El principal beneficiario de la maniobra, Hitler, comenzó a inquietarse, temiendo que su propia mentira hubiese cobrado vida. Sin embargo, tanto Röhm como los diversos jefes de las SA eran ajenos a toda aquella trama y en aquellos días disponían las vacaciones de sus hombres y su máxima preocupación eran los viajes de recreo o las semanas de descanso que se aprestaban a tomar. Era el momento esperado por Hitler, que el 28 de junio se trasladó a Essen a la boda de uno de sus Gauleitern . Tras el banquete, los invitados continuaron la celebración con un baile, momento que aprovecharon Hitler, Goebbels y Goering para retirarse a una habitación donde planificaron minuciosamente el exterminio de los principales responsables de las SA, con el pretexto de que tramaban una sublevación. Heydrich les proporcionaba el ambiente adecuado con sus continuos mensajes en los que sostenía la ficción del putsch : todos los desplazamientos vacacionales, todas las reuniones de amigos para despedirse antes del verano, eran interpretados como movimientos para concentrar tropas, coordinar acciones, trazar planes o impartir consignas. En aquella habitación, a la que llegaba atenuada la música de la fiesta, se repartieron los papeles en el exterminio de Röhm y los suyos: Goering regresaría a Berlín, Hitler se trasladaría a Munich y Goebbels, que era el único en ver clara toda la trama y el papel que cada uno tomaba en ella, decidió quedarse junto a Hitler en un gesto de fidelidad a ultranza; en realidad, el ministro de Propaganda presentía que todo se desarrollaría sobre un terreno extremadamente movedizo y temía alejarse del Führer pues cualquier error en su actuación le hubiera incluido en el bando de los malditos.
En la madrugada del 30 de junio de 1934 llegó Hitler a Munich. La última información enviada horas antes por Heydrich era que las SA se manifestaban esa noche contra el canciller en la capital bávara. Efectivamente, a su llegada a Munich aún pudo ver el Führer a grupos sueltos que regresaban a sus casas. Lo que no sabía Hitler es que la manifestación no había sido dirigida contra él, sino a favor del sistema, y que había sido convocada mediante órdenes impresas que no conocía ningún responsable local. La maquiavélica mente de Heydrich había convocado la manifestación y, a la vez, la había denunciado al Führer , cuya cólera fue exacerbada convenientemente con esta maniobra, de modo que no quedase en él reparo alguno hacia las criminales medidas proyectadas. Inmediatamente comenzaron las detenciones en Munich, efectuadas por agentes de las SS. El propio Hitler se encargó de enviar a la prisión de Stadelheim al jefe de la policía muniquesa, Schneidhuber, y al máximo responsable local de las SA, Schmid.
Antes de que amaneciera, llegaba Hitler al hotel de Wiessee, cerca de Munich, donde Röhm había establecido su cuartel general para las vacaciones, esperando tener allí el descanso que le habían recomendado para reponer su maltrecha salud. Los matones que acompañaban a Hitler arrollaron a los que guardaban al jefe de las SA, adormilados e impresionados por la presencia de Hitler. Algunos de los guardias fueron asesinados a tiros en sus literas; otros, reducidos a culatazos. Cuando llegaron a la habitación de Röhm les costó despertarle, pues dormía mediante calmantes a causa de una neuralgia. Cuando abrió la puerta se encontró sumido en una especie de pesadilla compuesta por los gritos coléricos de Hitler, los empellones de sus teóricos subordinados, la humillación de las esposas y la sorpresa de verse subido a un autobús de prisioneros incapaces de comprender lo que les estaba sucediendo.
Esa noche, que pasaría al acervo popular como la «Noche de los cuchillos largos» o la «Noche alemana de San Bartolomé», fueron detenidos o asesinados todos los responsables de las SA que pudieron ser hallados en Alemania, exceptuando un pequeño grupo cuya salvación decidió el Führer . Pero no fueron ellos los únicos objetivos de la vesania hitleriana, que aprovechó la ocasión para cobrarse viejas cuentas: las SS mataron a palos en Dachau a Von Kahr, el antiguo comisario general de Baviera que retiró su apoyo a Hitler el 9 de noviembre de 1923, tras el putsch de la cervecería Bürgerbraükeller de Munich. Otras víctimas de aquel día en la capital bávara fueron el fraile jerónimo Stempfle, corrector de estilo del Mein Kampf y el músico Wilhelm E. Schmidt, confundido con un médico del mismo apellido.
En Berlín, Goering actuó con una presteza y una eficacia impropias de su costumbre. Hizo detener y asesinar a cuantos estaban en sus listas e, incluso, extremó su celo homicida, según presumió en una rueda de prensa posterior: «… he superado los objetivos que se me encomendaron.» Una de sus víctimas en aquella jornada fue Gregor Strasser, segundo en la jerarquía nazi hasta 1932. En las afueras de Berlín, aunque a iniciativa de Himmler y Heydrich, fue asesinado el general Kurt von Schleicher, el antecesor de Hitler en la Cancillería. Los sicarios que asaltaron su casa dispararon también contra su esposa, que trató de prestarle auxilio.
En aquella orgía sangrienta no sólo cayeron los jefes de las SA y algunos militares y políticos que le eran antipáticos a Hitler, sino que la confusión fue aprovechada por todos los matarifes para saldar cuentas personales, para borrar pistas que pudieran ser comprometedoras o para avanzar peldaños en la escalada hacia el poder. Más de trescientas personas murieron aquellos días -hay autores que elevan la matanza a más de dos mil-, entre ellas todos los internados en la Stadelheim de Baviera. Allí, sin juicio alguno, cayeron bajo el pelotón de fusilamiento los jefes bávaros de las SS, entre ellos Schneidhuber y Schmid, que antes de morir recibieron como única explicación esta sentencia: «El Führer le ha condenado a muerte.» Röhm sobrevivió un día a la matanza general: el 2 de julio ordenó Berlín que se le entregara una pistola para que se suicidase, pero la rechazó desdeñosamente: «Si Adolf quiere matarme, que haga él el trabajo sucio»; ante su actitud, los carceleros recibieron la orden de disparar sobre él desde la puerta de la celda. El capitán Ernst Röhm, uno de los camaradas de primera hora de Hitler y uno de los nacionalsocialistas que más hicieron para llevarle hasta el poder, fue perseguido aun después de muerto: la versión oficial de su detención aseguraba que había sido sorprendido en la cama con un jovencito.
Viktor Lutze, afiliado al NSDAP desde 1922 y jefe de las SA en varios Gausen , traidor a Röhm y cómplice de Hitler en la «Noche de los cuchillos largos», fue recompensado por el Führer con la jefatura de las SA, pero esa organización fue, poco a poco, pasando a un segundo plano, mientras que eran potenciadas las SS y su jefe, Himmler, se convertía en uno de los personajes más poderosos de Alemania y en el más siniestro, acumulando cargos como la dirección de todos los campos de concentración y, tiempo después, la jefatura de la policía de todo el país y el segundo puesto en el Ministerio del Interior.
El 13 de julio Hitler se presentó ante el Reichstag , por entonces ya sólo compuesto por gentes del NSDAP, y explicó aquellos crímenes como una medida necesaria para salvar al país. Pese a hablar ante su público, se asustó ante la terrible verdad y falseó las cifras, reduciéndolas a la tercera parte. Al final de su intervención dijo que si fuera acusado de no haberse atenido a la ley, ordenando las ejecuciones sin los juicios previstos, él respondería que «en esa hora crucial era responsable del destino de la nación alemana y que consideraba al pueblo alemán como juez supremo».
Una de las personalidades que salvaron la vida la «Noche de los cuchillos largos» fue Von Papen, gracias a la protección de Goering, pero el curtido político estimó que aquel juego era demasiado peligroso para su salud, de modo que presentó su dimisión a Hitler como vicecanciller, dándole las gracias, eso sí, por «haber salvado al país con su valerosa intervención contrarrevolucionaria del 30 de junio». Hitler le dejó marchar, no sin burlarse junto a sus colaboradores íntimos de la angustia y el miedo del hombre que le había abierto las puertas del poder; pero no tardaría en llamarle nuevamente a su lado.
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