Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto
Здесь есть возможность читать онлайн «Andrés Trapiello - Los amigos del crimen perfecto» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los amigos del crimen perfecto
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los amigos del crimen perfecto: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los amigos del crimen perfecto»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los amigos del crimen perfecto — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los amigos del crimen perfecto», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Nunca dejó de reprocharse Paco por qué razón no mintió a su mujer, como habían hecho tantos en la historia de la humanidad, seguían haciendo y harían en el futuro para honra de la institución y bienestar de los abonados a ella. Esa misma escena se revuelve cada día en millones de hogares del mundo con una simple mentira. Y gracias a ello parece que el mundo funciona. Por la trapaza. Paco, sin embargo, no pudo hacerlo, por lo mismo que ninguno de sus detectives mentía. En la vida y en las novelas policiacas hay que saber de qué parte se está. El había jugado el mismo partido en dos equipos a la vez, y las cosas habían salido mal. Esta segunda vez acabó interviniendo el padre de Dora, don Luis, que ya se había opuesto en su día a la reconciliación primera, como se había opuesto a la boda, y vio en aquellas escaramuzas el modo de quitarse de en medio a un yerno que le parecía un vago, un sinvergüenza, un mujeriego y el peor partido para su hija. Échale de casa, le aconsejó a Dora entonces, ése es un golfo, y no me hagas hablar más de la cuenta.
Lo había hecho seguir. Y Paco, que se pasaba la vida haciendo que en sus novelas todo el mundo vigilara, espiara y se rastrearan unos a otros, jamás se percató de que tenía detrás a dos policías de la misma calle de la Luna, por la que él se había pasado con tanta frecuencia, que lo seguían por todo el rosario de barras americanas y clubs de alterne en los que Paco buscaba, como él decía a Dora, tratando de justificarse, «material» para sus novelas. Si escribiera novela social, o «serias», como quería Espeja el viejo, tal y como él le prometía a Dora que haría alguna vez, no saldría de los poblados de chabolas y de los barrios obreros. Pero el crimen gusta de las putas y las putas del crimen. «Son cosas que van juntas, como mierda y culo», según dijera en frase poco memorable el sargento Bob Martín, de narcóticos, al descubrir cierto importante alijo en el recto de Tim Ferguson.
Y ese «no me hagas hablar más de la cuenta» de don Luis, sólo podía significar una cosa. Que le contó a su hija todo lo que sabía, y aún más de lo que sabía, y que era sólo admisible en el terreno de las conjeturas.
Pero Dora, que estaba enterada por Paco de muchas de estas incursiones, a las que creía inocentes, atajó a su padre, cuando éste trató de escupir sobre ella todo el veneno que llevaba dentro.
No se avenían bien padre e hija, pero no dejaba de ser el abuelo de la niña, así que un día, antes de que Dora mandase venir por vez segunda al cerrajero, se encontró Paco a sus suegros en casa, don Luis ligeramente borracho como era habitual en él o sea, lo justo para que nadie pudiese notar nada raro. Como te vuelva a ver molestando a Dora o a cien metros de esta casa, te meto dos tiros, le dijo, y antes de que nadie pudiese evitarlo, don Luis estaba a un paso de Paco, con el puño levantado ante su cara, y la niña, que entonces no llegaba al año, rompió a llorar asustada por las voces. El lloro de la pequeña arrancó, no menos alarmante, el de la suegra, una mujer amante de las joyas, las permanentes marmóreas y las uñas pintadas de coral. Dora, también a gritos, interponiéndose entre su padre y su marido, pidió un poco de cordura. Don Luis se había echado las manos a las caderas para apartar hacia atrás la chaqueta, con el único objeto de que se viese que iba armado. Era una actitud que solía adoptar también, cuando quería impresionar a alguien, una mujer joven, por ejemplo, un detenido, incluso un pipiolo recién salido de la Escuela de Policía de la calle Miguel Ángel. Paco se limitó en esa ocasión a mirar la escena con la cabeza ladeada, como se mira una pintura abstracta. Esa indiferencia aún exasperó más al comisario, que hubo de extremar aún su actuación, lo que le llevó a insistir en que le metería un par de tiros si volvía a verle por allí.
Desde entonces Paco no había vuelto a ver a su suegro, ni a pasarse por la comisaría a ver a sus viejos amigos, y tenía que conformarse con citarse con Dora y la niña una o dos veces al mes, con frecuencia en una cafetería, a media tarde. Ni siquiera tenían el tiempo de tomarse un refresco. Tampoco hacían planes sobre el futuro de su hija.
Pero esa noche el futuro preocupante era el de los adultos.
– Paco, tienes que marcharte.
– ¿Va a venir él?
– No. No está en Madrid.
– Tendría que quedarme con vosotras, por lo que pueda pasar. Yo puedo dormir en el sofá. Un golpe de Estado es mucha tela. Violeta también es hija mía.
Hablaban en voz baja, como dos amantes, y eso le llenó a él de vagas esperanzas y a ella de inquietud.
– ¿No me vas a preguntar qué pienso hacer?
– ¿Qué vas a hacer, Paco?
Dora estaba cansada. Se veía que tal conversación la habían mantenido ya otras doscientas veces.
– La verdad, no lo sé -le respondió Paco con aire de desolación.
No se atrevió a contarle la peregrina idea de la agencia de detectives que pensaba montar, pero sí la escena con Espeja el viejo.
– Habrá estado llamando a Espartinas toda la tarde, para pedir disculpas.
Se echó mano a la cartera y le extendió a Dora las treinta mil pesetas que le había pedido prestadas y otras cincuenta.
– Tómalas. A mí ya no me van a hacer falta.
Se refería a la agencia de detectives, pero él mismo advirtió en la frase un sesgo dramático que le convenía, más que el misterio que buscaba, el efecto misterioso.
Dora recogió el dinero, sin saber cómo interpretar esas palabras.
– Es más de lo que tienes que darnos -dijo sin haberlo contado, sólo por el volumen.
– Ya haremos las cuentas.
– Tiene que ser ahora. Para saber cuándo tenemos que vernos la próxima vez.
– Si no te voy a ver hasta que toque, devuélveme lo que sobre, y te veré a finales de mes, como siempre.
Dora contó en silencio, apartó lo que le correspondía y le tendió el resto.
Paco insistió en que se quedase todo.
– ¿No podemos ser amigos?
– Lo somos, Paco. Y ahora tienes que marcharte. Tengo que dar de cenar a la niña.
– ¿Puedo quedarme a ver cómo le das de cenar?
Lo pensó Dora:
– No.
Y sin embargo todas esas frases estaban hiladas en un susurro, como si se las dijese uno a otro en un mismo lecho, recién despertados de una pesadilla.
– Te quiero, Dora.
– Por favor, Paco, no empieces -y el copo de la conversación se ahusó en lo delgadísimo de su voz, casi como una caricia.
Habían llegado a ese punto en el que ninguno de los dos podía dar un paso más. Dora se puso de pie y Paco la siguió. Ni siquiera encontró éste fuerzas para despedirse de la niña, enfrascada con sus juguetes.
En la puerta Dora dijo:
– Ten cuidado en la calle, Paco. Vuelve a tu casa pronto. Ya hablaremos.
Y Dora, que hacía casi dos años que ni siquiera le estrechaba la mano cuando se encontraban o se despedían, le rozó los labios en un beso fugaz, imprevisto, sonámbulo, y antes que Paco reaccionara, ya había dicho adiós y cerrado la puerta.
Paco, solo, en el descansillo, no supo qué hacer. ¿Qué había querido Dora decir con aquel beso? Le gustó aquel beso por lo que tenía de novelesco. Le gustaba mucho la vida cuando se parecía en algo por lo menos a una novela de las suyas. Pulsó de nuevo el timbre. Sabía que al otro lado estaba Dora, pero no sabía que ahogaba como podía un sollozo desgarrador, y que había cruzado los brazos sobre el pecho para defenderse de su propia desdicha, y que, más que abrazarlos, sujetaba con las manos los hombros al mástil de sus propias convicciones, como el reducido Ulises, para evitar salir corriendo detrás de aquel hombre del que aún seguía enamorada perdidamente, y traerlo a casa, y metérselo en la cama y levantarse con él, con ese hilo de voz de los medios sueños.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los amigos del crimen perfecto»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los amigos del crimen perfecto» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los amigos del crimen perfecto» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.