Federico Moccia
Perdona Pero Quiero Casarme Contigo
Segunda parte de Perdona si te llamo amor
A mis amigos. Casados o no.
Y a todos los que est á n pensando en hacerlo.
Ti sposer ò perch é
mi sai comprendere
e nessuno lo sa jare come te.
Ti sposer ò perch é
ti piace ridere
e sei mezza matta proprio come me.
Ti sposer ò perci ò
ci puoi scommettere
quando un Giòrno quando io ti trover ò .
Eros Ramazzotti, Ti sposer ò perch é
«Te quiero.»
Casi le gustaría pronunciarlo en silencio, susurrarlo. En cambio, Alex se limita a sonreírle y a mirarla. Duerme despreocupada envuelta entre las sábanas. Dulce, suave, sensual, con una ligera mueca de enojo en la boca, con los labios entreabiertos que todavía saben a amor. Su amor. Su gran amor. Se detiene, se yergue. Una duda. ¿Alguna vez te ha gustado otro, Niki? Alex permanece absorto, en silencio, inmóvil, se aparta un poco de ella como si pretendiese enfocarla. Sonríe. No, no es posible. ¿Qué estoy diciendo? A Niki le gusta otro… Eso es imposible. Pero de nuevo lo asalta la duda, una penumbra breve, un espacio de la vida al que él no ha tenido acceso. Y su frágil seguridad se deshace en un abrir y cerrar de ojos, como un helado en manos de alguien resuelto a hacer dieta un día de mediados de agosto, en la playa.
Ha pasado ya un año desde que regresaron de aquel faro, de la Isla Azul, de la espléndida isla de los enamorados.
Regresa en un instante a ese lugar.
Finales de septiembre.
– Alex, mira… Mira… ¡No tengo miedo!
Niki está en lo alto de un peñasco, completamente desnuda, recortada por el sol que se encuentra a sus espaldas. Sonríe a contraluz y grita:
– ¡Me tirooo! -y salta al vacío.
Su melena oscura con algunas mechas aclaradas por el sol y el mar, por todos esos días que han pasado en la isla, la sigue ligeramente rezagada. ¡Plof! Está en el agua. Mil burbujas en torno a ella, que desaparece en el azul del mar.
Alex sonríe y sacude la cabeza, divertido.
– No me lo creo, no me lo creo…
Se levanta de un peñasco más bajo donde estaba leyendo el periódico y se tira también. En un abrir y cerrar de ojos, emerge junto a las burbujitas y la ve reaparecer risueña.
– Entonces, ¿qué?, ¿te ha gustado? Tú no te atreves…
– Pero ¿qué dices?
– En ese caso, vamos, prueba… No tengo todo el día…
Se ríen divertidos y se abrazan, desnudos, agitando los pies bajo el agua a toda velocidad para mantenerse a flote. Se dan un beso salado, prolongado, suave, con el sabor dulce del amor. Sus cuerpos calientes se aproximan y se unen en el agua fresca. Están solos. Solos en medio del mar. Y un beso, y otro, y otro más. De repente se levanta una ráfaga de viento. El periódico sale volando, abandona el peñasco, se levanta, revolotea a lo lejos, arriba, más arriba, como una cometa sin hilo que, furiosa y rebelde, se abre de repente desplegando sus alas y parece multiplicarse en otros diarios idénticos que, plof, se abren también con el viento y a continuación caen en picado sobre Alex y Niki.
– ¡Nooo! Mi periódico…
– ¡Qué más da, Alex! ¿Hay algo indispensable que debas saber?
Se separan y nadan veloces para recoger las páginas mojadas: anuncios, malas noticias, datos económicos, crónicas, política y espectáculos.
– Aquí está, ¿ves?…, es mi periódico…
Pero el interés dura un instante, Alex esboza una sonrisa. Es cierto, ¿qué debería saber? ¿Qué necesito? Nada. Lo tengo todo. La tengo a ella.
Alex mira a Niki, que suspira y se da media vuelta en la cama como si hubiese sentido todos sus recuerdos. Acto seguido vuelve a exhalar un suspiro, esta vez más prolongado, y sigue durmiendo como si nada. Entonces Alex regresa a la isla como por encanto, se ve delante del fuego que encendieron en la playa esa misma noche, comiendo el pescado fresco del día que asaron sobre la leña que habían recogido en un matorral cercano. Después permanecieron durante horas frente a las llamas que se fueron apagando poco a poco, escuchando la respiración del mar, y se bañaron a la luz de la luna en los charcos que había dejado tras de sí la marea alta. El sol había calentado durante todo el día el agua de mar que había quedado aprisionada.
– Ven, vamos, entremos en la cueva secreta; mejor dicho, en la cueva de los reflejos o en la cueva del arco iris… -Han atribuido un nombre a todos los rincones de la playa, desde los charcos naturales a los árboles, a las rocas y a los escollos-. ¡Sí, eso es, el peñasco elefante! -Sólo porque tiene una extraña curva que recuerda a una cómica oreja-. Ése, en cambio, es el escollo luna, y ése el gato… ¿Reconoces ése?
– No, ¿qué es?
– Es el peñasco del sexo… -Niki se acerca y muerde a Alex.
– Ay, Niki…
– Qué aburrido eres… ¡Creía que en esta isla viviríamos como los protagonistas de El lago azul!
– La verdad es que yo pensaba más bien en Robinson y en su Viernes…
– ¿Ah, sí?… ¡En ese caso imitaré a un salvaje de verdad! -y vuelve a morder a Alex.
– Ah, pero, Niki…
Perder el sentido de los días, de las noches, del fluir del tiempo, la ausencia de citas, comer y beber tan sólo cuando se siente la verdadera necesidad de hacerlo, vivir sin problemas, discusiones o celos.
– Esto es el paraíso…
– Puede que sí; en cualquier caso, tenemos que acercarnos mucho…
– ¡Eh…! -Niki esboza una sonrisa-. ¿Qué haces?
– Tengo ganas de…
– Entonces iremos al infierno…
– Al paraíso, perdona, porque si te llamo amor tengo salvoconducto…
Niki hace burbujas con los labios, como si fuese una niña pequeña y borbotease porque no sabe realmente qué decir, como si tuviera la necesidad de que le presten atención. Y de que la quieran. Alex la mira risueño.
Hace más de un año que regresaron a Roma, y desde entonces todos los días han sido diferentes. Da la impresión de que ambos se han tomado al pie de la letra esa canción de los Subsonica: «Debemos evitar a toda costa que la costumbre se instale entre nosotros, entre las frases de dolor y alegría, en el deseo, debemos rechazarla en todo momento…»
Niki se matriculó en filología, empezó a estudiar en seguida, y ha hecho ya varios exámenes. Alex, por su parte, volvió al trabajo, pero el tiempo que pasaron en la Isla Azul los marcó, los hizo mágicos, les dio una gran seguridad… Sólo que a Alex, algunos días después de regresar, le pareció extraño volver sin más a la consabida y vieja realidad. Y tomó una decisión. Quiso dejarlo todo a sus espaldas para que ninguna de las páginas de su nueva vida pudiese tener el regusto del pasado.
Así pues, ese día se produjo la magnífica sorpresa.
– Alex, parecemos dos chalados…
– De eso nada… No pienses y ya está.
– Pero ¿cómo no voy a pensar?
– No pienses y punto. Hemos llegado.
Alex se apea del coche y se apresura a rodearlo.
– Espera, te ayudo.
– Claro que me ayudas… ¡Si te parece, bajo sola del coche con los ojos vendados! Quizá salga por el lado equivocado, después cruce la calle y…
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