Sigue lloviendo a cántaros. Estoy empapada. Es el llanto de los ángeles. Sí, pese a que estarnos en el mes de mayo, también llueve ahí arriba. Un rayo de sol ha horadado la oscuridad y atraviesa las nubes. Ilumina una parte de la periferia que queda al fondo. Te amo, Massi. Te amo. Me gustaría proclamarlo a voz en grito. Querría decírselo mirándolo a los ojos, con una sonrisa. Pero ni siquiera logro susurrárselo. Me enjugo la cara con la palma de la mano y me echo el pelo hacia atrás, como si pudiese servir para algo. Qué tonta, estamos bajo la lluvia.
– ¿Qué pasa? ¿En qué estás pensando? -me pregunta risueño.
Me refugio de nuevo en su pecho, en el hueco que hay junto al hombro, escondida de todo, de todos. Sola con él en lo más profundo, en tanto que la lluvia sigue cayendo.
– Me gustaría escaparme contigo…
Y nos damos otro beso, tan fresco como no lo había probado en mi vida. Prolongado. Bajo ese ciclo. Bajo esas nubes. Bajo esa lluvia. A lo lejos está escampando y ha aparecido un sol rojo perfecto, limpio en su ocaso. Y yo me estrecho contra su cuerpo y sonrío. Y soy feliz. Respiro profundamente. Estoy un poco mejor. Por el momento. Por el momento he comprendido que lo amo. Y es precioso. Algún día lograré decírselo.
En los días sucesivos hemos hecho cosas increíbles.
Hemos pasado toda una tarde sentados en el mismo banco bajo la virgencita de Monte Mario. Es una virgen preciosa, enorme, que se puede ver a lo lejos. Es toda dorada, pero eso es lo de menos. Massi ha querido saberlo todo de mí en lo tocante a los chicos con los que he salido. Le he contado las pocas cosas que he hecho. Prácticamente he reconocido que no he hecho nada. Al principio parecía preocupado, luego menos, hasta que al final ha sonreído. Después me ha desconcertado diciendo: «Mejor así.»
No he acabado de comprender si está pensando en algo en concreto. Aunque lo cierto es que no me importa mucho, no estoy inquieta, sino serena. Tengo ganas de conocerlo, de conocerme, de descubrirlo y de que me descubra. De acuerdo, debería estar preocupada. ¿A qué se debe que un chico quiera saber con quién ha salido una? ¿En qué puede cambiar eso lo que siente por ella? ¿Y si le hubiese dicho: «Massi, ya no soy virgen, he estado con tres chicos, mejor dicho, con cuatro, y he hecho esto, aquello y lo de más allá…» ¿Cómo habría reaccionado? Maldita sea, debería haberlo pensado antes. Ahora ya no tiene remedio. Aunque siempre puedo decirle que le he contado una mentira. Sí, ésa sí que es una buena idea.
– Massi -le digo risueña-. Te he mentido.
Veo que le cambia completamente la cara.
– ¿Sobre qué?
– No te lo digo. Basta que sepas que he sido sincera… pero, en cualquier caso, te he dicho una mentira.
Se queda perplejo por un momento, sin saber muy bien qué pensar. Luego, imaginando que le estoy gastando una broma, se echa a reír y me besa.
– Así que no has sido sincera…
– Sí, sí: por supuesto… -Me desprendo de su abrazo-. He sido totalmente sincera, sólo te he dicho una mentira.
Él sacude la cabeza y se encoge de hombros. Me mira a los ojos curioso, me escudriña como si tratase de entender qué parte es verdad y qué parte no. Yo le sonrío y me vuelvo hacia el otro lado. Por el momento no las tiene todas consigo. Mejor.
Durante los días siguientes hemos ido a comer varias veces fuera. Al japonés de la via Ostia, riquísimo, a una pizzería que hay junto a la via Nazionale y que se llama Est Est Est, alucinante, y en la via Panisperna, 56, La Carbonara, para chuparse los dedos. ¡En los tres locales apenas he probado bocado! Massi me ha mirado las tres veces preocupado: «¿No te gusta el sitio?» «¿Odias la comida japonesa?» «¿La carbonara es demasiado pesada?»
En cada ocasión me he echado a reír como si fuese medio idiota, pero no he dicho nada.
– Ah…, ahora lo entiendo, ¡aún estás a dieta!
– ¡De eso nada! Estoy de maravilla, me encanta el sitio y todo está delicioso.
– ¿Entonces?
– No tengo mucha hambre…
– Ah, ¿eso es todo? ¡Mejor así! -Coge mi plato y engulle las sobras, se lo mete en la boca con voracidad-. ¡Ya veo que me saldrás barata!
Pruebo a darle un golpe.
– ¡Imbécil! Eres un macarra…
Y él come adrede con la boca abierta.
– ¡Qué asco! ¡Se acabaron los besos, ¿eh?!
Massi exagera a propósito, mueve la cabeza arriba y abajo como si pretendiese decir; «¡Ahora verás si te doy asco!»
Y organizamos un buen bullicio, le tiro de la manga de la camisa para que se detenga, él intenta hacerme cosquillas, bromeamos, simulamos que discutimos y no dejamos de reírnos en ningún momento. La verdad es que, cuando estoy con él, es como si perdiese el apetito.
– ¿Tregua? ¿Paz?
No puedo más, al final me rindo.
– Está bien.
Massi sonríe, me sirve un poco de agua, después el también se llena el vaso. Nos miramos mientras bebemos y a los dos se nos ocurre la misma idea, fingimos que nos salpicamos con el agua que tenemos en la boca. Pongo cara de preocupación. Al final Massi se inclina hacia mí como si tratase de echarme el agua, pero se la ha tragado ya. Sacudo la cabeza, sonrío y, poco a poco, nos vamos calmando. Lo miro, el corazón me late acelerado, siento la emoción en los ojos. Se tiñen de amor. No entiendo lo que me está ocurriendo. Me miro al espejo que tengo al lado. Nada de dieta… ¡Esto es amor! Es amor, amor, amor. Tres veces amor. ¡Estoy acabada!
Hoy vamos a ver Juno.
¡Qué guay! Lo ha escrito Diablo Cody» una joven blogger que ha ganado un Oscar por su primer guión. Los americanos son geniales. Viven en el país de las grandes oportunidades. Como cuando ganan la lotería o en el casino, de inmediato los ves en las fotos junto a un cheque gigantesco con la cifra que se han embolsado escrita encima. ¡Y puedes ver a los afortunados en persona! Unas personas auténticas, con una maravillosa sonrisa escrita en la cara. En nuestro país nunca se sabe nada, la noticia de que alguien ha ganado en el casino sólo se hace pública si el afortunado es Emilio Fede, el periodista del canal Retequattro. En cambio en Estados Unidos, sin ser siquiera mínimamente conocida, esa blogger, Diablo Cody, ha ganado un Oscar. ¡Imaginaos si eso le ocurriese a Rusty James! Me vestiría con mis mejores galas, lo acompañaría a Los Ángeles a recogerlo y haría como Benigni: me pondría de pie sobre la butaca y gritaría: «¡Rusty James! ¡Rusty James es mi hermano!»
¡Ya me imagino resbalando y cayéndome al suelo!
Estamos en el intermedio de la película. Es una peli muy chula, muy ocurrente, realmente divertida. La actriz protagonista es muy joven, además de muy buena. Creo que se llama Ellen Page. Juno es la historia de una chica que decide hacerlo con su novio, un tipo gracioso, un poco gafe, pero muy mono y tierno…, ¡y se queda embarazada!
– A veces ocurre…
Massi se inmiscuye en mis pensamientos.
– Menudo lío.
– No sé cómo consigue arreglárselas tan tranquila… Quizá porque se trata de una película…
Massi me toca la barriga.
– ¿Y tú qué harías?
Cierro los ojos.
– No niego que me encantaría tener un hijo, ¡pero tengo catorce años! -Los abro de nuevo-. ¡Ella tiene quince, de modo que todavía me queda un año de libertad!…
– Si lo consideras un castigo… ¿De verdad no te gustaría?
– Bueno, lo ideal es que suceda cuando haya vivido por lo menos el doble… O sea, cuando tenga veintiocho años.
– Vale, me parece justo. Me reservo para cuando llegue ese momento…
Me sonríe y me coge la mano.
Tiene diecinueve años, uno menos que mi hermano ¿Qué diría Rusty si lo conociese? ¿Sentiría celos de él? Y mientras pienso en eso apoyo la cabeza en su hombro. Mi melena rubia se esparce sobre su camiseta azul. Espero tranquilamente a que empiece la película.
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