Yasmina Khadra - Las sirenas de Bagdad

Здесь есть возможность читать онлайн «Yasmina Khadra - Las sirenas de Bagdad» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las sirenas de Bagdad: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las sirenas de Bagdad»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un joven estudiante iraquí, mientras aguarda en el bullicioso Beirut el momento para saldar sus cuentas con el mundo, recuerda cómo la guerra le obligó a dejar sus estudios en Bagdad y regresar a su pueblo, Kafr Karam, un apacible lugar al que sólo las discusiones de café perturbaban el tedio cotidiano hasta que la guerra llamó a sus puertas. La muerte de un discapacitado mental, un misil que cae fatídicamente en los festejos de una boda y la humillación que sufre su padre durante el registro de su hogar por tropas norteamericanas impulsan al joven estudiante a vengar el deshonor. En Bagdad, deambula por una capital sumida en la ruina, la corrupción y una inseguridad ciudadana que no perdona ni a las mezquitas.

Las sirenas de Bagdad — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las sirenas de Bagdad», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿No habrás entablado amistad con un desconocido? ¿O habrás soltado algo que no debías a alguien?

– No conozco a nadie.

– ¿A nadie?… ¿Entonces cómo te explicas la putada que nos acaban de hacer hace un rato? Hacía meses que estábamos apalancados en aquella casa. O eres gafe o has sido imprudente. Mis hombres están curtidos. Miran dos veces dónde pisan. Eres el único que no se ha integrado del todo. ¿A quién ves fuera del grupo? ¿Dónde vas cuando sales de casa? ¿A qué dedicas tu tiempo?…

Me asaeteaba a preguntas, una tras otra, sin dejarme tiempo para colocar una palabra o recobrar el aliento. Mis manos no conseguían contenerlas ni repelerlas. Yacín intentaba ponerme contra las cuerdas. Yo era el eslabón más débil y necesitaba un chivo expiatorio. Siempre ha sido así; cuando no se encuentra sentido a la desgracia, se le busca un responsable. Yo iba desgranando negativas, intentaba resistirme, defenderme, no dejarme impresionar cuando, de repente, gritando de rabia, y sin darme cuenta, se me escapó el nombre de Omar el Cabo. Quizá fuera el cansancio, o el hastío, o bien una manera de sustraerme a la mirada absolutamente innoble de Yacín. No pude evitar meter la pata. Habría vendido mi alma con tal de tragarme mis palabras, pero el rostro de Yacín se había convertido en un brasero.

– ¿Qué? ¿Omar el Cabo?

– Nos vemos de cuando en cuando, eso es todo.

– ¿Sabía dónde te alojabas?

– No. Una sola vez me dejó en la plaza. Pero no me acompañó hasta la casa. Nos despedimos a la altura de la gasolinera.

Esperaba que Yacín rechazara la historia con un revés de la mano y se volviera a meter con Hossein, o la tomara con Hasán. Estaba equivocado.

– ¿Estoy soñando o qué? ¿Has traído a ese canalla hasta nuestro escondrijo?

– Me recogió en la calle y aceptó amablemente llevarme hasta la gasolinera. Omar no podía saber adónde iba. Además, se trata de Omar, no de cualquiera. Jamás nos denunciaría.

– ¿Sabía que estabas conmigo?

– Por favor, Yacín, esto no puede ser.

– ¿Lo sabía?

– Sí…

– ¡Imbécil!… ¡Cretino! Te has atrevido a traer a ese cagado hasta…

– Él no ha sido.

– ¿Y tú qué sabes? Bagdad, el país entero está infestado de chivatos y de colaboracionistas.

– Espera, espera, Yacín, aquí te equivocas…

– ¡Cierra el pico! Tú te callas. No tienes nada que decir. Nada, ¿entiendes? ¿Dónde vive ese gilipollas?

Comprendí que había cometido un grave error, que Yacín no dudaría en matarme si no intentaba enmendarme. Esa misma noche me obligó a conducirlo hasta Omar. De camino, al notarlo más relajado, le supliqué que no se equivocara de persona. Me sentía mal, muy mal; no daba pie con bola; el remordimiento y el temor de estar en el origen de un terrible malentendido me tenían abatido. Yacín me prometió que si Omar no tenía nada que reprocharse, lo dejaría en paz.

Hasán conducía con un machete de monte debajo de la cazadora. La rigidez de su cuello me ponía la carne de gallina. Yacín contemplaba sus uñas en el asiento del copiloto, con el rostro hermético. Yo estaba encogido en el asiento trasero, con las manos húmedas, apretando los muslos para contener unas irresistibles ganas de mear.

Evitamos los puestos de control y las grandes arterias y nos fuimos escurriendo hasta llegar al barrio pobre donde había estado viviendo unos cuantos días. El edificio se hallaba en la oscuridad, como una funesta baliza; no había una sola ventana encendida, ninguna silueta a su alrededor. Debían de ser las tres de la mañana. Aparcamos el coche en un pequeño patio desastrado y, tras echar una ojeada a los alrededores, nos deslizamos en el edificio. Yo tenía copia de la llave. Yacín me la quitó de las manos y la introdujo en la cerradura. Abrió la puerta despacio, buscó a tientas el botón, encendió… Omar estaba tumbado sobre un jergón, en pelota viva, con una pierna por encima de la cadera de Hany, cuyo diáfano cuerpo estaba totalmente desnudo. Al principio, el espectáculo nos desconcertó. Yacín fue el primero en reponerse. Se plantó firmemente con las manos en las caderas y contempló en silencio ambos cuerpos desnudos y tumbados a sus pies.

– Miradme esto… Conocía a Omar el Borracho, y aquí tenemos a Omar el Sodomita. Ahora se cepilla a chavales. Esto es el no va más.

Había tanto desprecio en su voz que me atraganté.

Los dos amantes dormían como lirones, rodeados de botellas de vino vacías y de platos sucios. Apestaban. Hasán tocó con la punta de su zapato a Omar. Éste se meneó con pesadez, soltó un gorgoteo y siguió roncando.

– Márchate y espéranos en el coche -me ordenó Yacín.

Él era entre tres y cinco años mayor que yo, y estimaba que no estaba lo bastante curtido para asistir a un espectáculo tan indecente, especialmente delante de él.

– Me has prometido que si no tiene nada que ver lo dejarás tranquilo -le recordé.

– Haz lo que te digo.

Obedecí.

Unos minutos después, Yacín y Hasán regresaron al coche. Como no había oído gritos ni disparos, pensé que se había evitado lo peor. Luego vi a Hasán limpiarse las manos manchadas de sangre debajo de las axilas, y comprendí.

– Fue él -me anunció Yacín colocándose delante-. Lo ha confesado.

– Habéis estado menos de cinco minutos. ¿Cómo habéis conseguido que hablase tan pronto?

– Cuéntaselo, Hasán.

Hasán puso la primera y arrancó. Cuando llegamos al final de la calle, se volvió hacia mí y me declaró:

– Era él, primo. No tienes motivos para reconcomerte. Esa escoria no ha vacilado un segundo al vernos de pie delante de él. Nos escupió y dijo: «Que os follen».

– ¿Sabía por qué estabais allí?

– Lo supo en cuanto se despertó. Se rió en nuestras narices… Esas cosas están claras, primo. Créeme, era un canalla asqueroso, un cerdo y un felón. Ya no hará más daño.

Quería saber más, lo que había dicho exactamente Omar, qué había sido de su compañero Hany. Yacín se dio enteramente la vuelta hacia mí y soltó un bufido:

– ¿Quieres un informe en toda regla o qué? Cuando se está en guerra, no se anda uno con remilgos. Si crees que no estás preparado, déjalo ahora mismo. Y no hay más que hablar.

¡Cómo lo odié, Dios!, como nunca pensé que podría hacerlo. Él se dio cuenta del odio que me inspiraba, pues su mirada, que se autoproclamaba autosuficiente, dudó frente a la mía. En ese preciso instante supe que acababa de ganarme un enemigo mortal y que la próxima vez no me lo perdonaría.

Hacia mediodía, cuando estábamos todos comiéndonos las uñas en nuestro nuevo escondite, el teléfono de Yacín sonó. Era Salah. Se había librado de milagro. Por el reportaje que emitió la televisión sobre la redada, sólo quedaban ruinas de la casa de Lliz. La vivienda se había derrumbado bajo los impactos de gran calibre, y el fuego había arrasado buena parte de ella. Según el testimonio de los vecinos, la batalla duró toda la noche, y los refuerzos que acudieron al lugar del enfrentamiento no habían sino aumentado la confusión generada por el corte de electricidad y el pánico de los vecinos, algunos de los cuales habían sido alcanzados por balas perdidas y fragmentos de granadas.

Yacín recobró el color. Estuvo a punto de echarse a llorar al reconocer la voz de su lugarteniente al teléfono. Pero se contuvo de inmediato. Echó una bronca al superviviente, reprochándole su incomprensible silencio; luego, accedió a escucharlo sin interrumpirlo. Asentía con la cabeza, se pasaba una y otra vez el dedo por el cuello de la camisa mientras lo mirábamos en silencio. Al final, levantó la barbilla y dijo al aparato:

– ¿No puedes traerlo aquí?… Pregunta a Jawad, él sabe de transporte de paquetes…

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las sirenas de Bagdad»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las sirenas de Bagdad» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las sirenas de Bagdad»

Обсуждение, отзывы о книге «Las sirenas de Bagdad» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x