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Juan Berterretche: El Comisario Va En Coche Al Muere

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Juan Berterretche El Comisario Va En Coche Al Muere

El Comisario Va En Coche Al Muere: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro puese der leído como una novela: del género tiene el ritmo, elementos de suspenso y aun de misterio y una acción que jamás decae. Todo cuanto se relata, sin embargo, es minuciosamente histórico. Auténticos son los personajes, auténticos los hechos, auténtico el entorno en que ellos suceden. Apoyado en una profunda documentación, el autor reconstruye una época muy particular y unos personajes que perduran todavía en la memoria colectiva de los uruguayos: los anarquistas "expropiadores", el comisario Pardeiro, el terrible Faccia Brutta. Y con ellos, los episodios en los que estuvieron involucrados: el sangriento asalto al Cambio Messina; el asesinato del pagador del Frigorífico Nacional; la célebre fuga por el túnel que iba del Penal de Punta Carretas a la Carbonería del Buen Trato. La muerte del comisario Pardeiro en el cruce de Monte Caseros y Bulevar Artigas, que cierra la historia en el mejor estilo de una tragedia griega, está memorablemente narrada. Como lo está la reconstrucción histórica de ese Montevideo todavía eufórica en medio de los fastos de los dos Centenarios, de las victorias deportivas, de una prosperidad que muchos creían inagotable.

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Para Batlle Pacheco -uno de los miembros de la comisión- el monto total del desfalco podía alcanzar entre cuatro o cinco millones en el año, lo que significaba que “si esta situación llegara a corregirse tal vez podríamos librarnos de los impuestos necesarios para cubrir el déficit del presupuesto”.

Uno de los mecanismos del fraude era la diferencia que existía entre la cuenta que los despachantes le entregaban a los comerciantes y el pago que realmente hacían en la Aduana.

Se había comprobado que los despachantes pagaban en algunos casos a la Aduana un cinco por ciento del monto que les cobraban a los comerciantes.

Pero esta artimaña -en combinación con funcionarios públicos- que defraudaba a los comerciantes, era sólo una de tantas.

También existían otras en combinación con los importadores.

La casa Segade había hecho desaparecer los libros de contabilidad y la comisión sospechaba que se les había prendido fuego.

En ocasión de la discusión de un proyecto de ley que permitiera la investigación de los libros de las empresas implicadas -aprobado el 2 de marzo de 1932, bajo el influjo del reciente crimen de Pardeiro- Pablo María Minelli describió el volumen del delito: “No se trata de comprobar las irregularidades cometidas por un número limitado de funcionarios aduaneros, como ocurre en muchas oficinas aduaneras del mundo y en repetidas ocasiones; se trata de un sistema de organización del fraude con todas las garantías de eficacia para que el fraude pueda efectuarse en altas proporciones, por un número crecido de funcionarios, y con consecuencias, desde el punto de vista de los intereses fiscales, tan inmensas que todavía no pueden apreciarse con exactitud” [26]

La investigación no trajo grandes consecuencias para los empresarios implicados y más bien se desmontó lo más escandaloso del sistema en la Aduana, inclusive con algunos procesamientos.

Pero a pesar de que el grupo implicado en los delitos aduaneros había intentado sobornar y amenazó de muerte al comisario y al senador Minelli, no era entre estos predadores de guante blanco que debía buscarse a los verdugos de Luis Pardeiro.

Ingrávido el sombrero

La operación debía contar en Montevideo con el apoyo de algunos anarquistas que conocieran a Pardeiro y especialmente que ficharan sus movimientos habituales.

En la calle General Flores 4270, Eugenio Roverano -simpatizante de los expropiadores- tenía una fábrica de mosaicos.

El local era un lugar de encuentro y de reunión, como el taller de Destro. Pero además, una casual coincidencia hizo que el chofer Edgardo Gariboni, a quien todos recuerdan como muy apuesto y donjuanesco, visitara a una muchacha que vivía en una casa pegada a lo de Roverano.

Por esa relación, los anarquistas supieron rápidamente que el candidato de la chica era chofer de Pardeiro. Sin necesidad de seguimientos o largas vigilancias, se enteraron de su recorrido habitual y sus horarios.

Faltaba, entonces, sólo alguien que conociera al comisario y acompañara a “Faccia” y a Guidot. No podía ocurrir, otra vez, un error como el cometido con Pesce.

Pero además se precisaba un “apuntador” que fuera de absoluta confianza y tuviera experiencia en acciones violentas.

Domingo Aquino, un hombre apacible, muy callado, había dado muestras de decisión y serenidad en el asalto al pagador del Frigorifico Nacional. Su historial en el Cerro era confiable. Más de una vez había interceptado los carros de carne del frigorífico y, asido del cabestro, los dirigía a los barrios humildes para repartir su contenido.

Fue elegido para acompañar a Bruno Antonelli y a Guidot. Él sugirió el lugar de la emboscada. Ya había hecho la experiencia con el camioncito del Nacional: en un punto en que el vehículo se viera obligado a disminuir la velocidad, al paso de un peatón, el blanco se hacía fácil. La idea era instalarse en forma escalonada para que fuera imposible zafar de la balacera.

Por eso se decidió que los tres examinaran la zona del cruce de la vía con Bulevar Artigas a la hora que pasaba Pardeiro. Aquino les “apuntaría” al comisario y luego se planearía el atentado.

* * *

Desde temprano, los tres esperaban que apareciera el coche. Estaban en una zanja, sentados sobre el pasto, simulando ser operarios que pasaban el mediodía. La resolana les hacía entrecerrar los ojos y a “Faccia” lo ponía endemoniado. Como decía un viejo anarquista “cuando El Tano anda seco de vientre, las almorranas inflamadas y el hígado hinchado, es capaz de matar a cualquiera de sus amigos o compinches”.

Aquino se había ubicado de forma de controlar, más allá de la vía, los coches que se acercaban al cruce ferroviario.

Aquel luminoso veinticuatro de febrero la operación había sido pensada como un reconocimiento del comisario, del coche, del lugar, la hora…, para luego planear en detalle el golpe.

En pleno verano, a la una o una y media, era difícil que hubiera mucho movimiento por esas calles.

Cuando Aquino identificó el Faeton de Pardeiro, en el momento que éste disminuía su velocidad para cruzar el paso a nivel, “Faccia Brutta” se incorporó y caminó decidido hacia el cordón de la vereda.

De una sola mirada pudo apreciar que el Ford casi se detenía al atravesar las vías; que el comisario iba sin custodia en el asiento trasero, en el lado opuesto al volante, presentando una línea de tiro impecable; que el chofer estaba concentrado en la maniobra del cruce, en la cerrada curva y las operaciones para volver a tomar velocidad y que Pardeiro tenía la cabeza baja observando algo en sus manos.

Para “Faccia Brutta”, siempre era mejor saber reconocer cuando se estaba ante un buen momento que regirse por planes minuciosos. No era la primera vez que actuaba como ejecutor del destino. La experiencia le había otorgado el don de identificar el instante propicio, con una mirada, al barrer.

Antes de que sus compinches pudieran oponerse a la acción, sacó la Parabellum, dio dos zancadas, quedó enfrentado a su víctima y disparó contra un rostro sorprendido. Acertó en medio de la frente.

Todo estaba definido.

Guidot y Aquino, rezagados, empezaron a disparar contra el Ford, que iniciaba un trayecto errático, luego de ser alcanzado el chofer.

“Faccia” siguió tirando sobre el lado izquierdo y luego desde atrás, hasta terminar un cargador. Cuando recargaba su pistola vio caer al hombre del volante y luego siguió con la vista al auto que, girando bruscamente, subía a barquinazos sobre un baldío y se detenía.

Era el momento de huir. No tenían vehículo que los aguardara, así que empezaron a correr por Hocquart hacia abajo, esperando que la suerte y el ingenio les resolviera el medio de escape. Luego de correr unas cuadras le quitan el auto al garajista Gauthier.

La inspiración de “Faccia Brutta” había sido acertada. Las víctimas no pudieron intentar ni una mínima defensa.

Ese primer disparo que impactó en el lugar exacto, fue el que detuvo el tiempo de Pardeiro, haciendo alzarse ingrávido su sombrero.

* * *

Ese hombre, más bien bajo, de complexión fuerte, cara bastante redonda, como lo describió uno de los testigos, luego que abandonaron el Studebaker de Gauthier en Pando y Ceibal, se alejó solo.

No volvió a pisar en el taller de Destro. Fue hasta la pensión donde había alquilado una pieza. Se bañó, cambió de ropa y salió en dirección a una cantina italiana. Comió y bebió mucho vino. Se hizo el borracho, armó un gran escándalo y fue llevado a una comisaría por ebriedad y desorden, donde estuvo por una semana, pues siguió haciendo líos en la comisaría para prolongar su detención. Lo tomaron por un italiano loco. Mientras tanto, las fuerzas públicas rastreaban la ciudad de Montevideo y detenían docenas de sospechosos.

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