Lan Chang - Herencia
Здесь есть возможность читать онлайн «Lan Chang - Herencia» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Herencia
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Herencia: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Herencia»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Herencia — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Herencia», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
En un palacio así debería haber adoptado una rutina distinguida propia de su edad y condición, dedicándose a recibir como una reina a las amistades y a los cobistas que acudiesen a mendigarle favores. Eso hizo. Pero no estaba contenta. Según Hwa, se pasaba las horas muertas en el templo. Cuando la visitamos por Acción de Gracias, no pude por menos que advertir la desazón que la reconcomía, encendiéndole los ojos y demacrándole los carrillos, cuando debería haberlos tenido tersos y satisfechos. Todos los días revisaba a la casa en busca del más mínimo rastro de polvo. Solía sentarse en el jardín a fumarse un cigarrillo tras otro y mirar fijamente al oeste, por encima de las colinas, hacia el océano.
El viernes, temprano, me senté con ella en el jardín, junto a la fuente. Estuvimos varios minutos sin cruzar palabra. Había sido un otoño seco y las colinas irradiaban un resplandor entre plata y oro, primero en las cimas, después, poco a poco, a lo largo de las faldas. La luz, cada vez más intensa, se reflejaba en sus facciones rígidas y blanquecinas.
Ella habló primero.
– ¿Y tu marido?
– Está todavía en la cama.
Asintió con la cabeza, pero una delgada arruga le surcó el ceño, como si juzgase impropio haberme separado de él siquiera un momento. Trataba a Tom con cuidado, siempre mostrándose agradecida y asombrada de que hubiese encontrado un hombre tan bueno, sin ser divorciado, ni siquiera viudo, y dispuesto a criar una niña que no era suya.
Esperé a que terminase el primer cigarrillo.
– Mamá -dije-, ¿has tenido noticias de papá?
– No.
– A veces me gustaría hablar con él -dije-. Quiero saber si está bien.
Mi madre me miró. Por un momento, su rostro cobró vida alrededor de los ojos. Me pareció percibir esperanza, y también miedo, y en ese momento pensé que acaso esa búsqueda en que me había empeñado podría servir para acercarnos de nuevo.
– Por lo que me a mí respecta -dijo-, murió hace mucho.
No atiné a responder.
– Hong, a veces es mejor no pensar en lo que se ha perdido. -Su voz sonaba amable, casi dulce-. Si consigues evitarlo por completo, serás más feliz.
Me quedé mirando cómo se dispersaba por el aire el humo de su cigarrillo. Mi madre llevaba décadas guardando silencio, confiando en que Pu Taitai divulgase la historia de la muerte de mi padre. Me tenía maravillada -y admirada- esa manera de aferrarse a su matrimonio. Había hecho uso de su ingenio, de su familia y, por último, de una separación provocada por acontecimientos históricos. Con el correr de los años, lo que mi madre sentía por mi padre se había transformado -no había desaparecido, sino que se había transmutado mediante cierta alquimia emocional- en un deseo de guardar las apariencias. Ahora vivía alejada de la verdad gracias a la política y a la geografía, cobijada tras el muro inexpugnable de la viudedad.
De modo que habían pasado a mejor vida; lo más probable es que hubiesen desaparecido en el tumulto del cambio. Me llevé a Mudan y a Evita de compras; Tom y yo subimos las colinas y fuimos a visitar una vieja misión. Al regresar a Nueva York, me encontré esta carta en el buzón.
2 de noviembre de 1989
Querida Hong:
Hace poco he recibido una carta de Hu Mudan que ha hecho realidad mis más disparatadas esperanzas. Te escribo entusiasmada por haberte encontrado al fin. Durante años pensé que no existía posibilidad alguna de recibir noticias vuestras, y ahora que las cosas han empezado a cambiar, tampoco sabía cómo buscarte. De pronto llega Hu Mudan y me escribe que estáis bien y que Hwa se casó con el pequeño Pu Li. Hu Mudan dice que la perdones por dirigirse a mí a tus espaldas. Quería que me pusiese en contacto contigo para que no fueses la única responsable de esta correspondencia. Piensa en vosotras constantemente y está muy orgullosa de ti. Me alegra mucho oír que te va tan bien.
Tu padre y yo hemos salido adelante como hemos podido en unos años bastante difíciles. Tu padre ha tenido algún que otro problema, pero ahora está bien. Yao ha vuelto con nosotros después de un largo período en el campo. Está casado y tiene un hijo estupendo que se llama Cai. En las épocas más difíciles hemos tenido la suerte de contar con la ayuda de nuestro viejo vecino Chen Da-Huan, que tiene una editorial en Hong Kong. Se ha portado como un gran amigo y nos ha facilitado mucho la vida.
Mi preciosa Hong, hace años que no veo tu rostro. Estoy encantada de pensar que volvemos a estar en el mismo mundo. Me muero de ganas de volver a hablar contigo. Te escribo estas líneas con la esperanza de que tu hermana y tú podáis venir a verme a China y de que podamos recuperar la amistad que tanto valorábamos de jóvenes.
Un abrazo,
Yinan
Después de la cena y de que Evita hubiese subido a hacer los deberes a casa de una compañera que vivía en nuestro bloque, le traduje la carta a Tom.
– ¿Y ahora qué hago? -le pregunté.
Tom me miró extrañado.
– ¿Es que no vas a ir a China?
– No lo sé.
– ¿Estás nerviosa?
Se apartó el pelo de sus ojos oscuros y melancólicos y me miró fijamente. Yo sabía que estaba pensando en su propio padre, que los había abandonado a su madre y a él cuando sólo tenía cuatro años.
Al día siguiente salí del trabajo antes y me fui a ver a Hu Mudan. Era una tarde húmeda y sombría, cargada con la típica atmósfera otoñal, violentamente tornadiza. Fui corriendo hasta la boca del metro pisando charcos. Intentaba no pensar en mi madre. Me daba miedo que pudiese detectarme mientras me abría paso, descarriada y decidida a burlar el destino, entre la muchedumbre que se apiñaba en los andenes. Cogí el metro a Chinatown y apreté el paso en mitad del tropel de paraguas relucientes y chorreantes. La separación de mi familia tocaba a su fin.
Hu Mudan tenía una mala tarde. El mal tiempo se había filtrado por las paredes y le había calado los huesos. Le ofrecí una de las aspirinas que llevaba en el bolso pero no la quiso. Me dijo que nada podía curar lo envejecido que tenía el cuerpo. Había días, dijo, en que podía recorrer mentalmente todo su esqueleto a partir de los pinchazos que le daban los huesos, días en los que apenas podía moverse pues el más leve gesto de un dedo le descargaba una sacudida de dolor por todo el cuerpo. En días así, Hu Mudan se sentía perdida y despistada: se quedaba dormida en una época y se despertaba en otra.
Vimos juntas la televisión. Un grupo de náufragos en una isla discutían a propósito del barco que uno de ellos divisaba a lo lejos.
Le hablé de la carta de Yinan.
– Claro que quiero ir a verla -dije-. Tom y yo tendremos vacaciones en primavera. Pero no sé cómo decírselo a mi madre. Sé que no le iba a hacer gracia.
– Las casas se queman -dijo Hu Mudan-. Los objetos de recuerdo desaparecen. Lo que importa es que hemos vivido y perdonamos a nuestros seres queridos, los perdonamos por la vida que hayan llevado. -Por un momento, parecía que desvariaba, con aquellos párpados tan leves como hojas de otoño-. Dile eso a tu madre. Le dices que yo he dicho que debemos perdonarnos los unos a los otros.
– ¿Tú me perdonas?
Sonrió.
– ¿Cómo no voy a perdonar a la madre de la pequeña Mudan?
– ¿Y a mi madre?
– ¿Se perdona a sí misma?
– Dice que mi padre está muerto. Y reza -dije-. Se pasa horas rezando, todos los días, hasta cuando el hijo y la hija de Hwa van a verla. Hwa dice que cuando cree que nadie la ve, se mete en el templo y se arrodilla ante Guan Yin. Hwa oye el roce de sus rodillas en el suelo.
– Mmm…
Aquello indicaba que Hu Mudan estaba más al tanto de las plegarias de mi madre de lo que yo pensaba.
Yo quería creer que mi madre rezaba para liberarse. A lo mejor quería deshacerse de su viejo rencor, soltar la ira.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Herencia»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Herencia» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Herencia» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.