Ferran Torrent - Sociedad limitada

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Es la disección novelada de una ciudad, Valencia, donde un elenco de personajes ha convertido la traición, la inquina y la intriga pérfida en el modelo de conducta cotidiana. Julia Aleixandre, además de ostentar un importante cargo público, es una experta manipuladora de marionetas humanas de todos los colores y tamaños. Francesc Petit, Secretario General de un partido político sin representación parlamentaria, quiere escapar del ostracismo humillante a cualquier precio. Juan Lloris, otrora exitoso empresario de la construcción, ha caído en desgracia ante las autoridades y mendiga rastreramente una presidencia, una secretaría o al menos una vocalía. Y entre todos ellos y sus respectivas trifulcas, un periodista sin futuro aparente encontrará la manera de purgar sus abundantes culpas, cómo no, a costa de los demás.
Sociedad Limitada es una instantánea irónica y mordaz que se adentra en la corrupción política, la especulación inmobiliaria, la miseria cotidiana de los inmigrantes, la destrucción sistemática del medio ambiente… y, en definitiva, las infames maniobras que ejerce el poder desde la sombra para conseguir perpetuarse.

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En opinión de Antonio, acostumbrado a tratar con gente muy variopinta, Miralles no era la clase de tipo que buscaría con tretas ganarse su confianza para, después, abusar de ella. Era distinto a los clientes que pululaban por el Jennifer, aunque, hoy en día, en esos clubes, se ve de todo. Con el tiempo, Miralles se había convertido en un amigo. Alguien que le daba la respuesta más adecuada siempre que él, mucho más joven, le pedía consejo. Justo después de separarse de su mujer, Miralles le puso en contacto con un abogado de su confianza. ¿Le reclamaba ahora los favores? Antonio imaginaba que Miralles era consciente del observatorio privilegiado que suponía su puesto de trabajo. Era un hombre de confianza de los dueños. No formaba parte del negocio, pero estaba allí porque era sumamente discreto. El ciego y el sordo ideal. Había dado sobradas muestras de ello. Mantenía su vida privada al margen. El Jennifer era su lugar de trabajo y punto. Cualquier relación sentimental o de amistad con una prostituta era una fuente de problemas, y además la empresa no lo veía con buenos ojos.

Antonio terminó el cigarrillo y atendió a unos clientes, a los pocos que quedaban. Volvió junto a Miralles y le dijo que hablarían de lo que quisiera. Se encontrarían carretera arriba, en dirección a Picanya, en la circunvalación que había en la entrada del pueblo. A Miralles le pareció bien. Sacó el dinero para pagar las consumiciones, pero Antonio lo rechazó. Como cliente habitual, de vez en cuando lo invitaba. Con un dedo en la esfera del reloj, le señaló la hora a la que se encontrarían.

Antes de irse del Jennifer, Miralles dio otra vuelta por el local. Quería cerciorarse de que Rafi no le había visto, también se hubiera extrañado de su presencia a aquellas horas. Fue hasta la primera circunvalación de Picanya, se bajó del coche y emprendió un paseo por la calle de una urbanización. Para matar el tiempo, caminó un buen rato. Cuando volvió, Antonio lo esperaba en la esquina del primer chalet de la urbanización.

Miralles le agradeció que hubiera aceptado reunirse. Le advirtió, con una síntesis del tema, sobre lo que quería saber. Le tenía mucho aprecio y confiaba en él, pero entendería sus motivos si prefería no colaborar. El camarero le preguntó qué razones lo impulsaban. Miralles le explicó la verdad: la historia de Ana.

– ¿Te has enamorado de ella?

– No -sonrió Miralles.

Era una cuestión humanitaria, pero no añadió razones de tipo personal. No quería permanecer impasible ante un drama así. Cierto, podía haberlo hecho antes, con otras mujeres con tragedias semejantes, pero le había faltado el contacto personal. A menudo no percibimos las cosas en su auténtica dimensión hasta que no las conocemos de cerca. Aquella última frase le sirvió a Antonio para empezar a hablar. Relató que los dueños de los clubes habían prohibido a las mujeres las relaciones sentimentales con sus clientes. Nada de contactos más allá de los profesionales. Por norma general, los clientes que se enamoraban de una prostituta removían cielo y tierra para sacarlas del oficio. Los dueños lo resolvían enviando a la mujer a otra ciudad, después de advertir al hombre de las dificultades que le esperaban si insistía en buscarla. De hecho, él se había visto obligado a controlar que las mujeres, en el club, no fueran a menudo con el mismo cliente. Dejó de hacerlo con la excusa de que estaba solo en la barra. No le gustaba, en realidad. Sabía que algunas habían conseguido huir con un hombre a otros lugares. Pocas, porque no siempre ellos decidían o podían abandonar su trabajo, familia, amigos, costumbres. Con un hombre o sin él, la mujer resuelta a irse lo hacía renunciando a gran parte de sus ahorros. ¿Sabía Miralles que controlaban prácticamente todo el dinero que ganaban?

– Sí.

También conocía los porcentajes que se les obligaba a aceptar y unos cuantos detalles más acerca del tipo de vida que debían llevar. De los pisos, el camarero no sabía gran cosa. Las trasladaban con cierta frecuencia, pero no era difícil saber dónde vivían. Como Miralles, Antonio también estaba al corriente de los asuntos de los pasaportes falsos y de los precios que las mujeres tenían que pagar para adquirirlos. Le aportó, sin embargo, un detalle que no conocía: la mayoría eran de nacionalidad griega. En aquel país, por poco dinero, había personas que consentían que se les duplicara el pasaporte. Solían ser mujeres muy pobres que vivían en pequeños pueblos de Grecia. No sólo había una red organizada de pasaportes falsos, también se falsificaban los contratos laborales. Las inmigrantes que no querían o no podían pagarse el pasaporte eran destinadas, si eran jóvenes atractivas, a fiestas privadas en casas particulares de la organización. Era otra clase de prostitución, la cocaína se hallaba muy presente. La cocaína y el alcohol. Si los clientes tomaban, ellas también tenían que hacerlo. Auténticas orgías en las que no se privaban de nada. ¿Conocía alguna casa? Sólo una, contestó Antonio. Se lo dijo un colega suyo, camarero en la barra del Lolita's, también propiedad de Rafi. Durante un tiempo estuvo llevando cajas de bebida al almacén de la casa en cuestión.

Antonio encendió un cigarrillo.

Cada mujer, prosiguió el camarero, les deja un beneficio de entre quince y veinte millones de pesetas anuales. Lo podía demostrar con un sencillo cálculo que ya había hecho varias veces. A lo que se añadía el suculento negocio que se habían montado con algunos países árabes. Multimillonarios que pagaban enormes sumas a cambio de checas, polonesas, rusas… Rubias, altas, delgadas, de piel blanca. No querían negras ni sudamericanas. ¿Las obligaban? No hacía falta. La mayoría se iban con la promesa de ganar mucho dinero. Otras lo hacían porque tenían que pagar sus deudas a la organización. Dentro de ese entramado, rebelarse era fatídico. No hay ningún problema en deshacerse de una mujer cuya identidad es falsa.

19

Al día siguiente de la reunión con Joan Albiol, los diarios dedicaban un generoso espacio al encuentro. El Liberal incluso lo destacaba en portada, con una foto de ambos secretarios generales dándose un satisfecho apretón de manos bajo un titular elocuente: «Socialistas y nacionalistas perfilan un acuerdo electoral». En su despacho, Petit y Marimon leían ávidamente las informaciones. La noticia superaba con creces el impacto previsto por Petit. Todo se había salido de madre a consecuencia de la rueda de prensa posterior, en la que Joan Albiol, junto a un secretario general del Front que asentía, declaraba que ambos estaban de lo más satisfechos tras el encuentro. Tenían la inaplazable voluntad de reunirse más a menudo, ya que hacían falta más encuentros para acabar de perfilar los acuerdos iniciales. Por prudencia, pues, preferían hacerlos públicos más tarde, cuando fueran definitivos. Con todo, pese al tiempo transcurrido sin mantenerse en contacto, preveían un final feliz, aunque, insistían, era mejor guardar aún ciertas reservas.

– Francesc, me parece un poco exagerado.

– Y a mí, pero Albiol necesitaba dar la impresión de que el encuentro había sido fructífero.

– Será frustrante que no se llegue a nada.

– Lo será para ellos, que necesitan el pacto. Nosotros les hemos dejado bien claro a los nuestros qué vamos a hacer. Además, si observas las informaciones te darás cuenta de que apenas intervine en la rueda de prensa, y nunca para dar por hecho, ni siquiera insinuar, el acuerdo. La verdad es que estas informaciones, en lo que respecta a Horaci, son una buena coartada: hemos hablado con los socialistas, pero por culpa de sus exigencias inadmisibles no ha sido posible el acuerdo.

– Es una buena estrategia.

Petit cerró el diario.

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