– Tú eres lo que siempre he buscado. -Sus brazos me rodean por detrás-. Y esta noche te he recuperado al fin…
Cierro los ojos. No me lo puedo creer: es su voz.
– Te lo pregunto de nuevo… Dime que no eres un sueño…
Me vuelvo. Su sonrisa.
– ¡Massi!
Nos miramos a los ojos. Tengo la impresión de estar perdiendo el juicio.
– No me lo puedo creer… No me lo puedo creer… -Chsss…
Sonríe. Me pone un dedo sobre los labios y a continuación señala hacia lo alto, nuestra canción… «Cierra los ojos y se habrán ido. Pueden gritar que han sido vendidos, pero pagaría por la nube sobre la que estamos bailando. De modo que brilla, ¡simplemente brilla!»
– ¿Ves…?
Y se acerca a mí. Y me besa. Tengo la impresión de que el mundo se detiene. Y siento sus labios, su lengua, y me pierdo en su sabor, que me parece mágico. Y casi me da miedo abrir los ojos… Decidme que no estoy soñando…, ¡os lo ruego, decídmelo! Y cuando abro los ojos él sigue ahí, delante de mí. Sonriente. Me parece más guapo que en el pasado, que en mis recuerdos, que nunca. Y no sé qué decir, no logro articular palabra. Me gustaría contárselo todo: «¿Sabes?, perdí el número. Lo grabé en el móvil pero luego me lo robaron en el autobús, así que volví al lugar donde me lo habías dado, pero habían limpiado el escaparate. Prácticamente fui lodos los días a Feltrinelli, bueno, a decir verdad, al menos una vez por semana; también la última, la pasada. Pero de ti… no había ni rastro.» Me gustaría decirle todo esto y mucho más, pero no consigo hablar. Lo miro a los ojos y sonrío. Mi torpeza sólo puede deberse al amor. La verdad es que no sé qué decir, sólo consigo esbozar una sonrisa increíble y después pronunciar su nombre: «Massi.»
Y de nuevo: «Massi.»
¡Y él pensará que soy idiota, que he fumado o bebido, o que hace mucho tiempo que he dejado de ir a la escuela y que por eso no consigo formular ni una sola frase!
– Massi…
– Carolina…, ¿qué te pasa?…
– ¿Podrías volver a darme tu número, por favor? Y dime también dónde vives, a qué colegio vas, a qué gimnasio…
El suelta una carcajada, me coge de la mano y me secuestra allí mismo, en medio de la gente. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos en el guardarropa, saco el ticket, cojo al vuelo la cazadora, subimos la escalera y salimos a la calle. Mando un mensaje a Clod y a Alis mientras monto detrás de él en su moto. Él arranca y yo me inclino hacia adelante y me abrazo a él, y me pierdo así, feliz, en el viento de la noche. Hace un poco de frío, de manera que estrecho el abrazo. No me lo puedo creer. ¡Así que los milagros existen! Quería volver a verlo. Durante mil días habría sido capaz de hacer de todo, habría renunciado a lo que fuese con tal de que esto llegase a ocurrir. ¿Y ahora? Ahora estoy detrás de él. Lo abrazo con más fuerza. Nuestras miradas se cruzan en el retrovisor y él me sonríe y me escruta con curiosidad, como si dijese: «¿A qué viene este abrazo?» Y yo no le contesto. Lo miro y siento que mis ojos se tiñen de amor. A continuación los cierro y me dejo llevar por mi suspiro… y por el viento.
Un poco más tarde. Todo está en calma. Incluso las hojas de los árboles parecen no querer hacer ruido, están prácticamente suspendidas en el silencio de una noche mágica. Estamos bajo la luna en un gran prado.
– Mira. -Massi me indica unos arbustos que hay en una colina-. Desde aquí no se puede ver, pero allí hay un castillo: este camino se llama del Agua Ancha. Cuando era pequeño venía a correr aquí, porque vivo al otro lado de la curva, en la via dei Giornalisti.
Y yo sonrío. Poco importa que en adelante alguien vuelva a robarme el móvil: yo ya siempre sabré dónde encontrarlo. Respiro profundamente. Ahora sólo estoy segura de una cosa: a partir de hoy ya sólo dependerá de nosotros que volvamos a perdernos. Y espero que eso no suceda nunca.
– ¿En qué estás pensando?
Bajo la mirada.
– En nada…
– No es cierto. -Sonríe y ladea la cabeza-. Dime la verdad, me has mentido, ¿eh?
– ¿Sobre qué?
– El móvil robado, el escaparate…, ¡que ibas a menudo al sitio donde nos conocimos! Al principio ni siquiera me reconociste.
Me acerco a él. Lo miro a los ojos y, de improviso, tengo la impresión de ser otra persona. De tener dieciséis o diecisiete años, Dios mío… ¡Puede que hasta dieciocho! Me siento convencida, segura, serena, decidida. Una mujer. Como sólo el amor puede transformarte.
– Jamás he dejado de pensar en ti.
Le doy un beso. Largo. Ardiente. Suave. Afectuoso. Soñador. Hambriento. Apasionado. Sensual. Preocupado… ¿Preocupado? Me separo de él y lo miro a los ojos.
– No vuelvas a marcharte…
De acuerdo, he de reconocer que esa frase se la he copiado a Rusty, pero a saber si el libro se publicará alguna vez… y, además…, ¿acaso no es preciosa? Massi me mira. Sonríe. Acto seguido me acaricia el pelo con delicadeza, su mano se enreda en él. Yo me apoyo sobre ella, como si fuese un pequeño cojín, y me abandono posando mis labios levemente entrecerrados sobre ella. Como las alas de una delicada mariposa, respiran su olor, esa flor escondida… Es el hombre que estaba buscando. El hombre de mi vida. Qué importante suena eso…
– Ven, sube.
Me pongo de nuevo el casco y en menos que canta un gallo me encuentro detrás de él. La moto asciende por un camino cada vez más angosto, culea, resbala sobre algunas piedras redondas que saltan a nuestro paso y abandonan el sendero perdiéndose en la hierba alta que lo circunda. La luna nos guía desde el cielo. Y la moto escapa por la vereda sin dejar de ascender, más y más cada vez, entre la hierba alta. Y sus ruedas, grandes y seguras, doblan las espigas, el verde y las plantas silvestres, y yo me abrazo con fuerza a Massi mientras subimos por la colina.
– Ya está, hemos llegado.
Massi pone el caballete lateral. Apoya la moto a la izquierda y me ayuda a bajar. Me quito el casco y lo dejo sobre el sillín.
– Ven…
Me coge de la mano. Lo sigo. Detrás de un gran árbol hay una pequeña plaza. Una explanada de tierra rojiza y, en el centro, un pozo construido con ladrillos antiguos. Es circular, con un cubo de cinc medio roto apoyado a un lado y una polea todavía unida a un viejo arco de hierro antiguo, negro, similar a un arco iris, sólo que de hierro y sin todos sus colores, que desaparece en los bordes del pozo.
– Mira abajo.
Me asomo, atemorizada. Massi se percata de mi miedo y me abraza.
– ¿Ves el agua que hay al fondo?… Se ve la luna.
– Sí, la veo… Se refleja en ella.
– La luna está tan alta porque está llena. Hay una antigua leyenda…
– ¿Cuál?
– Tienes que formular un deseo, y si consigues acertarle en el centro a la luna con una moneda, tu sueño se hará realidad. Es la leyenda de la luna en el pozo.
Se calla y me mira risueño. A lo lejos se oyen algunos ruidos nocturnos. Alguna luciérnaga se enciende y se apaga en la hierba de alrededor. Nada más. Massi se mete la mano en el bolsillo y encuentra dos monedas.
– Ten. -Me pasa una, después me da un beso y me susurra-: Procura acertarle a la luna…
De manera que me asomo al pozo. Ya no tengo miedo. Me inclino un poco más y alargo la mano. Ahí, en el centro, por encima de la luna. Cierro los ojos y formulo mi deseo. Uno, dos… Abro la mano y dejo caer la moneda en la oscuridad. Esta se aleja cada vez más de prisa, desaparece en el silencio del pozo. La veo girar, volar durante unos instantes… Luego nada. Entonces me concentro en la luna que está ahí abajo, en el fondo del pozo, reflejada en la oscuridad del agua. Y, de repente…, ¡plof!, veo que la moneda da de lleno en el blanco.
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