Yasmina Khadra - La parte del muerto

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La parte del muerto: краткое содержание, описание и аннотация

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Un peligroso asesino en serie es liberado por una negligencia de la Administración. Un joven policía disputa los amores de una mujer a un poderoso y temido miembro de la nomenklatura argelina. Cuando este último sufre un atentado, todas las pruebas apuntan a un crimen pasional fallido. Pero no siempre lo que resulta evidente tiene que ver con la realidad. Para rescatar de las mazmorras del régimen a su joven teniente, el comisario Llob emprende una investigación del caso con la oposición de sus superiores.

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He vuelto dos veces a ver al profesor Aluch. Necesitaba conocer mejor a SNP. El profesor Aluch me ha puesto otras grabaciones, que tampoco me han permitido conocer mejor al personaje. Su identidad se va desgranando al compás de sus delirios. Su expediente es tan pobre como el examen de un pésimo alumno. Sin filiación ni pasado, sigue siendo un enigma.

– ¿Va a tomar otra cosa? -me pregunta un camarero con la bandeja en la mano.

Consulto a Serdj:

– Yo nada -me dice.

– Yo tampoco.

El camarero no se mueve, como molesto.

– ¿Y bien? -le pregunto.

– Pues que llevan ustedes aquí varias horas y sólo han consumido una vez.

– ¿Y qué?

– Que si todos los clientes hicieran lo mismo, acabaríamos cerrando.

Serdj echa atrás su silla.

– Tienes razón, nos largamos.

Me levanto a mi vez y pago. Antes, este tipo de descortesía me sacaba de quicio. Está claro que estoy de capa caída, pues ya no me lo tomo tan en serio.

Serdj propone dejarme en casa. Como mi reloj marca las tres y treinta y ocho, y no pinto nada a esta hora en casa, le pido que me lleve a la oficina.

Me encuentro con Baya espolvoreándose el morrito tras una pila de asuntos pendientes. Pone mala cara porque pretendía largarse en seguida. Suelta su bolso y pospone sus proyectos de fin de jornada. A veces, la obligo a quedarse conmigo hasta muy tarde. Antes esto le fastidiaba sus proyectos orgiásticos y el disgusto le duraba varios días. Pero desde que Lino está consumiéndose en las mazmorras del SI y del OBS, es capaz de renunciar a la cita de su vida con tal de sentirse útil.

– Si quieres, puedes irte.

– No tengo prisa.

– ¿No fue al albino al que vi la otra noche?

No cabe en su propia timidez:

– No es albino, es pelirrojo.

– Qué suerte tienes. Dicen que los pelirrojos son unos sementales de cuidado. Por eso les arde hasta la cara.

Se le diluye la sonrisa en el fuego de sus pómulos, y clava su mirada en el suelo:

– Apenas acabamos de conocernos, comisario. No sabemos nada el uno del otro. Por favor, yo no me embarco en una aventura así porque sí. Ya no me chupo el dedo.

– Hay algo más que el dedo.

Baya se me pone carmesí. Aunque finja indignación por mis palabras, sé que le encanta que hablemos así de cuando en cuando. A ella y a sus propios fantasmas.

– ¿Hay algo nuevo?

Me dice sin levantar la cabeza que el profesor Aluch quiere hablar conmigo.

– Ponme con él y luego lárgate. Esta tarde no te necesito.

Asiente con la cabeza.

El profesor está sobreexcitado.

Casi se me sale del auricular.

– Ojo -me previene-, que esto no es un festín, sólo un aperitivo.

– Se me hace la boca agua. ¿Cuál es el menú?

– No por teléfono, Brahim. ¿Puedes pasar por mi casa hacia las seis de la tarde? Conozco a alguien que te podría interesar.

– ¿Por qué no ahora mismo?

– Ahora mismo está ocupado.

– De acuerdo. ¿Podemos vernos en un lugar menos siniestro? En tu jaula de grillos no me puedo concentrar.

– Te garantizo que estaremos mejor que en cualquier otra parte. Es muy, muy importante.

Llego al manicomio al anochecer. Por encima de los alojamientos, hay nubarrones con ganas de bronca. Las alamedas están desiertas y el aparcamiento vacío. El viento se envalentona intermitentemente, da un serio meneo a los arbustos y, sin previo aviso, se desvanece en la oscuridad. Las escasas habitaciones ocupadas pueden localizarse por su luz amarillenta y triste como la abstinencia. Más allá se oye un grito desgarrado, pronto acallado por una retahíla de intimidaciones obscenas. En seguida vuelve a reinar la calma.

El profesor Aluch no está solo en su despacho. Hay una señora harta de esperar, sentada sobre una silla con una carpeta de cartón pegada al pecho. Es una morena con ojos inmensos, bonita y coqueta, labios carnosos y un precioso lunar en una mejilla. Sus treinta y cinco o cuarenta años añaden a su evidente clase una madurez que induce más a la salivación que a la reflexión.

– Bueno -dice el profe-, te presento a Soria Karadach. Da clases de historia en la Universidad de Ben Aknún y colabora en varias revistas especializadas de aquí y del extranjero.

Me tiende una mano firme, que contrasta con la dulzura de su sonrisa:

– Encantada de conocerle, comisario Llob. He oído hablar mucho de usted.

El profesor me adelanta un asiento.

– Conozco a Soria desde hace varias semanas -me señala-. Ya te hablé de una periodista que estaba interesada en el caso SNP, la primera vez que nos vimos para el asunto de indulto presidencial. Es ella. Vino a verme cuando empecé a acudir a las autoridades y a la prensa para avisar del peligro que suponía mi paciente. Luego desapareció y pensé que se había rajado. Pero estaba equivocado. La señora Karadach es tenaz. Ha seguido investigando. Creo que tiene revelaciones importantes que hacernos.

– Más que novedades -prosigue la señora-, se trata de una serie de detalles en mi opinión bastante pertinentes. En realidad, llevo años interesándome por los personajes carismáticos de nuestra revolución. Les he dedicado la mayor parte de mis estudios, y actualmente estoy preparando un documento sobre sus actividades militares, que pienso publicar. Me topé por casualidad con el caso SNP. Estaba trabajando en el periodo posterior a 1962 cuando me dejó descolocada el caso del asesino en serie. La prensa le dio por entonces el pomposo mote de Dermatólogo, y por supuesto lo condenó sin juicio previo. El procedimiento judicial fue de lo más expeditivo, así que se cerró el caso antes de abrirse. Cuando el profesor Aluch escribió a nuestra redacción para protestar contra la excarcelación de un recluso potencialmente peligroso, me puse de inmediato en contacto con él. Yo ya sabía algo del tema. Me pareció que era una buena oportunidad para recabar más datos de los que ya tenía, pero no fue así. Al margen del aspecto psicoanalítico del individuo, no había novedad. Luego ocurrió lo del atentado contra el señor Thobane y la posterior implicación de SNP. Eso ya era otra cosa.

– ¿Qué otra cosa, señora? -le pregunto encendiendo un pitillo.

– Creo que hay una relación. Ínfima, sin duda, pero real.

– ¿Sabe usted que mi colaborador principal está implicado en este asunto, señora?

– Por supuesto.

– ¿Y cómo es que lo sabe? No se ha permitido a la prensa mencionar el caso.

La mujer se queda desconcertada ante la brutalidad de mi pregunta. Mira un par de segundos al profesor antes de serenarse. Sus ojos lanzan destellos y me pone sobre aviso:

– Señor Brahim Llob, soy historiadora y me dedico al periodismo de investigación. Tengo todo tipo de amigos en el Gran Argel. Mis fuentes son más creíbles que las reseñas de prensa amañadas para la propaganda oficial por la censura y la cerrazón mental. Estoy aquí para hacer un trato con usted, no para delatar ni para perder el tiempo. Podría proseguir a solas con mis investigaciones. Desgraciadamente, en nuestra sociedad, el hecho de ser mujer te descalifica de antemano. Antes de que prosigamos, quiero aclararle algo: yo me he metido en este asunto. O me admite usted en su equipo o me vuelvo a casa, y si te he visto no me acuerdo.

– Yo quiero ver primero.

Esgrime su carpeta de cartón:

– Aquí tengo una lista de nombres que podrían rematar su trabajo y el mío. En mis fichas, SNP tiene nombre, apellido y lugar de nacimiento. Resulta que el señor Thobane nació en el mismo pueblo. Tengo testigos que están dispuestos a cooperar. Si está usted de acuerdo, decidamos de inmediato cuáles son nuestros papeles y compromisos recíprocos para seguir adelante en esto, juntos y sin trampas. Si no…

El profesor está petrificado.

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