Sven Hassel - Gestapo

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Esta novela, quinta del autor, nos introduce en el infamante mudo de la tan famosa organización policíaca. Una anciana, ajena a toda actividad política, es detenida y ahorcada. Para lograr su imposible declaración los miembros de la gestapo muestran con ella toda una gama de su estudiada amabilidad. El viejo, Porta, Hermanito y el Legionario – de la 5º Compañía – vengan a la anciana y el Bello paul – jefe del grupo de la Gestapo – se enfrenta con tortuosa habilidad a las dificultades que se le crean.

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– ¿Llamas a los SS una birria de Compañía?

– ¿Tienes las orejas tapadas? ¿O qué te ocurre? ¿No gritáis «¡hurra!» al atacar?

– Sí, desde luego. -El SS vacilaba.

– Nosotros gritamos injurias ante las narices de Iván. Job Tvja mad, siskajebo monova! Iván se ensucia en los calzones sólo con oírnos: «¡Adelante, favoritos de la muerte! ¡Apretad, chacales sarnosos!» Corríamos cuanto podíamos, mientras buscábamos el modo de enviar una píldora contra la espalda del maldito coronel. Pero nunca lo conseguíamos. Siempre desconfiaba. Tenía mil ojos repartidos por todo el cuerpo. Incluso en el agujero del culo tenía uno que se iluminaba en el momento en que apoyaba el dedo en el gatillo. Una vez, me encontraba en un agujero, a cinco metros de él. Tenía una bala envuelta en un trapo, una bala cortada especialmente para la ocasión. Pero en el momento en que acababa de meterla en el cargador, en el momento en que levantaba el fusil para enviar a mi querido papá Lindenau en brazos de Satanás, le oí chillar: «¡Perro sarnoso! ¿No ves que estás apuntando a tu coronel?» ¡Válgame Dios! ¡Menudo miedo pasé! Solté el juguete tan de prisa como si me hubiera quemado los dedos.

»- Obergefreiter Porta…

»-Mi coronel -le contesté-. Se trata de un error. He creído que el comandante era un oficial ruso.

»El muy cerdo se rió y rogó al buen Dios que enviara un diluvio de mierda, de rayos y truenos sobre mi pobre cabeza

»De regreso al cuartel tuve que hacer ocho horas de ejercicio a las órdenes del propio comandante, para que aprendiera a no equivocarme. Más tarde, llegué a formar parte de su escolta personal.

– ¿De veras liquidáis a vuestros oficiales? -preguntó el SS, estremeciéndose.

– A veces. Por ejemplo, la 2.ª Compañía, con su pandilla de hijos de perra, todos tiradores escogidos. Salieron de expedición por el mar de Hielo, cuando estuvimos en Finlandia para enseñar a hacer la guerra a tus camaradas de allí. Cuando regresaron, once días más tarde, ya no tenía oficiales ni Feldwebels. Tres tenientes, un Stabsfeldwebel, dos Oberfeldwebels y cuatro Feldwebels habían desaparecido. Un viejo suboficial mandaba la compañía. No tenía nariz. La había perdido en Varsovia. Se la cortó una muchacha, con el sable de un ulano polaco, de un solo golpe como cuando el carnicero corta una raja de salchichón. Un gato rubio se llevó el pedazo. Desde entonces, la 2.ª Compañía ha tenido siempre oficiales amables.

– Esos de la segunda deben de ser tipos duros. ¿Qué tal es una compañía disciplinaria?

El SS se mostraba singularmente interesado. Pensaba para sus adentros: «Es mejor informarse por anticipado. Nunca se sabe lo que nos reserva el porvenir.»

Porta se echó a reír, entornó taimadamente sus ojillos de cerdo, se sonó de nuevo con los dedos y alcanzó una vez más la bandera.

– ¡Oh, depende…! Depende, sobre todo, de los oficiales. Si son unos bastardos que quieren que los compañeros dejen la piel en los obstáculos del campo de tiro por los que sólo los más delgados consiguen pasar a rastras, entonces se pasa mal. Con esa clase de oficiales, los suboficiales se convierten a la fuerza en lobos hambrientos. Tal superior, tal subordinado. Una vez tuvimos un Hauptmann, Meyer, cuya manía consistía en ordenar: «¡Bajo los tanques, sobre los tanques!» A veces, las máquinas se hundían en la tierra blanda y aplastaban a los que encontraba debajo. El Hauptmann Meyer se divertía de lo lindo.

– ¿Qué hicisteis con ese tipo?

– Tuvo derecho a varios cigarros de pólvora en el trasero y todo se acabó para él -contestó Porta, conciso-. También un Hauptfeldwebel al que llamábamos Gran Cerdo. Mientras dormía, le atamos varias granadas alrededor del cuello y pusimos una bomba debajo de la cama. La mecha estaba unida a sus botas. Ya puedes imaginar las consecuencias. En cuanto movió las patas, salió disparado por los aires sin problemas de despegue. Gran Cerdo era duro de veras puedes creerme. Una vez, obligó a Hermanito a atravesar un río veinte veces seguidas. Hermanito acabó por echarse a ladrar: creía que era una foca. Nosotros contemplábamos estúpidamente el espectáculo. Las botas de Hermanito desaparecían bajo el agua en una orilla. Después, esperábamos hasta que el casco aparecía en la otra orilla, donde Hermanito lanzaba chorros de agua como una ballena que sale a la superficie del mar. Gran Cerdo no conseguía ocultar su decepción cada vez que el casco reaparecía.

»-¡Media vuelta! -ordenaba-. ¡Adelante, a rastras!

»Y las botas de Hermanito volvían a hacernos un signo de despedida.

»Después, le obligó a hacer una marcha. Él le seguía en motocicleta. Veinticinco kilómetros con el equipo completo a una temperatura de veintidós grados; y, fíjate bien, con el capote y las cartucheras y la mochila llenas de arena húmeda.

– ¿Y la máscara de gas? -preguntó el SS.

– Desde luego -replicó Porta, riendo-. ¿Crees que somos unos afeminados? Hermanito se divirtió mucho, pero a la noche siguiente Gran Cerdo fue a dar un paseo por las estrellas. Desapareció por los aires impulsado por un paquete de granadas. ¡Descanse en paz su alma! [26].

– Entre nosotros, también a veces las cosas resultan difíciles -aseguró el SS, mientras se frotaba la calavera de su gorra-. Yo estoy en esta jaula sólo a título provisional. -Se humedeció los labios y prosiguió con orgullo mal disimulado-: Mi verdadera unidad es la División de Caballería SS «Florian Geyer». Pero tuve problemas. Me enviaron provisionalmente a la División T. También allí tuve conflictos. No quisieron saber nada más conmigo. Pegué un mamporro a un Untersturmführer. Un bruto de Dachau que nos visitó. Después, casi me hicieron picadillo. Pasé ocho semanas en la enfermería y luego me enviaron, como convaleciente, a la SD de Hamburgo. Ahora, soy el chofer de el Bello Paul. Muy poca cosa para mí. Quiero volver junto a mis camaradas. Era corneta en el l. erEscuadrón. La nostalgia me obliga a emborracharme cada noche. Pero tengo que ir con cuidado. A la primera oportunidad, me enviarán a Torgau. Nuestro Hauptscharführer me lo explica cada mañana. Es el Hauptscharführer más cretino del mundo. Fue jefe de barracón en Buchenwald. Se dice que estrangulaba a los detenidos con sus propias manos, y creo que es verdad. Siempre mira el cuello de la gente con una expresión de interés.

El SS asomó el cuerpo por la portezuela del automóvil. Bajó la voz, y cuchicheó en tono confidencial.

– Pero soy un viejo zorro y a mí no me la dan con queso. Les doy sopas con onda a todos. Pero lo que quería contarte es la vida dura que llevábamos en la «Florian Geyer». Nuestro comandante, el Standartenführer Rochner, se cargó a tres compañeros porque dijeron lo que pensaban de Adolph. Fue una noche, poco antes de la retreta. Yo estaba limpiando mi trompeta. Casi siempre era yo quien tocaba retreta.

– Yo también toco -dijo Porta. De repente, encontraba muy simpático al SS-. También toco la trompeta. ¿La tocas bien?

– ¡Oh, sí, estupendamente! Soy el mejor corneta de todo el Ejército de Adolph. He tocado dos veces en Nuremberg, cuando llegaba Adolph con los pies vueltos hacia dentro.

– ¿Es verdad que anda con los pies torcidos?

– ¿No lo sabías? Nos ha hecho reír a menudo. Su pie derecho está siempre vuelto hacia dentro.

– ¿Cómo haces el toque de retreta?

– Pues, verás: primero, un toque largo, y después, uno muy corto, para dar la impresión de que la trompeta llora una jornada maravillosa. Una trompeta es algo vivo, y hay que tratarla como a un ser vivo al que se ama. De lo contrario, no toca bien. Conocí a un corneta que tocaba diana con una trompeta sucia; no obtenía ningún resultado. La trompeta se negaba a reír y a saludar el nuevo día. Pero la mía sí sabe. Cuando se la vuelve hacia el sol naciente, está radiante. Porque has de saber que mi trompeta no está sucia, y que yo la llamo por su nombre. Está colgada encima de mi cama y le hablo. Un día, te la dejaré probar. No lo hago nunca, pero me doy cuenta de que tú también eres un verdadero corneta.

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