José Santos - La Amante Francesa

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Primera Guerra Mundial. El capitán del ejército portugués Afonso Brandão está al frente de la compañía de Brigada de Minho; lleva casi dos meses luchando en las trincheras, por lo que decide tomarse un descanso y alojarse en un castillo de Armentières, donde conoce a una baronesa. Entre ellos surge una atracción irresistible que pronto se verá puesta a prueba por el inexorable transcurrir de la guerra.

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Un denso vapor se cernía, en efecto, en la Tierra de Nadie, reduciendo sobremanera la visibilidad. El alambre de espinos se mezclaba con las nubes bajas, la nieve se perdía en la claridad alba de la neblina. Afonso se encogió de hombros, resignado, y, con movimientos vacilantes y desconfiados, escaló el parapeto y se sentó junto a los oficiales británicos.

– Captain Gleen, this is captain Afonso -los presentó el teniente Cook-. Afonso, éste es el capitán Gleen. El Alto Comando destacó al capitán para el periodo de Navidad.

– How do you do? -saludó Afonso.

– Howdy, mate. Merry Christmas. Compris Christmas?

– Yes.

– Christmas bonne. -El capitán Gleen se rio; sus mejillas rosadas le llenaban el rostro ancho-. Beaucoup rhum, beaucoup champagne, beaucoup port-wine. Et beaucoup zigzag! -Hizo un gesto con la mano, simulando un movimiento de embriaguez-. Compris? Beaucoup rhum, beaucoup zigzag!

– Compris. Zigzag. Compris -respondió Afonso con una carcajada, divertido por el torpe patois de inglés y francés tan típico de las trincheras. Se volvió hacia el teniente Cook-. Oye, Tim, ¿este tío está como una cuba o qué?

– El es siempre así.

– Ah, vale -exclamó. Miró la neblina, aún con cierto recelo por ponerse tan al descubierto, perfecto blanco para los francotiradores alemanes, sintiéndose como si estuviera desnudo. El problema es que nadie parecía otorgar demasiada importancia a la posición vulnerable en la que se encontraban, por lo que no sería él quien diese imagen de débil. Para abstraerse de la incómoda sensación de peligro decidió seguir conversando-. ¿Qué significa eso de que tu amigo fue destacado durante el periodo de Navidad?

– El capitán Gleen ya ha pasado tres navidades en las trincheras. La primera fue justo aquí al lado, en Neuve Chapelle. El Alto Comando consideró que él podría ser útil, con todo su know-how, para ayudarnos a lidiar con los acontecimientos de estas fechas.

– ¿Los acontecimientos de estas fechas? ¿Qué acontecimientos?

– La confraternización con el enemigo. El Alto Comando está preocupado por eso.

– ¿Confraternización? ¿De qué hablas?

– Me parece que será mejor que él mismo te lo cuente -dijo el teniente Cook, que se dirigió a su colega en inglés-. Captain, ¿puede decirle a nuestro amigo portugués lo que ocurrió en la Navidad de 1914?

– Christmas 1914 -repitió el oficial británico, con los ojos inundados de nostalgia-. Fue una Navidad extraordinaria. Extraordinaria. -El capitán Gleen sacó del bolsillo una caja amarilla de cigarrillos, con la marca Gold Flake escrita en la tapa, encendió uno, echó una bocanada y fijó los ojos en el infinito-. Sólo llevábamos cuatro meses de guerra cuando llegó la Navidad de 1914. Yo era en ese momento un corporal de los 18th Hussars destacado en un regimiento hindú de caballería de los Royal Garhwal Rifles. Estábamos atrincherados justamente aquí, en Neuve Chapelle, en las mismas trincheras donde están ahora los portugueses. Hubo violentos combates hasta el día 24: los jerries atacaron el 20, los hindúes retrocedieron el 22 y nuestro I Cuerpo respondió y reocupó posiciones. El tiroteo se prolongó durante la víspera de Navidad, pero, cuando cayó la noche, los combates se interrumpieron totalmente y todo quedó en silencio. Un silencio como éste, en este momento. -Extendió la mano, señalando a su alrededor-. De repente, en medio de la oscuridad, comenzamos a ver luces que se encendían del otro lado. -Volvió a señalar con un gesto-. Eran hileras e hileras de luces. Lanzamos un «Very Light» y vimos que los jerries estaban colocando pequeños árboles de Navidad iluminados en la parte superior de los parapetos. Nosotros y los hindúes nos quedamos atónitos mirando. Nuestros muchachos comenzaron a decir que era el divali, el divali. Les pregunté que era eso del divali y me explicaron que se trataba de la fiesta más importante del calendario hindú, consagrada a una diosa que augurariqueza. Fue una noche curiosa, pero las cosas no fueron a más.

– Eso fue en Nochebuena -intervino Afonso, medio preguntando, medio afirmando.

– Indeed -asintió.

– ¿ Y el día de Navidad?

– Bien, ese día fue diferente. La mañana del 25 amaneció gloriosa, el día era maravilloso, el sol brillaba alto en el cielo, la lluvia de Flandes había desaparecido milagrosamente. En un momento dado, los jerries comenzaron a cantar. Eran prusianos del VII Cuerpo y cantaban a coro, algunos con magníficas voces de tenor, hasta se nos ponía la carne de gallina. Los oíamos entonar el O Tannenbaum, el Stille Nacht, Heilige Nacht, el O du Fröhliche, todos muy afinados, llenos de entusiasmo, de emoción. Como eran prusianos, y en consecuencia militaristas, no se olvidaron, claro, de las canciones nacionalistas, en especial del Wacht am Rhein y del Deutschland über Alles. Me parece estar oyéndolos…

El capitán Gleen se calló por un instante, sumido en la memoria de aquellos momentos.

– ¿Ustedes respondieron? -quiso saber el teniente Cook, que rompió el silencio.

– Los hindúes no. Se quedaron callados, mirando. Pero algunos oficiales británicos entonaron en voz baja el Tipperary. ¿Nos imaginan cantando It's a long way to Tipperary? -Se rió-. Bien, hacia el mediodía empezamos a verlos haciendo desfilar sobre las trincheras sombreros y cascos colgados de palos. Después se pusieron a acechar por los parapetos, primero con miedo, a continuación alzando la cabeza cada vez con más confianza. Nosotros estábamos pasmados viéndolos.

– ¿Y nadie disparó?

– Nadie disparó. Supongo que nos pareció que, en aquellas circunstancias, eso habría sido asesinato a sangre fría. Comenzaron entonces a gritar en inglés, deseándonos feliz Navidad. «A Happy Christmas to you all!», vociferaban. Algunos hasta tenían acento cockney, ¿no es increíble? Otros gritaban: «Friede auf der Erde». Yo pillo algo de alemán, pero no entendí. El capitán Collins, que hablaba con fluidez el alemán, me dijo que eso significaba «paz en la Tierra». No les respondimos. Una hora después, repitieron la gracia. Lanzaron varios gritos de Happy Christmas y, en un momento dado, se pusieron en pie sobre los parapetos, desarmados, totalmente a merced de nuestros fusiles y ametralladoras. Nosotros estábamos perplejos. Los soldados apuntaron las Lee-Enfield para acabar con los prusianos, pero el capitán Collins dio una orden prohibiendo disparar. Todo quedó en suspenso, ellos saludando, nosotros quietos. La situación era anormal y, medio vacilantes, algunos de nuestros hombres se pusieron también de pie y saludaron, lo que provocó una fiesta del lado de los jerries. Ellos gritaron diciendo que podían darnos unos puros y que nos acercásemos, que no dispararían, que era Navidad. Desconfiamos. Salió entonces un prusiano que cogió una caja de puros, saltó a la Tierra de Nadie y avanzó en nuestra dirección. -El capitán Gleen señaló un sitio a la izquierda, en una parte de la Tierra de Nadie cubierta de neblina-. Vino por allí, me parece que lo estoy viendo, con el pickelhaube en la cabeza, una gabardina manchada de barro, la caja de madera a la altura del pecho, sostenida con las dos manos como si fuese un tesoro. Como nadie se movía, yo salté también a la Tierra de Nadie y fui a reunirme allí con él. -Señaló a la izquierda, indicando el punto de la trinchera de Neuve Chapelle que había ocupado en esa tarde memorable-. Yo estaba nervioso, me temblaban las piernas, sentía fusiles invisibles apuntados a mi cabeza, a mi pecho, a mis piernas. Hasta pensé en dar media vuelta y echar a correr, pero me controlé y seguí adelante, preguntándome mil veces qué estaba haciendo en medio de la Tierra de Nadie. Nos encontramos en el centro, junto al alambre de espinos. El me entregó la caja y me dijo: «A Happy Christmas to you». Me quedé pasmado, sin saber qué hacer ni qué decir. Le estiré el brazo y le di la mano, le dije: «Danke schón und Merry Christmas». Cuando nos vieron en el handshake, los jerries del otro lado comenzaron a gritar como locos, parecían los de Cambridge festejando la victoria sobre Oxford en la regata, muchos saltaron a la Tierra de Nadie y vinieron en nuestra dirección, nuestros hindúes los imitaron y fueron a reunirse con ellos, era de no creer. Se dieron la mano unos a otros, se entregaron regalos, nosotros les dábamos cigarrillos, corned-beef, bizcochos, chocolates, ron, té y mermeladas Tickler; ellos nos obsequiaban con schnapps, sauerkraut, cognac, vino y dulces. Pero tenían sobre todo muchos puros que, por lo visto, se distribuían en abundancia en la retaguardia como presentes del káiser. Los puros eran tantos que el capitán Collins comentó que habíamos caído en medio de un batallón de millonarios. -Gleen soltó una carcajada y suspiró-. Ah, fue una fiesta increíble, tendrían que haberlo visto, aquélla fue realmente una Navidad en serio. Pensándolo bien, fue tal vez, en cierto modo, la mejor Navidad de mi vida, el ambiente era absolutamente fantástico.

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