José Santos - La Amante Francesa
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– Aquel pequeñito es Barley, un inglés muy bueno -indicó el mirón con entusiasmo, señalando a un hombre que corría rápido entre las alas y que acababa de meter un goal, y que en ese instante fue saludado por varios amigos-. Pero el que más me gusta es aquel delgadito, Paiva Raposo. ¡Sí, señor, ése es un verdadero player, un portento en los dribblings y en los kicks! Ambos, Barley y Raposo, estuvieron en el team del Club Lisbonense que ganó la primera copa de football en Portugal, hace dos años, cuando en Oporto derrotaron al Football Club de Oporto por 2-0. Hasta el Rey fue a ver el match.
En esa tarde soleada en el Campo Pequeño, el Football Club Lisbonense venció al Real Gymnasio Club Portugués por 3-1, y- confirmó una vez más que se trataba del mejor equipo de football existente en Portugal.
– Bien, vamos entonces a ver a Ermelinda -dijo con un suspiro el señor Rafael, que se volvió de espaldas al Campo Pequeño.
– Es una pena, pero esto durará poco -comentó el mirón, en un gesto de despedida, cuando ya se dispersaba la multitud.
– ¿Cómo? -se admiró el padre de Afonso, mirando hacia atrás.
– Construyeron aquí, hace cuatro años, el ruedo de toros y están dando órdenes para que se acaben los partidos. Los muchachos se quedarán sin cancha.
El hombre dio media vuelta para marcharse, pero el señor Rafael se acordó de que aún le quedaba por hacer una pregunta.
– ¡Oiga, amigo! El mirón se volvió.
– ¿Dígame?
– ¿Ha ido alguna vez a Rio Maior?
Capítulo 2
Fue un parto duro, como suelen serlo todos los partos, pero madame Michelle Chevallier tenía caderas estrechas y los riñones acusaron el dolor del esfuerzo al sentir que había llegado la hora de dar a luz. La partera cortó el cordón umbilical, dio una palmada al bebé y el débil llanto irrumpió en la habitación, casi como un maullido doliente. La abuela limpió al niño con agua previamente calentada en una tetera, lo cubrió con un chal suave, salió de la habitación y, con una sonrisa feliz pero los ojos cansados después de la larga noche, se lo mostró al padre y al abuelo, que aguardaban tras la puerta, excitados por los frágiles gritos que habían oído hacía un momento.
– Es una niña -anunció.
Fue en la mañana del 2 de octubre de 1891 cuando Paul Chevallier vio nacer a su segunda hija. Horas más tarde, mientras la niña mamaba del seno de su madre y bajo las miradas embelesadas del padre, de la pequeña y excitada hermana Claudette y de los dos abuelos aún vivos, se decidió que se llamaría Agnès, como la abuela materna. Durante los tres años siguientes nacerían dos hijos más, ambos varones, Gaston y François, que completaron un total de cuatro hermanos, número que los padres consideraron adecuado y definitivo, salvo imprevistos.
La familia Chevallier vivía en una casa antigua situada en la Rue du Palais Rihour, en medio de una colorida hilera de estrechos y pintorescos domicilios del siglo xvii y a un paso de la imponente Grande Place de Lille. La pequeña Agnès Chevallier comenzó a frecuentar muy pronto la tienda de su padre, una casa de vinos situada en la fastuosa Vieille Bourse y llamada Château du Vin. El hecho de poseer una tienda en la Vieille Bourse constituía de por sí un claro indicio de que se trataba de alguien acomodado, descripción que correspondía vagamente al modo de vida de Paul. El padre de Agnès era un hombre alto y delgado, muy rubio y con los pómulos salientes. Tenía tierras cerca de Reims, donde cultivaba uvas para hacer champagne, cuya calidad hizo de él un enólogo prestigioso en Lille, aunque su verdadero negocio fuese el comercio de vinos. De su tienda, que servía con frecuencia de despacho comercial, exportaba a Bélgica, Holanda, Gran Bretaña y Alemania.
Tal como muchos habitantes de la ciudad, los Chevallier eran burgueses de origen flamenco, algo que no olvidaban. La intolerancia francesa frente a las tradiciones flamencas había denostado el nombre original de familia, Van der Elst, lo que llevó a un antepasado, célebre por sus acciones de caballería durante las guerras napoleónicas, a decidir cambiar aquel apellido por el de Chevallier. Esa es, por otra parte, la historia de Lille, una ciudad originalmente belga, Rijssel, víctima de once cercos y arrasada varias veces en un periodo de mil años, puesta sucesivamente bajo control flamenco, francés, austríaco y español, hasta que se la anexaron de manera definitiva los franceses en el siglo XVII, con el tratado de Aquisgrán. Luis XIV conquistó la población en 1667, le otorgó el estatuto de capital de la Flandes francesa y la llamó Lille, una evolución de las palabras l'isle, «la isla», debido a que la ciudad creció en torno a un castillo construido en una de las islas del río Deûle. El propio edificio de la Vieille Bourse insistía en recordar el pasado flamenco de Lille, manteniendo cuatro leones de Flandes orgullosamente esculpidos en la fachada. La majestuosidad del edificio de la Vieille Bourse era algo que no dejaba de impresionar a la pequeña Agnès siempre que su madre la llevaba a visitar a su padre en la tienda de vinos. La Vieille Bourse se erguía, majestuosa, en uno de los lados de la plaza central de la ciudad, exhibiendo fausto y opulencia en su arquitectura grandiosa, con las cariátides que adornaban las pilastras, las ventanas ricamente decoradas a la manera del Renacimiento flamenco, una campana dentro de la vistosa y una altiva columna rojo ladrillo que se alzaba en el extremo central del tejado oscuro. Aunque parecía un solo edificio, la Vieille Bourse estaba en realidad formada por veinticuatro pequeñas casas de comercio, una de las cuales albergaba el Château du Vin.
Durante la infancia, los cuatro hermanos fueron educados en casa. Todos ellos eran bilingües, hablaban francés y flamenco. Las conversaciones en familia se hacían sobre todo en francés, pero a menudo se intercalaba el flamenco, con frecuentes goedemorgen intercambiados por la mañana, pidiendo gebak, melk y suiker a la mesa del desayuno y soltando tot ziens de despedida. Las comidas preparadas por Michelle tenían la marca de la cocina flamenca, a base de carne de aves y de platos sustanciosos, como boudin y morcilla con puré de manzana. Pero los favoritos de los niños eran el waterzoï, las dulces gaufres y la mermelada con martilles, el popular queso de la región.
Agnès tenía dos grandes amigas. Una era su hermana Claudette, un año mayor. Claudette era arisca y mandona, Agnès más dulce y conciliadora, aunque en los momentos de apuro se mostraba inesperadamente rígida e inflexible. Los juegos entre ambas terminaban en una invariable guerra de insultos, pellizcos y arañazos. Las palabras más duras eran: t'es méchante, «eres mala», insulto que en general desencadenaba una rápida y dolorosa respuesta física. La madre aparecía para separarlas y las obligaba a pedirse disculpas. Como era orgullosa, Agnès se disculpaba en flamenco, vomitando un crudo het spijt me echt! Lo hacía con tal ferocidad que más sonaba a un nuevo insulto. Evitaba siempre mostrarse débil y raramente lloraba, a pesar de que su hermana era físicamente más fuerte y, en consecuencia, solía imponer su voluntad en estos enfrentamientos.
Cuando los juegos con Claudette acababan mal, Agnès se reunía con su segunda amiga, una muñeca de cartón y madera a la que llamaba Mignonne y de quien se hizo inseparable. Mignonne era una muñeca jumeau, hueca por dentro y fabricada en un molde, con ojos castaños de cristal y una cabellera rubia rizada, con la cabeza encajada en un cuerpo compuesto y articulado, y con los miembros doblándose en las junturas, lo que era una novedad. Con Mignonne en el regazo Agnès aprendió a tejer, y siempre en su compañía escuchaba a su madre contarle historias, en su mayor parte cuentos flamencos, como las leyendas de la batalla entre Lydéric y Phinaert, los míticos gigantes fundadores de Rijssel, y de Yan den Houtkapper, el leñador que, según la tradición, fabricó un par de botas de madera para Carlomagno. Pero fue una historia verídica, la de Florence Nightingale, la que más absorbió la imaginación de la pequeña, hasta tal punto que comenzó a decir que ella y Mignonne serían enfermeras de mayores.
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