Fernando Marías - El Niño de los coroneles

Здесь есть возможность читать онлайн «Fernando Marías - El Niño de los coroneles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El Niño de los coroneles: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Niño de los coroneles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Nadal 2001
El mal, la tortura, el endemoniado testamento de un hombre que parece mover los hilos de las vidas de los demás y la violencia que engendra la dictadura de los Coroneles en la isla caribeña de Leonito, son los ejes de la trama de esta novela que se plantea como una constante resolución de enigmas. A partir del encargo que recibe Luis Ferrer de entrevistar a un guerrillero indio se desarrolla una trama que transcurre en escenarios tan diversos como el París de la Resistencia, la Alemania nazi o la montaña Sagrada de los indios de Leonito… Dos hombres, dos destinos cruzados: el perverso Lars y el impostor ciudadano Laventier son los grandes protagonistas de una historia turbadora que consigue apretar las teclas exactas de la intriga. Será a través de Luis Ferrer que el lector conocerá a estos inolvidables personajes.

El Niño de los coroneles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Niño de los coroneles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Se lo ruego. ¡Léalo! -Laventier adelantó su cuerpo y clavó en Ferrer una mirada repentinamente teñida de crispación. Ferrer suspiró y bebió un sorbo de su copa mientras barajaba en la mente excusas convincentes y a la vez corteses que le permitieran eludir el misterioso compromiso. Pero a la vez, ¿cómo podía pensar en eludirlo?, se recriminó. ¡Se lo estaba pidiendo una de las personalidades del siglo! Ojeó el manuscrito esforzándose por mostrar indiferencia; distraídamente, leyó la primera línea.

«Savez-vous pourquoi les hommes bons sont capables

de tuer, M. Ferrer?»

«¿Sabe usted por qué matan los hombres buenos, Sr. Ferrer?», tradujo instintivamente… La frase le aceleró el ritmo cardíaco, como si estuviese escrita por un inquisidor clandestino que hubiera logrado introducirse en su mente para espiar a placer sus miedos y angustias. Aunque formulada con otras palabras, ésa era una de las innumerables preguntas que le atormentaban desde la muerte de Pilar; también una de las pocas para las que tenía respuesta: sí, él -que se consideraba un hombre bueno- sabía muy bien por qué matan los hombres buenos. Pero esa seguridad no impidió que le invadiese el miedo: ¿era posible que Laventier supiese que había matado a Pilar? La respuesta parecía ser: no, no podía saberlo.

Pero ¿y si lo sabía?

Levantó la vista hacia el francés para tratar de averiguarlo, consciente de que alguna muestra exterior de rubor o azoramiento habría delatado inconcretamentesu excitación. Pero el sorprendido fue él: Laventier también le miraba con excitación, con apremio, con súplica sincera. Fue de pronto evidente que toda su imponente presencia física, todo lo que Ferrer conocía y admiraba de él, toda su carrera y su éxito carecían ahora de importancia: Laventier, en esos momentos, era tan sólo el desdichado portador de una tragedia personal grandiosa que necesitaba compartir con alguien. Concretamente, con él. Ferrer se conmovió sin saber por qué.

– De acuerdo -prometió; y era sincero-. Lo leeré.

El alivio pareció rejuvenecer el rostro del francés.

– Gracias -visiblemente emocionado, apretó las manos de Ferrer entre las suyas-. Muchas gracias. Esto, aunque no pueda creerlo ni entenderlo en este momento, une para siempre nuestros destinos.

El tono de Laventier era grave pero de ninguna manera ridículo: si Ferrer hubiese observado la escena desde fuera, o se la hubiese contadomn tercero, habría expresado dudas sobre la seriedad del francés; pero teniendo a éste delante tal posibilidad resultaba frivola e incluso ofensiva. Laventier sacó una tarjeta de visita, la de otro hotel de la ciudad, y apuntó en ella el número de su habitación.

– Aquí es donde me hospedo. Cuando llegué a Leonito puse buen cuidado en ocultarme, pero pronto se reveló una cautela inútil… Disculpe, le estoy inquietando innecesariamente. Llámeme en cuanto lea el manuscrito, volveremos a reunimos entonces. Ahora debo dejarle -añadió poniéndose en pie con ayuda del bastón-. Tengo una cita muy importante. Un cita de la que deseo dejarle constancia.

– Usted dirá… -Ferrer caminaba a su lado hacia la puerta del hotel.-Ahora estoy citado… tras cincuenta años sin vernos… con Víctor Lars -dijo Laventier, súbitamente ensimismado.

– ¿Se supone que debo conocerlo?

Laventier inspiró con grave profundidad.

– No. Aún no conoce usted a Lars. Pero pronto lo conocerá, para desgracia suya. Es el autor de buena parte del manuscrito. El resto lo he escrito yo. -Laventier calló y alargó una pausa; luego levantó la vista hacia Ferrer-. Se dispone usted a visitar el infierno, amigo mío. Nunca me perdonaré haber sido yo quien le abra esta puerta. Se lo juro por…

Dudó como si no hubiera en su vida nada lo suficientemente importante para avalar un juramento. O tal vez, pensó Ferrer, lo hubo alguna vez, mucho tiempo atrás… En cualquier caso, el francés no terminó la frase: estrechó de nuevo la mano de Ferrer y salió. El coche negro le aguardaba junto a la puerta; arrancó apenas Laventier montó en él. Ferrer, perplejo, contempló cómo se alejaba y trató de ordenar la información que había recibido de Laventier… El manuscrito y la tarjeta de visita implicaban intenciones solemnes, presentimientos turbios e invitaciones al infierno… Y también una tragedia no por desconocida menos evidente: la que se adivinaba en el rostro de Jean Laventier, el hombre que había rechazado el premio Nobel de la Paz por razones que -Ferrer lo intuyó de pronto- se hallaban en el escrito que sostenía entre las manos.

Capítulo Tres

UN CABALLERO FRANCÉS.

¿Sabe usted por qué matan los hombres buenos, señor Ferrer? ¿Alguna vez lo ha sospechado, imaginado, vislumbrado en las personas cuyo trato ha frecuentado o en aquellos a los que profesionalmente ha realizado entrevistas? Yo, por desgracia, conozco bien la respuesta a esas preguntas, pues considerándome un hombre bueno -e incluso habiendo consagrado mi vida a la defensa de la bondad como razón principal y objetivo último de la existencia humana-, vi crecer dentro de mí, en un fatídico momento, el odio irracional que me llevó a planear la intriga criminal a la que estoy ahora dedicado. Pero no es ésa -no es sólo ésa – la razón por la cual le envío este puñado de folios. Créame, aunque inicialmente le parezca absurdo, que usted es el único destinatario posible de su contenido, pues su vida -al igual que la mía, al igual que la de quién sabe cuántos más, entre quienes sin duda se halla el desdichado Niño de los coroneles-, ha sido sin que usted lo sospeche marcada brutalmente por la existencia de Victor Lars, el hombre más feroz, inteligente y, por desgracia, seductor de todos los que he conocido, y tal vez de todos los que han poblado la Tierra. Le ruego que no abrigue inmediatos recelos sobre mi seriedad o cordura ante el melodramatismo de esta afirmación y me preste atención, aunque sólo sea por cortesía hacia las referencias que sin duda tiene usted de mi trabajo y persona. Le pido también disculpas por los aspectos de mi biografía que a continuación le narro, y que prometo exponer con la mayor brevedad que pueda: su conocimiento es imprescindible para la comprensión de los hechos que, por desventura, tanto nos interesan a usted y a mí.

Me llamo Jean Laventier, y nací en 1912 en Bárreme, pequeña ciudad del sureste francés, en el seno de una familia dedicada desde generaciones atrás al negocio del vino. Tengo por tanto ochenta años, de los cuales he dedicado a la Psiquiatría más de sesenta, pues si bien no comencé mis estudios en París hasta 1932, no me añado ni resto méritos al afirmar que desde algún tiempo antes, ya cuando mi padre se empeñaba en enseñármelo todo sobre el negocio familiar y los compañeros de colegio comenzaban, como se suponía debía hacer yo, a interesarse por el sexo y los problemas prácticos de la vida, ocupaba la actividad de mis días una fascinación tan inexplicable como férrea por aquello que ahora mis colegas y yo llamamos «motivaciones del ser humano». ¿Quién tuvo la culpa de esa tendencia que amigos y clientes de confianza de mi padre, además de algún educador de miras estrechas, definieron como «deformación anormal»? ¿Mi madre, cariñosa y frágil de salud, cuando, sentados en el porche de la casa mientras caía la tarde, me relataba las novelas que marcaron su juventud, poniendo buen esmero en aclararme que D'Artagnan no era sólo el héroe fabuloso ni Quasimodo sólo el monstruo despreciable y despertando así en mí la obsesiva convicción de que tras cada hombre siempre se esconde otro u otros? ¿Mi autoritario padre, seco y distante siempre a la hora de la comida familiar, repugnante en su semiclandestina lascivia con las mujeres del pueblo y riguroso, casi malvado en la relación con sus empleados -normalmente, además, maridos o hermanos de esas mujeres-, y sin embargo, y contradiciendo ese rudo carácter que a mí me hacía rehuir y temer su presencia, desvalido y hundido, profundamente emocionado el día que murió mi madre y él, inesperadamente, me sorprendió explicándome mientras atardecía entre los viñedos que los campos que nos rodeaban estaban vivos y lo estarían siempre, mucho tiempo después de que él y yo mismo muriésemos, transmitiéndome en ese momento un desasosiego vital que desde entonces jamás me ha abandonado? ¿O fue la tragedia de Fabien? Fabien era un empleado de mi padre, un hombre que siempre había vivido en la naturaleza y que no hacía otra cosa que trabajar en los campos y compartir sus momentos de ocio con los muchos amigos que tenía, pues era un individuo alegre y sencillo, muy querido por todos. Un día avisaron a mi padre con carácter de urgencia. Quise acompañarle hasta la casa donde Fabien había vivido solo toda su vida, y allí descubrimos que se había ahorcado en su habitación. Nadie imaginó nunca la razón del suicidio, y con el tiempo su recuerdo se fue diluyendo entre la gente del pueblo, pero en mi mente infantil se grabó a fuego la imagen de su corpachón balanceándose silenciosamente al extremo de la soga que pendía del techo, y siempre pensé que aquella traumática y enigmática estampa fue, con el paso de los años, concluyente para reafirmar mi incipiente vocación y decidirme por fin a plantear a mi padre el irrevocable deseo de estudiar la carrera de Medicina en su rama de Psiquiatría.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El Niño de los coroneles»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Niño de los coroneles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El Niño de los coroneles»

Обсуждение, отзывы о книге «El Niño de los coroneles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x