¿Moto o microcoche? Por el momento estoy contenta con Luna 9, mi Vespa, luego ya veremos
¿Móvil o tarjeta telefónica? Móvil.
¿Maquillaje o sólo agua y jabón? Depende. Alis dice que debería maquillarme más.
¿Una cosa extraña? Sentirme como me siento ahora.
¿Una cosa buena? Massi.
¿Una cosa mala? La ausencia de Massi.
¿Un motivo para levantarse por la mañana? ¡Massi!
¿Un motivo para quedarse en la cama? La ausencia de Massi…
¿Qué estás escuchando ahora? El silencio.
¿Qué escuchas antes de acostarte? Ahora, a Elisa.
¿Un vicio al que no puedes renunciar? El chocolate.
¿Una cita que siempre queda bien? «Tenemos que emplear lo mejor posible el tiempo libre», Gandhi.
¿Una palabra que siempre suena bien? Amor.
¿Sabéis una de esas mañanas en que no tenéis ganas de levantaros y la cama os parece el lugar más bonito, cómodo y acogedor de este mundo? Pues bien, eso es lo que me ocurre hoy. Sólo que no puedo regodearme. Qué pena. Todo me parece tan lento, tan fatigoso, tan negativo. Las zapatillas no están en su sitio y además tengo un ligero dolor de cabeza. El sábado o el domingo, cuando por fin puedo dormir, resulta que nunca lo hago. Al revés, a veces me sucede que esos días me levanto temprano incluso aunque no deba hacerlo. ¿Será posible que sólo cuando hay que ir al colegio la cama me parezca tan maravillosa? Uf.
Cuando me levanto, mi madre ha salido ya. Mi padre también. Sólo queda Ale, con su consabido cruasán de crema, y eso que luego se lamenta porque engorda. Faltaría más. Por si fuera poco, lo moja invariablemente en un tazón de leche enorme.
– Buenos días, ¿eh?
Nada, no habla. Emite una especie de extraño gruñido como si fuese un cerdo concentrado en unas bellotas deliciosas. Esta mañana Ale está más esquiva de lo habitual. ¡Refunfuña! Me visto, pero hoy me falla la imaginación, de manera que me pongo un par de vaqueros con un bordado en un costado y la camiseta azul claro. Me miro en el espejo de cuerpo entero de la habitación. Un desconocido que me viese hoy por la calle no se pararía a mirarme ni de coña. Hay mañanas en las que no te gustas en absoluto y, si por casualidad alguien te hace un cumplido, te cuesta de creer. De repente se me pasa por la cabeza: «Después de todo, la verdadera belleza está en el corazón.» Me lo decía siempre el abuelo. Y a él se lo había dicho Gandhi. Quiero decir, no directamente, el abuelo había leído la frase en un libro de citas suyas. No sé si mi corazón es puro o no, lo que está claro es que me gustaba cómo me decía esa frase el abuelo. Por un momento siento un extraño vacío en mi interior, algo indefinido, como una suerte de vértigo. Digamos que hoy dejo la hermosura para mi corazón, no para la cara.
Bip, bip.
Debe de ser Alis. Seguro que me pide que la espere frente a la escuela para poder copiar algo. Quizá matemáticas, ya que la lección de ayer era un poco difícil. No entendí mucho de las ecuaciones algebraicas. Y digo yo, ¿para qué hay que poner letras si en el fondo se trata de números? Ya entiendo poco las cifras, así que sólo me faltaba el alfabeto. Además, nos han dicho que esto se estudia en primero de bachillerato, pero la profe quería enseñárnoslo antes para que estemos más preparados. Bueno, la verdad es que si Alis espera que yo… ¿No podría habérselo pedido a Clod?
Abro el sobrecito del mensaje. ¡Es de R. J.! Qué extraño, a esta hora. «Hola. Caro… ¿Vas al colegio o inventas una de las tuyas?» Voy, voy, ojalá tuviese un poco de imaginación. «¿Te apetece acompañarme a un sitio esta tarde? Manda OK si tienes ganas y puedes y pasaré a recogerte a las tres.»
No hay nada que hacer. Rusty siempre es así. Jamás te dice adonde va, lo descubres después. O aceptas la caja cerrada o nada.
«OK», y envío el mensaje. Desayuno de prisa, me lavo los dientes, me preparo y salgo. Ale incluso se despide de mí. Increíble. El día está empezando a cambiar, vuelvo a estar de buen humor. De todas formas, pensándolo bien, las sorpresas de Rusty James me gustan por el misterio que entrañan. Lo que no sabía era que esta vez me iba a sentir ya mayor. Una de esas sorpresas que sabes que existen, que se producirán tarde o temprano, y que, en cualquier caso, nunca estarás preparada para ellas.
En el colegio he tenido que copiar la ecuación de Clod. Pero todo ha salido a pedir de boca. Las horas sucesivas han pasado volando y ahora estoy detrás de él.
– ¿Se puede saber adónde vamos? -le grito con el casco puesto.
– Cerca.
Serpentea entre el tráfico.
Rusty James ha pasado a recogerme por casa, haciendo una llamada perdida al móvil para evitar que mi madre lo oyese. Ahora estamos zigzagueando por las calles de Roma y no logro entender adónde vamos. Veo que Rusty está sentado encima de un sobre amarillo.
– ¿No se te caerá si lo llevas así?
– No. Si eso sucede, tú te darás cuenta. Si no, ¿de qué me sirves? Además, hay un motivo…
– ¿Cuál?
– Luego te lo digo.
Después de un par de cruces más, nos detenemos. R. J. aparca la moto y coge el sobre. Yo bajo con mi habitual saltito sobre los estribos. Miro alrededor. Veo un palacete antiguo con un gigantesco portón de madera y un sinfín de placas a un lado.
– ¿Dónde estamos?
– Subo un momento. Espérame aquí.
– Pero ¿por qué no puedo ir yo también?
– Por superstición.
– ¿Qué pasa?, ¿traigo mala suerte?
– Nunca se sabe.
Y me deja allí plantada tras cruzar a toda prisa el portón. Me acerco a la hilera de placas. Hay de todo: un asesor laboral, un agente comercial, un abogado, un notario, un editor, una empresa de estudios de mercado, una agencia inmobiliaria, una modista y, por último, un letrero que destaca sobre los demás, un centro de estética que ofrece depilación incluso para hombres. ¿Adónde habrá ido? Entro en el patio y veo la escalinata y el ascensor, pero R. J. ha desaparecido. Pasados diez minutos regresa bajando de tres en tres los peldaños. Se acerca a mí y me levanta en volandas.
– ¿Y bien? ¿Cuándo me lo vas a contar? ¿Adónde has ido?
– ¡Adivina! Si no me equivoco, debes de haber leído todas las placas.
– Mmm… ¡te has depilado y no quieres decírmelo!
Rusty se levanta una de las perneras de sus vaqueros y me enseña la pantorrilla. No es que sea muy peludo, pero tampoco tiene la piel fina.
– ¡En ese caso, te has metido en un lío y has ido a hablar con un abogado!
– ¡No, no tengo antecedentes penales!
– ¡Has encargado un traje propio de un tipo serio! ¡Una americana y unos pantalones!
– Quizá uno de estos días…
– ¡Me rindo!
– Tiene que ver con lo que te he dicho antes.
– ¿Con el sobre en el que estabas sentado?
– Sí, me he sentado encima para ver si le transmitía un poco de suerte.
– ¡Ah! ¿Y qué había dentro?
– Mi libro…
– ¡Noooo! ¡Podrías habérmelo dicho!
– ¿Y qué habría cambiado? ¡Quizá luego me habrías pedido que te lo leyese! ¡En cambio, me has acompañado a entregarlo a la editorial y quizá así me traigas suerte! ¿Te apetece andar un poco? No tengo ganas de coger otra vez la moto.
– De acuerdo, a fin de cuentas, he quedado con Clod y Alis dentro de dos horas.
– Pero ¿es que vosotras no estudiáis nunca?
– ¡Por supuesto, de hecho vamos a estudiar!
– ¿A las seis de la tarde?
– ¡Claro, es la hora en que mi biorritmo está más activo! ¡Me lo ha dicho Jamiro!
– No das un paso sin él, ¿eh?
– ¡Jamás!
Reímos mientras caminamos juntos. El sol está alto en el cielo, hace un día precioso y me siento mejor, mucho mejor respecto a esta mañana. El mérito es de R.J. Es una especie de tifón que arrasa con el aburrimiento. Pasamos por delante de un escaparate. Una tienda de fotografía. Nos paramos a la vez. Detrás del cristal hay varias cámaras digitales, las más modernas, alguna que otra réflex, unos cuantos objetivos, fotos de mujeres sonrientes. Nos miramos. Es cosa de un instante. Una sonrisa consciente, un silencio que no necesita palabras. Tenemos la misma idea. El abuelo. Nuestro querido abuelo. El abuelo dulce, grande, bueno, el abuelo que añoramos, que nos hacía sentirnos seguros, o al menos, a mí. Y evoco esos días absurdos. La casa abarrotada de gente silenciosa. La abuela sentada en una silla a su lado. Y él, que parecía dormir. Me parece imposible. La muerte me parece imposible. Ni siquiera sé qué es. En ocasiones me gustaría poder olvidarlo, coger la moto e ir a su casa como solía hacer y encontrarme con una bonita sorpresa: ver al abuelo Tom sentado a su escritorio manipulando algo. Y luego su perfume. Esa loción para después del afeitado que usó durante toda la vida. No puedo pensar en eso. Sin poder remediarlo, se me humedecen los ojos. Rusty se percata.
Читать дальше