Sven Hassel - Gestapo

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Esta novela, quinta del autor, nos introduce en el infamante mudo de la tan famosa organización policíaca. Una anciana, ajena a toda actividad política, es detenida y ahorcada. Para lograr su imposible declaración los miembros de la gestapo muestran con ella toda una gama de su estudiada amabilidad. El viejo, Porta, Hermanito y el Legionario – de la 5º Compañía – vengan a la anciana y el Bello paul – jefe del grupo de la Gestapo – se enfrenta con tortuosa habilidad a las dificultades que se le crean.

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– Entonces, te dejaré probar mi flauta. Pero háblame de tu comandante.

– Entró en el dormitorio momentos antes de que yo tocara. Llamó a tres individuos y preguntó al primero si había dicho esto respecto al Führer. El tipo lo negó. Es lógico. «¡Cerdo! -gritó el Standartenführer -, ¿le mientes a tu comandante?» ¡Pum, pum! Dos disparos de su «Walter» 7,65, dos o tres patadas y todo terminó. ¡Que el diablo se lo lleve! Con sus espuelas, rayó nuestro bonito pavimento encerado. Esto nos dio mucho trabajo los días siguientes. En las SS es un vicio: siempre hay que tener los suelos inmaculados. El comandante se volvió hacia los otros dos. Ambos eran soldados rasos. Uno de ellos se había ceñido el sable porque entraba de guardia. Los dos confesaron en el acto. Cada uno recibió dos balazos en el cráneo. Uno de ellos sólo resultó herido con el primer disparo. Pegaba saltos y la sangre le resbalaba por el rostro. ¿Has visto alguna vez una gallina a la que cortan la cabeza? El comandante disparó contra él sin tocarle. El pobre diablo estaba completamente enloquecido por el miedo. Se lanzó por la ventana y echó a correr por la plaza de armas. Tres hombres saltaron por la ventana, corrieron tras de él y le alcanzaron. Le mantuvieron inmóvil mientras el comandante le hundía un piquete en el rostro. Prueba de encontrar entre los vuestros a un comandante más bestia que el mío.

– Me sería muy fácil. Pero me interesa saber si ese comandante asesino vive aún. Si aún está vivo, señal de que sois una pandilla de cobardes.

– La ha diñado. Los rusos le echaron el guante cuando atravesamos Elbruz. Lo colgaron de un álamo por los pies. En las SS no matamos a nuestros oficiales.

– Porque sois unos mierdosos. Os dejáis torturar y torturáis a los demás. Ejecutad a este hombre, dicen vuestros mandamases. Desde el año 33 os habéis acostumbrado tanto a cargaros a la gente inofensiva que ahora lo hacéis casi sin pensar. Vuestros oficiales no son tan bestias como los nuestros. Incluso tienen menos imaginación. Matar a un hombre está al alcance de cualquier idiota. Anda o Revienta, que sirvió doce años en la Legión Extranjera, y Barcelona Blom, que estuvo tres años en el Tercio, aseguran que entre nosotros resulta más duro que en el extranjero. No puedes imaginar cómo lo pasamos en el 27.° Blindado. Un botón mal cosido cuesta tres horas de carreras en la arena, con el capote, el equipo de campaña, los macutos llenos de granadas de mano y, desde luego, en el momento del día en que hace más calor. El Oberfeldwebel Brandé a quien llamamos el Tirador, porque es capaz de tocar a cualquier tipo a cincuenta metros de distancia, no tiene inconveniente en hacerte correr hasta que te caes muerto. Es tan estricto que, durante el ejercicio con la Compañía, en plena marcha, es capaz de localizar a aquellos a quienes faltan clavos en la suela de las botas. Y cada clavo que falta cuesta tres horas en la arena. Hace quince días, Hermanito estuvo allí nueve horas. De modo que ahora sabemos que los días de el Tirador están contados. El diablo le está preparando un lecho.

– Reconozco que sois una pandilla de duros. Pero, ¿hacemos o no hacemos negocio? ¿Qué te parecen tres mil pavos, una caja de leche en polvo danesa robada en la O. T. de Dinamarca y, además, la dirección de esa casa de citas?

Porta hizo como que reflexionaba. Volvió a sonarse, se rascó el trasero y un sobaco, y después se echó el casco hacia la frente.

Se mordió los labios, pensativo.

– Ahora que recuerdo -prosiguió el otro-. También tengo un fajo de fotografías pornográficas. Te las daré de propina. Están estupendas, nunca has visto nada semejante. No creas que se trata de material viejo, sino del género que nos gusta a ti y a mí.

– Enséñame la mercancía -pidió Porta, adelantando una mano.

El SS se estremeció, lleno de desprecio.

– ¿Crees que soy un primo? Esto sería como si una ramera no reclamara su dinero hasta después de haber actuado. Seguro que se moría de hambre.

– Entonces, no habrá acuerdo.

Porta se dispuso a marcharse.

– ¡Eh, un momento! Sostendré las fotos en el aire, para que puedas mirarlas.

– ¿Sabes que te vendo las «pipas» muy baratas? Sólo lo hago porque te encuentro simpático. Eres tan caradura como yo. Algo me dice que pronto estarás con nosotros. Presiento que te están preparando una jaula en Torgau.

– En eso te equivocas, pequeño. Si me sacan de las SS para enviarme a Torgau, no iré a parar a vuestro apolillado Regimiento, sino al disciplinario de la Caballería.

– Ya cambiarás de opinión. Hablas del 37.° de Ulanos. Ya no existe. Nos lo hemos merendado. La 49.ª Kalmykritterdivisión lo ha hecho picadillo en la cuenca del Don. Como máximo, habrán escapado diez con vida. Han renunciado a formar otra vez el Regimiento.

– ¿Crees de veras que iré a parar con vosotros si me echan de aquí? ¿Tenéis corneta?

Porta mostró una expresión triunfal.

– No te hace ninguna gracia, ¿eh? Tu seguridad ha desaparecido.

– Nunca se puede estar seguro de nada -contestó el SS, con convicción. Se echó la gorra con la calavera hacia la nuca-. Con el Bello Paul uno nunca envejece. Imagina que vaya a parar con vosotros. ¿Tendrás la influencia suficiente para que me nombren corneta? -El SS se metió en el automóvil y sacó una trompeta plateada. Una trompeta con la cinta dorada de la Caballería. Enseñó cuatro trofeos sujetos a la misma-. Los recibí porque era el mejor. Toqué con motivo de un discurso en casa de Adolph. Toqué para el rey Carol. En 1938, fui yo quien toqué para Chamberlain cuando se dejó timar por Adolph. Aparecí en los diarios ingleses, con el nombre y todo. La gente me prestaba más atención que a Chamberlain y a Adolph. Si llego a ser corneta de vuestra Compañía, se hablará de vosotros.

– Ya somos demasiado conocidos -replicó Porta con sequedad-. Pero si un día te presentas en nuestro Regimiento, y sé que lo harás, ya me las arreglaré. Tengo amistades de primer orden. En realidad, soy el jefe de la Compañía. Ven a casa de Bernhard el Empapado y enséñales lo que sabes hacer. Bueno, ¿quieres o no quieres las «pipas»?

– Claro que las quiero, pero el precio me quita un poco las ganas. No encontrarás fotos tan estupendas como las mías. Son las mejores del mercado. Por sí solas valen diez «pipas» -Sacó una y la puso ante las narices de Porta-. Fíjate en ésta.

Porta adoptó un aire impasible. Sólo sus ojillos porcinos brillaban y traicionaban su deseo.

Esto no escapó a la atención del SS, quien sonrió de través y sacó otra fotografía.

– Está bien, ¿eh?

– ¡Pse…!

– Estoy seguro de que eres uno de esos hombres capaces de hacer cualquier cosa por la pasta -replicó, riendo, el SS-. Si pudieses, le venderías el Paraíso al mismo diablo.

– No hables tanto. Enséñame tu catálogo de porquerías. Ya una vez me engañaron con esto. Uno que me vendió treinta y cinco fotografías. Cuatro eran pornográficas, pero las otras representaban los cuentos de Grímm. Durante ocho días, no paré de buscar al muy cerdo. Incluso prometí dos botellas de vodka a Hermanito, si lo encontraba. Pero parecía que se lo hubiera tragado la tierra.

– ¿Qué le hubieses hecho si llegas a encontrarle?

Porta rió malévolamente y sacó un largo cuchillo que llevaba en una bota. Pasó un dedo por el filo. Asomó la punta de la lengua entre los labios.

El SS inclinó la cabeza. Había comprendido.

– No me creerás tan puerco como para timar a un camarada, ¿eh?

Porta le observaba solapadamente.

– No importa dónde ni cuándo. Porque eres igual que yo, y yo engaño a los otros cada vez que puedo. De lo contrario, en la tierra no habría gente lista y gente tonta.

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