Ferran Torrent - Sociedad limitada

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Es la disección novelada de una ciudad, Valencia, donde un elenco de personajes ha convertido la traición, la inquina y la intriga pérfida en el modelo de conducta cotidiana. Julia Aleixandre, además de ostentar un importante cargo público, es una experta manipuladora de marionetas humanas de todos los colores y tamaños. Francesc Petit, Secretario General de un partido político sin representación parlamentaria, quiere escapar del ostracismo humillante a cualquier precio. Juan Lloris, otrora exitoso empresario de la construcción, ha caído en desgracia ante las autoridades y mendiga rastreramente una presidencia, una secretaría o al menos una vocalía. Y entre todos ellos y sus respectivas trifulcas, un periodista sin futuro aparente encontrará la manera de purgar sus abundantes culpas, cómo no, a costa de los demás.
Sociedad Limitada es una instantánea irónica y mordaz que se adentra en la corrupción política, la especulación inmobiliaria, la miseria cotidiana de los inmigrantes, la destrucción sistemática del medio ambiente… y, en definitiva, las infames maniobras que ejerce el poder desde la sombra para conseguir perpetuarse.

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Cuánta razón tienes, Juan, contestó Petit: es preocupante la falta de profesionales y algún día este país lo pagará. El empresario no sabía exactamente de qué país hablaba, si del valenciano o del español. Se liaba bastante con todo aquello. No dijo nada, pero supuso que se refería al valenciano. Oriol le había instruido en los modos que tenía que utilizar con la gente del Front. Pero en un solo día, Lloris no tuvo tiempo de perfeccionar ni su valenciano ni sus conocimientos de lo autóctono. No obstante, se esforzaba mucho por llegar al nivel que la ocasión requería:

– ¿Seguro que no queréis nada? ¿Un agua de Valencia, un café-licor de Alcoi, una cola de Aielo…?

– Bueno, tomaremos unas cervezas -dijo un sorprendido Petit.

Oriol llamó a la cafetería y pidió cuatro. Mejor si pueden ser de la marca Turia, añadió Lloris ante la mirada severa del asesor, que le advertía que no hacía falta exagerar tanto. Entonces, a fin de que la conversación tomara un tono más informal, que ayudara al conocimiento íntimo de los implicados, Petit le preguntó al empresario si él mismo había pintado los cuadros del despacho. No, Juan no era aficionado a la pintura, aunque siempre que su trabajo se lo permitía se dejaba caer por las exposiciones (por cierto, el otro día te vimos en el Centre del Carme, dijo de pasada Oriol). A Juan le gustaba la caza. El secretario general del Front jamás había ido de caza, entre otras cosas porque los ecologistas del partido -que no salga de aquí, pero son más pesados que una vaca en brazos- hubieran arremetido contra él. Con todo, dado que su padre sí había sido cazador, iniciaron una agradable conversación sobre varias especies de aves, ninguna protegida, que daban una sabrosa y especial sustancia al arroz. Las distintas clases de arroz dominaron la conversación hasta que llegó el camarero con las cervezas. Lo siento, pero no tenemos Turia. ¿Les da igual una Mahou? Si no hay más remedio. El camarero se fue. Oriol sirvió los vasos. Tenían que brindar, aunque fuera con cerveza, pero nadie sabía a la salud de quién. Lloris lo solucionó:

– ¡Por el Front!

Entonces Marimon empezó a pensar que la tesorería del partido quizá había encontrado un buen padrino. Pero no nos vayamos a precipitar. Estamos aquí por pura cortesía.

– Juan…

– Francesc, llámame Joan.

– Joan, también queremos brindar por un hombre como tú, que ha creado riqueza para el país y puestos de trabajo para los valencianos.

– El país y los valencianos se lo merecen todo, Francesc.

Pues venga, a brindar de nuevo. La visita fue adquiriendo un tono jovial, alegre, incluso amical. Si no los conocierais, diríais que almorzaban juntos cada día. La familia, ahora hay que hablar de la familia. Gran tema. Petit lamentó que el tiempo de dedicación exclusiva a la política le hubiese privado del placer de formar una familia. Marimon, introductor del tema, tenía dos hijos, chico y chica. ¿Y tú, Joan? Lloris les mostró la foto familiar. Guapo, muy majo el niño, comentaron. Ya es todo un hombre. Músico, añadió lacónicamente el empresario. Para evitar que se profundizara en el tema cogió la foto enmarcada y, en un descuido, estuvo a punto de meterla en el cajón, de donde jamás debió haber salido. Rectificó volviéndola a dejar sobre la mesa. ¿Quedaba algún tema por tratar? Vaya que si quedaban. Pero, de momento, nadie entraba en materia. Mano izquierda y sutileza. De vez en cuando, Lloris comprobaba con el pie que la maleta seguía bajo la mesa. Petit creyó encontrar la fórmula para acercarse al objetivo de la visita. Inició su explicación sobre las históricas reivindicaciones del Centre d'Estudis Econòmics Valencians. ¿Las conocía? Lo tuvieron claro sólo con ver la cara de Lloris: ni puta idea. Oriol sí, lo había estudiado en la facultad gracias a un profesor nacionalista, un tal Vicent Soler. Precisamente el Front se caracterizaba por un superávit de profesores -entre nosotros: otra lacra, la de los intelectuales. En fin… suspiró el secretario general. Petit explicó brevemente la función primordial que pudieron haber llevado a cabo los empresarios de los años veinte y treinta, pero en aquella época les faltaba un partido valencianista fuerte. En cambio, ahora que lo tenemos, nos faltan los empresarios concienciados. Con excepciones, claro. Claro, añadió Marimon.

– Las próximas elecciones son dentro de un año, ¿no? -preguntó Lloris.

– Más o menos -contestó Petit.

– ¿Qué expectativas tenemos? -preguntó el empresario como si formara parte de la ejecutiva y no precisamente de la corriente opositora.

– Muy buenas, Joan. Por primera vez, las encuestas nos dan más del cinco por ciento.

– Casi el seis -infló la encuesta Marimon.

– La cosa va mejorando -se alegró Lloris. La verdad es que eran un atajo de desgraciados, pero también su única alternativa-. ¿Cuesta mucho una campaña?

– ¿En dinero?

Petit contestó a la pregunta con una pregunta idiota, pero intentaba disimular el hipotético interés que les había llevado a aceptar la entrevista.

– Sí, en dinero.

– Joan, si tuviéramos sólo la cuarta parte del que disponen socialistas y conservadores, ya les plantaríamos cara.

– ¿De cuánto disponen?

– Seguro, seguro, de quinientos millones de pesetas.

– Como poco -Marimon, la ayuda oportuna.

¿Quinientos millones? Un momento, Lloris frunció el ceño. Lo primero que le vino a la cabeza fue rebajar la cantidad de la maleta como mínimo a la mitad. Sin embargo, la mirada que le dirigió Oriol le hizo desistir. El plan era llenarlos de billetes, para que pudieran decidir el Govern. Son desgraciados hasta para pedir.

– Así que necesitáis unos cien millones de pesetas.

– ¿Cómo lo sabes?

– Hombre, como has dicho que sólo con la cuarta parte…

Marimon, sentado junto a Petit, le dio un golpecito en la rodilla. La señal era inequívoca: tenían que entrar en materia. Como buen secretario de finanzas (más bien mago de las finanzas), intuía que era el momento oportuno para destaparse. ¿Qué perderían? Petit lo entendió:

– Joan, ¿podemos hablar en confianza?

– Totalmente, Francesc.

– Te contaré un asunto interno del partido, nadie lo sabe excepto los miembros de la ejecutiva. Bancam nos ha denegado un crédito de ciento veinticinco millones de pesetas. Abusando de tu confianza, queríamos pedirte un favor. Estoy pensando que tú, con tu nivel empresarial, si hablaras con ellos…

– Trabajamos con otras entidades.

Oriol usó sus reflejos para cortar de cuajo la tentación de Lloris de solucionar el tema sin que le costara un duro. Con ciento veinticinco millones no irían a ninguna parte, en las elecciones. Alcanzar el cinco por ciento no le solucionaba nada al empresario. Además, no era el mismo favor interceder que dar; menos aún lo que tenían previsto darles. Había que jugar fuerte: cuatrocientos millones a cambio de la posibilidad de estar cerca de los grandes negocios, que eran de miles de millones.

– Es una pena -se lamentó Marimon-. Mirad, con la sinceridad y confianza con las que se ha expresado Francesc, os diré que estamos con el agua al cuello. Hablo con conocimiento de causa. Soy el secretario de finanzas y no veo la forma (las tenemos todas exprimidas) de obtener esa cantidad.

– Más sinceridad, imposible -remató el secretario general.

Como se suele decir, la pelota estaba en el tejado del empresario. Pero con los empresarios ya se sabe: quieren que el personal se lo gane.

– ¿Qué cantidad haría falta para llevar a cabo una buena campaña?

– ¿Cómo de buena?

– Una campaña digna.

– Para digna, digna, la de socialistas y conservadores.

Más sinceridad, imposible, tendría que haber vuelto a añadir Petit. Mira por dónde, no eran tan desgraciados. Entonces Oriol, que sólo podía hacer señales con la mirada, le insinuó a Lloris que había llegado el momento crucial. En cambio, para Lloris era un momento, si bien no podríamos decir que normal, por lo menos conocido. Durante algunos de sus años como empresario, en pleno régimen franquista, también recurrió a la maleta, aunque de tamaño menor, ya que entonces las ambiciones eran personales y no de interés colectivo, como ahora. Dada su delicadeza, pues, y más bien su costumbre, cogió la maleta de debajo de la mesa y, levantándose (satisfecho como un viajante que muestra su producto estrella), la dejó en su butaca. Como era giratoria, la maleta hizo un vaivén, a derecha e izquierda, seguida por los ojos incrédulos, expectantes, de Marimon y de Petit. Lloris detuvo la butaca con una mano firme sobre la maleta.

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