Kate Morton - El jardín olvidado

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Una niña desaparecida en el siglo XX…
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, una niña es abandonada en un barco con destino a Australia. Una misteriosa mujer llamada la Autora ha prometido cuidar de ella, pero la Autora desaparece sin dejar rastro…
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En la noche de su veintiún cumpleaños, Nell O’Connor descubre que es adoptada, lo que cambiará su vida para siempre. Décadas más tarde, se embarca en la búsqueda de la verdad de sus antepasados que la lleva a la ventosa costa de Cornualles.
Una misteriosa herencia que llega en el siglo XXI…
A la muerte de Nell, su nieta Casandra recibe una inesperada herencia: una cabaña y su olvidado jardín en las tierras de Cornualles que es conocido por la gente por los secretos que estos esconden. Aquí es donde Casandra descubrirá finalmente la verdad sobre la familia y resolverá el misterio, que se remonta un siglo, de una niña desaparecida.

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Ben sacudió la cabeza, sonriendo confundido.

– Ahí es donde todo este asunto se vuelve realmente misterioso. La otra casa está en Inglaterra.

– ¿Inglaterra?

– El Reino Unido, Europa, al otro lado del mundo.

– Sé dónde queda Inglaterra.

– Cornualles, para ser exactos, un pueblo llamado Tregenna. Sólo tengo los títulos para guiarme, pero está anotada como «Cabaña del Risco». Por las señas, supongo que fue parte de una propiedad mucho mayor, originalmente. Puedo averiguarlo, si quieres.

– ¿Pero por qué ella…? ¿Cómo pudo ella…? -Cassandra suspiró-. ¿Cuándo la compró?

– Los papeles están sellados el 6 de diciembre de 1975.

Cruzó los brazos sobre su pecho.

– Nell ni siquiera ha ido nunca a Inglaterra.

Fue el turno de Ben de sorprenderse.

– Sí que ha estado. Viajó al Reino Unido, a mediados de los setenta. ¿Nunca lo mencionó?

Cassandra negó lentamente con la cabeza.

– Recuerdo cuándo fue. Hacía poco que la conocía, fue unos meses antes de que entraras en escena, cuando todavía tenía el pequeño negocio cerca de la calle Stafford. Le había comprado algunas piezas y éramos conocidos, aunque todavía no amigos. Se fue por un mes. Lo recuerdo porque reservé un escritorio de cedro justo antes de que se marchara, un regalo de cumpleaños para mi esposa; al menos se suponía que iba a serlo, aunque al final no resultó así. Cada vez que iba a buscarlo, la tienda estaba cerrada.

»No hace falta que te diga lo enfadado que me sentí. Janice cumplía cincuenta, y el escritorio era perfecto. Cuando pagué el depósito, Nell no mencionó que se iba de vacaciones. De hecho, se tomó el trabajo de aclararme los términos de la reserva, dejando claro que esperaba pagos semanales y que tendría que retirar el escritorio en no más de un mes. Ella no era un depósito, me dijo, tenía que recibir más antigüedades y necesitaba el espacio.

Cassandra sonrió; sonaba muy propio de Nell.

– Fue muy insistente, por eso me extrañó que no estuviera allí en todo ese tiempo. Después de que se me pasara la irritación inicial, me preocupé bastante. Incluso pensé en llamar a la policía. -Hizo un gesto con la mano-. Al final, no tuve que hacerlo. En mi cuarta o quinta visita me topé con la mujer de al lado, quien estaba retirando el correo de Nell. Me dijo que se había marchado al Reino Unido pero se indignó cuando comencé a hacerle preguntas sobre por qué había partido tan repentinamente y cuándo volvería. La vecina replicó que ella hacía lo que le habían pedido y que no sabía nada más. Así que seguí controlando, el cumpleaños de mi esposa llegó y pasó, hasta que un día vi la tienda abierta: Nell estaba de regreso.

– Y se había comprado una casa durante su ausencia.

– Evidentemente.

Cassandra se cubrió los hombros con la chaqueta. No tenía sentido. ¿Por qué se iría Nell de vacaciones, de improviso, para comprar una casa y no volver nunca?

– ¿No te dijo nada al respecto? ¿Nunca?

Ben alzó las cejas.

– Olvidas que hablamos de Nell. No era una persona dada a las confidencias.

– Pero vosotros erais amigos. Seguramente lo habrá mencionado en alguna ocasión -Ben negó con la cabeza. Cassandra insistió-: Pero cuando ella regresó, cuando por fin retiraste el escritorio, ¿no le preguntaste por qué se había marchado tan de repente?

– Claro que lo hice, muchas veces a lo largo de los años. Sabía que debió de ser por algo importante. Estaba muy cambiada, cuando volvió.

– ¿En qué sentido?

– Más distraída, misteriosa. Estoy seguro de que no es el recuerdo el que me hace decir esto. Un par de meses más tarde estuve muy cerca de averiguarlo. Había ido a visitarla a la tienda y llegó una carta, con remitente de Truro. Yo llegué al mismo tiempo que el cartero, así que recogí su correo. Ella intentó actuar de forma despreocupada, pero para entonces ya empezaba a conocerla; estaba excitada por recibir esa carta. Se excusó para dejarme tan pronto como le fue posible.

– ¿Qué era? ¿Quién la enviaba?

– Debo admitir que la curiosidad se apoderó de mí. No llegué tan lejos como para mirar la carta, pero examiné el sobre, una vez que lo vi sobre su escritorio, para ver quién se lo había enviado. Memoricé la dirección al dorso y un viejo colega en el Reino Unido averiguó a quién pertenecía. La dirección era de un investigador.

– ¿Quieres decir un detective?

Asintió.

– ¿Existen?

– Claro.

– Pero ¿qué pensaba hacer Nell con un detective inglés?

Ben se encogió de hombros.

– No lo sé. Supongo que estaba intentando resolver algún misterio. Durante un tiempo solté indirectas, intenté sonsacarle datos, pero sin éxito. Después dejé de hacerlo, pensé que todo el mundo tiene derecho a guardar secretos y que Nell me lo diría si quería hacerlo. La verdad sea dicha, todavía me siento culpable por el poquito de espionaje que hice. -Sacudió la cabeza-. Tengo que admitirlo, me encantaría saberlo. Ha ocupado mis pensamientos mucho tiempo, y esto -agitó el título de propiedad- es la última pieza. Incluso ahora tu abuela tiene la extraña habilidad de confundirme.

Cassandra asintió distraídamente. Su mente estaba en otra parte, estableciendo lazos. Era el comentario de Ben sobre los misterios lo que la había disparado, su sugerencia de que Nell debía de estar intentando resolver uno. Todos los secretos que se habían materializado en el funeral de su abuela comenzaban a entrelazarse: el parentesco desconocido de Nell, su llegada de niña a un puerto, la maleta, el misterioso viaje a Inglaterra, la casa secreta…

– En fin… -Ben vació el resto de su té en una maceta de geranios rojos de Nell-. Será mejor que me ponga en marcha. Va a venir un hombre a verme para llevarse un aparador de caoba en quince minutos. Ha sido una venta de lo más complicada; me alegrará verla cerrada. ¿Puedo hacer alguna cosa por ti mientras estoy en el centro?

Cassandra negó con la cabeza.

– Yo misma me pasaré el lunes.

– No hay prisa, Cass. Te lo dije el otro día, es un placer cuidarte el stand tanto tiempo como necesites. Te traeré el dinero que hayan depositado cuando termine esta tarde.

– Gracias, Ben -dijo-. Por todo.

Se puso de pie y dejando la silla donde estaba, puso el testamento debajo de su taza de té. Estaba a punto de desaparecer por la esquina de la casa, cuando dudó y dio media vuelta.

– Cuídate, ¿me oyes? Si el viento aumenta, te llevará volando.

Una tierna preocupación le arrugaba la frente y a Cassandra le resultó difícil sostener su mirada. Ofrecía una ventana demasiado clara a sus pensamientos y no podía tolerar que le recordara cómo habían sido las cosas en el pasado.

– ¿Cass?

– Sí, así lo haré. -Se despidió mientras se marchaba y escuchó su automóvil perderse calle abajo. Su simpatía, aunque bienintencionada, siempre parecía acarrear una acusación. Tristeza, aunque muy mitigada, porque ella había sido incapaz (o no había querido) de recuperar su antiguo carácter. No se le había ocurrido pensar que tal vez ella hubiera elegido permanecer de ese modo. Que donde él veía reserva y soledad, Cassandra veía autopreservación y el conocimiento de que todo es más seguro cuando se tiene menos que perder.

Golpeó la punta de la zapatilla contra el cemento y apartó los pensamientos tristes y pasados. Después tomó el testamento. Observó, por primera vez, la pequeña nota grapada al frente. La envejecida letra cursiva de Nell, casi imposible de leer. Se la acercó a los ojos, luego la alejó, descifrando lentamente las palabras. Para Cassandra, decía, quien entenderá el porqué.

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