Alejandro Gándara - Nunca Sere Como Te Quiero

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Santander. Barrio pesquero y ciudad vieja. Dos mundos separados. De uno a otro pasa Jacobo. Hijo de un maestro reconvertido en marinero, estudia COU en el otro lado. Del Barrio forman parte su padre, que ahoga su desamparo en el alcohol, un par de amigos que vagabundean por el puerto, y Roncal, sustituto del padre. De la mano de Roncal llega Jacobo al instituto, un mundo extraño y amenazador… Pero el instituto es también un nuevo comienzo: la palabra estimulante de don Máximo, los ojos aguamarina de Christine…Nunca seré como te quiero narra la doble mirada con que un adolescente se sitúa en el mundo: la descomposición moral y física de un padre; la extrañeza ante el amor.

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– Vergüenza… -dijo Jacobo como si repitiera una palabra absurda o como si la palabra fuera absurda por salir de la boca de Fidel.

– No es por la escayola. No es por tener rota la pierna. Tampoco es por lo del toro, que es bastante ridículo. No es nada de eso.

– Entonces, ¿por qué es?

– No lo sé -contestó Fidel sacando la aguja y dejándola quieta encima de la escayola, quieta como un pensamiento-. Sé que nunca lo había sentido.

La cara quemada también se quedó quieta. Los ojos fueron siguiendo la aguja hasta la punta del extremo.

– Creo que es porque no tenemos nada. Porque no podemos tenerlo.

– Tenemos cosas -dijo Jacobo en voz baja como si se lo estuviera diciendo a sí mismo.

– Y una mierda, Jaco. ¿Qué? ¿Qué tenemos?

– Somos marineros.

Fidel se le quedó mirando con una mueca torcida, que era como una sonrisa al revés.

– Tú tienes algo en el coco. Siempre has tenido algo en el coco. Ya no hay marineros. No hay sitio para marineros. No hay barcos, ni pescado. Hace diez años había sesenta arrastreros en Santander. Ahora quedan catorce. Tienen suerte en volver con siete cajas de pescado. La mar se ha acabado. Quítatelo de la cabeza, quítatelo de una vez, Jaco.

– En Cóbreces no hay barcos. Así que en Cóbreces no tenemos esos problemas. ¿Queréis una sopa? -el guisante con toquilla había vuelto a aparecer por detrás.

– Después, Eulalia -contestó Fidel.

Y cuando Eulalia se dio la vuelta:

– ¿Te ha dado un aire? -le preguntó a Jacobo.

– No -dijo Jacobo como si respondiese a una pregunta normal.

– Algún día me tienes que contar por qué tú quieres ser marinero.

Jacobo estaba mirando en dirección a la puerta. La luz brillaba en las ranuras de los paños mal ajustados.

– No tenemos nada, pero me da más miedo no saber dónde estoy. Que un toro mecánico me pueda partir una pierna o que me pueda pasar cualquier otra cosa estúpida, sin que yo sepa por qué. A lo mejor un día acabo paralítico porque trabajo en un lavacoches y me pilla el rodillo.

Se quedó callado un momento.

– Ya sé por qué siento vergüenza -dijo casi enseguida-. Siento vergüenza porque pienso que todo el mundo va a saber que estoy perdido cuando me vea con la pierna escayolada, que no tengo nada que hacer o que tendré que hacer cualquier cosa.

– Déjalo ya -dijo Jacobo, que seguía mirando a la puerta.

– Si por lo menos quisiera algo… Pero es que no puedo pensar ni en lo que quiero.

Fidel volvió al trajín de la aguja y la escayola.

– Tengo que marcharme -dijo Jacobo.

– Me he enterado de lo de tu padre. Tú no has dicho nada. Bueno, tampoco se te puede ver.

– Tengo que marcharme.

Cuando Jacobo entró en la buhardilla, casi de noche, y después de haber vagabundeado bastante tiempo por la dársena, mirando los barcos y las faenas de los maestros rederos, oyó los ronquidos de su padre. Se acercó a la cueva. Olía a alcohol de quemar. Sin saber del todo lo que hacía, acercó una silla y se quedó contemplando aquel esqueleto bajo la manta, pensando que velaba a un muerto. Pero también se acordaba de Fidel y de que le había dicho que ni siquiera podía pensar lo que quería.

12

Jacobo estaba esperando a Christine apoyado en la balaustrada que daba al patio, cuando don Máximo apareció moviendo violentamente su sotana, como un guerrero con capa, grande y con la cabeza afeitada. Era su forma de andar y a la vez su forma de presentarse ante el mundo.

Habían pasado dos días desde la excursión con Christine y, desde entonces, sólo pudieron verse en la media hora del recreo y en el trayecto de la vuelta a casa. Jacobo estaba pensando en una nueva fuga para esa mañana.

– Muchacho, ¿se puede saber a qué te dedicas? -dijo la voz rotunda del cura.

– Estoy esperando.

– ¿Y qué espera un individuo como tú?

– A que empiece la clase.

Don Máximo se había parado en seco delante de él, pero sin quedarse completamente de frente. Parecía que iba a seguir su camino de un momento a otro.

– No es suficiente -dijo el sacerdote-. No es suficiente en absoluto. Se te pide más.

– No le entiendo -contestó Jacobo.

– Te he puesto sobresaliente en el ejercicio del otro día. Pero sé que no has estudiado nada.

– Entonces, ¿por qué me ha puesto sobresaliente?

– Le he puesto sobresaliente a lo que es capaz de hacer tu cabeza con nada.

– Sabía lo que usted estaba preguntando.

– Pero sólo sabías lo que ya sabías. Creo que va siendo hora de que te preguntes lo que puedes hacer con lo que no sabes.

Los ojos sin pestañas de don Máximo le miraron de arriba abajo, como si le estuvieran pasando revista.

– ¿Dónde están tus libros?

Jacobo no contestó.

– ¿Dónde están tus libros? Quiero una contestación y no voy a pasarme toda la mañana esperándola.

Jacobo sintió al hombre grande delante de él, a aquella especie de tártaro que iba arrasando a su paso.

– No los he traído.

– No los has comprado, quieres decir.

Jacobo no contestó.

– Ni siquiera los has comprado -los labios gruesos del cura se abrieron como si estuvieran dejando escapar el aire, y Jacobo no pudo evitar el quedarse fijo en ellos.

Don Máximo echó a andar, pero al cabo de dos pasos se giró con su estilo marcial.

– Apostaría algo a que eres una de las mejores cabezas que han pasado por aquí. Pero todas las cabezas están hechas de un cristal muy fino. En esta vida he tenido que barrer los pedazos de muchas. Ten cuidado. Tu cabeza es tuya, pero no tienes más que una.

Don Máximo le miró en silencio durante un segundo largo.

– Se rompen, maldita sea. No te imaginas con qué facilidad se hacen cachos -dijo, dándose definitivamente la vuelta y desapareciendo por el corredor.

Cuando llegó Christine, no le dijo nada sobre sus planes de desaparecer esa mañana del Instituto. La conversación de don Máximo se había acumulado sobre las impresiones de los últimos días y Jacobo empezó a tener la sensación de que algo le aplastaba. Lo peor de todo era que ni siquiera pensar en Christine, estar con Christine, le aliviaba del todo. Esa mañana, por ejemplo, se dio cuenta de que las otras cosas habían pesado más que la muchacha de la que estaba enamorado. Y eso suponía un conocimiento nuevo.

Su padre se estaba matando. Él había decidido cuando era niño que su vida estaría en la mar. Pero también todo el mundo había decidido que él era inteligente y que navegaría por las ondas de los libros abiertos. Pero no se sentía capaz de poder desear más que lo que deseaba y, si le quitaban eso, entonces le pasaría como a Fidel, que no podría pensar en lo que quería. No se acordaba de cuándo decidió que iba a ser marinero. Aquello estaba en el fondo de su memoria y de su conciencia, y arrancarlo sería como arrancar las raíces de un alma. Mientras, su padre se estaba matando y se le escapaba, y él también sentía que escapaba de su padre, aunque ignoraba hacia dónde. Y, después, no podía dejar de saber que se había mareado en el barco, que se puso enfermo, que de los quince días de viaje, más de ocho los pasó tumbado en la litera y vomitando de un cuerpo ya vacío. Pero no debía pensar en eso. Por suerte, sólo lo sabía la tripulación del Gran Sol, Fermín incluido, a la que Roncal había hecho callar, y Christine. Nadie más.

13

A la hora del recreo, Jacobo ya no pasaba por el Mercado Central. Iba con Christine a la mantequería de la esquina de Rualasal, donde tampoco se encontraban con los amigos de ella, y se hacían un par de bocadillos que se comían sentados en un noray del puerto. Ella pedía jamón de york y él los cien gramos de panceta que se comía cruda.

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