Después de leer aquello, Oriol llamó a María Jesús y le dijo que, tan pronto como le fuera posible, se presentaría en su casa. Pero antes decidió hacer un esfuerzo, quizá el último, por Juan Lloris, desplazándose hasta El Liberal para tratar de entrevistarse con su director. Tuvo que esperar un rato, ya que Pere Mas aún no había llegado. Cuando lo hizo, la secretaria le anunció la inesperada visita de un tal Oriol Martí -el asesor no le había dicho a la secretaria a quién representaba-, y Mas presintió de quién se trataba. Le hizo pasar al despacho enseguida. Oriol se presentó y explicó directamente el motivo de su presencia en el diario. El director le escuchó con atención. Después defendió la pulcritud del reportaje, que no había implicado a Lloris directamente en el caso. Oriol debía entender que una persona de la fama del empresario era forzosamente una noticia destacable. Si se demostraba que era inocente, añadió el director, en ningún caso jugarían con su nombre. Recalcó que El Liberal no pretendía ofrecer una información sensacionalista, pero que, de momento, el constructor estaba como mínimo relacionado con el caso.
Oriol Martí se fue del diario convencido de que, para Lloris, el daño ya estaba hecho. Había ido porque tenía la obligación de hacerlo, para intentar que el perjuicio fuera el mínimo posible, esforzándose por impedir una previsible serie de reportajes con Lloris como estrella. Llamó a los abogados para contarles el estado de la situación mediática, para que actuaran en consecuencia. Después fue a reunirse con la esposa del empresario.
Francesc Petit se enteró de la detención de Juan Lloris en el bar al que iba a desayunar casi todos los días. Como todos los días, leía el periódico empezando por la página tres, la sección de opiniones. Se saltaba la sección de internacional de El Liberal y buscaba las páginas de política local. Entre ambas secciones estaba la de sucesos. Hizo un gesto de actor cómico justo cuando, a punto de pasar la hoja, vio el nombre de Juan Lloris en el subtitular de una información que leyó con rapidez. Con rapidez desayunó, pagó y se llevó el diario bajo el brazo, sin recordar que pertenecía al bar. Una vez en la calle, llamó a Vicent Marimon -que ya estaba al tanto de los hechos- y le dijo que fuera a su piso.
A pesar de la hora -eran las nueve y cuarto de la mañana-, Francesc Petit se sirvió una copa de coñac y se encendió un puro. Cuando estaba inquieto, fumaba más de la cuenta y daba cortos paseos por el piso. Fue del comedor a la puerta y de la puerta al comedor seis o siete veces. Se sentó en el sillón, se puso otra copa con más comedimiento. Salió al balcón, pero esta vez no le vino a la cabeza ningún poema patriótico sino las consecuencias de un dinero negro de procedencia inmoral. ¿Y si Lloris los implicaba? No quería ni pensarlo. No obstante, no pudo evitar pensar en la magnitud del escándalo que se le vendría encima.
Vicent Marimon aparcó el coche bajo su piso. Pero Petit, obnubilado, ni siquiera lo vio. Cuando oyó el timbre de la puerta fue corriendo a abrir.
– Lo primero, cálmate -le dijo el secretario de finanzas, porque le conocía y, sobre todo, por la cara que le observó.
– ¿Que me calme? Parece que no te has parado a pensar en qué lío nos hemos metido.
Marimon cerró la puerta. Acto seguido, le puso una mano en el hombro y se lo llevó al comedor.
– Cálmate -le repitió.
– La policía descubrirá adónde ha ido a parar el dinero.
Marimon se sirvió una copa de coñac.
– ¿Qué dinero? -le preguntó tras el primer trago.
– ¡Coño, los cuatrocientos quilos!
– ¿Cuatrocientos millones? ¿A ti te los han dado? ¿Me los han dado a mí?
– ¿Vienes en plan cínico?
– Francesc, es dinero negro. No existe, no hay ningún recibo. ¿Cómo puede demostrar Lloris que lo tenemos?
– Hay un testigo.
– ¿Su asesor? No tiene pinta de macarra.
– Lloris tampoco.
– No pondría la mano en el fuego.
– Escucha, Vicent. El problema no es el dinero, sino su procedencia. Es dinero de la trata de blancas.
– De acuerdo, es un problema ético. Pero te recuerdo que todo dinero negro tiene una procedencia inmoral. ¡Por eso es negro!
– No es lo mismo robar a un banco que a un pobre.
– ¿Y qué quieres que hagamos?
– Devolverlo.
– ¿Devolverlo? ¿A quién?
– Pues a Lloris.
– Lloris está declarando en una comisaría.
– Enviemos la maleta a su oficina.
– La única forma de hacerlo es llevarla con nosotros y, como puedes intuir, la policía debe de estar controlando sus oficinas. Por servicio de mensajería, habría constancia de un remitente. Escucha, cálmate. Hay soluciones.
– No las hay. No aceptamos dinero de tal bajeza moral.
– ¿Por qué no hablamos con el asesor? Si está localizable, no está implicado.
– Llámale.
Le llamó. Oriol dijo que estaba muy ocupado. Tenían que entender que el problema lo absorbía completamente y estaba explotando todos sus recursos para sacar al empresario de la situación en la que se encontraba. Marimon insistió tanto que el asesor aceptó verse con ellos un momento. El secretario de finanzas lo citó en la primera planta del parking de la FNAC.
El coche de Marimon dio una vuelta por la primera planta. Encontraron a Oriol en una de las escaleras de salida de peatones. Francesc Petit le hizo una señal para que se acercara al coche. Oriol se sentó en la parte de atrás. Tras los saludos previos, Marimon tomó la palabra:
– Te hemos convocado porque tenemos dudas sobre la procedencia del dinero.
– Hablando claro -añadió Petit-, si es de la trata de blancas no lo queremos.
– Para empezar, el señor Lloris no está en absoluto implicado en el tema. Ni siquiera presuntamente.
– Pues el diario…
– Controlo cada peseta de sus sociedades empresariales. Ha sido un malentendido.
– El Liberal no se hubiera arriesgado a sacar a la luz su nombre si no tuviera pruebas -dijo Petit.
– Si lo lees bien, te darás cuenta de que la implicación del señor Lloris no es directa. Su error han sido las malas compañías -a Oriol se le notaba cierta fatiga-. Mirad, Lloris es un hombre frágil en cuestión de mujeres. Probablemente ha hecho concesiones a cambio de servicios sexuales. Le conozco muy bien y es incapaz de meterse en algo tan sucio. Gana mucho dinero, no le hace falta arriesgarse en un negocio así, más aún cuando yo había urdido un plan estratégico a fin de que ganara prestigio social.
– Un plan que, por cierto, ha fallado, y por eso habéis acudido a nosotros -añadió Marimon.
– En efecto. Habíamos apostado por vosotros. Era la única opción que nos quedaba.
– Eso significa -intervino Petit- que nos hubierais pedido la vuelta del favor.
– Sinceramente, sí. Pero lo hubiéramos hecho de modo que no os perjudicara. Aunque eso es otro tema. Lo que quiero es que tengáis la total seguridad de que el dinero no proviene de la trata de blancas. Os doy mi palabra.
– Si Lloris no está implicado, volverá a sus actividades empresariales y el favor quedará pendiente.
– Aunque demuestre que no lo está, de ahora en adelante los problemas de Lloris serán otros. Tendrá que enfrentarse a dificultades familiares que afectarán a sus sociedades -Oriol miró su reloj-. No tengo mucho tiempo. Si queréis devolver el dinero, sois libres de hacerlo, pero es limpio…
– Limpio, limpio… -murmuró Marimon.
– Ya me entendéis. Disculpadme, pero tengo que ir a muchos sitios.
– Un momento -detuvo Petit a Oriol, que abría la puerta del coche-. ¿Su mujer nos reclamará el dinero?
– Nadie puede reclamarlo.
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