La situación en que se encontraban el Front y él personalmente no admitía dilaciones al decidirse a aceptar el encuentro con Lloris. Por eso ni siquiera le pidió a Oriol tiempo para pensárselo. Quizá las cosas estaban cambiando en el país y algunos empresarios, por fin, se daban cuenta de que ellos también se beneficiarían de una política valencianista. Desde hacía años, demasiados años, los empresarios le daban la espalda a la posibilidad de formar un gran partido nacional. Y por supuesto los nacionalistas, con la política radical que los había caracterizado, tampoco facilitaban la adhesión. Pero no siempre fue así.
En 1929, la parte más moderna y más valencianista de la patronal -encabezada por el industrial y banquero Ignasi Villalonga- fundó el Centre d'Estudis Econòmics Valencians, una auténtica «factoría del conocimiento», para proporcionar solidez intelectual a un criterio «integral» de los intereses económicos valencianos. O sea, para fortalecer el poder autóctono. El economista Romà Perpinyà, amigo de Ignasi Villalonga, fue el hombre fuerte de la operación. Las reivindicaciones del CEEV se centraban en las infraestructuras para mejorar el tejido productivo en el País Valenciano. Reclamaron la conexión ferroviaria de amplitud europea, la mejora del puerto de Valencia, la conexión con Europa por Canfranc, una buena carretera a Madrid… Reivindicaciones más o menos parecidas a las de la patronal catalana, su principal referente. El CEEV adujo que Barcelona había tenido dos exposiciones universales, y que Sevilla, siempre a punto para robarle a Valencia el puesto de tercera ciudad del Estado, recibía muchas ayudas. El CEEV reclamaba, en definitiva, un proceso de modernización económica y social. Algunas de sus reivindicaciones seguían vigentes incluso hoy en día.
Francesc Petit anhelaba una organización empresarial como aquélla, capaz de crear el CEEV. Era consciente de que no se podía hacer un país sin burguesía, sin tejido empresarial. Era de los convencidos de que el Front tenía que abrirse a los sectores económicos. Entonces, ¿por qué negarse a hablar con grandes empresarios? Si lo habían hecho los socialistas, ¿por qué ellos no? En los últimos veinte años la política había dado un giro radical. Los antiguos dogmas habían caído por su propio peso. Se había empeñado en hacer del Front un partido normal, aceptado por la sociedad y en consonancia con los nuevos tiempos. Además, había advertido por activa y por pasiva que hablaría y se fotografiaría con quien hiciera falta con tal de sacar al Front del gueto. Ahora bien: ¿todo valía? Era obvio que no. Pero nada de cerrarse puertas sin saber qué hay al otro lado.
La puerta de su despacho se abrió y sorprendió a Petit en un mar de divagaciones. Era el responsable de prensa.
– Francesc, Horaci Guardiola está subiendo.
– ¿Horaci? ¿Qué hace aquí?
– No lo sabemos. No hay ninguna reunión prevista y Núria me ha dicho que tampoco tiene cita contigo.
– Si pregunta por mí decidle que no estoy.
– Francesc, tienes el coche delante de la puerta.
Petit hizo un gesto de asco.
– No sé qué cojones querrá ahora.
Núria entró al despacho.
– Horaci quiere hablar contigo.
– ¡Que pase, coño, que pase!
Núria y el responsable de prensa salieron. Petit miró qué hora era: las once y cinco de la mañana, y a las doce tenía la reunión con Juan Lloris. Apareció Horaci con su sonrisa de líder izquierdista trasnochado, que no se sabía a ciencia cierta si era una mueca permanente o un tic que se le disparaba ante la adversidad.
– Buenos días, Francesc.
– Buenos días. ¡Qué sorpresa! Agradable, claro -añadió también una sonrisa forzada-. ¿Qué te trae por Valencia?
– He venido a la Diputación, a resolver temas del Ayuntamiento, y ya que estaba aquí… -se sentó, pero no ante la mesa del despacho sino en el sillón negro de la entrada, como si también le interesara remarcar las distancias físicas-. Te veo muy atractivo.
El secretario general se ajustó el nudo de la corbata.
– Tengo una reunión.
– Por tu indumentaria parece importante.
– Psé…
– Tú no te pones traje si no vas a negociar con un banco.
– ¿Qué quieres decir?
– Yo soy quien debería hacer las preguntas.
– Horaci, está bien que me controles políticamente, pero mi vida privada…
– Disculpa, creía que el traje era por algún asunto del partido.
– Pues no, es una reunión privada.
– ¿Tienes tiempo?
– No mucho, me esperan a las once y media.
– Hay de sobra. Iré al grano.
– Como siempre.
– Me preocupa el crédito que te ha denegado Bancam.
– Y a mí. Pero, en primer lugar, el crédito no me lo han denegado a mí sino al Front. Y en segundo y último, me lo puedes preguntar en la próxima ejecutiva.
Horaci obvió la segunda respuesta:
– Por eso mismo, porque se lo han denegado al Front, me preocupa.
– Tú tranquilo (si es que no lo estás), sacaremos el dinero de donde sea. Hay muchas fórmulas posibles.
– ¿De donde sea o como sea?
– Escucha, Horaci, si has venido a decirme algo (no me creo la excusa de que has venido a la Diputación: vas muchas veces y jamás te has dejado caer por la sede), pues eso, me lo dices y no marees más la perdiz.
– Corren rumores, Francesc.
– Supongo que serán en mi contra, porque de no ser así no hubieras venido.
– Precisamente porque son rumores no he querido preguntártelo en la ejecutiva.
– ¿Y qué rumores son?
Al hacer la pregunta, Francesc Petit se dio cuenta de que tenía sobre la mesa el informe que Marimon había redactado sobre Juan Lloris. Como quien no hace nada, lo dobló lentamente y se lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. Horaci lo observó todo, pero se imaginó que era un documento personal.
– Un pajarito me ha dicho que en presidencia tienen mucho interés en concederte el crédito a cambio de favores políticos.
– ¿Te lo ha dicho un pajarito o un buitre?
– Sea quien sea, me quedaría más tranquilo si me lo aclararas.
– Te encantaría, pero lamento decepcionarte. Insistiré en pedir el crédito, lo haré tantas veces como haga falta. Y si nos lo conceden a cambio de contraprestaciones políticas, ya se verá.
– O sea, que no rechazas la posibilidad de una negociación.
– ¿He dicho algo o has querido oírlo?
– Lo has insinuado.
– Si lo hago, es evidente que será público. No podría esconderlo así como así. Pero no propagues un rumor que ahora mismo es una calumnia. Reclamaré el crédito, y tienes que saber que si no nos lo dan los denunciaré convocando una rueda de prensa, que te invito a presidir junto a mí, para denunciar que si se le niega un crédito a un partido se están falseando las elecciones.
– ¿Por qué no lo has hecho ya?
– Porque se tienen que agotar todas las posibilidades, y porque los conservadores se excusan en el consejo de administración.
– En el que tienen mayoría.
– Sí, pero, con la reglamentación bancaria en la mano, nuestra situación patrimonial, que como sabes está hipotecada, no permite legalmente exigir un crédito de ciento veinticinco millones.
– ¿Y qué esperas? ¿Comprensión?
– ¿Podemos esperar otra cosa?
Sin llamar a la puerta, Vicent Marimon irrumpió en el despacho. Lo hizo después de que Núria le hubiese informado de la presencia de Horaci. Petit le recibió como si se tratara de una liberación.
– Perdón, no sabía que estabais reunidos.
– Pasa, ya hemos acabado.
– No hemos acabado, continuará -sonrió Horaci levantándose del sillón. Y observando a Marimon de la cabeza a los pies, le preguntó-: ¿tú también tienes una importante reunión personal?
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