– Si no te importa, prefiero no hablar de mis asuntos.
– Está bien. Sé que lo estás pasando mal. Hagamos un trato. No escarbemos más en nuestro pasado, al menos hasta el fin del viaje.
– Te prometo que será la última pregunta. ¿Tu padre supo el daño que causó con sus mentiras?
– No soy quién para juzgarle. Está muerto y le sigo queriendo. Sin él yo no habría sobrevivido.
– ¿Mi familia lo sabe? -Me atreví a dar un paso más.
– ¿Qué familia? ¿A qué te refieres?
– Si mi tía y mis primas saben la historia de tus padres adoptivos.
– Es un secreto que nunca he querido compartir con nadie. Eres la única persona que lo sabe en este mundo. Ya te lo he dicho.
Me abrumaba semejante complicidad. Después de tanta desolación, comprendí el misterio que me había arrastrado hasta el lugar donde me encontraba. ¿Cuál sería el hilo invisible que nos unía a Rodrigo y a mí? A los dos nos atormentaba la desaparición de nuestros seres queridos. Es probable que permaneciéramos juntos hasta que diésemos con su paradero.
Antes de dormir leí otro poema de Margarit:
Llega el tiempo de no esperar a nadie.
Pasa el amor, fugaz y silencioso
como en la lejanía un tren nocturno.
No queda nadie. Es hora de volver
al desolado reino del absurdo,
a sentirse culpable, al vulgar miedo
de perder lo que estaba, ya, perdido.
Al inútil y sórdido tiempo moral.
Es hora ya de darse por vencido
en el trabajo a solas, otro invierno.
¿Cuántos quedan aún, y qué sentido
tiene esta vida donde te he buscado,
si ya llegó la hora tan temida
de comprobar que nunca has existido?
No es la desolación lo que me tiene absorta, sino el misterioso encuentro de dos almas sin esperanza, propensas a la soledad, que necesitan sentirse conectadas, mirarse mutuamente para reflejar la parte más hermética, recóndita, inexplorada y oscura de sus vidas. Polos opuestos que se entrelazan. Un hombre y una mujer predestinados a encontrarse. Cuando una persona irrumpe con tanta fuerza en tu vida, te obliga a modificar la ruta de tu existencia. Quizá no iba por buen camino. Estoy convencida de que algunos sufrimientos se contagian por osmosis o a través de hilos invisibles que te conectan con seres distantes. ¿Por qué les consuela intercambiar secretos que dejan de serlo desde el instante en que son compartidos? ¿Quién teje la tela de araña que nos une con criaturas tan extrañas?
La historia de Rodrigo es aún más inquietante que la mía. Busca a una madre que nunca existió. Como en el poema de Margarit. Pienso en la cantidad de seres humanos que ignoran el nombre de quien les parió: huérfanos de recónditos orfelinatos rusos, de madres africanas diezmadas por el sida, de indígenas de Guatemala, de prostitutas sin identidad, de negras pobres de Nueva Orleans… Pienso en todos esos hijos sin raíces que vagan por el mundo.
Mi querida Francesca:
Estoy sacando mucho provecho a la lectura de San Juan de la Cruz que me recomendaste con tanta insistencia. Comprendo que su utilidad es intransferible, a cada cual le ayudará a su manera. A mí, concretamente, me hace sentir menos desamparada. Llevo muchas noches meditando con el Cántico espiritual sobre mi forzada soledad.
En soledad vivía, y en soledad ha puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido.
En mi noche oscura del alma me consuela hasta el punto de que me gustaría cantar salmos, como San Juan de la Cruz, pero he perdido la voz. ¿Crees que deliro? Si lo piensas, dímelo abiertamente. Tal vez no soy consciente de que estoy enloqueciendo. No obstante, te daré una buena noticia. Empiezo a comprender mejor lo que me pasa. No es tan extraño que quiera distanciarme de los amigos de siempre. Quiero estar sola. Gracias a Rodrigo me doy cuenta de que somos muchos los que necesitamos afrontar la vida como yo lo estoy haciendo en estos momentos. No soy un caso raro ni excepcional, probablemente seamos una multitud de seres solitarios los que sufrimos por idénticos motivos. Es una contribución universal que nos facilita el entendimiento y la comprensión del dolor. Mucho me temo que sea una sensación efímera, pero creo que por primera vez tengo conciencia de que todo lo que he vivido tenía un sentido; por primera vez me siento responsable de mi vida y no espero que venga un ángel a resolver mi situación o mis problemas; por primera vez no tengo miedo a estar sola, a quedarme sin trabajo o a estar enferma; por primera vez me siento libre y más capaz que antes. Para lograrlo, en vez de evadirme, necesito profundizar en mi pena. Ojalá aprenda a vivir y alcance en algún momento la sabiduría y la serenidad de mi adorado Lucas.
Perdona que te escriba en este tono, pero me tomo esta libertad porque eres la única persona con la que puedo hablar, escribir o comunicarme con absoluta sinceridad y sin sentido del ridículo. Soy afortunada por tenerte. Pero también te digo que me molestaría mucho abrumarte con mis confidencias espirituales. Si es así, si te abrumo, respóndeme como me merezco. Deja pasar unas horas, si lo necesitas, o incluso un día entero, pero no más, te lo ruego.
Un beso,
Paula.
P.D. ¿Te he dicho que hablar con él me calma los nervios?
Apenas en cinco minutos recibo respuesta de Francesca. Su demostración instantánea de afecto me conmueve. Es un maravilloso privilegio saber que al menos cuento con el talento de una persona sólida y cabal.
Paula, mi niña, lo sabía antes de que tú me lo contaras. Ese hombre te lo ha enviado el cielo, o si lo prefieres, tu encuentro con él ha sido providencial. Llámalo como quieras. No dispongo de todo el tiempo que quisiera para responderte, pero tampoco te puedo dejar con la menor intriga. De modo que entro en el fondo de la cuestión. No tienes que disculparte por el tono. No hay tal tono, y ni siquiera es triste, sino serio. Y aunque fuera triste, tampoco me abrumarías, porque quiero ser esa persona en la que puedas confiar plenamente. No te preocupes por mí. A veces escuchar tus lamentos me resulta doloroso, pero hacen que me sienta útil y digna. Así que no lo dudes jamás, aquí estoy para escucharte. Me honras con tus confidencias porque aprendo de ellas. Nada mejor en tu situación que la soledad y la lucha interior; la evasión y la frivolidad reforzarían el drama. No hagas caso a quien te diga que te distraigas con cualquier cosa. Eres fuerte y doy gracias al cielo (sale otra vez a relucir la divinidad) porque veo que empiezas a remontar el vuelo. Estás creciendo con la desdicha y eso significa que saldrás fortalecida. Es el cántico espiritual que más me gusta escuchar en estos momentos. Como te conozco, te diré que evites la tentación de maltratar a tu enviado celestial.
Tengo que dejarte inmediatamente. En el hospital me espera un enfermo que me necesita con más urgencia que tú.
Te abrazo muy fuerte,
Francesca.
La gente iba deprisa, forrada con abrigos de pieles, botas, guantes, bufandas y gorros. Hacía mucho frío esa mañana en la ciudad. Tenía las piernas congeladas, desde la rodilla al tobillo. Al salir de San Marcos dudaba siempre qué itinerario seguir. Prefería caminar junto al río, atravesar los jardines de la Condesa de Sagasta, cruzar Guzmán el Bueno, llegar a Papalaguinda y atajar por Lancia hasta San Francisco. Era el camino más sensato para ir a casa de mi tía Olvido, y aunque el viento era gélido a orillas del río, di marcha atrás con la idea de coger un taxi, y no me arrepentí, porque al caminar deprisa entré en calor.
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