Pensar la herencia
© Pensar la herencia
© Dr. Leonardo Glikin
ISBN: 978-84-18411-31-1
Editado por Tregolam (España)
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3ª edición: septiembre 2020
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A la memoria de mis padres.
A mis hijos, Alejandro y Candela.
Y a sus madres.
Dedico esta primera edición digital a Luca, mi primer nieto.
PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN DIGITAL
“¿Acaso se puede ‘pensar la herencia’ en un país donde cada niño que nace ya tiene asignada una deuda externa de más de dos mil dólares?”, se preguntaba Enrique Mariscal en octubre de 1995, durante la presentación de la primera edición de este libro.
Desde entonces hasta ahora, la deuda externa de cada niño argentino no ha hecho otra cosa que aumentar. Sin embargo, a diferencia de lo que decía Mariscal, esta difícil realidad torna no sólo posible, sino quizás imprescindible pensar la herencia, y, más en general, pensar el futuro que habremos de vivir.
La herencia que dejaremos no es otra cosa que el resultado material y moral de nuestra propia vida. Y hoy no podemos vivir con la esperanza de un golpe de suerte. Hoy, más que nunca, dependemos de nosotros mismos, de nuestras aptitudes, habilidades e imaginación.
En los veinticinco años transcurridos desde la primera edición de este libro, la realidad no ha hecho sino confirmar un rumbo firme hacia la planificación del futuro a mediano y largo plazo.
En el caso de las empresas, la incorporación de la posibilidad de realizar pactos sobre herencia futura, si tienen por objeto propender a la unidad de gestión o prevenir conflictos, establecida en el Código Civil y Comercial vigente desde 2015, trae nuevas posibilidades.
Lo que decíamos, con un enfoque pionero, hace veinticinco años, hoy es una verdad que ya nadie cuestiona seriamente: es tiempo de dar a la planificación sucesoria el espacio que se merece, porque ayuda a vivir mejor.
Leonardo J. Glikin
PROLOGO
El autor de este libro me ha pedido que escriba unas líneas que sirvan de prólogo. Seguramente, el doctor Leonardo Glikin ha considerado que yo, por haber escrito y enseñado durante años el Derecho sucesorio, estoy en condiciones de presentar —si ésa es la función del prologuista— una obra como la que él ha concebido bajo el sugestivo título Pensar la herencia.
Pero no sé si la elección ha sido acertada. Es cierto que el Derecho sucesorio ha ocupado buena parte de mi vida académica y de mi ir y venir por los temas jurídicos. Sin embargo, es también cierto que desde el quehacer académico, preponderantemente dogmático, no se “piensa la herencia” como lo propone Glikin. La herencia, en Derecho estricto, pertenece a las categorías —casi un “nóumeno” kantiano— que se piensan en términos de relaciones jurídicas cuyo presupuesto es la muerte de una persona. Pero de la muerte como tal, nada se piensa. Lo que interesa es la subsistencia de las relaciones jurídicas que encaraba el fallecido o la creación de nuevas relaciones que trascienden la muerte. Una idea de continuidad ante la ruptura radical: “a rey muerto, rey puesto”.
En cambio, en este libro se nos propone meditar, a cada cual, sobre la propia muerte como asunto del “más acá”. Es un llamado de atención a quienes, sabiéndonos mortales —¿quién no sabe racionalmente que un día ha de morir?— transitamos este mundo como si fuésemos inmortales. Y esto nos cuesta. Hasta es posible que nos duela. Nos resistimos a programar las cosas para el día en que la muerte nos lleve de este mundo.
Existe, probablemente, un prejuicio generalizado: hablar de la muerte —y se habla de ella cuando se testa o cuando se hace donación de órganos— es como atraerla. Como una provocación a la fatalidad o a la desgracia. En verdad, como decía Levinás, “la muerte es partida, deceso, negatividad cuyo destino se desconoce […] viaje sin regreso, pregunta sin datos, puro signo de interrogación”. (1)
Ambigüedad y enigma. Sabemos que ha de llegar pero —pretendemos nunca llegará hoy, lo cual es un modo de negarla, un “todavía no”. Porque la relación con el infinito, ya sin tiempo, es una cuestión insostenible, irrepresentable, sin concreción que permita comprender la sincronización de lo sucesivo.
He aquí, no obstante, que el hombre asume a su modo la muerte y proyecta su ausencia trascendente. De esto, precisamente, se ocupa este libro. Solemos angustiarnos ante las contingencias que deberán enfrentar quienes nos sobreviven sin nuestra ayuda o nuestro apoyo. Nos preguntamos acerca de qué protección podemos asegurar a los que, en este mundo, la necesitan de nosotros. Es cierto que, muchas veces, obramos con el mismo sentido de omnipotencia que la fantasía de la inmortalidad proyecta a nuestros actos y pretendemos acotar la libertad de otros. Esto suele ser motivo de pleitos. Pero también el presagio de nuestra muerte nos motiva, con amor y aun con dolor, a amparar y sostener a quienes nos sobrevivirán en un tiempo que ya no será el nuestro.
Decía un gran jurista, don Eduardo Couture, que la idea de la muerte es, junto a su necesidad, una idea de responsabilidad. “El místico ve en la muerte la instancia de su aproximación a la presencia de Dios. El escéptico ve en la muerte el paso a la indiferencia, al no ser. Yo veo en la muerte —concluía Couture— la última responsabilidad de la vida, la última oportunidad para hacer el bien. En ello hay algo de mística, de escepticismo y de heroísmo”. (2)
La intuición es, digo así, magníficamente sobrecogedora. Por eso, nos exige las meditaciones que suscita este libro que, con amenidad y llaneza, intenta desmitificar en lo posible los tabúes. Así, no sólo enseña sino que también orienta. Desde luego que nadie desea morir, pero debemos asumir que, como sugirió un pensador, “querer que las leyes necesarias sean diferentes de lo que son es ser presa de un deseo irracional”. (3)
Un libro que habla de la muerte —que no es morir— es, posiblemente, un espacio para la reconciliación entre el Ser y el Tiempo de Heidegger, que, paradojalmente, reconforta.
Eduardo A. Zannoni.
Profesor Titular de Derecho Civil en la Universidad de Buenos Aires.
1 LEVINÁS, Emmanuel: Dios, la muerte y el tiempo, trad. De María Luisa Rodríguez Tapia, Ediciones Cátedra S.A., 1994, pág. 25.
2 COUTURE, Eduardo J.: El arte del Derecho y otras meditaciones, Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1992, pág. 50.
3 BERLÍN, Isaiah: Libertad y necesidad en la Historia, trad. de Julio Bayón, Revista de Occidente, Madrid, 1974, pág. 157.
PREFACIO DEL AUTOR
Mi padre fue uno de los primeros farmacéuticos de Merlo, provincia de Buenos Aires. Hace muchos años, un vecino vendió su casa y, luego, golpeó a la puerta de la farmacia para pedir un favor: dado que no sabía qué hacer con el dinero y no tenía dónde guardarlo, le pedía a mi padre que él se encargara de administrarlo.
Obviamente, no firmaron papeles de ninguna clase. Cierto día, el vecino falleció, y mi padre se encargó de hallar a sus sobrinas y de entregarles la totalidad del dinero.
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