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Xinran Xue: Nacer mujer en China

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Xinran Xue Nacer mujer en China

Nacer mujer en China: краткое содержание, описание и аннотация

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Las voces silenciadas. Xinran Xue era presentadora de un influyente programa radiofónico chino cuando en 1989 recibió una carta angustiosa: una niña había sido secuestrada y forzada a casarse con un anciano que desde entonces la mantenía encadenada. Los hierros estaban lacerándole la cintura y se temía por su vida. Xinran obtuvo la liberación de la víctima, pero se percató de que un silencio histórico imperaba sobre la situación de las mujeres en su nación. Decidió difundir las historias de oyentes que cada noche llamaban a su programa. Esta iniciativa inédita tuvo por respuesta miles de cartas con increíbles relatos personales y convirtió a Xinran en una celebridad. Entre los numerosos testimonios que escuchó y dio a conocer, seleccionó quince para que integraran este libro. Nacer mujer en China es un relato colectivo revelador acerca de los deseos, los sufrimientos y los sueños de muchas mujeres que hasta ahora no habían encontrado expresión pública.

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»-¿Y qué me dice de mi familia? ¿Qué se supone que puedo hacer yo? -dije. Empezaba a estar muy enfadada.

»-¿No es cierto que está tramitando el divorcio en estos momentos? Es muy difícil conseguir el divorcio, tendrá que aguantar un procedimiento de al menos tres años. Nosotros podemos conseguir a alguien que hable por usted al juez y que incluso estaría dispuesto a ser su testigo si así lo desea a fin de aligerar el proceso.

»Entendí adónde pretendía llegar.

»-¿Qué tipo de testimonio daría? -le pregunté.

»El agente parecía ser una persona atenta y amable. Dijo:

»-Podemos atestiguar que su marido ha mantenido relaciones extramatrimoniales.

»-¿Qué pruebas piensan presentar? -Estaba pensando en las braguitas que llevaba en las manos.

»-Bueno, digamos que corren muchos chismes sobre su marido. Simplemente testificaremos que lo que se dice de él es cierto.

»-De hecho no hace falta que se invente una historia -dije-. Aquí tiene la prueba de esta noche. -Le entregué ingenuamente la ropa interior manchada sin pedir un recibo a cambio ni insistir en la redacción de un informe que recogiera nuestro acuerdo firmado y archivado. Lo único que quería era que todo se acabara de una vez.

»Dos semanas más tarde, en el juzgado de familia, declaré que la comisaría testificaría a mi favor. El juez anunció:

»-De acuerdo con nuestros informes, dicha comisaría no tiene constancia de haber tratado ningún asunto con usted.

»¿Cómo es posible que la Policía del Pueblo sea capaz de estafar así a la gente? -exclamó Zhou Ting.

No me sorprendió la falta de escrúpulos del cuerpo de policía, pero pregunté:

– ¿Denunciaste tu caso a alguna instancia gubernamental?

– ¿Denunciarlo? ¿A quién? Antes incluso de que me hubiera dado tiempo a volver a la comisaría para suplicarles que testificaran a mi favor, el diario local había publicado un artículo titulado «La venganza de una esposa». Me retrataron como una mujer violenta que se estaba divorciando de su marido. El artículo fue publicado en otros periódicos y cada vez que aparecía estaba retocado: ¡al final, yo era una loca riéndose en un charco de sangre!

Sentí vergüenza por los compañeros periodistas que habían distorsionado de este modo la historia de Zhou Ting.

– ¿Cómo reaccionaste?

– Entonces tan sólo era una cosa más a la que tenía que enfrentarme. Mi familia se había hecho pedazos y yo vivía con mi madre en aquellos tiempos.

– ¿Y qué fue de tu antiguo piso?

En cuanto hube formulado la pregunta, me di cuenta de que conocía la respuesta: en las unidades de trabajo dirigidas por el estado, prácticamente todo lo asignado a una familia está a nombre del hombre.

– La unidad de trabajo declaró que el piso estaba a nombre de mi marido y por lo tanto le pertenecía.

– ¿Y dónde se suponía que vivirías, según la unidad de trabajo?

Las mujeres divorciadas son tratadas como si fueran hojas mustias, pensé.

– Me dijeron que debía buscar algún alojamiento temporal y esperar al siguiente turno de concesión de viviendas.

Yo sabía que en el lenguaje oficial, el «siguiente turno» podía llegar a significar años de espera.

– ¿Y cuánto tardaron en asignarte una vivienda? -pregunté.

Zhou Ting resopló con ironía.

– Todavía estoy esperando, después de nueve años.

– ¿Quieres decir que no hicieron nada por ti?

– Prácticamente nada. Acudí a la secretaria general del sindicato, una mujer de cincuenta y pico años, para pedirle ayuda. Ella me dijo, en un tono de voz muy amable:

»-Es fácil para una mujer. Lo único que tienes que hacer es buscarte a otro hombre con un piso y tendrás todo lo que necesitas.

Luché por comprender el concepto del mundo que debía de tener un miembro del Partido capaz de decir tal cosa.

– ¿Realmente te dijo esto la secretaria general del sindicato?

– Eso fue lo que me dijo, palabra por palabra.

Creí empezar a comprender a Zhou Ting un poco mejor.

– ¿Quiere eso decir que nunca consideraste tomar medidas contra el trato que recibiste por parte de los medios de comunicación? -pregunté, sin esperar que lo hubiera hecho.

– No, bueno, con el tiempo acabé haciendo algo. Telefoneé a la oficina del periódico pero me ignoraron y entonces me quejé directamente al redactor jefe. Medio en broma, medio con amenazas me dijo:

»-Zhou Ting, todo ha terminado. Si tú no lo sacas a la luz, nadie volverá a pensar en ello ni a remover el asunto. ¿Realmente quieres volver a aparecer en los diarios? ¿Realmente quieres volver a las portadas?

»Poco dispuesta a someterme a más situaciones desagradables convení en dejar el asunto atrás.

– En el fondo, tenías un corazón muy tierno entonces -dije.

– Sí, algunos de mis amigos dicen que tengo «una boca de cuchillas y un corazón de tofu». ¿De qué me sirve? ¿Cuánta gente hay capaz de ver tu corazón a través de tus palabras?

Hizo una pausa y luego continuó.

– Realmente no sé muy bien por qué volví a aparecer en las noticias por tercera vez. Supongo que fue por razones de amor. Había un joven profesor en mi unidad de trabajo que se llamaba Wei Hai. No era de la zona y vivía en el dormitorio de la escuela. Por aquel entonces, mi divorcio estaba en los tribunales. Aborrecía la sola visión de mi marido y tenía miedo a que me diera una paliza, por lo que a menudo me quedaba en la oficina leyendo revistas. Wei Hai solía sentarse en la sala de profesores a leer los diarios. Un buen día me tomó la mano repentinamente y me dijo:

»-Zhou Ting, no sufras. ¡Deja que te haga feliz!

»Las lágrimas brillaban en sus ojos, jamás lo olvidaré.

»Por entonces todavía no estaba divorciada, pero tenía otras dudas aparte de la de iniciar o no una relación con Wei Hai. Tenía casi nueve años menos que yo; las mujeres envejecen tan temprano… seríamos objeto de tantos chismes… Tenía miedo. Supongo que conoces el dicho: «Hay que temer las palabras de los hombres.» Pues bueno, pueden incluso llegar a matar -dijo Zhou Ting fieramente.

»Cuando finalmente mi divorcio prosperó, la gente ya me tachaba de «mala mujer». Afortunadamente eso fue al principio del período de reforma económica. Todo el mundo estaba ocupado persiguiendo el dinero y tenían menos tiempo para meter sus narices en los asuntos de los demás. Empecé a vivir con Wei Hai. Era muy, pero muy bueno conmigo, en todos los sentidos. Era tan feliz con él, incluso empezó a ser más importante para mí que mi propio hijo.

Una hazaña considerable, teniendo en cuenta la forma de pensar tradicional de los chinos, que ponen a los hijos por encima de todo lo demás.

– Tras un año de convivencia, un representante del sindicato y un administrador de mi unidad de trabajo nos hicieron una visita para pedirnos que consiguiéramos un certificado de matrimonio cuanto antes. Aunque China estaba inmerso en un proceso de apertura, la cohabitación era considerada «una ofensa a la decencia pública» por algunos ciudadanos, sobre todo por las mujeres. Sin embargo, la felicidad y la fuerza que me había conferido nuestra vida en común superaba con creces mi miedo a la opinión de los demás. Para nosotros, el matrimonio sólo era una cuestión de tiempo. Tras la visita de los funcionarios decidimos solicitar a nuestras respectivas unidades de trabajo que nos extendieran un certificado la semana siguiente, de manera que pudiéramos registrar nuestro matrimonio. Al haber convivido durante más de un año, no celebramos el acontecimiento ni nos emocionamos especialmente.

»El siguiente lunes por la noche pregunté a Wei Hai si ya había conseguido su certificado. Me dijo que no. Yo tampoco había conseguido el mío porque había estado muy atareada, y acordamos que conseguiríamos nuestros certificados definitivamente antes del miércoles. El miércoles por la mañana llamé a Wei Hai para contarle que ya había conseguido el mío y le pregunté si él tenía el suyo. «No hay problema», me contestó. Alrededor de las tres me llamó para decirme que mi madre quería que fuera a Ma’anshan a visitarla. No me dijo para qué. Pensé inmediatamente que le habría pasado algo, por lo que me apresuré a pedir permiso para salir antes y salí corriendo hacia la estación de autobuses, a las cuatro y media. Cuando llegué a casa de mi madre, una hora más tarde, jadeante y preocupada, me preguntó sorprendida:

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