Francesc Miralles - El Cuarto Reino

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El 23 de octubre de 1940, coincidiendo con la visita de Hitler a Hendaya, el jefe de las SS Heinrich Himmler escondió en las montañas de Montserrat una misteriosa caja que contenía el gran secreto del Führer. Setenta años despúes, el periodista Leo Vidal recibe el encargo de hallar una fotografía inédita de aquella expidición a Montserrat. En su investigación, que se convertirá progresivamente en un oscuro y peligroso juego, recorrerá medio mundo hasta descubrir, casi sin quererlo, en uno de los grandes misterios de la Historia. Una enigmática hermandad internacional ha custodiado el preciado tesoro; ahora, 120 años después del nacimiento de Hitler, es el momento elegido para que salga a la luz. ¿Podrá alguien detenerlos?.

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Observé que los peregrinos que se detenían honraban a la Virgen besando esa bola. El niño Jesús tenía en la mano izquierda una esfera más pequeña parecida a una pina, pero estaba detrás del cristal.

– ¿Qué crees que simboliza esa bola? -pregunté a Aina mientras se acercaba nuestro turno.

– Supongo que es el mundo -me susurró al oído.

Al llegar frente a la imagen, Aina se inclinó sobre la bola y la besó. Yo me quedé allí parado, sin saber qué hacer, en parte porque la belleza de aquella talla románica me retraía de tocarla. Finalmente, me limité a besar mi mano antes de posarla tímidamente sobre la esfera de madera.

Cuando ya abandonábamos el habitáculo de la Virgen Negra, le dirigí una última mirada y me pareció que su expresión era suave pero al mismo tiempo exigente, como una madre que transmite a su hijo que no puede fallar. Eso me inquietó.

– ¿Le has pedido algo? -pregunté a Aina mientras salíamos a un pasadizo con techo de cristal lleno de velas junto a las paredes.

– Sí -dijo tímidamente.

– ¿Qué es?

– No te lo puedo decir, porque entonces no se cumpliría.

Para nuestra sorpresa, al regresar al lugar donde habíamos dejado a Hunter descubrimos que ya no estaba allí. Lo buscamos sin éxito en la plaza de la basílica y alrededor de ésta. Finalmente, lo dimos por perdido.

Como si hubiera entendido que su misión había terminado, se había ido antes de que nos planteáramos qué hacer con él.

Miré con estupefacción a Aina, que concluyó:

Hunter es como yo: no le gustan las despedidas.

23

En el tren al aeropuerto de Barcelona tuve la sensación de haber recorrido mil leguas. Además de sentirme muy fatigado, un amargo desánimo se había apoderado de mí. De repente se me hacía extraño estar nuevamente solo, aunque ésa había sido mi situación natural durante más de cinco años.

Para tratar de distraerme de estas emociones, leí un capítulo sobre la Virgen que acababa de ver en uno de mis libros sobre Montserrat. Al parecer, la talla era del siglo XII y se había realizado en madera de álamo. Se cree que originalmente no era oscura, sino que se ennegreció por el humo de las velas que durante siglos los peregrinos colocaban a sus pies para venerarla.

Una prueba más de que a veces los demás nos hacen como somos.

En un apartado dedicado a la influencia de esta imagen en el mundo se citaba una réplica conservada en el barrio de Montserrat, en la ciudad de Lima, a la que se atribuyen muchos milagros.

El capítulo se cerraba con un recuadro, a modo de curiosidad, sobre una isla del Caribe también llamada Montserrat:

El año 1493, Bernat Boíl, antiguo ermitaño de Montserrat, acompañó a Cristóbal Colón en su segundo viaje en calidad de vicario apostólico de las Indias Occidentales, y fue quien ofició la primera misa en tierras americanas.

Durante la travesía, Colón se complacía en bautizar las islas que iba encontrando. Así, por ejemplo, denominó Dominica a la isla que avistó en día domingo. El 11 de noviembre de ese año su navío pasó junto a una isla muy montañosa en la que no llegó a atracar, porque sus guías le dijeron que estaba despoblada. La consignó en su diario como «otra isla no muy grande que estaba a 12 leguas de distancia». Antes de perderla de vista la bautizó como Santa María de Montserrat, probablemente a sugerencia de Bernat Boíl, porque le recordaba la orografía donde se asienta el monasterio catalán.

Al ser un viernes al mediodía, el aeropuerto del Prat bullía de actividad. Tal vez por las emociones vividas y por la confusión que llevaba encima, me equivoqué de terminal y fui a buscar los mostradores de las compañías norteamericanas, donde sólo salían vuelos nacionales.

Antes de volver a recorrer toda la terminal en sentido contrario, me detuve en un quiosco a comprar prensa en inglés para amenizar el viaje.

Me da rabia que, tras haber comprado un periódico, me lo ofrezcan en el propio avión; pero más rabia me da cuando, una vez en el aire, veo que no hay prensa. Desde siempre, he asociado el hecho de volar a leer noticias, tal vez porque el mundo se ve mejor desde las alturas.

Mientras hacía cola para pagar, vi en un expositor un grueso tomo a todo color dedicado a las islas del Caribe. Por pura curiosidad, no pude evitar tomarlo un momento y buscar en su índice la isla sobre la que había leído.

El libro sólo dedicaba a Montserrat una doble página. Ésta era una vista aérea de la isla con un volcán en activo, lo que me causó una extraña conmoción que al principio no logré entender. Tardé unos segundos en relacionar esa fotografía con el folio que guardaba en mi bolsillo.

Al desplegarlo sentí un ligero mareo. Estaba a punto de asistir a una revelación. Volví a leer:

III.Tras ser desenterrado de su nicho, Hitler debe despertar junto al volcán.

IV.Salir de Montserrat para llegar a Montserrat: ése es el camino del grial.

QUINTA PARTE. EL OBSERVATORIO DE VOLCANES

1

Mientras el avión maniobraba para aterrizar en el aeropuerto londinense de Gatwick, seguía sin entender cómo en el último momento había renunciado a proseguir el viaje hacia Los Ángeles. En lugar de eso, había comprado un vuelo de Londres al caribeño país de Antigua y Barbuda, desde donde una avioneta me tenía que llevar hasta la isla de Montserrat.

De ser religioso podría argumentar que me lo había pedido la Virgen, ya que su mirada me había hecho sentir que no hacía lo correcto al volver a casa sin haber solucionado nada.

Al descubrir en el libro que Montserrat tiene un volcán en erupción, La Soufriére, me había resultado imposible no asociarlo con el último escrito de Fleming antes de morir. Si la fuerza de ese nombre era importante para la custodia del grial, y éste debía salir a la luz junto a un volcán, el secreto de Hitler no podía estar en ningún otro lugar más que en esa isla.

Que el camino del grial fuera «salir de Montserrat para llegar a Montserrat» era sólo la constatación.

Cómo había llegado mi antiguo compañero de promoción a esas conclusiones, tal vez nunca lograría saberlo, pero intuía que aquella colonia británica perdida en el mapa bien podía ser el último refugio del grial y centro de operaciones del Cuarto Reino. Si Cloe estaba en lo cierto y se preparaba una conspiración a nivel mundial, aquel paraíso hostil por el pavor que infundía su volcán era el lugar perfecto.

La repentina certeza de hallarme sobre la pista correcta no explicaba en absoluto por qué, tras renunciar a una misión por la que era retribuido generosamente, ahora había decidido actuar en solitario, lo que me pondría en el disparadero de todas las partes.

Tal vez era nuevamente el gusanillo del periodismo, que no me hubiera dejado volver tranquilo teniendo la posibilidad de desvelar un secreto que el resto de la humanidad -excepto sus guardianes- desconocía. Pues lo cierto era que a medida que me adentraba en la pantanosa trama del Cuarto Reino, iniciada con una simple fotografía, crecía en mi interior esa curiosidad irresistible que mató al gato. Y a más de un periodista.

Por otra parte -pensé-, si no encontraba nada, una isla del Caribe podía ser un buen descanso después de correr por medio mundo persiguiendo fantasmas.

Una vez más, me equivocaba.

El estado de paranoia general desatado tras el 11-S hizo que un simple cambio de avión se convirtiera en una pesadilla digna de Orwell, pasando más de dos horas en colas y controles minuciosos. Me parecía un contrasentido que, con la nueva tecnología, en el siglo XXI viajar se hubiera convertido en algo mucho más complicado y peligroso de lo que era a mediados del siglo XX.

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