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Yasmina Khadra: Las sirenas de Bagdad

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Yasmina Khadra Las sirenas de Bagdad

Las sirenas de Bagdad: краткое содержание, описание и аннотация

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Un joven estudiante iraquí, mientras aguarda en el bullicioso Beirut el momento para saldar sus cuentas con el mundo, recuerda cómo la guerra le obligó a dejar sus estudios en Bagdad y regresar a su pueblo, Kafr Karam, un apacible lugar al que sólo las discusiones de café perturbaban el tedio cotidiano hasta que la guerra llamó a sus puertas. La muerte de un discapacitado mental, un misil que cae fatídicamente en los festejos de una boda y la humillación que sufre su padre durante el registro de su hogar por tropas norteamericanas impulsan al joven estudiante a vengar el deshonor. En Bagdad, deambula por una capital sumida en la ruina, la corrupción y una inseguridad ciudadana que no perdona ni a las mezquitas.

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Mi avión está siendo remolcado hasta el centro del macadán alquitranado. Lo veo bifurcar lentamente y dirigirse hacia la pista.

Se apaga el panel sobre el mostrador.

Hace ya un buen rato que ha anochecido. Otros pasajeros han venido a hacerme compañía antes de adentrarse a su vez por el pasillo. Ahora anuncian otro vuelo y los asientos se vuelven a ocupar.

– ¿Va usted a París? -me pregunta un hombrecillo sobreexcitado que acaba de sentarse a mi lado.

– ¿Perdón?

– ¿Aquí se toma el vuelo para París?

– Sí -le tranquiliza un vecino.

El airbús con destino a París despega, majestuoso, inexpugnable. Las amplias salas se van adormeciendo. La mayoría de los compartimientos han quedado vacíos. Unos sesenta pasajeros hacen tiempo en un ala con religioso recogimiento.

Un agente de seguridad se me acerca, con el walkie-talkie a la vista. Ya había pasado dos o tres veces por aquí, intrigado por mi presencia. Se detiene ante mí, me pregunta si me encuentro bien.

– He perdido mi avión.

– Ya me lo imaginaba. ¿Adónde iba?

– A Londres.

– Ya no hay vuelos para Londres esta noche. Enséñeme su billete… British Airways… A esta hora todas las oficinas están cerradas. No puedo ayudarle. Tendrá que regresar mañana y contárselo a los de la compañía. Le aviso que son inflexibles. No creo que le validen su billete de hoy… ¿Tiene dónde ir? Está prohibido pasar aquí la noche. De todos modos, tiene que arreglarlo con la compañía, y eso está al otro lado de la zona franca. Venga conmigo.

Me dirijo hacia la salida con la mente en blanco. Me dejo llevar por mis pasos. No tengo otra opción. No pinto nada en el aeropuerto. Los vestíbulos están sumidos en el silencio. Un empleado empuja una hilera de carros. Otro va pasando sus trapos por el suelo. Aún se perciben algunas sombras por las esquinas. Los bares y tiendas están cerrados. Tengo que irme.

Un coche se detiene a mi altura mientras camino sin rumbo, enfrascado en mis preocupaciones. Se abre una portezuela. Es Chaker… Sube… Me instalo en el asiento del copiloto. Chaker rodea un aparcamiento, se detiene ante una señal de stop antes de lanzarse por la carretera jalonada por farolas. Circulamos durante una eternidad sin hablarnos ni mirarnos. Chaker no se dirige hacia Beirut, toma una carretera de circunvalación. Su ahogada respiración acompasa el arrullo del motor.

– Estaba seguro de que te ibas a rajar -dice con voz apagada.

No hay reproche en sus palabras, sólo un remoto regocijo, como cuando uno comprueba que no se había equivocado.

– Cuando oí tu nombre en el altavoz, lo comprendí todo.

Golpea repentinamente el volante:

– ¿Por qué, ¡Dios santo!, has hecho que nos tomemos tantas molestias para luego echarte atrás en el último minuto?

Se calma, relaja el puño; se da cuenta de que está conduciendo como un loco y levanta el pie del pedal.

Más abajo, la ciudad parece un inmenso estuche repleto de joyas.

– ¿Qué ha ocurrido?

– No lo sé.

– ¿Cómo que no lo sabes?

– Me encontraba ante la puerta de embarque, vi cómo los pasajeros subían al avión y no los seguí.

– ¿Por qué?

– Ya te lo he dicho: no lo sé.

Chaker se queda meditando un instante antes de irritarse:

– ¡Esto es de locos!

Cuando llegamos a la cima de una colina, le pido que se detenga. Tengo ganas de contemplar las luces de la ciudad.

Chaker se echa a un lado de la carretera. Cree que voy a vomitar, me pide que no manche el coche. Le digo que salgo a tomar el aire. Se lleva instintivamente la mano a la cintura, agarra la culata de su pistola.

– No te pases de listo -me previene-. No dudaré en matarte como a un perro.

– ¿Dónde quieres que vaya con esta mierda de virus en el cuerpo?

Busco a oscuras un lugar donde sentarme, encuentro una roca y me siento sobre ella. La brisa me hace tiritar. Los dientes me castañetean y se me erizan los pelos de los brazos. Muy lejos, en el horizonte, unos paquebotes surcan las tinieblas, como luciérnagas arrastradas por la crecida. El rumor del mar cabalga sobre el oleaje y cubre el silencio de esta tormentosa noche. Más abajo, a resguardo del asalto de las olas, Beirut recuenta sus tesoros bajo una luna henchida.

Chaker se acuclilla a mi lado con el arma entre las piernas.

– He llamado a los chicos. Nos veremos con ellos en la granja, más arriba. No están nada, nada contentos.

Me ajusto la cazadora para calentarme.

– No me moveré de aquí -le digo.

– No me obligues a arrastrarte por los pies.

– Haz lo que quieras, Chaker. Yo no me moveré de aquí.

– Muy bien. Les voy a decir dónde estamos.

Saca su móvil y llama a los chicos. Están furiosos. Chaker se mantiene sereno; les explica que me niego en redondo a seguirle.

Cuelga, me anuncia que llegan, que pronto estarán aquí.

Me abrazo a mis piernas dobladas y, con la barbilla hundida entre las rodillas, contemplo la ciudad. La mirada se me nubla; mis lágrimas se amotinan. Siento pena. ¿Cuál? No sabría decirlo. Mis preocupaciones se funden con mis recuerdos. Mi vida entera desfila por mi cabeza; Kafr Karam, mi gente, mis muertos y mis vivos, los seres que añoro y los que me habitan… Sin embargo, de todos mis recuerdos, los más nítidos son los más recientes. Aquella señora, en el aeropuerto, consultando la pantalla de su móvil; aquel futuro papá que se deshacía de tanta felicidad; y aquella pareja de jóvenes europeos besándose… Se merecen vivir mil años. No tengo derecho a cuestionar sus besos, a trastornar sus sueños, a desmantelar sus expectativas. ¿Qué he hecho yo con mi destino? Sólo tengo veintiún años y la certeza de haber echado a perder veintiuna veces mi vida.

– Nadie te obligó -gruñe Chaker-. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

No le contesto.

Es inútil.

Pasan los minutos. Estoy congelado. Chaker no deja de ir y venir a mis espaldas; los bajos de su abrigo chasquean al viento. De pronto, se detiene y exclama:

– Ahí están.

Cuatro faros de coches acaban de dejar la carretera para tomar el camino que conduce hasta donde estamos.

Sorprendentemente, la mano de Chaker se posa sobre mi hombro, compasiva.

– Lamento que hayamos tenido que llegar a esto.

A medida que los coches avanzan, sus dedos se me hunden en la carne, haciéndome daño.

– Te voy a contar un secreto, buen hombre. Quédatelo para ti. Odio a Occidente con todas mis fuerzas. Pero, pensándolo mejor, has hecho bien en no tomar ese avión. No era una buena idea.

El chirrido de los neumáticos sobre los guijarros se expande alrededor de la roca. Oigo portazos y pasos que se acercan.

Digo a Chaker:

– Que acaben pronto. No les guardaré rencor. Además, no siento rencor hacia nadie.

Luego me concentro en las luces de esta ciudad que no he sabido descubrir por culpa de mi ira contra los hombres.

Yasmina Khadra

âaryanne los miserables los pobres - фото 2
***
âaryanne los miserables los pobres - фото 3

* âaryanne: los miserables, los pobres.

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