– ¿Cómo? ¿Infiltrándote en la organización? No tienes pinta de macarra.
– Además me conocen. Suelo ir mucho al Jennifer.
– ¿Cómo te las arreglarás?
– Tengo contactos.
– ¿Dentro?
– Cerca.
– No puedes ir haciendo preguntas a diestro y siniestro.
– No lo haré. ¿Pretendes enseñarme cómo hacerlo?
– Ni se me pasaría por la cabeza, pero necesitarás que alguien te ayude.
– Sé que ya no tengo los reflejos físicos y mentales de antes. Con todo, quiero llevar este asunto solo. Si me hace falta, ya pediré ayuda.
Pere Mas guardó silencio. Meditó lo que quería decirle para que no se sintiera ofendido. Pero la amistad y la confianza que se profesaban hicieron que no se demorara:
– Jesús, quiero que lo entiendas desde el aprecio que te tengo.
– Suéltalo.
– ¿Te tomas este asunto como algo personal?
– Supongo que lo dices por mi hijo.
Pere Mas no respondió.
– Tengo la ocasión de ayudar a alguien y, si no lo hiciera, no me lo perdonaría. No busco una rehabilitación familiar. Necesito un ajuste de cuentas conmigo mismo. Quizá así me deshaga de la sensación de inutilidad que me embarga.
– Bien… hablemos del caso.
– Conocerás todos mis pasos, pero no hace falta investigar mucho.
– ¿Tú crees?
– Seamos francos, Pere. Al diario lo que más le interesa es si Lloris está en el tinglado o no.
– Es la noticia del año.
– Descubrir eso no me llevará mucho tiempo. Ahora bien, intentaré llegar, además de a Lloris, hasta donde pueda y sea prudente hacerlo.
– ¿Estás seguro de que no necesitas ayuda? Un subordinado, alguien que…
– De momento, no. Cuanta menos gente, más discreción.
– Le diré a Adelina que estarás unos días sin venir.
– No me echará de menos.
* * *
Elegido nuevo secretario general de los socialistas en su último congreso, Joan Albiol hacía constantes equilibrios para mantener en calma a los diversos sectores del partido. Los socialistas valencianos eran, con diferencia, la federación del PSOE con más problemas internos. A menudo parecía que, más que pluralidad de opiniones ideológicas, en el seno del partido lo que había era multiplicidad de intereses personales. Joan Albiol era el resultado de esas circunstancias. Liderando una facción que no era ni mucho menos mayoritaria, se convirtió en secretario general por un escaso margen de votos de diferencia sobre el segundo candidato, pactando con unos y otros. Pero la calma actual era más bien precaria. Por una parte, la ejecutiva federal del PSOE, también con un secretario general reciente, había impuesto el orden; por otra, la quietud reinante entre las diversas tendencias se debía más que nada a la fatiga causada por tres años de luchas internas, alimentadas en buena medida desde Madrid por el anterior secretario de organización, Torquat Almenar, valenciano que aspiraba -mediante el caos provocado por él mismo- a presentarse como salvador de la situación. Una especie de bombero pirómano. En todo caso, una tregua hasta las próximas elecciones.
Para intentar pacificar el partido y compensar proporcionalmente a las múltiples tendencias, disponía de una mayoría exigua en el comité nacional y, aun así, no era de absoluta confianza. Albiol era consciente de que los resultados de las próximas elecciones determinarían su futuro político. No lo tenía fácil, lo de ganarlas o al menos romper la mayoría absoluta de la derecha. A la dificultad para presentarse ante los electores como alternativa viable y seria se añadía el papel del Front, que crecía, en gran parte, a costa de los socialistas. Para Albiol, llegar a un acuerdo con ellos era algo prioritario, que no sólo consideraba de extrema urgencia, sino que, además, prefería llevar a cabo personalmente.
La tarde anterior, Joan Albiol llamó a Francesc Petit pidiéndole una reunión para la mañana siguiente. Petit puso una condición: que se hiciera pública. De ese modo Horaci Guardiola no le reprocharía el no haber escuchado a los socialistas.
A las once de la mañana, Albiol y Petit posaban para la prensa gráfica ante la puerta de la sede central de los socialistas. Apenas acabó la sesión fotográfica, anunciaron que, después de la reunión, tendría lugar una rueda de prensa. Por exigencias de Petit, en la reunión sólo estarían ellos dos. Se dirigieron al cuarto piso, al despacho de Albiol.
El secretario general del Front admiró el espacio amplio y pulcro del despacho, los sillones de cuero que parecían recién estrenados, la magnífica mesa de trabajo, moderna y funcional -en la que destacaba, entre otros libros, la nueva edición de La via valenciana de Ernest Lluch-, el modelo de ordenador con una gran pantalla extraplana y las vistas exteriores, que abarcaban un importante ángulo de la ciudad. Sólo hacía falta mirar por uno de los ventanales para ser poseído por una sensación de poder. Desde el ventanal del despacho de Petit se veía un pequeño corral de apenas diez metros cuadrados.
– Siéntate, Francesc.
Se sentaron en los sillones, uno enfrente del otro. Petit observó las dos fotografías colgadas tras la mesa de Albiol: Pablo Iglesias en blanco y negro, Rodríguez Zapatero en color.
– No habías estado aquí, ¿verdad?
– Tu antecesor no tuvo la cortesía de invitarme.
– No tenía la intención de ir al grano, pero veo que tú sí.
– Estoy mosqueado con vosotros, Joan.
– No soy consciente de haber sido agresivo contigo.
– Estáis intoxicándonos. Alguien de tu partido, y me imagino quién, le ha dejado caer a Guardiola que los conservadores pretenden comprarnos.
– Te doy mi palabra de que no sé nada.
– Me lo creo, pero es de dominio público el consenso forzado que te ha llevado a la secretaría general. Parte de tu entorno actúa de manera autónoma.
– No puedo controlar todo lo que hacen.
– Por mucho que hablen de renovación y de nuevas formas de actuar, los antiguos vicios siguen vigentes en tu partido. Siempre les ha molestado la presencia política del Front. Y más ahora, cuando las encuestas nos dan diputados.
– No os habéis asegurado el cinco por ciento.
– Falta casi un año para las elecciones y las encuestas dicen que subimos.
– A un año de las elecciones, las encuestas no son fiables.
– Pero son indicativas. Las vuestras dicen que aún estáis muy lejos de ganar las elecciones.
– Tengo esperanzas de remontar.
– La llave del Govern somos nosotros.
– Ojalá fuera así, Francesc. Pero tengo la impresión de que no llegaréis al cinco por ciento. Las elecciones se polarizarán entre nosotros y la derecha. Y si llegarais, tampoco solucionaríais nada: la derecha seguiría gobernando, y además con mayoría absoluta.
– Entonces da igual.
– No. La unidad de acción multiplicaría las expectativas. Sabemos que hay un porcentaje de abstencionistas de izquierda desencantados por la dispersión de la oferta política. La derecha se presentará unida y concentrará el voto.
– Venga, oigamos la propuesta. Quizá tenga algo nuevo.
– Tres puestos de salida en nuestra candidatura.
– ¿Y para decirme eso me has hecho venir?
– No tenéis ningún diputado, ¿tres te parecen pocos? -Petit no dijo nada-. No obstante, estoy abierto a una contraoferta.
– La base de la negociación es inadmisible. No admitiremos ni tres, ni cinco, ni ocho puestos de salida. No queremos diluirnos en vuestra candidatura.
– Con cinco puestos de salida podríais formar grupo parlamentario.
– Si renunciamos a las siglas, a nuestras señas de identidad, estamos negando el proyecto político que hemos llevado a cabo estos últimos años, y que es, te lo recuerdo, lo que nos ha permitido situarnos en el porcentaje de votos actual. No puedo decepcionar a los electores que han confiado en mí y en la política del Front.
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