Martín Villagarcía - Nunca nunca nunca quisiera volver a casa

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Si caminar es una de las mejores maneras de conocer una ciudad, quizás tener sexo sea el mejor modo de conocer a sus habitantes. Con esta premisa el narrador recorre Europa y Estados Unidos escapándose, aunque sea por un rato, de un país en llamas y de algunas heridas personales.En estas crónicas conviven sesiones de fisting con paseos por Eurodisney, salas de museos con bares de cruising, castillos del rey Ludwig II con librerías gays; pero también hay hospitalidad de amigos, reencuentros familiares y una iluminación: nunca, nunca, nunca dejar de viajar.Martín Villagarcía se luce en su papel de guía turístico y nos transporta a lugares a los que nunca fuimos y a enredarnos fogosamente con cuerpos con los que nunca estuvimos. ¡Qué viaje!

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Nunca nunca nunca quisiera volver a casa

Martín Villagarcía

NUNCA NUNCA NUNCA QUISIERA VOLVER A CASA BUENOS AIRES 17 de febrero Odio los - фото 1

NUNCA NUNCA NUNCA QUISIERA VOLVER A CASA

BUENOS AIRES

17 de febrero

Odio los aeropuertos. Para todo hay que hacer fila y esperar. La puerta que me corresponde todavía no está abierta. Me siento cerca de la ventana, pongo a cargar el teléfono y abro el Grindr. Enseguida me escribe un español que espera el mismo vuelo que yo. Intercambiamos un par de fotos y acordamos encontrarnos en el baño. Desenchufo el celular y miro en esa dirección. Me parece verlo. Adentro está haciendo pis en uno de los mingitorios. Es morocho, algo musculoso y un poco más alto que yo. Debe de tener unos cuarenta años. Estamos solos, no hay nadie más. Me pongo al lado y saco la pija. Enseguida pasa de gomosa a dura. Los dos estamos al palo. Nos miramos y me la agarra. Mientras me la acaricia, mira para todos lados y me la chupa un toque. Solo la cabeza. Un par de lengüetazos y entra alguien a limpiar. Volvemos rápido a nuestra posición original. “Esto no pasa en Madrid”, me dice en voz baja. Sacude la pija, se sube el pantalón y sale. Yo espero un poco y hago lo mismo. Cuando me vuelvo a sentar, recibo otro mensaje suyo: “en el avión la seguimos”.

Nuestros asientos están cerca. Yo voy un poco más adelante, él va atrás con otro tipo que entiendo que es su pareja. Deben de tener una relación abierta porque todo es muy obvio. Durante el viaje miro tres películas: I, Tonya , Ladybird y Jumanji: Welcome to the Jungle . Cada tanto me doy vuelta, pero nuestras miradas no se cruzan. Cuando se atenúan las luces, voy al baño que está cerca de su asiento, pero parece dormir. Entro y enseguida escucho que tocan a la puerta. Abro y es él. Se mete y traba la puerta. Yo ya estoy con la pija al aire con una gota de pis que le cae y al toque se me pone dura. Se da vuelta, se llena de saliva el culo y se la mete. Se siente espectacular. Sorprendentemente dilatado, lubricado y cálido. No hay mucho espacio para moverse. Estoy tan excitado que acabo enseguida. Sin decir nada, se vuelve a levantar el pantalón y sale. Yo me quedo limpiándome un poco. Cuando vuelvo a mi asiento, lo veo abrazado a su novio con los ojos cerrados.

MADRID

18 de febrero

Llego a Madrid. Buenos Aires parece un sueño lejano que apenas puedo recordar. A diferencia de otras veces, no me preguntan nada en migraciones. Lo tomo como una buena señal. El universo quiere que esté acá. Entre que espero la valija y llego a la estación del Metro, se hacen las seis de la mañana. No entiendo si estoy cansado o no, ni qué hora o día es. Tomo la línea 8, bajo en Nuevos Ministerios y combino con la línea 10 en dirección a Puerta del Sur, me bajo en Plaza de España y combino otra vez con la línea 3 en dirección a Villaverde Alto y bajo, finalmente, en la estación Lavapiés. Es de madrugada, el cielo está oscuro, pero igual se ve distinto. El aire también es distinto. Estoy lejos. Estoy donde quiero estar. Camino y en la madrugada el único sonido que se escucha es el de las ruedas de mi valija girando contra el piso.

A las siete llego a la casa de Marcelo. Me recibe Alejandro, a medio vestir y a punto de irse a trabajar. Me cuenta que él y Marcelo van a casarse. Temen que la extrema derecha gane las próximas elecciones y que deje a la comunidad LGBT sin derechos. Me muestra un poco la casa y me lleva a mi habitación. Apenas se va, caigo rendido en la cama. Tomo media pastilla de Clonazepam y, antes de dormir, dejo el Grindr abierto.

Me despierto al mediodía a la misma hora que Marcelo. Me siento espléndido. Pablo nos espera para almorzar en un pequeño restaurante que está a unos diez minutos a pie. En el camino conversamos sobre el casamiento y su relación con Pablo. Me cuenta que Alejandro y él están pasando por una situación financiera un poco delicada y que, además, él está sufriendo de hipertensión. Nunca vi a Marcelo así, el eterno Aries que se lleva el mundo por delante. Pablo se ve igual que siempre. Se hizo un tatuaje nuevo con unos versos de Alejandra Pizarnik en el pecho “miedo de ser dos / camino del espejo”. Cada tanto se acaricia la barba de chivo. Conversamos como tres argentinos expatriados. Marcelo es el primero que se fue, a fines de los ochenta. Pablo se fue a fines de los noventa. Fantaseo que soy uno de ellos, recién exiliado. La generación perdida. El que acaba de llegar. Hablamos sobre el avance de la extrema derecha en Europa y en el mundo. La Argentina les resulta un país de avanzada en materia de derechos humanos por haber juzgado a sus propias dictaduras, cuando en países como Chile y España se sigue adorando a Pinochet y a Franco. Les advierto que las cosas cambiaron mucho en Argentina, que los derechos humanos pasaron a ser “un curro” y que hay gente que sale a marchar para pedir que vuelvan los militares, niega a los desaparecidos e insulta a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

Después de comer, Pablo me vende un poco de marihuana y se despide. Paso por un kiosco y compro un pikachu de metal de tres pisos con filtro, como siempre quise, y sedas. Marcelo y yo paseamos por el centro y nos perdemos por las calles de Madrid. No me preocupo porque él conoce bien el camino de regreso. Yo ya lo olvidé. Caminamos hasta la Plaza de la Villa y después vamos a ver el Palacio Real desde afuera. Volvemos por la Plaza de Oriente y la Plaza Mayor. En el camino pasamos por un local de gafas vintage que tiene un mostrador original de Paloma Picasso de los ochenta. Los quiero todos. Están hasta los lentes de Javiera Mena de “Otra era”. Seguimos caminando y conversamos sobre la muerte de nuestras madres y cómo experimentamos la orfandad. Coincidimos en que lo peor es haber perdido esa contención incondicional que solo una madre es capaz de brindar. Su sol y mi luna en Aries dialogan. Paramos a tomar un chocolate con churros y volvemos a su casa a cenar con Alejandro.

19 de febrero

A la mañana voy de compras a Gran Vía. A pesar de la devaluación del peso argentino, la ropa sigue resultando barata. No entiendo por qué la ropa es tan cara en Argentina, especialmente la de hombre. Paso por H&M, Zara, Pull & Bear y Primark.

Al mediodía regreso y almuerzo con Marcelo, que se acaba de despertar. Alejandro trabaja.

Por la tarde quedo en encontrarme con un ruso con el que vengo hablando desde que llegué. Tiene mi edad. En las fotos parece lindo, aunque la mayoría son del culo y no se le ve bien la cara. Se distingue que es rubio y grandote. Tomo el metro y llego en unos pocos minutos. Vive en pleno Chueca. En persona no me resulta muy atractivo. Hay algo en la cara que no me gusta, pero ya estoy ahí. Me invita a pasar y nos sentamos en su sillón a charlar mientras escuchamos Fangoria y La Prohibida. En el living no hay la más mínima decoración. Solo una mesa con la computadora. No puedo evitarlo y le pregunto por la situación de la población LGBT en Rusia, teniendo en cuenta que las noticias siempre son terribles. Para mi sorpresa, se molesta conmigo. Ahí me doy cuenta de que lo que no me gusta de su cara es la expresión de disgusto permanente. Dice que ya abandonó Rusia hace mucho tiempo, que es parte de su pasado y afirma que él ya se siente español. Me resulta curioso el tema de las nacionalidades y las pertenencias a un colectivo. Me cuesta sentirme parte de algo porque siempre me sentí rechazado. Para evitar que se siga enojando, le mando mano adentro del pantalón y le empiezo a acariciar el culo. Funciona. Se tranquiliza y le cambia la cara. En silencio, acerca su boca a la mía para besarnos.

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