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Para todos los corazones apesadumbrados
que tuvieron que crecer demasiado rápido.
Capítulo 1
Cuando Wendy Darling atravesó la puerta, la conversación cesó y todos los ojos se posaron en ella. Susurros comenzaron a sonar por lo bajo mientras estaba allí de pie, con archivos apilados en sus brazos. Los cabellos de la nuca se le erizaron. Como humilde voluntaria en el único hospital del pueblo, Wendy pasaba su día en el sótano copiando archivos. Esa parte de su trabajo era aburrida, pero ella deseaba ser enfermera. Probablemente para el adolescente promedio aquella no fuera la forma ideal de celebrar su cumpleaños número dieciocho, pero Wendy quería pasar desapercibida y evitar recibir atención.
Estaba fallando espectacularmente.
La estación de las enfermeras estaba repleta de gente en prendas quirúrgicas y oficiales de policía uniformados, y todos la observaban titubear en la puerta mientras intentaba no dejar caer la pila de papeles.
Sus manos sudorosas estaban haciendo que las carpetas de plástico fueran difíciles de sostener, así que, aunque su cabeza le decía que se marchara de allí, Wendy cruzó la habitación apresuradamente y dejó los archivos detrás del escritorio. La siguieron ojos curiosos y el chisporroteo incoherente proveniente de las radios de los policías.
–Dios, ¿ya terminaste?
Wendy se sorprendió por la repentina aparición de la enfermera Judy cerca de su codo.
–Eh... sí. –Dio un paso hacia atrás rápidamente y pasó sus manos por su cabello corto y recto. Le enfermera Judy era una mujer pequeña de gran presencia, vestida en ropa quirúrgica de Snoopy. Tenía una voz resonante que era perfecta para hablar sobre el murmullo de una sala de espera concurrida, y una risa fuerte y desvergonzada que solía usar cuando bromeada con los médicos.
–¡Rayos, niña! ¡Nos haces ver mal a los demás! –No toleraba tonterías y generalmente decía lo que pensaba, por eso mismo su sonrisa tensa y manos inquietas hacían que el estómago de Wendy se retorciera.
Wendy forzó una pequeña risa que murió en su garganta. Detrás de la enfermera Judy, del otro lado del escritorio con forma de U, estaba el oficial Smith. Las pálidas luces fluorescentes rebotaban en su cabeza calva, mientras descansaba de pie inflando el pecho y con sus pulgares acomodados dentro de las tiras de su chaleco de Kevlar. Miró fijo a Wendy, su boca formaba una línea recta mientras su mandíbula se entretenía con una goma de mascar. Sin importar qué época del año fuera, el oficial Smith siempre tenía un bronceado y llevaba la marca de las gafas de sol alrededor de sus ojos. Tenía una forma de mirar que te hacía sentir culpable, incluso si no habías hecho nada malo. Era una mirada que Wendy había recibido varias veces durante los últimos cinco años.
–Wendy. –Su nombre siempre sonaba áspero cuando él lo decía, era como si le molestara su mera mención.
La cabeza de Wendy osciló de arriba abajo en un incómodo saludo. Quería preguntar qué estaba sucediendo, pero la manera en que todos la estaban mirando…
–¡Allí estás! –Un fuerte tirón en el brazo la hizo girar hacia el rostro radiante de Jordan–. ¡Te he estado buscando por todos lados!
Jordan Arroyo había sido su mejor amiga desde la primaria. Si Wendy alguna vez hacía algo fuera de su zona de confort era porque Jordan la estaba alentando y, a veces, empujando. Fue Jordan quien la convenció de postularse a universidades importantes y festejó bailando y a los gritos cuando ambas fueron admitidas en la Universidad de Oregón. Cuando a Wendy le preocupaba estar muy lejos de Astoria y sus padres, Jordan le prometía que, cada vez que lo deseara, harían el viaje de cuatro horas en coche juntas.
Wendy sintió un pequeño alivio.
–Yo…
–¿Ya terminaste? –Los ojos de Jordan se clavaron en la pila de archivos. Era alta, su tez cálida y oscura nunca tenía espinillas y su cabello oscuro solía enmarcar su rostro con pequeños rizos, pero ahora estaba peinado en una cola de caballo.
–Sí…
–¡Genial! –Antes de que Wendy pudiera objetar, Jordan tomó sus mochilas con una mano y empujó a Wendy por el pasillo con la otra–. ¡Vamos!
Wendy casi esperaba que uno de los tres policías la detuviera, pero a pesar de que las observaron mientras se marchaban, especialmente el oficial Smith, nadie dijo nada.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellas y quedaron solas en la recepción, Wendy inhaló profundamente.
–¿Qué rayos era eso? –preguntó y echó un vistazo rápido sobre su hombro para ver si alguien las seguía.
–¿Qué fue qué? –replicó Jordan. Wendy tenía que caminar rápido para seguir el ritmo de sus largos pasos determinados.
–Los policías y todo los demás.
–Pff, ¡quién sabe! –Jordan encogió los hombros torpemente mientras ingresaba el código de seguridad en la puerta de la sala de descanso de las enfermeras.
Wendy frunció el ceño. Su amiga nunca se perdía la oportunidad de chismosear. Cada vez que sucedía algo interesante en el hospital –como cuando un chico del pueblo le disparó al dedo del pie de su amigo mientras cazaban en el bosque o cuando un médico hacía llorar a un asistente– Jordan estaba al tanto de todo. Iba de persona en persona, buscaba detalles e insistía hasta conseguir información, y luego iba por Wendy y divulgaba todo lo que había descubierto.
Estaba escondiendo algo.
–Ey, un minuto –dijo Wendy mientras la tensión se aferraba a sus hombros.
–¡Siéntate! –Jordan la empujó sobre una silla junto a la mesa destartalada repleta de platos y cubiertos descartables–. Okey, sé que no te gusta celebrar tu cumpleaños… –Recorrió la habitación, tomó un par de tenedores de plástico y un contenedor del viejo refrigerador–. ¡Pero cumples dieciocho ! Así que tenía que hacer algo .
–Jordan.
–¡Preparé tu preferido! –La chica casi ni levantó la mirada mientras sus manos luchaban con torpeza para quitar la tapa del contenedor–. ¿Ves? –Le dedicó una sonrisa temblorosa, en el mejor de los casos, mientras ubicaba un cupcake amarillo en un pequeño plato delante de Wendy. Una parte de la cobertura de chocolate se estaba escurriendo por un lateral del papel–. No quedó perfecto, pero sabes que soy pésima cocinera.
El corazón de Wendy palpitaba en su garganta. ¿Por qué Jordan no la miraba?
–Jordan.
–Pero mi padre se comió tres y no apareció en la sala de emergencias –bromeó mientras hundía una vela violeta en el cupcake y tomaba un encendedor amarillo–. ¡Así que no puede ser tan malo!
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