– ¿Conversaron? -preguntó Afonso.
– Claro. Había muchos handshakes y sonrisas, pero logramos hablar un poco. Me quedé con la impresión de que ellos creían estar ganando la guerra y se sorprendían de que nosotros siguiésemos combatiendo. Hubo uno que dijo incluso que había tropas alemanas en Londres, lo que provocó una risotada general entre los oficiales británicos. Creo que se quedaron desconcertados con nuestra reacción. -Gleen enterró el cigarrillo en la nieve y la punta incandescente se hundió en el hielo blando y se apagó con un fssssh -. Después, un oficial jerry propuso que enterrásemos los cuerpos que yacían abandonados en la Tierra de Nadie, y estuvimos de acuerdo. Entregamos todos los jerries que encontramos de nuestro lado y ellos nos entregaron los hindúes que había de su lado. Un cura jerry ofició allí una misa campal. Aún lo veo rezando con las manos juntas el padrenuestro, con sus rodillas en la nieve y la cabeza gacha diciendo: «Vater unser, der Du bist im Miel, Geheiligt verde Dein Name». Después nos sacamos fotos, volvimos a saludarnos y nos despedimos. Quedó acordado que habría una nueva tregua en Año Nuevo para que, una vez reveladas las fotografías, nos diésemos copias. Volvimos a las trincheras y el resto del día siguió en paz. A veces nos lanzábamos mensajes de un lado al otro, unos ofreciendo puros, otros prometiendo suvenires, y por la noche volvieron los cánticos. Ellos tenían el mismo repertorio de la mañana. Nosotros, los oficiales británicos, además del Tipperary, les brindamos una valiente interpretación del My little grey home in the west, del Home sweet mome y, claro, del God save the King, todo con muchos aplausos y aclamaciones efusivas al mismo tiempo. -Suspiró-. Fue realmente un día extraordinario.
– Al día siguiente volvieron los tiros -dijo Afonso.
– Not really -replicó Gleen, meneando la cabeza-. Las cosas se mantuvieron en calma hasta el 26, nadie quería disparar el primer tiro. La artillería abrió fuego de la retaguardia, pero la infantería seguía quieta. A veces, cuando un alto oficial aparecía en las trincheras, disparábamos unos tiros al aire, para disimular. Ellos también disparaban y, una o dos horas después, se disculpaban, alegando que un general había pasado por allí. En Año Nuevo todo siguió igual. Algunos hombres se encontraron junto al alambre de espinos de la Tierra de Nadie para entregar las fotografías de Navidad. Las cosas siguieron así durante meses; sólo nuestra gran ofensiva de marzo de 1915, lanzada justamente aquí, en Neuve Chapelle y Ferme du Bois, puso fin a ese estado de cosas.
– ¿Y toda esa confraternización de Navidad sólo se dio en este sector? -quiso saber el capitán portugués.
– No, fue generalizada -replicó Gleen-. Creo que dos tercios de la línea del frente británico, que en aquel momento se situaba entre Saint Eloi y La Bassée, interrumpieron la guerra. Se dice que hasta los franceses y los belgas, que odian a los jerries por haber invadido sus tierras, confraternizaron con el enemigo. Fue todo muy parecido en todas partes. Los cánticos, las luces de los pequeños árboles de Navidad, los apretones de mano, las fotografías, los intercambios de regalos, el rechazo a reanudar la guerra…
– He oído decir que hasta jugaron al football -apuntó el teniente Cook con una sonrisa.
– También yo lo he oído, sí, pero no vi nada y nunca conocí a nadie que diese testimonio de ello de primera mano. Pero se habló mucho. Se decía que, en ciertos sectores, nuestros hombres jugaron al football con los Fritz. Unos aseguran que todos anduvieron chutando una lata de corned-beef otros hablan de pelotas improvisadas con trapos. Llegó incluso a publicarse en un periódico de Londres la noticia de que un partido entre nuestros tommies y los jerries terminó 3-2, a favor de ellos. Pero ésos son rumores. Yo personalmente no vi nada.
– ¿Las otras navidades fueron también así? -quiso saber Afonso.
– No fue tanto, aunque efectivamente hubo confraternización. El Alto Comando dio instrucciones rigurosas para que no hubiese comportamiento amistoso con el enemigo, pero esas órdenes no se cumplieron en todas partes. En 1915, los soldados confraternizaron en Laventie, por ejemplo. -Señaló la retaguardia de la izquierda, detrás de Fauquissart-. Y el año pasado, aunque no hubo diálogo ni encuentros entre tommies y jerries, tampoco hubo combates, a pesar de que se dieron algunos disparos de artillería. De cualquier modo, y en lo que respecta a la infantería, casi puede decirse que no se dispararon tiros en las tres navidades de esta guerra.
Los tres oficiales se quedaron sentados en el borde del parapeto, con la mirada perdida en la neblina de la Tierra de Nadie, escrutando las líneas enemigas, adivinando intenciones, buscando señales. Una bandada de aves irrumpió con fragor sobre las trincheras. Era una visión rara, los pájaros nunca venían a visitar aquel volcán de fuego y muerte. Afonso suspiró, casi feliz, observando a las pequeñas aves posándose en los árboles calcinados y rompiendo el silencio con sus alegres canciones de enamoramiento.
– Me muero de curiosidad por saber qué va a ocurrir esta noche -comentó Afonso.
– Usted lo que quiere es conversar con los boches. -Cook se rio, con tono de provocación.
– Bien…, ¿y por qué no? -admitió el portugués-. Debe de ser interesante conocer así al enemigo, hablar con él. Los únicos boches que he visto al natural eran prisioneros o eran bultos distantes que desaparecían en un santiamén.
– Pero mire que el Alto Comando no lo va a consentir.
– Al Alto Comando que lo parta un rayo. ¿Qué harán ellos si yo, en Nochebuena, converso con el enemigo? ¿Me mandarán a las trincheras?
– Si usted fuese británico, lo enviarían ante el tribunal de guerra.
– ¿Qué? No me digas que detuvieron a todos los que confraternizaron en 1914…
– No, claro que no. Pero hubo oficiales que sufrieron sanciones disciplinarias en 1915, y los reglamentos, desde entonces, se hicieron más duros en lo que se refiere a la confraternización con el enemigo.
– Pues entre nosotros no existe esa preocupación -sonrió Afonso-. Las ventajas de ser portugués. ›-¿Qué pretende hacer?
– ¿Yo? Nada. Pero, cuando surjan los cánticos, no me callaré, será un concierto fabuloso. Si los boches se ponen a cantar el O Tannenbaum, respondemos con el Malháo, Malhao, ya verás. Y si ellos nos sueltan el Wacht am Rhein, la gente del 8 les devuelve un vira del Miño. Y si los tipos insisten con el Stille Nacht, nosotros le respondemos con un fadiño de la Severa. -Se frotó las manos, anticipando con impaciencia el espectáculo que montaba en su imaginación-. Será una maravilla.
El teniente Cook le explicó al capitán Gleen las intenciones de Afonso. Gleen meneó la cabeza.
– Usted no puede hacer eso.
– ¿Por qué?
– Porque los jerries no deben ver el estado en que se encuentran las tropas portuguesas.
– ¿Por qué?
– Si ellos ven cómo están ustedes, todos rotos y desharrapados, cansados y ansiosos por salir de aquí, delgados, sucios y sin afeitar, yo no quiero estar cerca. Saltarán sobre ustedes con toda la fuerza que tienen.
– ¿Rompen la tregua?
– No. Saltan encima después de la tregua. Después.
– Ah -exclamó Afonso, que se quedó cavilando sobre esa observación.
– Es imprescindible que no haya contacto entre portugueses y jerries, el Alto Comando insiste mucho en eso. Si hay confraternización, el enemigo se da cuenta en un instante de que ustedes son potencialmente vulnerables en nuestro sistema defensivo.
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