Aiden Thomas - Perdidos en Nunca Jamás

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Hace cinco años, Wendy apareció en el bosque. Sus hermanos, John y Michael, no aparecieron nunca. Jamás.
Ahora niños han empezado a desaparecer sin dejar rastro por toda Astoria y el caso de los Darling vuelve a estar en el foco de todas las miradas, ¿acaso están relacionados?
Wendy no quiere abrir esa herida. No quiere más interrogatorios policiales. No quiere sentir esperanza. Pero, entonces, un chico inconsciente cae del cielo directo hacia ella.
Un chico imposible. Uno que no debería existir fuera de las historias que Wendy les contaba a sus hermanos antes de dormir. Uno que le dice que, si no actúan pronto, los niños perdidos correrán la misma suerte que John y Michael.
¿Acaso él sabe dónde están sus hermanos? ¿Es posible que ese chico sea realmente Peter Pan?

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Jordan –Wendy presionó con insistencia, pero su amiga empujó el plato hacia ella con una sonrisa amplia que se parecía más a una mueca.

–¡Pide un deseo!

–¡JORDAN!

La chica se encogió y hasta Wendy se sorprendió por el volumen de su propia voz. Finalmente, Jordan alzó la mirada, sus cejas estaban caídas y presionaba los labios entre sus dientes.

–¿Qué está sucediendo? –repitió Wendy, sus palabras sonaron mucho más inestables mientras se inclinaba hacia adelante. El calor de la vela rozó su mentón–. ¿Por qué hay tantos policías? ¿Qué ha ocurrido?

–Ashley Ford desapareció –explicó la otra con voz suave.

Fue como si una mano gigante le quitara todo el aire de los pulmones.

–¿Desapareció? –Wendy automáticamente tomó su teléfono. No había recibido la alerta AMBER que se emite cuando desaparece un niño, pero la habitación de los archivos tenía muros de hormigón y no había señal.

–Hoy más temprano –continuó Jordan. Observaba a Wendy con cuidado mientras hablaba.

La habitación se tambaleó. Wendy se aferró al borde de la mesa con palmas sudorosas para equilibrarse.

–Pero la vi esta mañana.

–Al parecer estaba jugando en su jardín delantero. Su madre entró a la casa para buscar algo y, cuando volvió a salir, Ashley ya no estaba.

Wendy conocía bien a Ashley. Cuando no estaba haciendo trabajo administrativo, pasaba casi todo su tiempo en el área de pediatría del hospital leyéndoles a los niños o haciendo artesanías con ellos. La señora Ford era paciente del hospital, necesitaba tratamiento de diálisis regularmente y, cuando tenía una cita, dejaba a Ashley en la sala de niños con Wendy. Ashley solo tenía ocho años, pero era inteligente y tenía conocimiento enciclopédico de árboles. Esa misma mañana, la niña había estado sentada en un puf gigante, que prácticamente devoraba su pequeña figura, enunciando los nombres de los árboles que podía ver a través de los ventanales.

–¿No pueden encontrarla? –preguntó Wendy y Jordan sacudió la cabeza. Con razón todos la estaban mirando–. ¿Y a Benjamin Lane?

–Tampoco lo encontraron. –Jordan mordió su labio inferior mientras la observaba–. Dos niños desaparecidos en las últimas veinticuatro horas… aunque tienen a muchas personas buscándolos –se apresuró a agregar, pero su voz sonaba ahogada, como si Wendy estuviera escuchándola desde abajo del agua–. Por eso está aquí la policía, les están preguntando a las personas que la vieron por última vez si notaron algo sospechoso…

No terminó la oración, pero Wendy sabía qué estaba pensando.

Su cabeza daba vueltas. Benjamin Lane era un chico del pueblo que había desaparecido el día anterior por la tarde. Solo tenía diez años, pero había atravesado una época de rebeldía. Benjamin había huido una vez antes y parecía que todos asumían que se estaba escondiendo en la casa de un amigo. Todos en el pueblo aceptaron rápidamente esa explicación, chasqueaban la lengua y hablaban de malos padres y de “los chicos de hoy en día”.

Porque en Astoria, Oregón, el crimen era prácticamente inexistente. En especial, del tipo siniestro. En especial, los niños desaparecidos. Con la excepción, por supuesto, de…

–Mis hermanos. –Los hombros de Wendy se hundieron y tragó saliva con fuerza–. ¿Creen que…?

Jordan sacudió la cabeza vigorosamente y estrujó su hombro.

–No hay chance de que esto tenga que ver contigo. Probablemente Ashley fue a la casa de una amiga o algo por el estilo. O quizá la encontrarán ilesa en un parque de juegos –dijo intentando sonar segura, pero eso no funcionaba con Wendy.

La cubrió el terror ante la idea de ser interrogada por la policía otra vez. Ante la imagen de Ashley perdida y sola, o algo todavía peor.

Dejó caer la cabeza entre sus manos, pero sintió un dolor repentino en el mentón. Se alejó de la llama de la vela gruñendo, Jordan la apagó al instante. Cera violeta cayó sobre el chocolate. Jordan maldijo por lo bajo y rápidamente tomó una servilleta, la humedeció y se la entregó a Wendy.

–¿Estás bien?

Wendy presionó la servilleta fresca sobre la pequeña marca en su mentón.

–Sí –hizo una mueca–. Es solo una pequeña quemadura.

–No me refería a eso –replicó Jordan y Wendy evitó mirarla a los ojos.

–Quiero ir a casa.

картинка 6

Las cabezas se voltearon para seguirlas mientras cruzaban el vestíbulo y atravesaban la puerta principal. Jordan llenaba el silencio de Wendy con sus horrorosas aventuras horneando los cupcakes y con como la primera tanda, de alguna manera, había salido del horno más líquida de lo que había entrado.

En el estacionamiento, el sol acababa de ponerse detrás de la dentada línea de árboles sobre las colinas al oeste. Wendy observó cómo los últimos rayos teñían al bosque distante de un tono bermellón profundo mientras Jordan la acompañaba a su camioneta. No tenía intención de quedarse hasta tan tarde, pero estar en un sótano sin ventanas durante tantas horas había hecho que perdiera noción del tiempo.

La camioneta de Wendy era vieja y estaba venida a menos. En algún momento, había sido de color azul pálido, pero ahora estaba casi desteñida por completo y se asomaban algunos manchones naranjas de óxido. Era más vieja que ella, pero todavía funcionaba gracias a Jordan y a su padre.

El señor Arroyo tenía uno de los dos talleres mecánicos del pueblo y Jordan era su aprendiz. Al parecer, Jordan siempre cuidaba de Wendy de una manera u otra.

Wendy se movió para abrir la puerta, pero su amiga se recostó sobre ella.

–¿Estás bien para conducir hasta casa? –preguntó, la miraba con ojos castaños entrecerrados bajo los últimos rayos del sol.

–Sí, estaré bien –afirmó, tanto para Jordan como para ella.

–Desearía no tener que trabajar esta noche –replicó su amiga con sus cejas perfectamente simétricas fruncidas.

–No te preocupes –dijo Wendy. Sus ojos se posaron en la luz tenue.

–Aunque, ¿sabes? Definitivamente podría faltar a mi turno –añadió Jordan. Hablaba rápido, como cada vez que quería convencerse de hacer algo–. ¿Quieres que nos encontremos con Tyler? Están haciendo trucos en las calles secundarias. O podemos ir a ver una película al Gateway.

–No, está bien, en serio.

A Wendy le agradaba el novio de Jordan, Tyler, pero no tenía ganas de dar vueltas con él y sus amigos. Tyler conducía una camioneta Toyota con ruedas gigantes, a la que a Wendy siempre le costaba subirse. Doblaba por las calles sinuosas demasiado rápido y las voces gritonas y el olor a cerveza la descomponían. Cuando se trataba de películas, Jordan siempre quería ver la última de terror y, aunque Wendy sabía que su amiga haría el sacrificio por ella de ver un documental independiente sobre cocodrilos en el Amazonas, estaba demasiado cansada para actuar de manera recíproca.

–Realmente no tengo muchas ganas de celebrar.

Jordan no pareció satisfecha con esa respuesta, pero para el alivio de Wendy, cambió de tema:

–Entonces que llegues bien a casa –Jordan se alejó de la puerta y tironeó cariñosamente de uno de los rizos rubio oscuro de Wendy–. Y envíame un mensaje si necesitas algo, ¿sí?

–Lo haré –respondió, pasó una mano por su cabello mientras abría la puerta y se subía a su camioneta.

–¡Y será mejor que te comas esto y me cuentes si está bueno! –ordenó mientras le daba el recipiente con el cupcake sin tocar–. ¡Ah! ¡Casi lo olvido! –Hundió la mano en su mochila y sacó un regalo rectangular envuelto torpemente en papel azul marino brillante–. ¡Ábrelo! ¡Ábrelo!

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