Madres e hijas en la historia
De las Agripinas a las Curie
María Pilar Queralt del Hierro
ISBN: 978-84-15930-29-7
© María Pilar Queralt del Hierro, 2014
© Punto de Vista Editores, 2014
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Índice
La autora La autora María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora. Autora de diversos libros de relatos, y de novelas históricas como Los espejos de Fernando VII, Inés de Castro, De Alfonso la dulcísima esposa, La rosa de Coimbra o Las damas del rey entre otras, su interés por las figuras femeninas y su tratamiento historiográfico le ha llevado a escribir las biografías Tórtola Valencia, una mujer entre sombras, Agustina de Aragón, o Las mujeres de Felipe II (Premio Algaba de Biografía 2011). Colaboradora habitual de diversos medios especializados, su último libro es la biografía Isabel de Castilla, una aproximación al perfil más íntimo de la reina Católica. En su tarea divulgadora aborda por igual el ensayo y la novela histórica que, en ambos casos, tienen un único eje: el estudio de la figura femenina a través de los tiempos.
INTRODUCCIÓN
I La embriaguez del poder Agripina la Mayor, 14 a.C.-33 d.C. Agripina la Menor, 16-59 d.C.
II De amor y dolor Isabel la Católica, 1451-1504 Juana la Loca, 1479-1555
III El perfume del rencor Catalina de Aragón, 1485-1536 María Tudor, 1516-1558
IV La lección olvidada María Teresa de Austria (1717-1780) María Antonieta de Francia (1755-1793)
V La madre en el recuerdo Mary Wollstonecraft, 1759-1797 Mary Shelley, 1797-1852
VI Pasiones privadas María Cristina de Borbón (1806-1878) Isabel II de España (1830-1904)
VII La hija predilecta Elisabeth de Austria-Hungría, 1835-1898 María Valeria de Habsburgo, 1868-1924
VIII «Vote for woman!» Emmeline G. Pankhurst, 1858-1928 Christabel Pankhurst, 1880-1958
IX La fórmula perfecta Marie Sklodowska Curie, 1867-1934 Irene Joliot-Curie, 1897-1956
BIBLIOGRAFÍA
I Agripina la Mayor y Agripina la Menor
II Isabel la Católica y Juana la Loca
III Catalina de Aragón y María Tudor
IV María Teresa de Austria y María Antonieta de Francia
V Mary Wollstonecraft y Mary Shelley
VI María Cristina de Borbón e Isabel II de España
VII Elisabeth de Austria y María Valeria de Habsburgo
VIII Emmeline G. Pankhurst y Christabel Pankhurst
IX Marie Curie e Irene Joliot-Curie
La autora
María Pilar Queralt del Hierro es historiadora y escritora. Autora de diversos libros de relatos, y de novelas históricas como Los espejos de Fernando VII, Inés de Castro, De Alfonso la dulcísima esposa, La rosa de Coimbra o Las damas del rey entre otras, su interés por las figuras femeninas y su tratamiento historiográfico le ha llevado a escribir las biografías Tórtola Valencia, una mujer entre sombras, Agustina de Aragón, o Las mujeres de Felipe II (Premio Algaba de Biografía 2011). Colaboradora habitual de diversos medios especializados, su último libro es la biografía Isabel de Castilla, una aproximación al perfil más íntimo de la reina Católica. En su tarea divulgadora aborda por igual el ensayo y la novela histórica que, en ambos casos, tienen un único eje: el estudio de la figura femenina a través de los tiempos.
A mi abuela Teresa, de quien aprendí a ser madre.
A mi madre, María Teresa, que me enseñó a ser hija.
Y a Gloria, Yaiza y Myriam, madres del siglo XXI.
INTRODUCCIÓN
En 1405, la francesa Christine de Pizan (1364-1431) escribió Le livre de la Cité des Dames (El libro de la Ciudad de las Damas), considerado uno de los primeros textos de reivindicación feminista de la historia. En él se describía la construcción de una ciudad inexpugnable donde las mujeres quedaban a cubierto de los prejuicios misóginos. En un momento determinado, al tratar sobre las Amazonas, escribió:
Si alumbraban a hijos varones, los enviaban a sus padres. Si eran mujeres las educaban por ellas mismas.
No puede decirse que ese fuera un privilegio exclusivo de tan legendaria cultura. Tradicionalmente la educación de las mujeres ha recaído en sus madres. Cierto que el varón dictaba las normas e imponía usos y disciplinas. Pero era a la madre a quien correspondía la educación sentimental y doméstica de las niñas. Las hijas crecían con la madre como primer y único referente de conducta. Incluso ahora, cuando los medios de comunicación diversifican la información, continúa vigente la figura de la madre como ejemplo de lo que se quiere o no se quiere ser. Éstas, por su parte, se miran en sus hijas e interpretan actitudes o auspician esperanzas siempre a través de su propio tamiz.
El resultado de tal circunstancia ha sido y es la creación de un mundo en común, a medio camino entre la complicidad y la autoridad, del que se deriva una cordial convivencia o el más feroz de los enfrentamientos. El momento de dirimir tal disyuntiva llega cuando la niña se convierte en mujer. Porque, dejando a un lado el parentesco, una madre y una hija son, gracias al paso del tiempo, dos mujeres que un día se encuentran.
El lector me perdonará ahora un pequeño apunte biográfico pero lo creo necesario para entender el porqué de este libro. Pertenezco a una familia de mayoría femenina. Una entrañable “ciudad de las damas” donde he podido observar las múltiples facetas, etapas, encuentros y desencuentros que pueden darse entre una madre y una hija.
He convivido en el tiempo y en el espacio con mi abuela materna, mi madre y mi hija. Entre las cuatro siempre existió una red tupida y resistente que, en todas las combinaciones posibles, ha creado entre nosotras lazos invisibles de afecto, complicidad y comunicación.
Pero, además de ser madre y de ser hija, también soy historiadora —sigan disculpando el dato personal— y como tal me interesa conocer el comportamiento de madres e hijas en diferentes ámbitos y épocas de la historia.
Porque, ciertamente no existen dos relaciones iguales, como no hay dos mujeres idénticas o dos circunstancias similares. La relación entre madre e hija está siempre condicionada por el entorno y, evidentemente, por la figura del padre —inevitable la alusión freudiana— y de los hermanos. Los ejemplos son, pues, tantos como mujeres y culturas ha habido en la historia. Pero, puesto que había que elegir, me decidí por aproximarme a distintas “parejas” que cubrieran un amplio espectro social y temporal.
En las civilizaciones clásicas la falta de consideración social hacia la mujer provocaba que la atención de éstas se centrara en los hijos varones. Este fue el caso de Agripina la Menor, encaramada en la cima del poder imperial como madre de Nerón. Sin embargo, en el horizonte del recuerdo, siempre alentó el deseo de emular a su madre, Agripina la Mayor, con la que compartió la fascinación por el poder.
Isabel la Católica no precisó de varón alguno para alcanzar un trono que por sangre la correspondía. El azar quiso, además, que la heredara otra mujer, la reina Juana, que tanto supo de amor y dolor. Resulta sorprendente imaginar a la solemne soberana, implacable con hebreos y musulmanes e inspiradora de inciertas expediciones, cobijando a su hija del frío de la noche castellana mientras ésta reclamaba enloquecida a su esposo Felipe retirado a Flandes. Su nieta, María Tudor, vivió el desamor por persona interpuesta. Creció contemplando el calvario de su madre, Catalina de Aragón, repudiada por Enrique VIII de Inglaterra, y, una vez en el trono, se hizo el propósito de reivindicar la memoria de la reina muerta. Todo lo contrario que María Antonieta, quien, de haber seguido el ejemplo materno, podría haber sido una excelente reina de Francia, pero María Teresa de Austria hubo de morir viendo, impotente, cómo su hija se hundía en una espiral de frivolidad e ignorancia.
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