solemne. El combustible que solían utilizar para cocinar era raíces de hierba cogón (una hierba que crecía en terrenos extremadamente áridos, provista de una extensa raigambre y tan sólo unas cuantas hojas de vida corta) con las que escalfaban un poquito de agua para cocinar las gachas. Una vez al año, en verano, cocían el basto pan ácimo - mo - sobre las piedras ardientes de la colina. Luego lo almacenaban bajo tierra y estaba tan seco y duro que se conservaba durante casi todo un año. Me rendían un homenaje sirviéndome mo . Sólo los hombres que se dedicaban a la agricultura tenían derecho a comerlo. Las mujeres y los niños sobrevivían a base de gachas. Años enteros de lucha los habían acostumbrado al hambre. Niu’er me contó que el máximo honor y placer en la vida de una mujer era recibir un bol de huevos mezclados con agua cuando había dado a luz a un niño. Más tarde recordé sus palabras cuando oí a unas mujeres que discutían:

– ¿Y cuántos boles de huevo y agua te has comido tú?

Tras el desayuno especial de gachas y mo del primer día, nuestro grupo empezó a trabajar. Expliqué a los jefes de la aldea que quería recoger información sobre las mujeres de la Colina del Grito. Éstos, que ni siquiera eran capaces de escribir su propio nombre pero que se consideraban a sí mismos cultos, sacudieron la cabeza desconcertados:

– ¿Qué puede haber de interesante en las mujeres?

Insistí y finalmente accedieron. Para ellos, yo solo era una mujer más que no entendía nada, pero que seguía los pasos de los hombres en un intento de impresionar mediante la novedad. Su actitud no me preocupó. Los muchos años de experiencia adquirida como periodista me habían enseñado que el acceso a mis fuentes era más importante que la opinión que pudieran tener los demás de mí.

Cuando escuché por primera vez el nombre «Colina de los Gritos» sentí una excitación indecible y presentí que mi visita estaba predestinada. El nombre evoca un lugar ruidoso y activo, desbordante de vida, pero nada más lejano a la realidad. La colina de tierra ocre se encuentra en medio de un paisaje de tierra desnuda, arena y piedras. No hay señales de agua corriente ni de vida vegetal. Los raros escarabajos pequeños que se escabullían a la mínima parecían huir de la tierra árida.

La Colina de los Gritos se encuentra en la franja de tierra donde el desierto se une con la meseta. Durante todo el año, el viento sopla incansable, como ha hecho durante miles de años. A menudo resulta difícil ver más allá de unos pocos pasos en una tormenta de arena, y los aldeanos que trabajan en las laderas de la colina se ven obligados a gritar para comunicarse. Por esta razón, a los habitantes de la Colina de los Gritos se los conoce por sus voces fuertes y resonantes. Nadie pudo confirmarme si fue así como la colina recibió su nombre, pero pensé que era una razón verosímil. Es un lugar completamente aislado del mundo moderno: entre diez y veinte familias con tan sólo cuatro apellidos viven en pequeñas cuevas bajas excavadas en las rocas. Allí las mujeres sólo son valoradas por su utilidad: como meras herramientas de reproducción que son, constituyen el artículo de comercio más preciado en las vidas de los aldeanos. Los hombres no vacilan en cambiar a dos o tres niñas por una esposa de otra aldea. Casar a una mujer de la familia con un hombre de otra aldea y recibir a cambio una esposa para algún hombre de la familia es una práctica muy común; de ahí que la mayoría de las mujeres de la Colina de los Gritos provenga de otras aldeas. Tras haber sido madres, son obligadas a ceder a sus propias hijas. Las mujeres de la Colina de los Gritos no tienen derechos de propiedad ni de herencia.

La práctica social poco común de compartir a una mujer entre varios hombres también se aplica en la Colina de los Gritos. En la mayoría de estos casos se trata de hermanos de una familia extremadamente pobre y sin mujeres que intercambiar, que compran una esposa en común a fin de continuar la estirpe. De día se benefician de la comida que cocina la mujer y de las tareas domésticas que realiza; y de noche disfrutan del cuerpo de la mujer por turnos. Si la mujer tiene un niño, los hermanos son papá grande, segundo papá, tercer papá, cuarto papá y así sucesivamente. Los aldeanos no consideran esta práctica ilegal, puesto que es una costumbre establecida que ha sido transmitida desde sus ancestros, y que, por tanto, tiene mayor fuerza legal que la ley en sí. Tampoco se mofan de los niños que tienen muchos padres, ya que éstos gozan de la protección y la propiedad de varios hombres a la vez. Ninguno de ellos siente compasión por las esposas compartidas. Para ellos, la existencia de las mujeres está justificada por su utilidad.

No importa de qué aldea sean las mujeres originariamente, pronto se acostumbran a las tradiciones que han sido transmitidas de generación en generación en la Colina de los Gritos. Llevan una vida extremadamente dura. En sus cuevas, que constan de una sola estancia -de la cual la mitad está ocupada por un kang-, sus utensilios domésticos se limitan a unas cuantas planchas de piedra, esteras hechas de hierba, y boles de arcilla toscos y rudimentarios. Un cántaro de loza se considera un artículo de lujo destinado únicamente a las familias «acaudaladas». Los juguetes para los niños o cualquier utensilio doméstico para el uso específico de las mujeres son impensables en su sociedad. Puesto que las mujeres se compran a cambio de familiares de la misma sangre, éstas se ven obligadas a soportar el resentimiento de los miembros de la familia que echan de menos a sus propias hijas o hermanas, y tienen que trabajar día y noche para ocuparse de la comida, la bebida y otras necesidades diarias de la familia.

Son las mujeres las que reciben el amanecer en la Colina de los Gritos: tienen que dar de comer al ganado, barrer el patio y pulir y reparar las herramientas oxidadas y desafiladas de sus maridos. Tras haber enviado a sus maridos a trabajar en los campos, tienen que ir por agua a un arroyo poco fiable en la lejana ladera de una montaña situada a dos horas a pie, y volver cargadas con dos pesados cubos sobre los hombros. Cuando llega la temporada de la hierba cogón, las mujeres también tienen que escalar la colina y desenterrar las raíces que utilizan como combustible para sus cocinas. Por la tarde tienen que recoger comida para sus hombres, y al volver se dedican a hilar, a tejer y a confeccionar ropa, zapatos y sombreros para la familia. A lo largo de todo el día llevan a los niños pequeños a todos lados, en brazos o cargados a la espalda.

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