Liliana Heker - Zona de clivaje

Здесь есть возможность читать онлайн «Liliana Heker - Zona de clivaje» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Zona de clivaje: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Zona de clivaje»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Irene Lauson experimenta y analiza su vida a través de la Física y persigue tenazmente un vínculo posible entre la verdad y la felicidad. Alfredo Etchart, su profesor de literatura y luego el hombre con quien mantiene un vínculo amoroso intenso y en muchos momentos conflictivo, ve el mundo a la luz del arte y del marxismo y busca, ante todo, seducir. El despliegue inteligente, irónico y conmovedor de esa relación es la piedra de toque para que la protagonista llegue al fondo de sí misma, se pierda una ymil veces y encuentre una salida que no es otra cosa que el trabajoso camino hacia la madurez. Y al acompañar esa travesía gobernada alternativamente por la razón y por la pasión, el lector accederá no sólo a las claves inefables del universo femenino sino también a lasmarcas culturales y sentimentales de toda una época. “En la estructura destellante y perfecta del cristal”, se explicita en algún momento del libro, “la zona de clivaje es aquella donde la unión de los átomos se muestra débil y donde, por lo tanto, el cristal se vulnera y se quiebra”. Liliana Heker no podría haber encontrado mejor metáfora para condensar lo que sucede en esta novela excepcional. VICENTE BATTISTA “Una de las pocas novelas argentinas de los últimos años a la que se puede califcar de necesaria.” CRISTINA PIÑA “Historia de amor, entonces, y de difcultosos ‘años de aprendizaje’, Zona de clivaje posee la virtud de revitalizar el placer de leer.” SUSANA SILVESTRE

Zona de clivaje — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Zona de clivaje», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Estás tomando demasiado.

Una burbuja familiar la rodea, la protege de las inclemencias del mundo. Así que Alfredo la ha estado mirando al fin de cuentas, así que todo este tiempo estuvo preocupado por ella. Irene se da vuelta en el momento en que él, con naturalidad, levanta el vaso que ella acaba de llenar. Ella no se rebela; observa sin inquietud cómo él se bebe el vino de un trago. Aparta de mí este cáliz. Él. Él aparta de mí éste y todos los cálices.

– Es que estaba medio perdida -dice-. Cómo va eso.

– Viento en popa.

– ¿Lo estás matando?

Él parece sorprendido.

– ¿A Ram? -dice-. Si es el hombre más fascinante que conocí en mi vida. Una especie de humanista al revés. O un depredador genial. De esos tipos que uno a veces necesita para saber dónde está parado -seguramente advierte la cara de decepción de Irene. La mira serio-. Irene -dice-, hice algo imperdonable. Si no venía a contártelo enseguida, me volvía loco.

Irene se ilumina. Un sentimiento cálido la desborda. Así que son dos entonces, así que él tampoco existe sin ella. Esa pasión, esa infrecuente vitalidad que destella en los ojos punteados se habría derramado sin remedio si ella, la pequeña amiga y amante, no hubiera estado allí para escuchar lo que él tenía que decirle.

– Contame -dice la hambrienta.

– Esta noche voy a acostarme con la mujer de Ram. En una hora lo deja a él en Retiro, rumbo a Córdoba, y viene para mi casa.

¿Qué hacen las otras? ¿Gritan, arañan, arrancan cabelleras? ¿Dicen hacerme esto a mí que soy tu esposa, tu novia, tu amante? ¿Dicen te voy a matar, antes tendrás que pasar sobre mi cadáver, todo ha terminado entre nosotros? ¿Qué aceitado y ancestral mecanismo se echa a andar dentro de ellas? Porque también en Irene algo quiere soltarse, largar a batir el tam-tam de su alma, desatar redobles y bramidos. Pero una cosa más fuerte que su instinto -¿una curiosidad malsana e impiadosa?- contiene todo clamor. O tal vez, por un error de la naturaleza, su instinto consiste exactamente en esto: en saber que ahora hay que abrir grandes los ojos, con una expresión no exenta de admiración no exenta de terror no exento de alegría, y científicamente preguntar:

– ¿Cómo hiciste?

Para que él la mire deslumbrado y diga lo que ahora dice:

– Pero vos no te escandalizás nunca.

– Nunca -dice ella con altanera felicidad.

Ahora, mientras caminan abrazados bajo las frías estrellas y él le cuenta sus manejos de equilibrista que ella festeja, y momentáneamente cada uno amaina la soledad del otro, Irene descubre que ya no tiene miedo. La mirada de él está tan cargada de entendimiento como cuando hablaba con Ram. Y su alma de andariego puede descansar en Irene como no va a descansar en la que hoy comparta su cama. Por eso no le va a importar esta noche aullar de celos y de furia en la soledad de su pieza.

Segunda parte

Pensaba y sufría mucho, pero le faltaba la fuerza necesaria para atreverse, primer requisito del que hace algo.

LAWRENCE DURRELL

Miró la oreja que tenía a su derecha. Era colorada y tirando a desprolija. ¿Y si la muerdo? Súbitamente rápida dentellada, gran tumulto en el colectivo, imposible volver atrás. Solía pasarle, sobre todo en los colectivos y sobre todo con las orejas, pero también con las cabezas calvas, sólo que en esos casos Irene tenía que estar de pie y la cabeza sentada. Mirarla desde arriba era como un vértigo. ¿Y las braguetas? Braguetas en su línea de visión (en estos casos Irene sentada, claro) colgando flojas de señores, como desprovistas de sustancia. Extender la mano y sopesarlas tiernamente, cucú. ¿Y entonces? Ah, m’ hijita, al freír será el reír. No. No era estar al borde de un límite lo que la inquietaba, era la posibilidad de que franquearlo fuera un acto demasiado involuntario. ¿No se consideraba a sí misma un producto de su voluntad? TENAZMENTEELLASEMODELABA, sí. ¿Pero qué iba a pasar si un día, involuntariamente, cometía un acto irreversible? Suponiendo, querida farsante, que existan actos no irreversibles, algún no-acto o solapado pasito tuyo que no permanezca intacto en su jugo, exhibiéndose obsceno mientras a-fa-no-sa-men-te-vas-mo-de-lán-do-te, cucú. Puaj. Diminutas Irenes defectuosas flotando inútilmente en la memoria de los otros, ¿qué hazaña habrá que realizar para borrarlas de un saque? Cuidado, ahora que analizaba fríamente la oreja estaba segura de que habría podido morderla sin que interviniera en absoluto su voluntad. Un problema era: ¿intervenía su voluntad en impedirlo?

– ¿Cómo dijo?

La oreja intempestivamente había dado un giro. ¿Hablando sola, compañera? (voz en off). No se inmutó, pequeño triunfo.

– La hora. Si me podía decir la hora.

El hombre estudió su reloj con expresión grave: sin duda sabía ponerse a la altura de sus responsabilidades.

– Las diecisiete y veintiuna -dijo.

Ya está con ella. El pensamiento la atravesó como un cuchillo, pero no: nada más innoble que estas intromisiones en lo ajeno. ¿Lo ajeno? No desbarrancarse tampoco por este tipo de reflexiones, peligroso cuando la herida… ¡Shhh! Nada de heridas abiertas ni corazones sangrantes, ¿o ella no se divertía también? Con la ventaja de que solía emerger bastante más ilesa que él de tanto love labour’s lost. Lo que a Alfredo lo perdía era ese sentido estético de la vida. Bastaba el movimiento entre torpe e infantil de una desconocida al ponerse el saco en una confitería, o un curioso efecto de interrogación en la orden “comprame un chocolate”, o una cabeza girando enfurruñada en una clase de literatura para que cayera en un estado poético que solía durarle menos -él tardíamente lo reconocía- que las complicaciones del romance. Aunque no se trataba sólo de “sentido estético”. Era como si por la laberíntica vía de su pito -de asombrosa normalidad- él pretendiera que en ciertas mujeres emergiese el genio, que brotasen indomables chorros de luz en razón de esas pequeñas maravillas prematuramente percibidas. Sólo que las mujeres no pueden con su genio, con peligro se le cruzó y otra vez estuvo a punto de desbarrancarse pero por otra riscosa pendiente. Siempre acaban echando agua para su molino -astuta había vuelto a la huella-, descubriendo que Alfredo es el solitario que pide a gritos la esposa ideal, el huérfano que necesita una madre, el monstruo de vanidad a quien le vendría muy bien una soberana patada en los huevos, ven para acá pilluelo, que con un par de besos en la frente disiparé las nubes de tu cielo, y te prepararé comiditas, y te tejeré bufandas, y te curaré para siempre de la desesperación y de la soledad, nunca antes supiste lo que era la verdadera dicha porque no habías tenido la suerte de encontrar a esta servidora.

Cuánta objetividad, Irene, cuánta sabiduría. ¿Pero podrías realmente jurar que tan medulosa meditación, acá sentada en el último asiento del 111, no está destinada a ahuyentar de tu cabeza cierto ignoto barcito cercano a la facultad que igual se cuela, se cuela sin remedio? Shh, habíamos quedado en no pensar en eso, no hay nada mejor que una colita a la cacerola. ¿Qué? Lo había oído, lo había oído perfectamente. No hay nada mejor que una colita a la cacerola. Una voz de mujer que había venido desde la izquierda, un poco hacia adelante. Ahí estaba: todavía con rastros de plenitud en la cara, inconfundibles vestigios de quien acaba de expresar su verdad. Mejor una tapita de nalga . No; la mujer primera niega con firmeza. No queda en ese cuerpo lugar para una sola duda: es maciza, llena de sí misma de la cabeza a los pies. Nada que ver con este vacío, con esta conciencia de la inutilidad de su viaje en el 111. ¿O acaso Irene se ha olvidado de que regresa de la Caja dos horas antes para nada? Hay algo abyecto en todo esto. ¿En volver antes de hora o en haber ido?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Zona de clivaje»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Zona de clivaje» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Zona de clivaje»

Обсуждение, отзывы о книге «Zona de clivaje» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x