Fernando Schwartz - El príncipe de los oasis

Здесь есть возможность читать онлайн «Fernando Schwartz - El príncipe de los oasis» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El príncipe de los oasis: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El príncipe de los oasis»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Un joven mitad árabe, mitad occidental, criado y educado en Europa, regresa a Alejandría para reencontrarse con sus raíces islámicas. Junto a su padre, un aristócrata de la corte egipcia, emprenderá un peligroso viaje a los oasis de Libia. Diplomático, escritor y excelente comunicador, Fernando Schwartz (Madrid, 1937) decidió dedicarse por completo a la literatura desde 2004. Autor de más de una docena de novelas y ensayos, ha recibido, entre otros galardones, el Premio Planeta 1996 por El desencuentro y el Premio Primavera 2006 por Vichy, 1940. Su última novela, El cuenco de laca, alcanzó un notable éxito. Reside la mayor parte del año en Mallorca.

El príncipe de los oasis — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El príncipe de los oasis», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Estás inventándotelo todo, Nicky -interrumpió el Bey-. No llegaste a Sollum. El Tara fue hundido lejos de allí, tanto que tuvimos la primera sospecha de que algo iba mal cuando la patrullera no llegaba como habíamos previsto.

– Bueno, está bien, estoy forzando un poco la verdad. El resultado viene a ser el mismo, que llegué a Sollum, pero es más digno entrar nadando en el puerto tras huir con valor del torpedo enemigo que llegar a lomos de un burro acompañado por un beduino al cabo de dos días de estar vagando por el desierto…

– ¿Y qué pasó? -preguntó Rosita.

– En realidad, las aventuras que siguieron casi nos costaron la vida. Hubo una guerra, eso sí, vaya que si hubo una guerra. El submarino, el U-35, que había hundido el Tara, atacó Sollum el mismo día, hundió dos patrulleras ancladas en el puerto y se puso a disparar contra todo lo que se movía en tierra. Quince días más tarde fueron los senussi quienes invadieron Sollum… y Egipto, claro. Menos mal que el puerto había sido evacuado por la guarnición inglesa pocas horas antes.

– ¿Y tú qué hacías allí, padre?

– Pues… -titubeó-. La verdad es que me había infiltrado en los campamentos senussi en los altos de Sollum. Hacía tiempo que tenía amistad con algunos de los más sensatos de entre ellos, ciertamente no con el entonces jefe, el Gran Senussi Sayed Ahmad al-Sharif al-Senussi, que era, me temo, un cabeza loca poco de fiar y muy aficionado al dinero. Me tomaban por un nacionalista antibritánico: en aquellos tiempos, ¿quién podía jurar que no lo era? -Sonrió. Después miró al príncipe Kamal e hizo un gesto circular con la mano que sostenía el habano-. En realidad, yo era desde hacía años muy amigo, casi hermano, del sobrino de este Sayed Ahmad, el que hoy es Gran Senussi de la tribu, Sayed Idris al-Senussi… -miró a Rosita-, de quien dependería el permiso para que usted se uniera a nuestra expedición, aunque el tema sea superfluo, puesto que no debe salir de Siwa y el príncipe la devolverá a El Cairo. Intentábamos ayudar a Sayed Idris a no destruir la alianza de la tribu con Egipto y a independizarse de la influencia alemana… sólo que ahí entra en escena…

Nicky Desmond, en un gesto poco característico de su parsimonia habitual, se dio una fuerte palmada en el muslo.

– ¡Max von Oppenheim! -exclamó-. ¡Menudo bandido!

– El barón Max von Oppenheim, sí, el personaje más simpático y avieso de toda Europa.

– Dicen que murió en Siria al final de la guerra…

– Sí, a manos de una patrulla francesa con la que se cruzó cerca de la frontera con Palestina…

– Pero más probablemente por el disparo de un marido cornudo -interrumpió el príncipe, riendo.

– ¿Muerto? -dijo el Bey-. ¡Qué va! Oí que había vuelto a Berlín después de la guerra. Y si debo fiarme de mis fuentes, se encuentra de nuevo en Egipto. Si es así, apostaría a que está circulando por el desierto urdiendo perrerías, cualquier tipo de perrerías retorcidas y perjudiciales, y que un día reaparecerá en El Cairo, sentado como siempre en su mesa del restaurante del Savoy, bebiendo champagne con alguna bella condesa alemana… No sé qué pasó con su palacete de cerca del palacio de Abdin. Imagino que sigue siendo suyo.

– Todavía debe de andar buscando venganza por cómo le estropeaste sus planes en la Cirenaica, Ahmed -dijo el príncipe.

– Aún lo recuerdo -añadió Desmond- el día en que empezó el asalto, plantado en los altos de Am'said, encima de Sollum, contemplando a través de unos gemelos de aumento el ataque del submarino alemán y el de los senussi por tierra, que parecían monos despeñándose por los acantilados. Allí estaba, un elegante y malvado aristócrata alemán vestido con las ropas de un jeque… mientras nosotros tragábamos tierra allá abajo. Que al final todo le saliera tan mal…

– No me preocupa gran cosa, Nicky.

– Pues debería preocuparte -concluyó el príncipe Kamal al-Din.

Capítulo 1 3

El desierto no huele a nada. Y, sin embargo, de cada duna, de cada pedregal, de cada caprichosa trazada de arena que se dibuja con nitidez entre el sol y la sombra, de cada montículo de yeso o de caliza o de cada cauce negro que discurre al pie de las escarpas resecas se desprende un aroma que no existe y que se desvanece sin que quede de él más que un recuerdo incierto, como a piedra resplandeciente y fría.

El desierto está siempre en silencio. Y, sin embargo, a veces, un bisbiseo perezoso anuncia una brisa que acaricia la mejilla del viajero con un soplo liviano. No es un viento, sino una sugerencia de arena que silba en los oídos. El resto es ausencia de ruido: se aguzan los sentidos, pero lo que debiera oírse enmudece.

El desierto es luz. No existe la oscuridad: ciega el sol o, en sus antípodas, deslumbra el firmamento en la noche tras los violetas del atardecer.

El desierto es un infinito vacío. Y, sin embargo, vibra con la vida que lleva dentro. Las huellas de las víboras y las pisadas de los zorros nocturnos, los pespuntes de los escarabajos ondulan por la arena fresca, apenas percibidos.

El desierto no tiene agua. Y, sin embargo, de entre quienes lo habitan, pocos son los que mueren de sed y en primavera sus planicies de piedra se cubren de flores sin que nadie las riegue.

Ése iba a ser el aprendizaje de Ya'kub.

Capítulo 1 4

Fondeado en medio de la rada de Sollum, el yate del príncipe Kamal se mecía suavemente en la mar en calma de la mañana. Apenas había empezado a hacer un poco de calor con los primeros rayos del sol de noviembre. El puerto, situado al fondo de una hondonada rodeada de pequeñas alturas escarpadas que lo encierran y que hacen inviable su defensa frente a ataques provenientes de tierra, recibía ahora la luz cegadora del sol de levante.

Una barcaza de remos acababa de separarse del costado del buque y se dirigía hacia el espigón que había al oeste de la bahía, debajo de la colina que la protegía de los vientos. Allí se encontraban las escasas edificaciones que habían sido reconstruidas después de la guerra: una casa cuadrada situada en el centro del villorrio que servía de residencia para los oficiales del destacamento de camellos del Cuerpo de Guardacostas y, en su costado más noble frente al mar, las habitaciones del jefe del puesto. Delante del edificio se encontraba una mezquita de adobe encalado con una cúpula cerrada en lo alto por una media luna; al lado de la mezquita, una pequeña torre de barro y sal, el minarete desde el que el muecín entonaba los rezos diarios. Y delante del templo, en el mismo muelle, una edificación alargada hacía las veces de oficina del puerto y puesto de mando. Hacia el interior, es decir, hacia el sur, había un montón de casuchas a cuya sombra se guarecían el zoco y el mercado de camellos y, detrás de todo, salpicadas por el inhóspito y reseco pedregal, once o doce grandes tiendas de campaña constituían los cuarteles de la soldadesca.

Solamente Nicky Desmond conservaba una indumentaria militar: camisa de reglamento, jersey de lana con las estrellas correspondientes al grado de mayor en las hombreras, leguis de algodón y botines. Se cubría con la kufiya clásica de la tropa nativa, un gran pañuelo cuadrado que se anudaba alrededor de la cabeza y dos de cuyas puntas servían para proteger la cara del sol o de la arena y, cuando no, para encajarse en las sienes.

El Bey, por su parte, se había endosado el atuendo beduino que ya no abandonaría en todo el viaje, con lo que las gentes del desierto reconocerían en él a un igual: una galabía blanca muy amplia que le llegaba hasta los pies y, por debajo, camisa de algodón y pantalones largos blancos; para las noches frías, en su equipaje guardaba un jerd, un chal de lana ligera. En la cintura llevaba una cartuchera ancha de cuero oscurecido por el uso, en la cabeza un pañuelo blanco sujeto por dos grandes cordones de trenza dorada y, en los pies, unas babuchas beduinas de cuero amarillo muy flexible; pasado en la cartuchera, un espadín, de más o menos medio metro, tenía la hoja delgada y muy afilada. Completaba su vestido un largo y estrecho bastón de madera labrada que sujetaba en la mano derecha. De sus rifles se encargaba Abdullahi, un nubio de Asuán de su total confianza, un mocetón grande y fuerte, utilísimo por su lealtad, su buen humor y su excelente conocimiento del Corán.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El príncipe de los oasis»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El príncipe de los oasis» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Fernando Schwartz - Vichy, 1940
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Engaño De Beth Loring
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - Al sur de Cartago
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - La Venganza
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Peor Hombre Del Mundo
Fernando Schwartz
Fernando Schwartz - El Desencuentro
Fernando Schwartz
Fernando Vallejo - La Virgen De Los Sicarios
Fernando Vallejo
Fernando García Maroto - Los apartados
Fernando García Maroto
Agustín Rivero Franyutti - España y su mundo en los Siglos de Oro
Agustín Rivero Franyutti
Fernando García de Cortázar - Los mitos de España 
Fernando García de Cortázar
Fernando González - Los negroides
Fernando González
Отзывы о книге «El príncipe de los oasis»

Обсуждение, отзывы о книге «El príncipe de los oasis» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x