Isabel Gómez-Acebo Duque de Estrada - El santo olvidado

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La historia de
Domingo de Guzmán comienza en Caleruega, una pequeña villa castellana del valle del Duero perteneciente a la diócesis de Osma, en el año 1170. Una vida breve pero tan fructífera que el movimiento religioso que funda en plena Edad Media dura ya 800 años y alcanza desde entonces todas las coordenadas geográficas e históricas. Pero, curiosamente, y pese a su brillantez, el fundador de la orden dominicana es casi un desconocido para el gran público e incluso para buena parte del religioso.Las protagonistas de
Invisibles, nieta y abuela, regresan en esta nueva novela de Isabel Gómez-Acebo para profundizar, por medio de sus conversaciones de mesa camilla, en la biografía de santo Domingo, un santo olvidado pese al incalculable valor de su legado.

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Créditos © SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723 E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es © Isabel Gómez-Acebo y Duque de Estrada 2021 Distribución : SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050 E-mail: ventas@sanpablo.es ISBN: 978-84-2856-047-4 Depósito legal: M. 11.864-2021 Composición digital: Newcomlab S.L.L. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

Los primeros años

La educación de los hijos de los señores feudales

En la escuela catedralicia de Palencia

Canónigo de Osma

Viajero a la marca danesa

Embajador del rey Alfonso VIII de Castilla

En la corte danesa

Salto a Roma

Camino para un encargo papal

Un cambio radical de vida

De pueblo en pueblo

Prouille

El último debate

Estalla la guerra

Toulouse

El Concilio de Letrán

La dispersión

Bolonia y Viterbo

El primer capítulo de la orden

Nuevo viaje a Roma

Vuelta a Bolonia y muerte

Biografía autor

Notas

SAN PABLO 2021 Protasio Gómez 1115 28027 Madrid Tel 917 425 113 Fax - фото 1

© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es

© Isabel Gómez-Acebo y Duque de Estrada 2021

Distribución : SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: ventas@sanpablo.es

ISBN: 978-84-2856-047-4

Depósito legal: M. 11.864-2021

Composición digital: Newcomlab S.L.L.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

Para mi biznieta, Sofía ,

con la ilusión de que cuando sea mayor

lea este libro que le dedico .

LOS PRIMEROS AÑOS

Me desperté sobresaltada al no escuchar ningún ruido, temerosa de que algo hubiera ocurrido. Corrí a abrir la ventana y un olor a campo entró a raudales en la habitación; comprendí que no estaba en Madrid, sino en la tierra de mis ancestros maternos, un pueblo salmantino en el que, en la vieja casona familiar, seguía viviendo mi tía Soledad, hermana de mi abuela Margarita. La mujer, mucho más joven que mi abuela, no se había casado, se quedó solterona al cuidado de su padre, un historiador famoso al que idolatraba. Tanto se identificó con su persona que las malas lenguas decían que las últimas publicaciones, aunque llevaban su firma, no eran suyas, sino de su hija .

Era el pueblo de mi infancia y le tenía cariño, pero no era el afecto el que me decidió a pasar mis vacaciones estivales entre sus calles. La razón estaba en que había decidido presentarme a las oposiciones de un cuerpo de la administración del Estado y, aunque llevaba un año rodeada de libros, entre el trabajo y los amigos mis conocimientos no avanzaban. Así que decidí recluirme como una monja todo el mes de agosto en el pueblo .

Hice un cuadro riguroso con el horario, comidas y estudio, compaginado con paseos al aire libre y tertulia con mi abuela y su hermana. Les gustaba hablar, y al principio me describieron los chismorreos del vecindario, que no me interesaban, pues no conocía a la mitad de la gente, con lo que decidí cambiar el tercio y preguntar por los estudios de mi bisabuelo Alejandro .

Fue como abrir la compuerta de una presa, ya que desde ese momento las hermanas se disputaban la palabra. Su padre había sido catedrático de historia medieval en Salamanca, especializado en las órdenes mendicantes de la Edad media, pero, sobre todo, en la figura de Domingo de Guzmán, el fundador de los dominicos. Mi abuela, con mucho pesar y con intención de meter morcillas a la menor ocasión, tuvo que cederle la palabra a su hermana, que era la experta. Quedamos en que la «lección» diaria se llevaría a cabo antes de la cena, durante una hora, de 8 a 9. Reconozco que empecé la escucha por corresponder con mis anfitrionas, sin ninguna ilusión, pero comprendí que también me servía de distracción para olvidar el derecho civil, el administrativo y la Constitución por un rato 1.

La historia, dijo Soledad, que no nos dejaba llamarla tía, comienza en Caleruega, una pequeña villa castellana del valle del Duero perteneciente a la diócesis de Osma, en el año del Señor de 1170. Ninguno de sus habitantes llevaba en el pueblo mucho más de 30 años, ya que sus primitivos moradores murieron o abandonaron sus tierras tras las aceifas y campañas de Almanzor, pues entre los años 977 y 1002 habían caído todas las fortalezas cristianas y no había caballeros que defendieran al pueblo de la crueldad de los invasores. Se inició la repoblación, tímidamente al principio, desde la toma de Toledo por Alfonso VI en 1085, pero las guerras entre Castilla y Aragón, en tiempos de doña Urraca, no beneficiaron la llegada de colonos.

Entre los reyes de Castilla y los nobles feudales se fueron construyendo, en lugares estratégicos de la zona, murallas, torres-fortaleza e iglesias, edificios comunes que nacieron a la vez como defensa y devoción a los futuros habitantes. El turno a Caleruega le llegó hacia 1136, fecha en la que llegaron los primeros vecinos, generalmente de tierras más al norte, para instalarse en la nueva villa como ciudadanos libres, en régimen de behetría. Esta condición les obligaba a diferentes tributos y prestaciones personales, como labrar las tierras del señor feudal, recoger su vendimia, facilitarle carros de leña y proporcionarle el yantar, que se materializaba fundamentalmente en miel y algunas gallinas. A cambio, los que vivían intramuros, cuyas llaves guardaba el señor, se podían acoger al derecho de vecindad y disfrutar de su defensa y privilegios.

Cada familia –no habría más de 25 en el pueblo– fue dotada con un espacio generoso de tierras para labrar, una superficie que engañaba porque, con unos arados incapaces de profundizar los surcos, un suelo poco fértil y falta de abonos, resultaba obligado dejar los campos en barbecho más de un año. Las colinas y la peña de San Jorge, que dominaba el pueblo, eran de monte bravío tupido, vestido con sus arbustos originales, con una parte de uso comunal dedicada al pasto de la ganadería, fundamentalmente cabras. En toda la zona, la rama seca o caída era de general aprovechamiento, mientras que para establecer colmenas era necesario permiso y el pago de una tasa al señor feudal.

El pueblo, visto desde lo alto, parecía un conjunto de polluelos liderado por dos grandes gallinas, que eran sus sobresalientes torres, casi gemelas, la de la Iglesia y la defensiva, esta acondicionada con un edificio adosado que servía para el hogar y las dependencias necesarias al señor. Eran grandes edificaciones de piedra que contrastaban con unas pequeñas casitas de cinco o seis metros de anchura, medida de los troncos que servían de vigas, donde vivían los demás vecinos. Estas viviendas estaban hechas de tapial, tierra y mortero, distribuido en franjas con predominio de tierra, reforzadas en su parte exterior por cal, techadas con ramas y algunas con tejadillos salidos, sujetos por dos vigas que hacían de soportales. Todas contaban con un patio que servía de huerta y establo, donde se guardaban los carros, aperos de labranza, estiércol y leña para alimentar el fuego, más las jaulas con cochinos, conejos y gallinas. En una cueva excavada bajo tierra guardaban el vino en tinas.

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