Liliana Heker - Zona de clivaje

Здесь есть возможность читать онлайн «Liliana Heker - Zona de clivaje» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Zona de clivaje: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Zona de clivaje»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Irene Lauson experimenta y analiza su vida a través de la Física y persigue tenazmente un vínculo posible entre la verdad y la felicidad. Alfredo Etchart, su profesor de literatura y luego el hombre con quien mantiene un vínculo amoroso intenso y en muchos momentos conflictivo, ve el mundo a la luz del arte y del marxismo y busca, ante todo, seducir. El despliegue inteligente, irónico y conmovedor de esa relación es la piedra de toque para que la protagonista llegue al fondo de sí misma, se pierda una ymil veces y encuentre una salida que no es otra cosa que el trabajoso camino hacia la madurez. Y al acompañar esa travesía gobernada alternativamente por la razón y por la pasión, el lector accederá no sólo a las claves inefables del universo femenino sino también a lasmarcas culturales y sentimentales de toda una época. “En la estructura destellante y perfecta del cristal”, se explicita en algún momento del libro, “la zona de clivaje es aquella donde la unión de los átomos se muestra débil y donde, por lo tanto, el cristal se vulnera y se quiebra”. Liliana Heker no podría haber encontrado mejor metáfora para condensar lo que sucede en esta novela excepcional. VICENTE BATTISTA “Una de las pocas novelas argentinas de los últimos años a la que se puede califcar de necesaria.” CRISTINA PIÑA “Historia de amor, entonces, y de difcultosos ‘años de aprendizaje’, Zona de clivaje posee la virtud de revitalizar el placer de leer.” SUSANA SILVESTRE

Zona de clivaje — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Zona de clivaje», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Porque, hermanita de los Inmortales, tampoco es del todo edificante eso de gastar ocho horas diarias -sin contar preparativos y entremeses- de tu ¡ah formidable! cerebro en organizar programas de computadora que corrijan errores de los errores de los errores de. ¡Basta! Un pasito a la vez, dijo el ciempiés. Estábamos en este regreso inútil, en esta pequeña avaricia de empleada pública, en esta sagacidad para robarle dos horas al Estado. Si tal vez lo más conmovedor en ella era que nada, pero realmente nada de lo humano le era ajeno. ¿O no había saltado hoy mismo en la Caja cada vez que oía el teléfono? Cuántos años saltando cada vez que oía el teléfono, el timbre, la trompeta o el flautín, la presunta y mágica llamada salvadora que vendría de afuera para llenar de sentido la inquieta máquina de pensamientos inútiles. Pero Alfredo no había llamado; señal de que ni siquiera se acordaba de la Remington, y señal de que ahora estaba en un barcito hablándole a una muchacha que lo miraría con cierto miedo y también con cierta esperanza, sin saber todavía que éste era un instante íntegro, sin fisuras, para ser añorado dentro de muchos años, tal vez durante un viaje en colectivo, símbolo absurdo del vacío de dos horas robadas para nada, de un hueco que se abre ante ella para nada. Catedrales. En todo hueco pueden emerger catedrales, o taperitas, o esto, estas difusas contemplaciones colectivescas, emergencias al azar, pequeños brotes que no tienen fuerza para crecer, y malezas, ah, sobre todo marañas de malezas invadiéndola sin que ella encuentre espacio para una flor, para una sola flor.

(-Veo el desorden -ha dicho.

– ¿Cómo, lo ves? -él ha achicado los ojos; parece estar haciendo un esfuerzo real por entenderla.

– No sé -dice ella-. Está ahí y yo lo veo.

– Lo soñás -dice él.

– No, no lo sueño, estoy bien despierta. Pero no lo puedo dominar, no lo puedo hacer desaparecer, no puedo hacer nada.

– ¿ Y cuándo lo ves?

– De noche, no sé, en la cama, me tienen que pasar cosas. Muchas cosas al mismo tiempo, quiero decir. Y yo trato de entenderlas, bah, de entenderme a mí. Pero no es exactamente eso. Es como si la cabeza me fuera a estallar; entonces aparece. No en mi cabeza, te das cuenta, no adentro de mi cabeza. Se instala ahí, delante mío, a pesar de mi voluntad.

– ¿Cómo es?

– Como ramas. Muchísimas ramas nudosas que se envuelven unas a las otras y no empiezan ni terminan en ninguna parte. Hay alguna cosa como fango también. Y mucha oscuridad. Un pedazo de selva horizontal e intrincadísima adonde la luz no puede llegar. Pero se mueve. Igual que una gran masa de serpientes desplazándose en silencio. Es decir, no: yo lo muevo.

– ¿Cómo sabés que lo movés vos?

– Por el esfuerzo. Siento en la cabeza el esfuerzo que estay haciendo para desenredarlo. Pero no puedo. Las ramas se desplazan unas sobre las otras pero no se desenredan.

– Quiere decir que si vos no te esforzaras eso se quedaría quieto.

– Debe ser así, sí, pero es imposible. No puedo evitarlo, ¿entendés? Como no puedo evitar el desorden. Es decir, no es que el desorden aparezca y esté un momento inmóvil y entonces yo decida moverlo. No. Se da todo al mismo tiempo, como si fueran una sola cosa. Pero son dos cosas distintas. El desorden y el esfuerzo de mi cabeza por desenredarlo.

– ¿ Y nunca lo pudiste arreglar?

– No. A veces aparecen como vías férreas, es decir, una especie de caños de metal plateado, casi blanco, que corren muy rectos y paralelos a través del desorden. Pero no arreglan nada. Corren y se esfuerzan mucho -se encoge de hombros; ríe-. Igual que yo. Pero no hay caso. En fin -ha dado un suspiro; acaba de descubrir que se siente maravillosamente bien-, yo tengo mi mundito también. Pero a la mañana se me pasa, no pongas esa cara.)

– Me está clavando la cartera.

– Qué.

– Que me está clavando la cartera -repitió, monótono, el hombre de la oreja.

Irene la retiró con urbanidad.

– Disculpe -dijo, y le dedicó al hombre una sonrisa desamparada que aún conseguía conmover a más de un señor maduro. Inútil con el hombre de la oreja. Cejijunto, impermeable, incapaz de una pincelada de ternura. Razón por la cual Irene volvió a mirarle la oreja pero esta vez con premeditación y alevosía. Un gesto lúcido y espléndido, pleno de ferocidad. La mirada de Dios clavándose en la oreja del imbécil: un acto de justicia. ¿No te da vergüenza, tan grande y con una oreja tan fea? Zas, la pura locura había traspasado como a un queso la pura lucidez de Dios. Esa era siempre la sensación: un rayo desbaratando una organización perfecta de pensamientos, ¿o de pensamientos perfectos?, ¿o perfectamente pensada? Mi genio es demasiado breve , se dijo, y algo estaba a punto de inquietarla, algo que (presintió) iba a dar insidiosamente en el clavo, cuando por la ventanilla de la izquierda vio -o creyó ver-una escena que debió haber estado vedada a sus ojos. Fue apenas un segundo, una ráfaga, al punto que no habría podido jurar que allí, detrás de esa ventana, estaba ocurriendo algo que, de todas maneras, ella ya sabía que estaría ocurriendo y hasta había imaginado así, junto a esa ventana, en ese barcito de la calle Charcas. Sólo que imaginarlo era otra cosa. Podía eludir la cara de la chica -¿pero era realmente la chica?, al fin y al cabo la había visto sólo un momento, en un choque al que no había prestado atención- mirando a un interlocutor a quien Irene no podía ver pero cuyo poder adivinaba justamente por la expresión de quien lo miraba, una mezcla de admiración y suficiencia, ya que él tenía esa virtud -¿o era una mera proyección de Irene?-, la de crear en su interlocutora la ilusión de que nunca antes había sido escuchado como en este momento, así que Irene ahora podía jurar que era ella: ninguna otra podía haber tenido esa cara privilegiada de estar sabiendo que él ha encontrado por fin a la muchacha a quien ha esperado durante toda su vida.

(-Y eso es lo que me desespera -le ha dicho.

Están en el Saint-James a pedido de Irene que hoy cumple veinte años y quiere evocar una tarde en la que vino con Guirnalda a tomar té con masas, poco té y mucha leche en la taza de la niña que observa con asco a las señoras cargadas de paquetes y de hijos y con avidez a una pareja clandestina y corrupta que bebe cocktails y se mira con pasión. Algún día volverá. Con su amaaante. La segunda “a” se le alarga deleitosa en el pensamiento. Guirnalda le advierte algo y la niña educada cierra la boca. Toma un sorbito de leche y mira con envidia. ¿A quién? A mí. Yo ahora soy la otra, esta mujer alta y espléndida, tengo un amante a quien miro con pasión, y una chica estúpida a quien su mamá le ha hecho cerrar la boca me mira con envidia. Guirnalda se ha borrado. Soy feliz.

¿Es feliz? Tiene veinte años, no es esplendida ni alta y está desesperada. No, no, él no tiene que entenderla mal, no se trata de lo que él pueda sentir por las otras, se trata de lo que las otras mujeres creen, porque ellas se sienten el único, el verdadero amor, ¿se da cuenta él?, aunque sea durante unos meses, aunque sea durante unos días cada una se siente la única, y es eso, esa sensación de absoluto lo que ella añora, lo que la lleva a odiarlas. Sí, sí, ya sabe que eso del absoluto es una mentira. Pero cómo descansará (piensa aunque no se atreve a decirlo por temor a ser trivial), qué maravilla ha de ser esto de sentirse aunque sea durante un minuto la mujer única, qué remanso será eso de no vivir siempre en zona sísmica. Tiene lágrimas en los ojos y, para colmo, ni siquiera se animó a pedir un cocktail porque se ha dado cuenta de que no conoce el nombre de ninguno. Está tomando un bruto y amarguísimo café doble -ya que el azúcar le parece una debilidad, o una desvirtuación. En fin, en esa mesa no ocurre nada que una niñita con flequillo pueda envidiar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Zona de clivaje»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Zona de clivaje» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Zona de clivaje»

Обсуждение, отзывы о книге «Zona de clivaje» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x