No le dije lo que pensaba, pero él nuevamente leyó mi mente.
– La felicidad no existe, Dani. -Fue de las pocas veces que no añadió lo de «joven»-. Sólo existe ser feliz cada día.
»Si piensas en el concepto global de felicidad todo cae por su propio peso.
»Mira por la ventana…
Me señaló un pequeño cristal, casi minúsculo, que daba a la calle. Me acerqué. Me horrorizó saber que los muy graves no tenían ventanales enormes… Necesitan tanto ese exterior para poder despedirse del mundo.
– ¿Ves toda esa gente caminando sin sentido pero en direcciones concretas? -me preguntó.
Miré a esa gente, lo que no sé es cómo él la veía. Desde donde me encontraba no podía llegar a divisar la calle.
– La veo -respondí.
– ¿Te das cuenta como todos van hacia algún lugar, con algún propósito? Ni tú ni yo nos cambiaríamos ahora mismo por ellos. Y eso es porque nos gusta nuestra vida, nuestro rostro, nuestro camino… No podemos entender adónde van, qué necesitan hacer…
»Pero todo cambia por la noche… En plena madrugada fíjate en los edificios altos y verás que hay pocas luces encendidas, muy pocas. Casi todo el mundo duerme, tan sólo hay algunos que están despiertos… Y ésos son los que buscan y los que encuentran.
»A esas altas horas de la noche, en las que todo el mundo duerme, ellos están amando o gozando de conversaciones intensas… Y ese sentimiento y esas palabras cambian su vida.
»Joven Dani, siempre debes poner en tu vida más noches que días…
»Y cuando alguna vez estés perdido y no tengas rumbo fijo, juega al “qué haría otro si estuviera en mí”…
Se hizo el silencio durante unos segundos. Volvió a quedarse en pausa. Esta vez tardó mucho más en volver. Noté que le restaba muy poco fuelle.
Pronuncié tres veces su nombre en voz alta, pero no volvió. Apreté su mano con fuerza, tampoco…
Finalmente, probé a seguir la conversación como si nada hubiera pasado.
– ¿Qué haría alguien si estuviera en mí? -repetí.
Y entonces volvió; fue como si la narración le alimentara. Contarme aquello le daba fuerzas.
– Sí, exacto. Encuentra a otra persona con la que compartas energía y pregúntale qué haría en tu vida si estuviera en ella por dos días. ¿Qué cosas cambiaría de ella? ¿Cómo se cortaría el pelo? ¿Qué comería? ¿Qué actividades realizaría?… En definitiva, ¿cómo viviría tu vida si fuera temporal su presencia en ella?
– ¿Y funciona…?
– Claro que sí… -Sonrió-. Yo he jugado a ello infinidad de veces y siempre me ha dado impulso para seguir.
»Pero para practicarlo has de encontrar a otra persona con la que jugar, y eso no es fácil.
»Esa persona debe ser especial y tiene que saber mirarte desde fuera, para poder darte otra perspectiva de tu vida cuando estés perdido…
Le miré varias veces sin saber cómo digerir tanta fuerza. Él volvió nuevamente a apagarse. Su respiración se ralentizó después de esa última frase, sus constantes se dispararon y todos los aparatos que le envolvían comenzaron a sonar.
Sabía lo que debía preguntarle para que volviera inmediatamente.
– ¿Jugamos juntos?
Las inspiraciones volvieron, los aparatos callaron, aunque yo ya sabía que aquello no duraría. Lo estaba perdiendo.
Me miró con un cariño supremo. Me acarició la cara, los labios, el cuello y finalmente las manos.
– Me encantaría, joven Dani… Pero mi tiempo se acaba…
Hizo una pausa, pensé que era la definitiva. Pero aún quedaba una última cosa que contarme. Miró el faro monóculo. Lo cogió y me lo puso en la mano.
– Es para ti… Para que no me olvides. Es un faro de Capri que me entusiasma, es mi hijo favorito. Cuando encuentres la foto que le hice, verás que detrás escribí la palabra «mágico». Es mágico y consigue que sientas su magia… Si algún día tienes problemas, ve allí, mi niño favorito te cuidará…
»El monóculo oscuro que hay pegado es para observar las nubes… Durante un tiempo trabajé en el mundo del cine y era el encargado de calcular cuánto tardarían las nubes en marcharse y retornaría el sol… Lo necesitan saber para poder rodar con el mismo tipo de luz para que no queden claroscuros en la fotografía de la película…
»Yo era bueno en eso… He sido siempre bueno en todo aquello que tenga que ver con faros, nubes, sol, mar y viento.
»Si te pones el monóculo en el ojo y miras las nubes, observarás el sol por detrás de ellas y sentirás la velocidad del viento y así podrás calcular el tiempo que tardará en volver a brillar.
»Los uní, porque este faro es pura magia y adivinar cuándo regresará el sol también es algo muy mágico…
»Recuerda, si un día necesitas magia ve a Capri…
Comenzó a respirar con mucha dificultad. Todos los aparatos volvieron a zumbar como locos.
Llamé a la enfermera a todo pulmón. Él se estaba yendo y yo estaba asustado y triste.
De repente, el Sr. Martín me llamó con la mirada; quería que me acercara. Puse mi oído en su boca y él repitió tres o cuatro veces unas palabras que no entendí.
Las decía siempre con la misma cadencia, con la misma fuerza. Era un mensaje para mí, pero no lograba comprenderlo, ya no hablaba de una forma inteligible…
Finalmente el mensaje cesó y el Sr. Martín me dejó.
Le miré y de repente noté cómo llegaba a mi cuerpo una energía que me producía tranquilidad y felicidad.
Era como si su energía atravesase mi ser.
Médicos y enfermeras trataban sin éxito de devolverlo a la vida… Pero yo ya sabía que se había ido.
Apreté su mano con toda la fuerza que pude, le di las gracias y le besé la mejilla…
La incomprensión de las lágrimas ajenas
Lloré nuevamente en aquel coche junto a un padre desconocido.
Es imposible recordar al Sr. Martín y no romper a llorar. Recuerdo que el hijo de una bailarina me dijo una vez que la gente tan sólo rompe a reír o a llorar, y que vale la pena hacerse añicos por esos dos sentimientos.
El padre del niño me miraba sorprendido, mi tristeza le sobrepasaba, pero no dijo nada. Es tan difícil comprender las lágrimas ajenas si no tienes todos los datos…
Creo que fue en aquel instante cuando me di cuenta de que me dedicaba a buscar niños perdidos por culpa del Sr. Martín.
De alguna manera, la primera vez que me perdí no fue en aquel barco rumbo a Capri, sino en aquella UVI repleta de ternura y pasión sin límites.
Y es que el Sr. Martín era un hombre pasional, un hombre que amaba imposibles.
Tuve suerte al encontrarlo, ya que no se apropió de mi cuerpo y mi mente de diez años un malvado depravado ni un hijo de puta pederasta. Me topé con una gran persona que intentó enseñarme la importancia de ser diferente en este mundo.
Poca es la gente que no claudica a vivir de forma mediocre.
Yo busco niños que desaparecen, creo que ésa es mi manera de huir de la convención, de la mediocridad…
Además, pienso que se me da bien porque mi parte de niño y de enano hace que les comprenda, que empatice con ellos y con sus problemas. Es como si conectara con mi yo perdido y eso me sitúa cerca de su esencia…
Miré al padre y noté que necesitaba contármelo todo. Darme datos, sentirse útil… Pero también sabía que aquello me condicionaría. Me llevaría a comprender al padre en lugar de al niño.
Decidí evitar su mirada, pero sabía que no tardaría en hablarme porque segundos antes había conectado conmigo visualmente.
– ¿Tiene usted hijos?
Fue lo segundo que le escuché decir tras lo del cheque y lo peor que podía preguntarme.
Y es que aquella simple cuestión estaba intrincada con mi ruptura, con ella y con nuestro gran problema…
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