– ¿Y qué problema hay?
– La sociedad valenciana ha cambiado mucho. No vería con buenos ojos una coalición de izquierdas. No tiene la imagen adecuada. Aunque te parezca irreal, recordaría al Frente Popular de la República. La derecha se lo recordaría a los electores. Además, el «todos contra uno» crearía corrientes de simpatía hacia ellos y dividiría la sociedad en dos bloques que la propia derecha se encargaría de radicalizar, y en un ambiente radicalizado la izquierda tiene todas las de perder.
– Si Petit ya está en contra de nuestra propuesta, imagínate lo que dirá si encima nos pedís que renunciemos a nuestras siglas.
– No lo tienes fácil, en efecto. Petit nos preocupa mucho.
– A mí también.
– Nos han informado de que ha pedido un crédito de ciento veinticinco millones a Bancam.
– Sí, lo sabemos.
– La derecha es mayoría en el consejo de administración de Bancam.
– Claro, tienen la Generalitat.
– Lo que quizá no sepas es que se lo han denegado.
– No, no lo sabía.
– Una negativa políticamente muy peligrosa -Madrid se bebió de un trago toda la cerveza que quedaba-. Le deja en manos de los conservadores, con todo lo que ello supone. ¿Te lo imaginas?
– Más o menos.
– ¿Y qué te parece?
– Vayamos por partes: ¿quieres decir que la negativa de Bancam ha sido provocada por la derecha?
– Es evidente. De hecho, jamás os habían denegado un crédito.
– El de ahora está por encima de nuestras posibilidades.
– No te equivoques, Horaci. Bancam siempre ha concedido créditos políticos por encima de la capacidad de hipoteca de los partidos. Cuando mandábamos nosotros había un acuerdo tácito para que así fuera.
– ¿Vosotros podríais ayudarle?
– No tenemos capacidad de decisión. Somos minoría en el consejo de administración.
– Pero, si pudierais, ¿lo haríais?
– Obviamente.
– Pues yo creo que no. Creo que le pediríais contraprestaciones políticas.
– Cuando éramos mayoría en el consejo de administración no tuvisteis ningún problema para conseguir créditos.
– Entonces no teníamos la fuerza política que tenemos. Josep Maria, hablemos sin tapujos. Ambos perseguimos intereses políticos contra los que actúa la estrategia de Petit. A mí me jode que se haya hecho tan de derechas, es una cuestión ideológica. Para vosotros, los votos que os quita el Front podrían ser fundamentales. Es una cuestión de poder político. Si Petit se estrella, acabaremos con él y cambiaremos nuestra situación política interna, el Front volverá a ser un partido claramente de izquierdas y vosotros tendréis más posibilidades porque contaréis con un aliado para expulsar a la derecha del poder. Con contraprestaciones, por supuesto. Entre nosotros hay diferencias ideológicas importantes, creemos que sois débiles en política social y nacional, pero nos unen los intereses estratégicos. No me has hecho venir sólo para contarme lo del crédito.
– Era el paso previo.
– Pues guárdate las sutilezas y lleguemos a acuerdos.
– Da gusto hablar contigo.
Horaci bebió cerveza. Josep Maria sacó un par más. Ambos se encendieron un cigarrillo.
– ¿Así que estás seguro de que, si Petit consigue el crédito de Bancam, será gracias a un pacto con la derecha?
– Estoy convencido -afirmó Madrid.
– No será fácil venderle ese pacto a la mayoría de nuestros electores.
– Se haría público después de las elecciones.
– Aun así sería un escándalo.
– Tendrá cuatro años por delante para justificarlo.
– Los militantes se rebelarían.
– ¿Y por qué no se rebelaron en Sagunt, cuando le dio el Ayuntamiento a la derecha, siendo el candidato socialista, Manolo Girona, un claro exponente del sector más nacionalista del partido?
– La política local es otra cosa.
– Te equivocas, Horaci. Vuestra militancia lo dará todo por válido si conseguís una buena representación parlamentaria. Entre vuestros militantes hay muchas ganas de política institucional. Además, Petit les dará el Govern y no formará parte de él. Mantendrá una actitud crítica desde la oposición.
– ¿Cómo puedes criticar a un gobierno si le has dado el poder?
– Hoy en día las alianzas políticas contra natura se ven de forma más lógica. Nosotros gobernamos España con el apoyo de Convergencia i Unió, que es más bien un partido de derechas. Después, Convergencia apoyó a los conservadores. Petit puede aducir eso como partido bisagra. Tendría el pretexto de que los conservadores han sido los más votados y de que respeta la voluntad popular. La estabilidad política, la responsabilidad… En fin, la retórica es muy amplia.
– ¿Y qué podemos hacer?
– Denunciar que ha pactado con la derecha a cambio de un crédito. Eso desmontaría toda su estrategia. Tú tendrías la oportunidad de liderar el Front -Madrid terminó de apurar el cigarrillo y lo apagó-. El proyecto de unir a las izquierdas contra la derecha sería una realidad.
– ¿Renunciando a nuestra marca política?
– Como independientes en nuestra lista. Cinco de los vuestros en puestos de salida, suficientes para que después, si queréis, podáis formar grupo parlamentario propio.
– ¿Como Front Nacionalista Valencia?
– Sí.
– Será difícil convencer a nuestra militancia para que acepte la propuesta. No hay buenos precedentes. Hace unos años también nos prometisteis rebajar el porcentaje de acceso al Parlament del cinco al tres por ciento y no lo hicisteis.
– Había otra ejecutiva.
– Tú formabas parte de ella.
– Pero no mandaba.
– ¿Ahora sí?
– Si te he citado es por algo, ¿no? De todas formas, ésa es una discusión posterior. Ya llegará el momento de hablar de ello. El tema Petit es nuestra prioridad.
– De acuerdo, pero no pactaré nada que no hayamos firmado.
– Hablas como un secretario general.
Durante muchos años, Joaquim Cordill se dedicó a su oficio de químico hasta que una firma alemana compró la empresa. Entonces lo nombraron administrador de Gramoxín. Sin embargo, no quiso abandonar el trabajo de investigación y, dos años más tarde, presentó a la firma un nuevo producto, Gramarròs, cuya aceptación inicial se había visto reducida por la salida al mercado de otros productos.
Cordill introdujo unas modificaciones en la fórmula inicial de Gramarròs. A pesar de las reticencias de los accionistas alemanes ante el producto, los convenció para que se comercializara. Pero el nuevo Gramarròs, pese al lanzamiento publicitario -radio, prensa y televisión-, no alcanzó las ventas previstas por los alemanes. Con un poco de tiempo, Cordill estaba convencido de que el producto tendría una buena acogida en un colectivo, el de los agricultores, caracterizado por una ancestral desconfianza hacia las novedades.
El tiempo que necesitaba el nuevo Gramarròs no era el que los accionistas estaban dispuestos a darle. Los alemanes habían comprado una empresa más o menos rentable con el objetivo de aumentar sus beneficios, circunstancia que, desde que Cordill era el administrador, no se había producido.
Presentía que su destitución era inminente, quizá antes del verano o, como muy tarde, en septiembre. Y no sólo estaba en peligro su puesto de administrador, sino también, probablemente, su puesto de trabajo; una situación angustiosa. A punto de cumplir los cuarenta y ocho, no tenía la edad más apropiada para buscar no ya el mismo trabajo en otra empresa (su fracaso con el nuevo producto, además, se lo ponía aún más difícil), sino cualquier otro para el que, obviamente, no estaba preparado ni le apetecía estarlo.
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