Negro.
Silencio.
Y después se encontró en otra parte, en otro lugar frío y oscuro. Sola. Cosas afiladas, ramas a cada lado. Una sensación de que las paredes la empujaban a cada lado, altas y oscuras. La luz regresaba; no mucho, pero lo suficiente para que pudiera estirar el cuello y ver el cielo lejano.
Sus piernas se estaban moviendo. Estaba caminando, las manos a los lados, apartando hojas y ramas.
Una esquina. Dio la vuelta. Más muros de hojarasca. El olor a la tierra, rico y húmedo.
De pronto, lo supo. Le llegó la palabra, antigua y familiar. Laberinto. Estaba en un laberinto.
Comprendió, al instante y por completo: al final estaba el lugar más glorioso. Un lugar en donde tenía que estar. Un lugar seguro en donde descansar.
Ahora más rápido; avanzó más rápido. La necesidad apretándole el pecho, la certeza. Debía llegar al final.
Una luz, adelante. Ya casi había llegado.
Sólo un poquito más.
Entonces, de repente, de las sombras una figura salió a la luz. La Autora, extendiendo su mano. Su voz de plata.
– Te he estado esperando.
La Autora se hizo a un lado y Nell vio que había llegado a la verja.
El final del laberinto.
– ¿En dónde estoy?
– En casa.
Respirando hondo, Nell siguió a la Autora, cruzando el umbral y entrando al más hermoso jardín que hubiera visto nunca.
Y, por fin, el encantamiento de la malvada Reina fue roto, y la joven mujer, a quien las circunstancias y la crueldad habían atrapado en el cuerpo de un ave, fue liberada de su jaula. La puerta de la jaula se abrió y el cuclillo cayó, cayó, cayó, hasta que por fin abrió sus alas atrofiadas, y descubrió que podía volar. Con la fresca brisa del mar de su comarca sosteniendo el dorso de sus alas, se elevó sobre el borde del acantilado y sobre el océano. Hacia una nueva tierra de esperanza, libertad y vida. Hacia su otra mitad. Su hogar.
El vuelo del cuclillo, Eliza Makepeace
Por ayudar a traer El jardín olvidado al mundo, quisiera dar las gracias a:
Mi Nana Connelly, cuya historia fue la primera en inspirarme; Selwa Anthony por su sabiduría y cuidados; Kim Wilkins, Julia Morton y Diane Morton, por leer los primeros borradores; Kate Lady por seguirle la pista a esquivos datos históricos; Danny Kretschmer por suministrar fotos a la fecha de entrega; y a los compañeros de trabajo de Julia por responder a preguntas sobre la lengua vernácula. Por su ayuda en la investigación -arqueológica, entomológica y médica- le estoy agradecida al doctor Walter Wood, a la doctora Natalie Franklin, Katherine Parkers y especialmente a la doctora Sally Wilde; y, por su ayuda en detalles específicos, muchas gracias a Nicole Ruckels, Elaine Wilkins y Joyce Morton.
Tengo la fortuna de ser publicada en todo el mundo por gente extraordinaria y les estoy agradecida a todos aquellos cuyos esfuerzos han ayudado a que mis historias se conviertan en libros. Por su sensible e incansable apoyo editorial para El jardín olvidado, quisiera mencionar especialmente a Catherine Milne, Clara Finlay y a la maravillosa Annette Barlow de Allen & Unwin, Australia; y a María Rejt y Liz Cowen de Pan MacMillan, Gran Bretaña. Estoy también muy agradecida a Julia Stiles y Lesley Levene por su cuidado con los detalles.
Me gustaría honrar aquí a los autores que escriben para niños. Descubrir a edad temprana que detrás de las negras marcas de un papel blanco se ocultan mundos de incomparable terror, alegría y excitaciónes uno de los grandes regalos de la vida. Estoy enormemente agradecida a aquellos autores cuyas obras encendieron mi imaginación infantil e inspiraron en mí un amor por los libros y la lectura que han sido una constante compañía. El jardín olvidado es, en parte, una oda a ellos.
Finalmente, como siempre, una inmensa deuda de gratitud a mi esposo, David Patterson, y a mis dos hijos, Oliver y Louis: a ellos pertenece esta historia.
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[1]V&A es la abreviatura con que se conoce el Victoria and Albert Museum.
[2]Cinta Azul, en inglés Blue Riband, era un galardón ofrecido a un barco por cruzar el Atlántico en el menor tiempo posible.